Existe un viejo dicho popular que proclama "Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca", una expresión que se aplica para reprochar a una persona su altivez, altanería o prepotencia. Aunque el dicho no es del todo correcto, tiene fundamentos históricos, pues se refiere al rumor difundido sobre la actitud que mantuvo don Rodrigo Calderón en el cadalso cuando fue degollado públicamente, que no ahorcado, en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621.
Ese fue el triste final de un noble de origen flamenco que residía en la Casa de las Aldabas (calle Teresa Gil) de Valladolid, un ambicioso personaje que medró al amparo del Duque de Lerma y compartió con él poder y riqueza durante el reinado de Felipe III, hasta que el rumbo de la historia discurrió por derroteros bien distintos.
DON RODRIGO CALDERÓN
Don Rodrigo Calderón era hijo de Francisco Calderón, un capitán de los Tercios de Flandes que allí estuvo amancebado con una mujer de Amberes, de cuyas relaciones nació Rodrigo, tras lo cual se unieron en matrimonio. A su regreso a España, don Francisco no vino acompañado de la mujer flamenca, pero sí del niño, volviéndose a casar con una castellana, María Araude, una vez instalado en Valladolid, donde Rodrigo cursó estudios en la Universidad. Ello le valió para ejercer como paje en la noble casa de los Lerma, donde por su inteligencia, simpatía y formación pronto consiguió el afecto y confianza de su amo, para el que ejercía como espía en lo que venía a ser la pequeña corte de aquel linaje.
En 1598 don Rodrigo Calderón, convertido en un hombre activo, insolente y ambicioso, pasó a ser el hombre de confianza de don Francisco Gómez de Sandoval, I Duque de Lerma, auténtico valido de Felipe III, ocupando los cargos de privado y secretario. Por la influencia ejercida en la corte por su valedor, este favorito llegó a ostentar los títulos de Caballero de Santiago, Grande de España, Marqués de Siete Iglesias y Conde de la Oliva de Plasencia, a los que añadió los nombramientos de comendador de Ocaña, capitán de la Guardia Alemana (o Guardia Tudesca), embajador extraordinario en los Países Bajos, Secretario de Cámara del rey, alguacil mayor y registrador de la Chancillería de Valladolid. En su meteórica carrera llegó a ser un poderoso ministro que participó intensamente en la política, llena de desaciertos y excesos, llevada a cabo por el Duque de Lerma, del que se convirtió en un apoyo imprescindible por compartir la falta de escrúpulos, obteniendo, igual que su protector, una inmensa fortuna no siempre conseguida por métodos lícitos.
Su privilegiada situación económica le permitió comprar el 12 de enero de 1605 la denominada Casa de las Aldabas de Valladolid, un palacio situado en la actual calle de Teresa Gil que por entonces era propiedad de doña Mariana de Paz Cortés, viuda de don Juan Bautista Gallo, regidor de Valladolid y depositario general de la ciudad y la Chancillería.
Casado con la acaudalada doña Inés de Vargas, enseguida don Rodrigo acometió la reforma del palacio, obras que fueron encargadas al arquitecto Diego de Praves, por aquellos años activo en Valladolid, que dotó al edificio de un elegante patio y suntuosos salones con chimeneas y marcos de las puertas de mármol, tapices y reposteros, la mayoría recibidos como regalos que llegaba a ocultar al rey y por los que fue llamado al orden por el Duque de Lerma, así como ricos artesonados y aposentos recorridos por zócalos cerámicos al uso, al tiempo que mantuvo el privilegio real de las aldabas en la fachada, muestra visible del "derecho de asilo" del que disfrutaba aquel palacio, tristemente desaparecido bajo la piqueta el año 1964 (restos de la arquería del patio se conservan en el jardín del Museo Nacional Colegio de San Gregorio).
Y al igual que el Duque de Lerma, don Rodrigo trató de emular los fastos y la ostentación de la vida cortesana, siendo buenos testimonios de su rico patrimonio el retrato ecuestre con media armadura de gala que se hiciera pintar por el flamenco Pedro Pablo Rubens en 1612, emulando a su protector, pintura conservada en la Royal Collection de Londres, o la mesa florentina adquirida siendo secretario de Felipe III, realizada a finales del XVI y compuesta por un tablero decorado con trabajos pictóricos de piedras duras, que ofrecen trofeos militares alusivos a la batalla de Lepanto, y cuatro leones fundidos y dorados como soporte, obra después adquirida en almoneda por Felipe IV y actualmente expuesta en la galería central del Museo del Prado.
Asimismo, don Rodrigo Calderón adquirió en Valladolid el patronato de la iglesia del vecino convento franciscano de Nuestra Señora de Porta Coeli, recién fundado en 1601 por doña Mariana de Paz Cortés, dama a la que había adquirido la Casa de las Aldabas, al que cedió parte del palacio para edificar la iglesia, obra igualmente de Diego de Praves. Un convento en el que, como primera medida, dispuso el cambio de las religiosas franciscanas a la orden dominica, reservando los testeros del crucero del templo para albergar dos nichos con enterramientos familiares, reservados para él y sus padres, tal y como aparecen actualmente, al tiempo que ordenó colocar su blasón familiar en lo alto de la fachada de la iglesia e hizo llegar de Génova suntuosas esculturas de mármol que decoran el retablo mayor. Por su vinculación al benefactor, el convento viene siendo conocido desde entonces como "las Calderonas".
Pero con el tiempo el omnímodo poder de este personaje caería en desgracia y como cabeza de turco fue don Rodrigo quien pagó sus propios desmanes y los del Duque de Lerma que, mucho más hábil, consiguió salvarse de la quema.
El asunto comenzó con la desconfianza mostrada por Margarita de Austria, esposa de Felipe III, ante los tejemanejes del Duque de Lerma y su usurpación de funciones al rey, después de que ejercieran influencia sobre ella sus más allegados consejeros, especialmente el fraile franciscano Juan de Santa María, el dominico aragonés padre Aliaga, confesor del rey, y Mariana de San José, priora de la Encarnación. Se inició entonces una investigación sobre el entramado de corrupción en las finanzas con la figura de don Rodrigo en el ojo del huracán, sobre todo después de que uniera a sus arbitrariedades como ministro sus prácticas de envenenador, siguiendo la estela de las siniestras cortes de la Italia renacentista.
Todo se precipitó cuando en octubre de 1611 la reina Margarita murió en el trance de un parto, siendo extendido por los adversarios de don Rodrigo Calderón el rumor de haber utilizado el envenenamiento y la brujería contra ella, acusación que llegó a oídos del rey, que comenzó a manifestar ciertos recelos hacia el ministro. Y aunque conservó la confianza del Duque de Lerma, en este ambiente enrarecido don Rodrigo fue cesado en 1612 como secretario real y, como retiro honorable, enviado a una misión especial como embajador en Flandes, por la que fue premiado a su regreso en 1614 con el título de Marqués de Siete Iglesias. En ese tiempo se le imputaría la orden del asesinato de don Francisco de Juaras, envenenador que había trabajado a su servicio, siendo acusado también como sospechoso de la muerte de los sicarios que lo llevaron a cabo, hecho que fue considerado como un intento de eliminar a los testigos de su infamia.
Las voces contrarias al Duque de Lerma se extendieron en 1618 como consecuencia de una conspiración cortesana alentada por Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, el padre Aliaga y el Duque de Uceda, hijo del Duque de Lerma, que deseaba y conseguiría sustituir a su padre en el poder. Ante la creciente oposición cortesana, el Duque de Lerma, viudo desde la muerte de su esposa Catalina de la Cerda en 1603, puso en práctica un ardid para obtener la inmunidad jurídica, consiguiendo del papa Paulo V el capelo cardenalicio el 26 de marzo de 1618, tras lo cual se apartó de la actividad política y con el permiso del rey abandonó Madrid, retirándose a sus palacios de Lerma y Valladolid.
Desde ese momento el objetivo de los nobles conspiradores fue don Rodrigo Calderón, que la noche del 20 de febrero de 1619 fue detenido en su palacio de Valladolid y conducido a Madrid acusado de asesinato, brujería, fraude, cohecho y malversación de finanzas públicas, permaneciendo detenido en su propia casa madrileña. Tras padecer el habitual tormento de la justicia, don Rodrigo confesó su intervención en el asesinato de Francisco de Juaras, pero rechazó el resto de las imputaciones, a pesar de lo cual fue condenado a muerte como autor de aquel asesinato y a ser confiscados todos sus bienes, aunque en realidad sobre la justicia pesaban más los difundidos delitos de malversación. Culminaba un insospechado proceso que había llevado a don Rodrigo del gobierno al patíbulo.
UN CADALSO EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID
El jueves 21 de octubre de 1621, día de Santa Úrsula, don Rodrigo fue sacado de la prisión en que permanecía desde su llegada de Valladolid dos años y medio antes y conducido a un tosco cadalso de madera levantado en el centro de la Plaza Mayor de Madrid, recinto que no aparecía adornado con los habituales lutos. Una enorme muchedumbre, entre la que se encontraban vecinos de Valladolid allí desplazados porque no conocían los motivos reales de la condena, seguía con expectación el auto de ejecución. Hizo su entrada en la plaza en un cortejo integrado por un guía que portaba una cruz y otro haciendo sonar una campanilla, detrás los pregoneros y muchos alguaciles y finalmente don Rodrigo a lomos de una mula, vistiendo un hábito y encapuchado, con un crucifijo entre las manos acompañado de cuatro frailes carmelitas descalzos, uno de ellos su confesor.
En ese momento también hizo su aparición, acompañado de dos frailes, el padre jerónimo fray Gregorio de Pedrosa, predicador de Su Majestad, que tras aperarse de una mula subió al cadalso. Acto seguido uno de los pregoneros leyó en voz alta:
- "Esta es la justicia que mandó hacer el Rey nuestro señor a este hombre por haber hecho matar a otro alevosa y asesinadamente, y por la que la culpa que tuvo en la muerte de otro hombre, y por las demás porque está condenado, contenidas en la sentencia, le mandan degollar. Quien tal hace, que tal pague".
El reo subió al cadalso y se sentó en una sencilla silla allí colocada, situándose a su lado fray Gregorio de Pedrosa, que intentó consolarle hablándole de su salvación. A continuación se hincó de rodillas, se persignó con altivez e inició su confesión, tras la cual el fraile le otorgó la absolución enviada por Su Santidad.
Don Rodrigo, dispuesto a la muerte, se levantó el cuello y ante los pesares del verdugo por cumplir su obligación, le manifestó su perdón y le dijo: "Hacezlo de muy enhorabuena, que es el instrumento de mi salvación", al tiempo que le mostraba el cuello con gallardía. El verdugo le ató las piernas y los brazos y le vendó los ojos con una cinta negra, culminando la ejecución con un certero corte en la garganta. Eran las doce del mediodía.
Después le tendieron en el cadalso sobre un paño negro y rodeado de cuatro hacheros permaneció hasta las ocho de la noche por orden de los jueces. El conde de Luna, hijo del conde de Benavente, hizo llegar frailes de San Agustín, de Atocha, trinitarios y de la Merced, que rezaron sus responsos sobre el cadalso, y un cortejo para recoger el cuerpo para enterrarle, pero no se lo permitieron los alguaciles de guardia, que hicieron cumplir la ley aplicada a todos los delincuentes ajusticiados. De modo que don Rodrigo Calderón fue desnudado y amortajado por dos mujeres que se ocupaban de esta tarea y posteriormente introducido en un ataúd forrado por dentro, hecho expresamente para el personaje, siendo conducido en procesión para su entierro hasta la iglesia del Carmen, del convento de los carmelitas descalzos de Madrid. Pasados algunos días, Góngora se lamentaba públicamente de su muerte en unos sentidos sonetos.
TRASLADO DE LOS RESTOS A VALLADOLID
Habían transcurrido algo más de dos años desde el fatídico día de la ejecución, cuando su esposa, doña Inés de Vargas, logró recuperar oficialmente el título para sus hijos, el palacio de la Casa de las Aldabas y el patronato del convento de Porta Coeli, ambos en Valladolid, consiguiendo trasladar sus restos al sepulcro que tenía reservado en la iglesia del convento vallisoletano, donde fue recibido por miembros de la corporación municipal y donde se pudo confirmar un hecho singular: el tipo de ejecución había provocado una hemorragia tan fuerte que durante la inhumación se había producido una momificación natural. Sin embargo, en su tiempo el hecho de que el cadáver apareciera incorrupto, algo reservado en la religiosidad barroca para los santos, era interpretado como un indicio sobrenatural, lo que aumentó la expectación en torno a tan célebre personaje, que desde el primer momento fue mimado por las religiosas dominicas, las calderonas.
En la actualidad su momia se conserva en el mismo ataúd en que llegó desde Madrid, un arca de madera natural de apenas metro y medio de largo, para lo que hubo que adaptar el cuerpo fracturándole las piernas a la altura de las rodillas. Aunque con el paso del tiempo los tétricos restos hayan sufrido cierto deterioro, la momia de don Rodrigo fue estudiada en 1984 por el doctor Federico Carrascal, que pudo confirmar las huellas de la degollación y de las heridas causadas por la tortura durante los interrogatorios.
La célebre momia de don Rodrigo no es visible a los visitantes de la iglesia, como mucha gente cree. Tampoco el arca se halla enterrado bajo el flamante sepulcro que aparece en la parte de la Epístola del crucero de la iglesia, donde bajo un arcosolio figuran las flamantes efigies de don Rodrigo Calderón y su esposa doña Inés de Vargas en actitud orante, sino en el lado opuesto, en un nicho practicado a la derecha del altar que preside la Sala Capitular del convento, abierta al claustro y reservada a la clausura, que aparece cerrado con una sencilla puerta con hojas de celosías y que está situado a pocos metros del nicho que en el brazo izquierdo del crucero ocupan los bultos funerarios de sus padres, don Francisco Calderón, alcalde Comendador de Aragón, y su esposa María Araude y Sandelín, esculturas italianas de considerable calidad esculpidas en mármol.
Ilustraciones: 1 Detalle del sepulcro de don Rodrigo Calderón en la iglesia del convento de Porta Coeli de Valladolid. 2 Retrato de don Rodrigo Calderón, Rubens, 1612, The Royal Collection, Londres. 3 Mesa de don Rodrigo Calderón, Museo del Prado, Madrid. 4 Restos palaciegos en la calle Teresa Gil de Valladolid (Foto J.M. Travieso). 5 Convento de Porta Coeli, Valladolid. En la casa de nueva construcción situada a la derecha se encontraba la Casa de las Aldabas, residencia de Rodrigo Calderón (Foto J.M. Travieso). 6 Dibujo de los últimos momentos de don Rodrigo Calderón con la leyenda "don Rodrigo Calderón le cortaron la cabeza a 21 de octubre 1621 en la plaza de Madrid", atribuído a Alonso Cano. Publicado en el diario ABC en 1928. 7 Sepulcro de don Rodrigo Calderón y su esposa Inés de Vargas, anónimo genovés del siglo XVII, iglesia del convento de Porta Coeli de Valladolid. (Foto J.M. Travieso) 8 Nicho cerrado por una celosía en la Sala Capitular del convento de Porta Coeli de Valladolid (Foto vallisoletvm.blogspot.com). 9 Detalle de la momia de don Rodrigo Calderón (foto vallisoletvm.blogspot.com). 10 Vida de Santa Inés (1611), dedicada por Álvaro de Hinojosa, monje de San Benito de Coimbra, a doña Inés de Vargas, esposa de don Rodrigo Calderón, y Sonetos de Góngora a la muerte de don Rodrigo.
Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1108059807287
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Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1108059807287
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Muchas gracias por el aporte. Muy bueno.
ResponderEliminarVenia buscando el motivo por el que fué acusado se brujería. Hablaban en una pàgina de facebook de la casa de las aldabad y quise saber màs.
ResponderEliminarBuen trabajo. Muchas gracias
Muy buen trabajo. Muchas gracias.
ResponderEliminar¡¡¡Excelente artículo, José Miguel!!! Un abrazo, amigo.
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