RETABLO DE
SAN MIGUEL ARCÁNGEL
Anónimo,
conocido como Maestro de Osma (activo en los años finales del siglo XV y
principios del XVI)
Entre 1500 y
1510
Pintura al
óleo sobre tabla
Museo
Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Procedente
de Corrales de Duero (Valladolid)
Pintura
gótica
Estilo Internacional con influencia flamenca
San Miguel pesando las almas |
El Retablo de
San Miguel es una obra un tanto peculiar por diversos motivos. El primero
de ellos por no seguir ninguna tipología de retablo convencional, sino concebido
tomando como referente los trípticos flamencos tan en boga cuando se hacen estas
pinturas, con una escena central y otras laterales, en este caso a dos alturas
como equivalentes a las escenas que figurarían en el interior y exterior de las
puertas batientes en el caso de haber existido. En segundo lugar por estar
pintadas las cinco escenas sobre una única tabla de 1,74 x 1,31 metros a la que
después fue superpuesta una mazonería gótica en forma de tracerías lineales que
forman arcos apuntados y se combinan con doseletes con forma de arcos
conopiales rematados por florones sobre las escenas, finos pináculos separando
las calles y cresterías caladas como decoración de los remates, todos estos
elementos en dorado sobre fondo azul. El resultado final es un retablo de
pequeño formato muy apropiado tanto para oratorios privados como portátiles,
dada su facilidad para ser transportado, ajustándose a un modelo extendido
por territorios sorianos próximos al Duero.
El Retablo de
San Miguel fue recogido en la población vallisoletana de Corrales de Duero
y depositado en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid para ser
preservado para el futuro, después de ser objeto en 1972 de una restauración y
limpieza que permitió al historiador Juan José Martín González, por entonces
catedrático de la Universidad de Valladolid, su atribución al Maestro de Osma.
Este pintor, autor de tablas de excelente factura, toma el nombre del taller
que tuvo asentado en Burgo de Osma en los años finales del siglo XV, aunque en
los inicios del siglo XVI trabajó en el eje geográfico que transcurre por
Corrales de Duero, Langayo, Peñafiel y Berlanga de Duero, momento en que
realizó estas pinturas.
Se ha creído encontrar cierta similitud entre los
rasgos estilísticos de estas escenas y las miniaturas que aparecen en una serie
de cantorales ilustrados en la misma época procedentes del desaparecido monasterio
de San Jerónimo de la población salmantina de Espeja, compartiendo
características tales como la mezcla del dominio del dibujo con un diseño
ingenuo de las escenas, la tendencia a describir con detalle y minuciosidad los
objetos, la ornamentación de la indumentaria y el uso de ricos brocados en las
ropas y como tapices de fondo, todo ello por influencia de la pintura flamenca
llegada a Castilla. Igualmente se aprecian los habituales errores en el uso de
la perspectiva al crear los espacios, especialmente en los interiores, el gusto
por combinar elementos dorados con otros de color brillante y el uso de rostros
ovalados con ojos muy abiertos y expresiones ensimismadas, así como una
tendencia a componer escenas diáfanas organizadas en torno a un eje central.
Todo ello dentro de los cánones del estilo gótico
internacional, aunque con acusada influencia flamenca, practicando los picados
en los nimbos y doseles y ofreciendo como única influencia del penetrante arte
renacentista italiano el tamaño monumental de las figuras utilizado y el
espacio reservado a la colocación de paisajes abiertos, como tendencia
naturalista en sustitución de los fondos neutros o dorados, siempre con la
intención de realizar un tipo de pintura narrativa muy expresiva y de fácil
comprensión.
En cierto sentido este tipo de pintura presenta
analogías a la realizada por Diego de la Cruz, por lo que se especula sobre una
posible formación del Maestro de Osma en territorio burgalés. A su vez fue
creador de un estilo que encontró seguidores en el Maestro de Espeja y en el
Maestro de Roa.
ICONOGRAFÍA DEL RETABLO
San Miguel luchando contra el mal |
Toda la iconografía del retablo gira en torno a la
figura del arcángel San Miguel, tan presente en el arte cristiano de la Edad
Media tanto en su faceta de soldado —milles
Christi—, representado como jefe de las milicias celestiales que derrotaron
a los ángeles rebeldes, o bien como participante en el Juicio Final en su
faceta de psicopompo o conductor de
las almas de los difuntos al cielo o al infierno después de haberlas pesado en
ultratumba. A partir del siglo XVII, bajo los auspicios de la Contrarreforma,
se fomentaría la representación de San Miguel como vencedor de Lucifer, en
ocasiones con el maligno representado como un monstruo en forma de dragón, recurso que viene a
ser una transposición simbólica del triunfo de la Iglesia Católica sobre la
herejía protestante.
Pero, junto a esta iconografía convencional, el
retablo presenta tres escenas poco habituales en la hagiografía de San Miguel,
en el que con una gran originalidad narrativa se ilustra un pasaje tomado
directamente de la Leyenda Dorada de
Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova que a mediados del siglo XIII
realizó una compilación de relatos hagiográficos sobre 180 santos, mártires y
ángeles que fue uno de los libros más copiados durante la Edad Media y con
numerosas ediciones impresas tras la invención de la imprenta a mediados del
siglo XV, poniendo de manifiesto como en ocasiones los pintores encontraban
inspiración para sus temas en célebres obras literarias.
El pasaje está referido a la aparición de San Miguel
en el siglo IV en el monte Gárgano (Italia) para expresar su deseo de que en
aquel lugar fuese levantado un santuario en su honor. A continuación se exponen
las distintas escenas representadas, incluyendo el desarrollo de la fantástica historia
recreada por el Maestro de Osma.
San Miguel pesando las almas
La iconografía de la tabla central es la más
conocida y convencional. En ella aparece el arcángel San Miguel caracterizado
como un soldado medieval, revestido con una armadura metálica y cubierto por una
clámide con el interior rojo intenso —es quien genera el fuego y el calor— y el
exterior azul, símbolo celeste. Para que no haya dudas, aparece identificado
con una inscripción en el nimbo dorado que reza "Micael Arcángel" y que está realizada mediante picados
lustrosos.
Su figura, de rostro sumamente idealizado y andrógino
y con grandes alas de fantasía, aglutina sus dos funciones más representadas.
En primer lugar aparece atravesando el cuerpo de Lucifer, vencido a sus pies,
con una lanza rematada por el símbolo de la cruz. Es su imagen como vencedor
del mal tal como aparece relatado en la Leyenda
Dorada. El pintor, en un ejercicio de imaginación e ingenuidad, representa
a Lucifer retorciéndose, desesperado de dolor, sobre un pavimento de baldosas cuadradas
que alternan tonos verdosos. Su cuerpo ofrece un aspecto antropomórfico
monstruoso, con una cabeza negra con un largo cuerno en el cráneo, sangre
saliendo por las orejas y una gran boca que insinúa un grito con su larga
lengua, así como pechos femeninos rematados con garfios, alas de murciélago, un
largo rabo y los pies convertidos en garras.
Historia de Gárgano |
Al mismo tiempo San Miguel sujeta en su mano
izquierda una balanza en cuyos platillos están simbolizadas, en pequeño tamaño
y desnudas, las almas de un hombre y una mujer. Es precisamente la presencia
del diablo intentando desnivelar el fiel de la balanza lo que incita a San
Miguel a atravesarle con la lanza. Con ello se hace referencia a la
intervención del arcángel en el Juicio Final para determinar el destino de
hombres y mujeres en función de sus pecados o virtudes, una escena muy repetida
en el arte medieval y con grandes creaciones en la pintura flamenca (recuérdese
a Roger van der Weyden). Igualmente, siguiendo modelos flamencos, al fondo de
la escena y ennobleciendo la figura del arcángel, el pintor coloca un tapiz con
función de dosel que simula un rico brocado dorado en el que se dibujan
cardinas y alcachofas. Todo ello contribuye, a pesar de su ingenuidad, a
presentar al arcángel como un noble y elegante joven victorioso sobre el mal y
el pecado.
San Miguel luchando contra el
mal
Esta escena aparece en la parte superior izquierda y
muestra un episodio apocalíptico en el que aparece San Miguel luchando contra
el mal, que está simbolizado por la figura de un dragón acompañado de monstruos
de horrible aspecto. La escena se ajusta con precisión a la descripción de la Leyenda Dorada —él fue que luchó contra el dragón y sus secuaces, los arrojó del cielo
y obtuvo sobre ellos una imponente victoria—, salvando con ello a la
humanidad representada en este caso por cuatro ingenuas figuras de niños que
pierden el equilibrio en el fragor de la batalla. La ambientación espacial
también es simbólica. Arriba un celaje azul intenso como referencia al Cielo y
abajo la oscuridad con hogueras esparcidas en alusión al Infierno.
En la composición, en la que prevalece la simetría
compositiva, el Maestro de Osma hace un ejercicio de fantasía, resuelto con
brillantes colores, en la creación de la figura de San Miguel y los monstruos.
El primero levitando, revestido de nuevo con armadura metálica, empuñando una
espada y un escudo, con alas de gran fantasía, nimbo dorado y aspecto
adolescente. Su cuerpo, convertido en torbellino, sigue unas líneas
zigzagueantes propias de la pintura gótica. El repertorio de seres malignos
recoge la herencia de las escenas apocalípticas de los beatos y las
representaciones medievales del Juicio Final.
Historia del pastor Gárgano
Las tres escenas restantes están referidas a la que, según la Leyenda Dorada, fue la
primera aparición conocida del arcángel San Miguel. La historia, basada
literalmente en el relato de Santiago de la Vorágine, comienza en la escena
superior derecha.
El obispo de Siponto sacando la flecha |
En el año 390 vivía en la región italiana de Puglia,
cerca de la ciudad de Siponto, un hombre que era dueño de rebaños de ovejas y
manadas de bueyes y toros que pastaban por las laderas del monte Gárgano, del
que el pastor tomó su propio nombre. En cierta ocasión detectó que un toro
había desaparecido y salió a buscarlo, hallándole a la entrada de una cueva situada
en la cima del monte. Indignado, disparó contra el animal una flecha
envenenada, pero una ráfaga de viento modificó la trayectoria de la flecha, que
fue a clavarse en el arquero, hecho que causó una conmoción en la ciudad.
Algunos habitantes acudieron ante el obispo para
preguntar una posible interpretación de aquel extraño fenómeno y éste les
aconsejó ayunar durante tres días y rezar un triduo a San Miguel. Al término de
las rogativas, el arcángel se apareció al obispo y le explicó que él mismo
había originado la pérdida del animal y que la flecha retrocediera porque había
decidido morar en esa cueva, que estaba bajo su protección y custodia. Tras las
manifestaciones de San Miguel, el obispo acompañado por los habitantes de la
ciudad subieron en procesión hasta la entrada de la cueva, ante la que se
postraron y oraron, pasando a convertirse en un célebre lugar de culto al
arcángel San Miguel cuando se levantó el santuario.
Poco antes de la ocupación de aquellos territorios por
los lombardos (584-774), en el monte Gargano ya se había fundado un santuario
dedicado a San Miguel que en el siglo XI fue el origen de la ciudad de Monte
Sant'Angelo, en la que en el siglo XIII el rey Carlos I de Sicilia renovaría el
santuario existente. Este enclave, que sigue siendo un popular centro
espiritual en nuestros días, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco el 25 de junio de 2011.
La primera escena de la historia muestra la cima del
monte Gárgano y el toro con el nimbo de San Miguel colocado a la entrada de la
cueva, con una vista de la ciudad al fondo. En primer plano aparece el arquero
en el momento en que la flecha se le clava en el ojo, suceso que comprueban dos
testigos presenciales, un noble y un escolta. En la pintura el paisaje cobra un
protagonismo determinante, resuelto con peñascos y praderas que buscan un
incipiente naturalismo para dar profundidad a la escena, en la que prima el
sentido narrativo a través de una composición muy diáfana y ajustada al relato.
El Maestro de Osma utiliza una perspectiva analítica muy generalizada en
tiempos de los Reyes Católicos, con figuras superpuestas escalonadamente en
varios planos y siguiendo las pautas del gótico internacional, que combinan el
afán decorativo con la búsqueda de una realidad naturalista.
El obispo de Siponto saca la
flecha del ojo del pastor
La original historia continúa en la parte inferior
izquierda, donde aparece el obispo de Siponto, sentado en su cátedra, en el
momento en que extrae al pastor Gárgano la flecha, siguiendo las instrucciones
recibidas de San Miguel, y le bendice en presencia de tres nobles de la ciudad.
La escena, que se desarrolla en un interior, adolece de errores de perspectiva
en las arquitecturas y el pavimento y utiliza figuras de tamaño monumental, de
modo que produce una sensación de abigarramiento de personajes, a pesar de ser
sólo cinco los representados.
Consagración de la cueva |
La escena acusa fuertes influencias flamencas en el
uso de elementos arquitectónicos, en el uso de brocados en la indumentaria y en
el dosel de la cátedra episcopal, en los sombreados de la vestimenta blanca del
obispo y roja del pastor y en la gama de colores dominantes, siempre con una
composición muy elaborada que permite una fácil comprensión del relato, con el
motivo central en primer plano.
Consagración de la cueva al
arcángel San Miguel
El final de la historia aparece en la parte inferior
derecha, donde se representa una procesión, presidida por el obispo de Siponto,
que llega hasta la cueva de la montaña para la consagración de un santuario a
San Miguel, siguiendo las instrucciones del arcángel, que aparece simbolizado a
la entrada por el toro con nimbo dorado.
Entre caminos agrestes llega el cortejo presidido
por una cruz alzada tras la que aparecen el obispo y sus acólitos y varios
personajes de la ciudad, de nuevo con acumulación de figuras colocadas en
planos superpuestos y reservando el primer plano para el obispo, que aparece
lujosamente ataviado de pontifical dando solemnidad al acontecimiento de la
fundación de lo que iba a ser un famoso centro espiritual.
En la escena contrastan las elementales soluciones
paisajísticas con la minuciosa elaboración de las indumentarias y los objetos
bajo la influencia de la pintura flamenca, manteniendo el equilibrio
compositivo y un punto de vista elevado que permite contemplar todos los
elementos de la ingenua narración, siempre con rostros ovalados, expresiones
místicas dotadas de cierta carga poética, pequeños detalles trabajados a punta
de pincel, un afán por continuar utilizando los tradicionales elementos dorados
y ciertas deformaciones en la concepción de la perspectiva.
San Miguel fue objeto de una veneración muy
extendida en territorios españoles desde el siglo X, siendo uno de los patrones
de los caballeros templarios. Su representación fue permanente en Valladolid,
donde no sólo ostentaba el título de patrón de la ciudad desde su fundación, sino
también como patrono de la cofradía de los Escuderos.
Santuario de Monte Sant'Angelo en Gargano (Italia) |
Retablo de San Miguel en el Museo Diocesano y Catedralicio |
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