3 de enero de 2014

Theatrum: RETABLO DE LOS REYES MAGOS, fusión manierista de nervio y serenidad








RETABLO DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS O DE LA EPIFANÍA
Alonso Berruguete (Paredes de Nava, Palencia 1488 - Toledo 1561)
1537-1538
Madera policromada
Iglesia de Santiago, Valladolid
Escultura española del Renacimiento. Manierismo








En la segunda capilla del lado de la Epístola de la céntrica iglesia de Santiago encontramos un retablo de discreto formato que es el único conservado en Valladolid tal y como fue concebido por su prestigioso autor: Alonso Berruguete. Afortunadamente, nunca fue movido de su sitio ni se modificaron sus condiciones ambientales, lo que facilita comprender el espíritu berruguetesco que anima su composición y repertorio, poniendo de manifiesto tanto sus aportaciones plásticas, plenamente innovadoras para su tiempo, como una exigente ejecución técnica ajustada a los requerimientos del contrato.

El encargo fue concertado por Alonso Berruguete con el pujante banquero don Diego de la Haya el 30 de junio de 1537 para presidir la capilla familiar que éste disponía en la iglesia de Santiago, figurando entre las condiciones el que todo el retablo tuviera un acabado dorado, que una escena del Nacimiento ocupara un lugar destacado y que aparecieran retratados como donantes tanto don Diego de la Haya como su esposa doña Catalina Barquete. El resto del retablo quedaba supeditado a la inspiración del escultor.

Sin duda, el banquero, sin reparar en gastos, pretendía obtener o aumentar su prestigio a través del artista que tanto había impresionado a todos cinco años antes con la impresionante maquinaria de pintura y escultura concebida para el monasterio de San Benito el Real, una obra que le había convertido en el escultor más prestigioso de Valladolid y toda su área de influencia artística, asumiendo el relevo creativo de los prestigiosos talleres burgaleses de aquel tiempo.

Por entonces Alonso Berruguete ya tenía una experiencia sobrada en el diseño de novedosos retablos. Si entre 1523 y 1526 había estado ocupado en la elaboración del retablo del monasterio de la Mejorada de Olmedo, entre 1526 y 1532 en el del monasterio de San Benito de Valladolid y entre 1529 y 1531 en el del Colegio Fonseca de Salamanca, cuando recibe este encargo acababa de finalizar un retablo de dimensiones similares destinado a la iglesia de Santa Úrsula de Toledo, igualmente novedoso en su composición.


La traza del retablo es muy original, en líneas generales compuesto horizontalmente por banco, dos cuerpos y ático y verticalmente organizado en tres calles y cuatro estrechas entrecalles. Consta de un sotabanco, prácticamente oculto tras el altar y con dos netos decorados en los extremos, sobre el que se coloca un banco de gran altura presidido por una hornacina central que aparece dividida por un parteluz, en su momento ocupada por esculturas desaparecidas entre las que se apunta una posible imagen de Cristo atado a la columna.  Las calles laterales muestran sendos tableros en altorrelieve en los que aparecen las efigies de los donantes arrodillados y oferentes bajo veneras, a la izquierda don Diego de la Haya con San Juan Bautista como santo protector y a la derecha doña Catalina Barquete asistida por San Juan Evangelista. En torno suyo, en entrecalles y frisos, se despliega un fantástico repertorio de grutescos.

Realmente original es el diseño del primer cuerpo, donde calles y entrecalles dejan paso a una escena unificada que ocupa toda la anchura del retablo, siguiendo la experiencia de Felipe Bigarny y Diego de Siloé en el retablo de la Capilla del Condestable de la catedral de Burgos. Es en este espacio donde Alonso Berruguete deja una de sus creaciones más apreciadas, trastocando en cierto modo las exigencias del contrato al sustituir la escena del Nacimiento demandada por un atrevido grupo que representa la Adoración de los Reyes Magos, una creación antológica de la escultura renacentista española que a continuación trataremos.

Sin embargo, Alonso Berruguete no llegó a incumplir estrictamente los términos del contrato, puesto que sí incorporó la escena del Nacimiento, aunque relegada a una calle lateral del segundo cuerpo y haciendo pareja con la de la Anunciación colocada en el lado opuesto, reservando la calle central para una elegante y serena imagen de la Virgen con el Niño que está realzada con un resplandor tallado al fondo.

Especialmente original es el ático del retablo, con una hornacina central de gran altura, rematada por  un arco de medio punto que está decorado con cabezas de querubines, y flanqueada por las columnas de las entrecalles adquiriendo un aire de templete en cuyo interior se aloja un personalísimo Calvario. En los extremos, como remates de los balaustres gigantes que flanquean el retablo, se colocan dos caprichosos medallones calados con los bustos de San Pedro y San Pablo en su interior, rematándose con pebeteros de inspiración manierista.

En este retablo Alonso Berruguete se decanta por una iconografía de evidente exaltación mariana, puesto que la figura de la Virgen aparece en todas las escenas devocionales y adquiere un protagonismo especial en la sorprendente imagen del relieve central.      

En cuanto a su ornamentación, el retablo de la Epifanía responde en su conjunto al tipo de decoración plateresca que hacía furor en el momento en que se encarga, con los elementos de la mazonería, como los frisos de los entablamentos y los tableros de las entrecalles, profusamente decorados con motivos de grutescos entre los que se aprecian triunfos guerreros, instrumentos, animales fantásticos, personificaciones híbridas, jarrones, guirnaldas, cabezas de querubines y un largo repertorio decorativo organizado a candelieri, motivos en relieve sobre fondo dorado en el banco y sobre fondo color marfil en los cuerpos superiores. También con profusa decoración aparecen las parejas de columnas que definen los espacios de las entrecalles y las airosas columnas abalaustradas, de orden gigante, que flanquean el conjunto.

En todos los relieves prima la talla nerviosa y dinámica que caracteriza el personal manierismo de Alonso Berruguete, no comprendido por todos en su tiempo. Una escena sumamente original es la del Nacimiento, donde el rollizo Niño aparece recostado en el suelo, prácticamente apoyado en la cornisa, junto a una bella imagen de la Virgen arropándole de rodillas y un incomprensible San José abatido hacia atrás que parece sujetarse en las ruinas del templo por donde aparecen las cabezas de la mula y el buey, una composición arriesgada, novedosa y rompedora que sin embargo resulta muy expresiva.
Igualmente expresivo es el grupo del Calvario, donde las atormentadas figuras presentan características opuestas a cualquier tipo de clasicismo. Son, por el contrario, vivos ejemplos del manierismo más recalcitrante, próximo al expresionismo, con el paño de pureza de Cristo movido por un viento incomprensible y las dramáticas figuras de San Juan y la Virgen con una gesticulación fuera de toda norma lógica. 


ALTORRELIEVE DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS   

Es la composición escultórica más destacada del retablo y adopta una forma longitudinal compuesta por tres bloques tallados independientemente con extraordinaria calidad, contraponiendo a la serenidad clásica de la Sagrada Familia, colocada en el centro, la agitación manierista y el arrebato de las figuras laterales, con los reyes Melchor y Gaspar y su séquito a un lado y Baltasar con sus acompañantes al otro.

La Virgen, cuya cabeza recibe el tratamiento de una diosa romana, con gesto grave y sereno, aparece sentada sobre un pedregal con las rodillas a distinto nivel. Con su mano derecha sujeta el manto, extendido ampulosamente, y con la izquierda acaricia con delicadeza la figura del Niño, que con un gesto escurridizo se aferra a su vientre. Desde el pecho hasta los pies, la túnica y el manto se pliegan formando un elegante juego de diagonales que le proporcionan una belleza clásica llena de dinamismo, realzando su magnificencia el exquisito juego de brocados que simula el estofado de su lujosa policromía.

La serenidad clásica de la Virgen contrasta con la agitación del Niño, figura de gran belleza colocada en original escorzo en su búsqueda de la protección materna. La vivacidad de esta figura remite al modelo creado por Miguel Ángel para el sepulcro de Lorenzo el Magnífico en la Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo de Florencia.

Por detrás del hombro derecho de la Virgen asoma la figura de San José, presentado con aspecto rural, apoyado sobre un cayado y con gesto ensimismado, completamente ajeno al remolino de actitudes de las figuras de los Reyes. Su presencia en segundo plano en las representaciones de la Sagrada Familia era común en la época, comenzando a cobrar protagonismo desde que fuera impulsado su culto, como padre ejemplar, por Santa Teresa. De alguna manera, el grupo de estas tres figuras, verdadero logro del retablo, está relacionado con  algunas composiciones de Rafael, adquiriendo una dimensión fascinante cuando el grupo ha sido sacado del abigarrado contexto y presentado independientemente (Exposición Las Edades del Hombre).

En contraposición a las serenas figuras centrales, a los lados aparecen los Reyes y su séquito convertidos en un remolino de curvas y contracurvas, con personajes que participan de tal excitación que más parece que estén suplicando que adorando. En el grupo de la izquierda destacan las figuras de Melchor y Gaspar, que con vehemencia ofrecen sus presentes al Niño, mientras que sus cuatro acompañantes se agitan como si participaran de una batalla en la que se incluye el lomo de un caballo. A través de escorzos muy bien resueltos el escultor logra insertar numerosos personajes del relato en un grupo muy compacto, todos con planos perfectamente definidos.

Más complicada es la composición de la derecha en la que aparece el rey Baltasar, apoyado en una rocalla de tal manera que parece que camina sobre la punta de los pies, efecto que acentúa la inestabilidad que presentan todas las figuras, por otra parte un rasgo constante en muchas de las imágenes de Berruguete, que en estos grupos alcanza un nivel máximo de expresividad, convirtiendo el frenético movimiento en una nota peculiar de su estilo.

Siguiendo la iconografía tradicional, los tres Reyes simbolizan las tres edades del hombre y tres continentes diferentes, en este caso insertos en una amalgama de cuerpos de variadas y atrevidas posturas que posiblemente reflejan la incidencia en el artista de los bocetos de Miguel Ángel y Leonardo para las batallas de Cascina y Anghiari respectivamente, que sin duda pudo conocer durante su etapa de formación en Italia.    
    


Informe y fotografías: J. M. Travieso.






























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