LA VIRGEN
CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
José
Risueño (Granada, 1665-1732)
Hacia 1715
Barro
policromado
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del convento de San Antón, Granada
Escultura barroca española. Escuela granadina
La Navidad es tiempo de intenciones amables, de
celebración jubilosa, de la presencia de figuras de barro integrando artísticos
belenes para exaltar al Niño y su Madre, con recreaciones de pastores que remiten
a un pasado casi legendario. Amabilidad, júbilo, exaltación materna,
manufactura en barro y presencia pastoril se condensan en un fascinante grupo
escultórico del que podemos gozar vallisoletanos y foráneos: La Virgen con el Niño y San Juanito, de
José Risueño, obra integrante de la colección permanente del Museo Nacional de
Escultura.
Desde que Juan de Juni elaborara magistrales obras
en barro en el siglo XVI, durante su estancia en León, fueron escasos los
grandes maestros que se decantaron por este tipo de material en España, con ejemplos
notables en época barroca apenas reducidos al talento del granadino Alonso Cano
y la sevillana Luisa Roldán, la Roldana.
Sin embargo, la producción escultórica realizada con
el más sencillo de los materiales, el barro, inherente a la esencia humana, fue
un medio de expresión desde el origen de los tiempos. Sobre el barro se gestó
la epopeya de la escritura cuneiforme y en barro mostraron sus preocupaciones y
creencias artistas y artesanos de antiguas civilizaciones en todos los
continentes.
La fragilidad de esta materia prima encontró un
cauce de perdurabilidad mediante su sometimiento al fuego, que proporciona a
las piezas endurecimiento, impermeabilidad y consistencia, solución aplicada de
oriente a occidente, en ocasiones a través de procesos muy complejos. Las
piezas resultantes hoy las definimos con el término latino de
"terracota", o lo que es lo mismo, "tierra cocida".
En barro cocido se han escrito grandes páginas del
arte universal, desde las creaciones etruscas y chinas anteriores a nuestra
era, a las experiencias renacentistas florentinas o las manufacturas belenistas
napolitanas del XVIII, sin olvidar las culturas africanas y precolombinas.
Queda patente, pues, que la creatividad de ciertos autores ha elevado a la
categoría de arte mayor las obras producidas con un material tan humilde como
el barro, obras en las que su fragilidad, junto a la morbidez que permite el
modelado, constituye un acicate más a su belleza.
De ello es buen exponente el grupo escultórico del
granadino José Risueño, que fue adquirido por el Estado en el mercado del arte
en 2012 con destino al Museo Nacional de Escultura, del que sabemos que
originariamente fue realizado para el convento de religiosas franciscanas de
San Antón de Granada.
El polifacético José Risueño y Alconchel, nacido a
la vera de la Alhambra en 1665, se formó como escultor en el taller granadino
de Bernardo de Mora y sus hijos José y Diego, continuadores de la obra de Pedro
de Mena y Alonso Cano, que mantuvieron una fecunda actividad que marcó los
derroteros de la escultura granadina cuando el primero marchó a Málaga en 1658
y el segundo murió en 1667. Junto a los Mora, José Risueño recogió la herencia
de realizar imágenes de devoción de concepción esbelta y elegante, alejadas del
hondo dramatismo y con una expresividad cercana a la mística, profundizando en
los aspectos humanos. Por su gran talento, José Risueño, que trabajó tanto en
madera y piedra como en barro y telas encoladas, alcanzaría un gran prestigio
en la actividad artística de las postrimerías del Barroco con obras
devocionales, procesionales y otras destinadas a retablos.
Este escultor y pintor, que tenía una gran habilidad
para realizar dibujos del natural y modelar bocetos con rapidez, muchas veces
tomaba como inspiración grabados de obras de Rubens y otros artistas flamencos.
Una producción especialmente atractiva es la que realizó en barro policromado,
en unas ocasiones como representaciones infantiles aisladas del Niño Jesús o
San Juanito, y en otras como grupos escultóricos de la Virgen o San José con el
Niño. Entre otras, se conservan muestras de esta actividad en la iglesia de San Francisco de Priego (Córdoba), en el convento de Santa Paula de Sevilla, en el
Museo de Bellas Artes de Granada y en el Victoria & Albert Museum de
Londres, que, como en el caso de la obra de Valladolid, siempre se muestran
plenas de gracilidad y con una ejecución técnica muy depurada.
Muy satisfechas debieron quedar las franciscanas
granadinas, orden proclive a las representaciones belenistas y pasionarias, al
recibir esta imagen en que la Virgen, con la espalda apoyada sobre un tronco, la
mano al pecho y gesto placentero y ensimismado, retiene en su regazo a
un Niño rollizo y vivaracho que dirige su mirada, en un juego de complicidad,
hacia la figura del profeta niño, su pariente, que postrado junto a la Virgen
junta sus manos en el pecho en señal de sumisión y ofrecimiento. Con una gran
sensibilidad, el escultor vincula las figuras a través de un expresivo cruce de
miradas y del sugestivo lenguaje de las manos, creando una escena de gran
intimidad en la que prevalece la ternura y el regocijo místico.
Aunque aparentemente todo parece referirse a los
momentos gozosos de la infancia, donde nada sugiere el drama futuro por la ausencia
de los elementos que simbólicamente suelen acompañar a este tipo de
iconografía, como la presencia del simbólico cordero sacrificial, no pasan
desapercibidos algunos matices que así lo insinúan, como la indumentaria
pastoril de San Juan niño, una piel de camello de gruesos mechones que aluden a
su futura condición de predicador en el desierto y su función de Precursor, así
como el rojo intenso de la túnica de la Virgen, que preludia su papel de
copasionaria, y la colocación de Jesús infante sobre un paño blanco que se
transmutará en sudario en las escenas pasionales de la Piedad.
José Risueño. Virgen con el Niño Museo de Bellas Artes, Granada |
Es destacable el magnífico modelado de las figuras,
en las que contrasta la tersura de las anatomías, que incluyen detalles de gran
morbidez que el barro permite, con el acentuado juego curvilíneo de los
drapeados y los cabellos, con pliegues muy redondeados y naturalistas. Realzan
su aspecto realista los efectos de la policromía, con aplicaciones de colores
lisos en los paños y sin detalles ornamentales, según la moda del momento, y
suaves matices de color en las carnaciones, con el mismo tratamiento que una
pintura de caballete y el mismo resultado que la madera policromada. El
magnífico grupo escultórico, muestra de la madurez alcanzada por el artista,
adopta, en contra de lo que suele ser habitual en el Barroco, una composición
replegada y con esquema piramidal, efecto reforzado por la sencilla peana sobre
la que reposa la base pedregosa.
José Risueño se revela como genial creador de
figuras infantiles, expresivas y llenas de vivacidad, así como excelente
representante de la escuela granadina de su tiempo, con figuras de gran
serenidad y elegancia de ademanes que adquieren un especial atractivo cuando,
como ocurre en este caso, las escenas se refieren a los felices momentos de la
infancia. Iconográficamente, este grupo de alguna manera se anticipa al célebre
medallón en altorrelieve de la Virgen de
la Leche que elaboraría Francisco Salzillo treinta y cinco años después
para la catedral de Murcia.
Sirva para disfrutar en Navidad esta imagen reducida
a lo esencial, desprovista de la parafernalia del belén, pero capaz de
transmitir los mejores sentimientos de júbilo a través de la obsesiva búsqueda
de la belleza por parte de su autor. Y si ello despierta tu curiosidad y decides
contemplarla en vivo en el Museo Nacional de Escultura como un acto lúdico
navideño, pues mucho mejor.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Este artículo ha sido publicado
en diciembre 2014 en la revista Aleluya que edita la Asociación
"Belenistas de Valladolid".
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