Medallón de Gregorio Fernández en el Museo del Prado |
Estampas y recuerdos de Valladolid
Todas las ciudades se identifican con aquellos
hombres y mujeres que por sus méritos merecieron pasar a la historia arrastrando tras de sí
el nombre de la ciudad a la que vivieron vinculados, nacieran o no en ella. Los
ejemplos son variopintos, ya se trate de protagonistas de gestas heroicas, de
valerosos guerreros, de recordados gobernantes, de célebres científicos, de
inspirados literatos, de creativos artistas e incluso de quienes realizaron obras benéficas o alcanzaron la santidad. A todos ellos se les reconoce el beneficio que su obra,
material o inmaterial, supuso para la ciudad y la sociedad en que les tocó
vivir. Un ejemplo muy significativo son la serie de monumentos levantados en
ciudades muy dispares de Europa y América en honor de Cristóbal Colón, cuya
ciudad natal sigue siendo un misterio sin resolver.
Hecho este planteamiento, hemos de recordar la
tradicional identificación de Valladolid con el Conde Ansúrez, que colocó la
villa en el mapa de la historia; con Felipe II, que gobernando medio mundo
nunca se olvidó de su ciudad natal; con Miguel de Cervantes, vecino temporal
que uniría su gloria a la ciudad que posibilitó la publicación del Quijote; con
José Zorrilla, que siempre mantuvo en sus escritos el recuerdo de su ciudad y
en su intimidad la casa que le vio nacer; con Miguel Íscar, el recordado
alcalde que supo adecuar la ciudad a las necesidades de su tiempo en beneficio
de los vallisoletanos.
Todos ellos, y otros más, se convirtieron en grandes baluartes que
favorecieron, desde distintos planteamientos, el desarrollo y la promoción de
la ciudad de Valladolid, motivo por el que, como acto de agradecimiento, fueron
levantados en su honor, en estratégicos lugares urbanos, unos monumentos que
perpetúan su memoria, unos con su efigie en bronce y otros de forma alegórica.
Sin embargo hay un personaje, gloria de la creación
artística española, que nunca ha recibido de la ciudad a la que tanto prestigio
ha dado un reconocimiento equiparable a los casos citados. Se trata del
escultor Gregorio Fernández, "la gubia del Barroco", cuya figura,
reconocida más allá de nuestras fronteras, inevitablemente es asociada por todo
el mundo con la ciudad de Valladolid, donde escribió una de las páginas más
brillantes de la historia del arte español con obras conocidas y admiradas
por todos.
Se trata de un caso atípico de memoria histórica al no reconocer y
valorar lo genuinamente vallisoletano, un caso inexplicable cuando, hoy por
hoy, la contemplación de sus admirables esculturas sigue siendo uno de los mayores
acicates para la llegada de visitantes a la ciudad, con todos los beneficios
que ello implica y el prestigio que aporta a Valladolid. Mientras su memoria se ha perpetuado en otras ciudades, cuya
relación con su personalidad es colateral, su figura todavía no es recordada
públicamente con un digno monumento que proclame su inmortalidad y el
agradecimiento de la ciudad en la que su genialidad encontró la inspiración, un caso bien distinto al de la céntrica plaza del Salvador de Sevilla, donde se levanta el popular monumento al
también genial escultor barroco Juan Martínez Montañés. A pesar de que existe un genérico monumento al imaginero en Valladolid, nunca es tarde y sería lo
justo.
Gregorio Fernández fue honrado en Madrid con la
colocación de su efigie en uno de los medallones que decoran la fachada del
principal templo del arte español: el Museo del Prado. La obra, realizada en
mármol en 1830 por el escultor Ramón Barba, le representa de perfil, a modo de
un monumental trabajo de numismática, vestido con jubón y la característica
golilla y con el mazo de golpear las gubias en la mano como instrumento de
trabajo que le identifica como escultor. Allí aparece junto a otros insignes
artistas del arte español como Alonso Berruguete, Gaspar Becerra, Alonso Cano,
Juan de Herrera, Juan de Juanes, José de Ribera, Francisco Zurbarán, Bartolomé
Esteban Murillo y Claudio Coello entre otros. De esta manera era inscrito en
Madrid entre las glorias nacionales del arte, una iniciativa que por el
contrario nunca se llegó a materializar en Valladolid.
Asimismo, cuando la biografía de Gregorio Fernández era todavía un trabajo por completar y sólo se conocía con certeza su origen
gallego (hoy sabemos con seguridad que era oriundo de la villa lucense de Sarria), algún desinformado autor señaló a Pontevedra como posible ciudad de
procedencia, siendo reivindicada su gloria por el Consistorio pontevedrés
denominando con su nombre la antigua Rúa de la Pedreira. Con tal finalidad, en
1914 el escultor F. Campo fundía una lápida en bronce que fue realizada como
ofrenda popular y colocada sobre el muro de uno de los palacetes de la rúa proclamando el
nuevo nombre: Calle de Gregorio Hernández.
Homenaje a Gregorio Fernández en Pontevedra |
Más que como pieza del nomenclátor la lápida de
Pontevedra se presenta como un homenaje al artista. Está encabezada por un
medallón en el que aparece el busto del escultor, rodeado por una corona de
laurel, que toma como fuente de inspiración el retrato realizado por Diego
Valentín Díaz en Valladolid. En el centro de la lápida se coloca una cartela
con la inscripción en relieve "Calle
de Gregorio Fernández", a cuyos lados aparecen las románticas
alegorías femeninas de la Escultura, que sujeta un mazo y un cincel, y de la
Gloria, que sostiene el escudo de Pontevedra. Abajo, en el centro, el escultor
coloca una figura masculina recostada y de espaldas que recuerda un modelo del
tímpano del Partenón, con lo que sutilmente equipara la gloria de Gregorio
Fernández con la de Fidias. Se completa con la leyenda "Ofrenda popular en 1914 = (1566-1636)" que recorre la banda inferior.
Si estos son los homenajes a Gregorio Fernández en
Madrid y Pontevedra, en Valladolid, aparte de su prolífica obra, una calle y un centro de enseñanza que llevan su nombre, son dos las únicas referencias que mantienen
viva la memoria del genial maestro. Una de ellas es el retrato que
hiciera Diego Valentín Díaz, amigo personal del escultor, para ser colocado
sobre su sepultura en la desaparecida iglesia del Carmen Calzado de Valladolid,
impagable documento gráfico que hoy se conserva en el Museo Nacional de
Escultura. Bajo el retrato aparece la inscripción: "Gregorio Fernández ynsigne Escultor Natural del Reyno de Galicia,
Becino de Valladolid en donde floreció con grandes creditos de su abelidad y
murio el año de 1636 a los 70 de su hedad en 22 de enero".
Otra es la losa de la sepultura del escultor que
se guarda en el Museo de Valladolid (Palacio de Fabio Nelli), afortunadamente
recogida cuando el complejo conventual fue derribado. Está encabezada por la
leyenda: "Esta sepultura es de
Gregorio Fernández escultor y de María Pérez su mujer y de sus herederos y
sucesores, año de 1622".
Esperemos que en el futuro los vallisoletanos, con
buen criterio, respalden la idea de erigir el debido monumento a tan insigne
artista, un proyecto que habiendo sido ya sugerido en diversas ocasiones por
iniciativas aisladas, ha sido incomprensiblemente olvidado por todas las
instituciones de la ciudad.
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