LA RUECA
Se acercaba la hora de todos los días, esa que
siempre espero con emoción.
Me escondí, como siempre, tras la puerta
desvencijada que da paso a la cocina. Esta hace años que no permanece abierta.
En este mismo sitio, desde hace tiempo, se reúnen
las mujeres de la familia materna; mi abuela y sus hermanas, que se pasan los
inviernos hilando, ovillando, zurciendo y… siempre la rueca está presente en la
cocina.
Ellas siempre allí, alrededor del fuego, al amor de
la lumbre, como dice mi abuela.
Así pasan las largas tardes. Esas que yo espero con
un entusiasmo infantil. Entorno los ojos y una mueca picarona asoma en mi
rostro.
Sé que pronto comenzará hablar de mí. Yo siempre
soy el tema de conversación preferido de Casilda, mi abuela.
—Nunca he visto muchacho más inquieto, dice mi abuela— es un pequeño
demonio (siempre pone gesto fingido), le he prohibido se acerque al gallinero.
Raro es el día que se salva algún huevo. No tuvo otra idea que un día sentarse
encima de la puesta diaria echándola a perder... y él convencido de que
podía empollar alguno, ¡qué chico!
—Es tan pequeño— replica Caridad, que la edad todo lo trae. Caridad es
la hermana menor de mi abuela, soltera por voluntad —eso dice mi abuelo— y en
tono solemne apostilla: claro que poco honor hace al nombre (siempre repite
estas palabras cuando de ella se trata). “Seca como un palo, tan arisca y poco
generosa en afectos”, así la define su cuñado. (Creo que mi abuelo Damián y la
tía no se tragan).
De pronto se hace el silencio...
Se sienten pasos, como si arrastrasen los pies.
¡Es mi madre! Entra en la cocina. Se acerca al
fuego sin expresión alguna, tan pálida como es. Su delgadez es muy notable, los
brazos caídos, una mirada triste y vacía que fija ante la chimenea apagada.
Yo sé que mamá no puede ver a su madre, como
tampoco me ve a mí. Eso dice mi abuelo que me lo explicó el día que yo en caí a
la alberca un crudo día de invierno.
La muerte es lo que tiene, —dice mi abuelo— Yo creo
que es de lo más extraña porque nos confina, nos arrincona y aparta...
A pesar de vivir en la misma casa, cada uno de sus
habitantes vivimos nuestro espacio y tiempo y lo único que llega a unirnos son
los pequeños rituales que acaban siendo costumbres, más o menos, como a mi
abuela y sus hermanas las une la rueca...
Pero es que a mi madre no le gusta tejer... nunca
la vi haciendo tal menester. Porque ella es de alma bohemia —eso dice su
padre—, ella siempre busca un motivo para alejarse de la cocina en los
inviernos.
Y esta es una gran tristeza para mí.
Porque, por esta razón, de todos nosotros ella es
la muerta más triste y solitaria de esta casa.
Mª JOSÉ AVENDAÑO, diciembre 2014
Taller
Literario Domus Pucelae. Texto nº 16
Ilustración:
"La familia bien, gracias".
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