29 de junio de 2020

Visita virtual: CRISTO VARÓN DE DOLORES, un mensaje cargado de simbolismo













CRISTO VARÓN DE DOLORES
Pedro Millán (activo en Sevilla desde 1470 a 1507)
1485
Terracota policromada
Museo de Bellas Artes, Sevilla
Escultura tardogótica













En las décadas finales del siglo XV aparece trabajando en Sevilla un escultor que realiza obras en madera policromada y, sobre todo, especializado en trabajos en terracota policromada, siguiendo la senda establecida previamente por Lorenzo Mercadante de Bretaña, activo en la ciudad hispalense de 1454 a 1467, donde introdujo las formas franco-flamencas. Se trata de Pedro Millán, que siguiendo esta tendencia la adapta de una forma muy personal al gusto hispánico, aunque mantiene las pautas de la escultura del gótico internacional de raíz flamenca. En su obra conservada, no muy abundante para los casi cuarenta años de actividad en Sevilla, muestra una magnífica plasticidad en el modelado, al que infunde el humanismo analítico iniciado por Jan van Eyck, al tiempo que en sus rostros plasma una emoción contenida en la línea de Rogier van der Weyden, no siéndole ajenos los motivos inspirados en grabados alemanes.

Una obra que condensa la actividad y los modos estilísticos de Pedro Millán, es el grupo de Cristo Varón de Dolores que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla en un estado excelente, cuya iconografía ya constituye por sí misma una original aportación a la escultura de su tiempo por ser una de las representaciones más antiguas de este tema en el arte español.

LA ICONOGRAFÍA DEL "VIR DOLORUM"

Este tipo de representación de Cristo como Vir dolorum, una de los más sugestivas del arte cristiano, no está referida a un pasaje evangélico concreto, sino que adquiere un valor simbólico al sintetizar los tormentos de la Pasión ofrecidos para la Redención de los hombres, incitando a la reflexión sobre sus sufrimientos y su triunfo sobre la muerte, pues Cristo se muestra vivo y mostrando las llagas que produjeron el derramamiento de su sangre, con un especial énfasis en la herida del costado que certificó su muerte, unificando de este modo una imagen dolorosa y gloriosa. El tema está inspirado en los versículos del Canto del Siervo del profeta Isaías (Is 53, 3), en los que aporta una precisa imaginería mental: "Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido con nuestros pecados, por los que era aplastado. Él soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados".

Aunque se puede considerar como la primera representación de Cristo Varón de Dolores la realizada en el año 1300 en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén de Roma, esta iconografía fue escasa antes de 1400, siendo en los siglos XV y XVI cuando alcanza un desarrollo especial bajo numerosas variantes —incluyendo las Arma Christi o asistido por ángeles—, aunque siempre manteniendo un rico y complejo simbolismo respecto al triunfo sobre la muerte y el pecado, con lo que el tema adquiere un valor catequético y eucarístico. Por este motivo, y ajustado a los postulados de la Contrarreforma, el Varón de Dolores alcanzaría una especial significación en tiempos del Barroco, dando lugar incluso a la creación de capillas, hospitales y cofradías bajo la advocación de la Preciosísima Sangre o de las Cinco Llagas.


EL VARÓN DE DOLORES SEGÚN PEDRO MILLÁN
     
Bajo estas premisas, que fusionan las ideas de Pasión y Resurrección, en 1485 Pedro Millán elaboró en barro cocido y policromado este admirable grupo escultórico a petición de Antonio Imperial, racionero de la catedral de Sevilla, que lo destinaba, junto a los grupos del Lamento sobre Cristo muerto (Museo del Hermitage, San Petersburgo) y del Santo Entierro (Museo de Bellas Artes, Sevilla) realizados igualmente por Pedro Millán, a integrar el retablo que presidiera su enterramiento en la capilla catedralicia de San Laureano. Como singularidad en las representaciones del Varón de Dolores, el comitente aparece retratado como figura orante a los pies de Cristo, retrato a menor escala que sigue el convencionalismo medieval de la jerarquización de tamaños según la importancia de los personajes representados, en este caso también aplicado a las figuras de los ángeles.

Siguiendo una composición basada en la simetría, Cristo se coloca en el centro en posición de tres cuartos y girando el torso hacia el espectador para mostrarle la herida de su costado derecho —abierta y tintada en rojo—, hacia la que dirige su mirada inclinando ligeramente la cabeza, al tiempo que muestra las huellas de los clavos en las manos. La anatomía, esbelta y estilizada, pretende un tímido movimiento, aunque adolece de cierto hieratismo que caracteriza toda la obra de este escultor y que en este caso aporta solemnidad a la figura.
La ductilidad del barro permite al escultor definir detalles minuciosos muy efectistas, especialmente en el trabajo de la cabeza, donde su larga cabellera, que se extiende por la espalda y los hombros en forma de mechones ondulados, lleva incorporada una corona de espinas compuesta con pequeños tallos perfilados con precisión naturalista, con el original detalle de algunas espinas perforando la piel de la frente. Su rostro es enjuto, con ojos rasgados y entreabiertos y párpados abultados, nariz afilada, boca cerrada y una barba corta de dos puntas modelada con pequeños rizos.   
Cubre su desnudez un paño de pureza ceñido a la cintura que forma numerosos y angulosos pliegues, con uno de los cabos deslizándose entre las piernas, y un manto apoyado sobre los hombros y cerrado al pecho con un broche de gran tamaño, lo que le proporciona el aspecto de una capa pluvial de carácter litúrgico, con la parte inferior formando quebradizos pliegues al modo flamenco. La figura se coloca ante un terreno con forma de talud y definido por estratos sobre el que Cristo apoya los pies, junto a los que crecen cardos y otras plantas. Bajo sus pies aparece una filactería en la que figura la firma del escultor en caracteres góticos en relieve.

Cristo es asistido a los lados por dos ángeles que mantienen la misma postura y actitud, sujetando el manto que le cubre y con los cuerpos inclinados mientras flexionan una pierna. Con gesto ensimismado, visten una indumentaria de aspecto litúrgico, con una túnica blanca ceñida a la cintura por un cíngulo que produce numerosos pliegues y una capa roja, ribeteada por anchas orlas doradas, que se cierra con broches que simulan grandes perlas. Sobre sus cabezas lucen diademas igualmente adornadas con joyeles. El ángel de la izquierda sujeta un pequeño recipiente en el que ha recogido la sangre de Cristo, siguiendo una iconografía muy frecuente, mientras que el otro sujeta un fragmento de palma.

Este tipo de composiciones en terracota exigían un complejo y delicado proceso, desde su trabajo de modelado a su posterior cocción en hornos especiales. El resultado son unas esculturas que han permanecido invariables con el paso del tiempo, no así la policromía aplicada, que a diferencia de las piezas vidriadas ha perdido intensidad cromática.
El retablo catedralicio al que perteneció fue desmontado en el siglo XIX, pasando a la iglesia de la Purísima Concepción de El Garrobo (Sevilla), desde donde ingresó en el Museo de Bellas Artes.     


EN TORNO AL ESCULTOR PEDRO MILLÁN

Pedro Millán, autor de una escultura de raíz autóctona a finales del gótico, con una evidente influencia flamenca, a caballo entre los años finales del siglo XV y principios del XVI, nació entre los años 1450 y 1455 posiblemente en Sevilla, donde pudo formarse junto a alguno de los seguidores del maestro Lorenzo Mercadante de Bretaña. Como era común en los talleres de pintura y escultura, la llegada de colecciones de estampas que reproducían las novedades compositivas europeas, junto a los contactos comerciales y políticos con Flandes e Italia, explican la implantación de un lenguaje tardogótico que Pedro Millán asumió plenamente.

Su primer encargo de importancia conocido, realizado en terracota entre 1470 y 1485, fue la pareja de Profetas que aparece colocada en el extremo del dintel de la portada del Bautismo de la catedral de Sevilla, donde figuras de ancianos, sentados al modo oriental, señalan la firma de Pedro Millán en las filacterías que portan, mostrando ya unos rasgos estilísticos que el escultor mantendría invariables.
En 1485 los canónigos aprobaban la dotación de un retablo para la capilla catedralicia de San Laureano, solicitado a Pedro Millán por el racionero Antonio Imperial, fallecido en 1503. Del mismo se conservan los conjuntos en terracota policromada del Llanto sobre Cristo Muerto, hoy en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, el Santo Entierro y Cristo Varón de Dolores, estos dos últimos en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Estas obras conformaban un conjunto doctrinal y místico de espiritualidad tardomedieval, con la peculiaridad de aparecer firmada en lugar visible la última obra citada, lo que denota la consideración del escultor de su prestigio y capacidad creativa, alejándose del artesano medieval para asumir su condición de artista según las nuevas ideas del Renacimiento.

Hacia 1485 Pedro Millán tallaba en madera la escultura de Cristo atado a la columna, que perteneciente a la Diputación Provincial se expone en el Museo de Segovia, una obra seguramente encargada por fray Pedro de Mesa, prior del monasterio jerónimo de El Parral, para la capilla familiar de Santa María de dicho monasterio. En ella aparece la estilizada figura de Cristo amarrada a una columna de fuste alto que también lleva tallados el capitel y la basa con motivos vegetales a base de cardinas, pámpanos y racimos de uva, con la peculiaridad de aparecer en la basa el escudo de los Mesa y de aparecer coronado de espinas, detalle que se asocia a la mentalidad contemplativa de la época, que asociaba el pasaje con el arrepentimiento de San Pedro para estimular prácticas penitenciales.

Con esta escultura Pedro Millán asentaba un modelo iconográfico personal que volvería a repetir en Sevilla, donde a petición del canónigo Luis de Soria realizó poco después para la capilla de Santiago un Cristo atado a la columna acompañado por la Virgen y San Pedro, obra que no se ha conservado.

Si que se ha conservado, se diría que milagrosamente, el fantástico Cristo atado a la columna en terracota, realizado entre 1485 y 1490 para la iglesia sevillana de Santa Ana de Triana, donde en 1971 fue encontrado destrozado en fragmentos bajo una mesa de altar. Tras ser restaurado, actualmente se expone en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. De acuerdo con su arquetipo, Pedro Millán repite la anatomía estilizada, la disposición corporal, el rictus melancólico, la columna con el mismo motivo de decoración vegetal en el capitel, la disposición de la soga al cuello y la personal tipología de la corona de espinas.  

Profetas, terracota, 1470-1485, Puerta del Bautismo, catedral de Sevilla
En ese momento, como fruto de su trabajo, su consideración social quedaba reflejada en la compra de una casa en 1487 en la collación de San Esteban, que ocupó junto a su esposa Catalina de Ormaza, con la que tuvo a su hijo Rodrigo Millán, aunque el escultor quedaba viudo en 1488.

Hacia 1489 realizaba la escultura en terracota de San Jorge para el convento de Santa Florentina de Écija, actualmente perteneciente al Victoria & Albert Museum de Londres, una estilizada figura, de rasgos gotizantes, que durante mucho tiempo fue considerada una representación de San Miguel. De nuevo esta escultura aparece firmada en el escudo, ornamentado con sarmientos de vid y una cruz triunfal.

Santo Entierro, terracota, 1485, Museo de Bellas Artes de Sevilla
El rastro de Pedro Millán se desvanece hasta 1496, año en que compra otras casas en el mismo barrio, donde ya vivía con Teresa Vázquez de Melgarejo, su segunda esposa, con la que tuvo como descendientes a Cristóbal y Diego. A pesar de desconocerse sus creaciones en este tiempo, tuvieron que ser continuas para mantener el estatus social y el prestigio, lo que en 1502 le facilitó ostentar el cargo de mayordomo de la corporación del Hospital de los Santos Ángeles.

Hacia 1500 realizó en terracota policromada, para un retablo de la catedral, la imagen de Santa María del Pilar, admirable obra que suscitó la devoción de la familia Pinelo, que convirtió la capilla en panteón familiar. Firmada en la peana, presenta la figura tradicional de la Virgen con el Niño en brazos, destacando su canon estilizado, el modelado sereno del rostro, la gracilidad del Niño, los pliegues quebradizos y la rica policromía, sin olvidar el gesto con que María acaricia los pies de Jesús.
Izda: Cristo atado a la columna, madera, h. 1485, Museo de Segovia
Dcha: Cristo ata do a la columna, 1485-1490, Museo de Bellas Artes, Sevilla
Esta obra estimuló la demanda de otras esculturas marianas, motivo por el que se atribuyen al escultor un buen número de imágenes. Entre las atribuciones la más justificada es la Virgen de la Rosa de la iglesia de Chipiona (Cádiz), con la que comparte rasgos estilísticos.   

Hacia 1500 asentaba otro modelo iconográfico personal: la imagen de Cristo crucificado. Por algunos estilemas, podría deducirse que los crucifijos millanescos se basan en el arquetipo establecido por Rogier van der Weyden, destacando entre todos ellos el Cristo del Buen Fin de la iglesia de la Consolación de El Pedroso (Sevilla), de depurada y estilizada anatomía. Dentro de la serie, toda realizada en madera, son destacables el Crucificado del convento de Madre de Dios y el Cristo de los Corales del monasterio de Santa Paula, ambos en Sevilla; el Crucifijo de la iglesia de la Inmaculada de Gerena (Sevilla); el Crucificado de la iglesia del Carmen Calzado de Écija (Sevilla) y el Cristo de la Reja de la iglesia de Segura de León (Badajoz).

En los últimos años de su vida, Pedro Millán se acerca al renacimiento italiano a través del ceramista Niculoso Francisco Pisano, documentado en Sevilla en 1498. Ambos colaboran en 1504 en la portada del convento de Santa Paula de la ciudad hispalense a petición de Isabel Enríquez, marquesa de Montemayor. Pedro Millán modeló en barro seis relieves con santos —su firma aparece en el que representa a los santos San Cosme y San Damián— en tondos bordeados por guirnaldas frutales que siguen los modelos italianos de los Della Robbia, cuyo vidriado corrió a cargo de Niculoso Pisano.

Detalles de Cristo atado a la columna, terracota, 1485-1490
Museo de Bellas Artes, Sevilla
En 1506 el canónigo Pedro Pinelo, mayordomo de la fábrica de la catedral, solicita a Pedro Millán y Niculoso Pisano veintiocho figuras de santos que habrían de ornamentar el exterior del desaparecido cimborrio de la catedral de Sevilla, del que se conserva como testimonio la figura de Santiago el Menor.
En 1507 Pedro Millán figuraba en la nómina de entalladores de la catedral, perteneciendo a ese momento la Virgen del Rosario de la iglesia de Santo Domingo de Écija, una talla en el que el estilo del maestro evoluciona asumiendo la estética renacentista. Pedro Millán fallecía en Sevilla ese mismo año o a principios de 1508.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


San Jorge, terracota,, h. 1489, Victoria & Albert Museum, Londres

Bibliografía

HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Salvador: La escultura en madera del Gótico final en Sevilla. La sillería de coro de la Catedral de Sevilla, Sevilla, Diputación de Sevilla, 2014, pp. 269-287.

LÓPEZ FE, Carlos María: ¿Una imagen del círculo de Pedro Millán en Segovia?, Archivo Hispalense, nº 213, 1987, pp. 189-192.

MORÓN DE CASTRO, María Fernanda: La Lamentación del imaginero Pedro Millán en el Museo del Ermitage, Laboratorio de Arte, nº 7, 1994, pp. 297-302.

PÉREZ EMBID, Florentino: Pedro Millán y los orígenes de la escultura en Sevilla, Madrid, CSIC, 1973.

Santa María del Pilar, terracota, h. 1500, Catedral de Sevilla
PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ, Alfonso: Crucificados sevillanos del círculo de Pedro Millán, Archivo Hispalense, nº 196, 1981, pp. 75-83.










Cristo del Buen Fin, madera, h. 1500, iglesia de la Consolación, El Pedroso
(Fotos Daniel Salvador)


















Portada del Monasterio de Santa Paula, Sevilla

















Pedro Millán y Niculoso Francisco Pisano
Medallones de la portada del Monasterio de Santa Paula, Sevilla

















Virgen del Rosario, 1507, iglesia de Santo Domingo, Écija
(Fotos Yolanda Pérez Cruz / Blog Don de Piedad)














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