SEPULCRO DE
LUIS PIMENTEL Y PACHECO,
I MARQUÉS DE VILLAFRANCA DEL BIERZO
Anónimo,
taller leonés
Hacia 1497
Madera de
nogal policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del convento de Santa María de Jesús, Villalón de Campos (Valladolid)
Escultura
gótica. Escuela castellana
Sepulcro de don Martín Vázquez de Arce, "El Doncel de Sigüenza" |
LA ESCULTURA FUNERARIA DURANTE EL GÓTICO ISABELINO
El afán de inmortalidad de determinados monarcas, y,
por emulación, de obispos e ilustres linajes, dio lugar en la España del siglo
XV a un importante catálogo de escultura funeraria que alcanzó su máxima cota
de calidad y fantasía durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando
comenzaron a asentarse paulatinamente ciertas pautas formales imbuidas de un
planteamiento humanista procedente del Renacimiento italiano, siendo el máximo
exponente de esta novedosa tendencia el célebre sepulcro de don Martín Vázquez
de Arce —"El Doncel de Sigüenza"—,
atribuido a Sebastián de Almonacid como homenaje en la catedral seguntina al
caballero muerto en 1486 durante una emboscada en la vega granadina.
Si este sepulcro representa literalmente al
personaje con vida y victorioso sobre la muerte, otros intentaban resaltar
ciertas virtudes de los fallecidos —valor, lealtad, justicia, caridad...— en
deslumbrantes composiciones exentas o adosadas a los muros de los templos,
siendo Gil de Siloé el mejor intérprete de ese afán por preservar para el
futuro la memoria de monarcas y descendientes en obras tan fastuosas como el
sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal y el del infante Alfonso de Castilla, padres
y hermano de la reina Isabel respectivamente, que hizo personalmente el encargo
para la Cartuja de Miraflores (Burgos), o el de don Juan de Padilla del desaparecido
monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval, hoy en el Museo de Burgos, para
honrar al paje predilecto de Isabel la Católica, muerto durante una campaña de
la guerra de Granada, todos ellos personajes que reposan en su propia eternidad.
Estas obras marcarían la senda de la escultura
funeraria durante la última década del siglo XV, caracterizada por la finura de
sus formas, basadas en los minuciosos modos escultóricos prevenientes del
territorios flamencos y germánicos, así como la exaltación de los personajes a
través de efigies idealizadas y profusión heráldica, casi siempre con un
extraordinario virtuosismo técnico en obras realizadas en mármol o alabastro.
Siguiendo esa pauta estética aparece la figura
yacente que perteneciera al sepulcro de don Luis de Pimentel y Pacheco, I
marqués de Villafranca, muerto en 1497 y enterrado en la iglesia del convento
de franciscanos recoletos de Santa María
de Jesús de Villalón de Campos (Valladolid), una figura que hoy forma parte de
los fondos del Museo Nacional de Escultura y que ofrece la peculiaridad de
estar realizada en madera policromada, no en alabastro u otro tipo de piedra
como era habitual en su época. Tanto esta singularidad como sus rasgos
estilísticos acrecientan el interés de esta atípica talla funeraria.
Hasta hace algo
más de una decena de años fue desconocida la identidad del que tan sólo fuera
denominado vagamente como «caballero yacente». En la búsqueda de su identidad,
el proceso se inicia en 1862, cuando la Comisión Provincial de Monumentos de
Valladolid decide enviar al por entonces Museo Provincial de Bellas Artes la
figura de un «guerrero» que se encontraba descontextualizado en la iglesia de
San Miguel de Villalón de Campos, como muchas otras obras procedentes de los
tres conventos desamortizados en la localidad. Ese mismo año, debido a las
afirmaciones de un párroco de Villalón, que había leído o escuchado noticias
sobre el personaje, se le identificó como el IV conde de Benavente y Señor de
Villalón, el mismo que había levantado un palacio en aquella población de
Tierra de Campos tras usurpar un terreno colindante a la parroquia de San
Miguel, hecho que dio lugar a un litigio y un posterior acuerdo por el que los
condes pagarían a la parroquia una renta anual por el terreno.
En base a esta
información, primero el historiador Casimiro González García-Valladolid y
después Julia Ara Gil1 identificaron al «caballero yacente» como el
tal Rodrigo Alonso Pimentel, IV conde de Benavente, conde de Mayorga y señor de
Villalón, un noble y militar que participó en destacados acontecimientos del
reinado de los Reyes Católicos, entre ellos en la Guerra de Granada, que en
1475 levantó su impresionante palacio condal en Valladolid y que murió en 1499
en Benavente (Zamora), siendo enterrado en el convento de San Francisco de Villalón.
Aparentemente todos estos datos avalaban la identificación del sepulcro, que además
se ajustaba plenamente a la estética del momento, a pesar de su tallado en
bulto redondo recordando formas germánicas, no ajustarse a la tradicional cama
funeraria y la excesiva juventud del finado, interpretada como un afán
idealista del escultor.
Sería Carlos
Duque Herrero2 quien finalmente desvelaría la verdadera identidad
del representado tras dudar que se tratase de Rodrigo Alonso Pimentel, aquel
que había cometido abusos en sus dominios (Libro de descargo de ánima, Archivo
Histórico Nacional) y era descrito como «tuerto y cascarrabias», el cual había
sido enterrado en Villalón tras morir en edad avanzada. La clave la encontró en
el Archivo Histórico Nacional, donde un tal Pedro de Vovadilla declara en los
años sesenta del siglo XVI tener recuerdo de cuando fue llevado a enterrar a
Villalón a don Luis Pimentel y Pacheco, marqués de Villafranca e hijo del conde
don Rodrigo Alonso Pimentel y doña María Pacheco.
En efecto,
Luis Pimentel y Pacheco, hijo primogénito de los IV condes de Benavente, había
nacido en 1466 y muerto en 1497 de forma prematura y trágica, cuando no había
cumplido los treinta años, por una caída producida en Alcalá de Henares,
desconociéndose si fue desde un caballo o desde un balcón. Por entonces ya
estaba casado con doña Juana Osorio Bazán, I marquesa de Villafranca, con la
que tuvo una hija, María Juana Pimentel Osorio, que nació póstuma en 1498.
Por esta
circunstancia, don Rodrigo Pimentel tuvo la poca fortuna de tener que enterrar
a su joven hijo Luis en el convento de Santa María de Jesús, por él fundado en
1469 extramuros de Villalón y habitado por frailes franciscanos recoletos, por lo que era conocido como San Francisco.
Igualmente, aunque no existe documentación que lo certifique, como patronos de
aquel convento los condes de Benavente encargarían un digno sepulcro para su
primogénito, muerto en plena juventud, cuyo enterramiento prestigiaría la
fundación familiar en Villalón. Posiblemente, a esa circunstancia precipitada
se deba el que la efigie esté realizada en madera y no en alabastro, aunque en
ella el desconocido escultor mantuvo la mayor dignidad.
LA ESCULTURA FUNERARIA DE LUIS
PIMENTEL Y PACHECO
La figura,
tallada en madera de nogal y policromada según la técnica tradicional,
concuerda con la tipología requerida por la nobleza del momento, con don Luis
yacente y revestido con una lujosa armadura que le proclama, a modo de héroe,
como importante militar y hombre de armas. Su gesta fue recogida en un
memorial, escrito dos siglos y medio después de su muerte, que dedicado a
glosar la grandeza de los Condes de Benavente le presenta como un héroe en la
guerra contra el rey de Portugal. Para realzar aquella intervención,
originariamente sujetaba con sus manos la empuñadura de una gran espada real
cuya hoja llegaba hasta los pies, siendo este hecho la causa de
que las manos y parte de los pies aparezcan mutilados al haber sido embutida entre
ellos y después expoliada.
Recreación de la efigie con la espada que portaba |
La armadura3
sigue los modelos militares de cuerpo entero propios de las últimas décadas del
siglo XV, compuesta por un peto y un sobrepeto sujeto con un remache perdido
y posiblemente decorado. Protege el abdomen una sobrebarriga formada por cuatro launas
metálicas festoneadas de las que penden escarcelas
dispuestas simétricamente. Bajo la armadura cubre el cuerpo una loriga de cota de malla que asoma,
minuciosamente tallada y rematada en dientes de sierra, bajo las escarcelas en
forma de faldellín, en el cuello en forma de collarín superpuesto y bajo las hombreras
metálicas, completándose con brazales,
codales y seguramente guanteletes en las manos desaparecidas,
así como quijotes sobre los muslos, rodilleras articuladas y grebas hasta los pies, posiblemente también con escarpines en los pies mutilados.
Como
complemento a la armadura, sería la espada la pieza que le proporcionaría mayor
carácter, tal y como aparece en la efigie de Fernando el Católico que Domenico
Fancelli labrara para el cenotafio de la Capilla Real de Granada.
Rollo de justicia de Villalón de Campos (Foto Héctor Aparicio-Flickr) |
A pesar de
resaltar su imagen militar, la figura aparece sumida en un plácido sueño,
ofreciendo la cabeza la imagen de un hombre de letras al aparecer cubierta con
un bonete y con la melena desparramada en mechones filamentosos sobre un doble
cojín, recostado con los ojos cerrados pero sin expresar pena ni dolor. Tanto
la armadura como los cojines están policromados en tonos blanquecinos,
posiblemente para sugerir su manufactura en alabastro, aunque bordes y ribetes
aparecen en dorado, reproduciendo los modelos de las armaduras reales.
Bonifacio Esteban4 recuerda en esta figura la expresión “ir de punta
en blanco”, originada en los caballeros bien pertrechados para la batalla con
sus armas y armadura bien pulida y reluciente, después utilizada en el lenguaje coloquial
como sinónimo de ir vestido elegantemente.
Si estilísticamente
Julia Ara Gil cree encontrar concomitancias con la escultura alemana del
momento, de cuyos talleres sureños podría haber sido importada o proceder su
autor en base a su expresividad y forma de talla, José Ignacio Hernández
Redondo5 la relaciona, por el tipo de rostro ancho, párpados
abultados y acusado mentón, con un taller de León, diócesis a la que pertenecía
Villalón, activo en esta comarca y posiblemente también autor de la Virgen de la Piña y de un Santo Obispo de la iglesia de San Miguel
de esta villa, aunque no queda descartada su posible procedencia extranjera. Lo
que es innegable es su grado de elegancia y el minucioso detalle con que están
trabajados todos sus componentes.
Informe y fotografías: J. M.
Travieso.
NOTAS
1 ARA GIL, Clementina Julia. Escultura
gótica en Valladolid y su provincia. Institución Cultural Simancas,
Valladolid, 1977, p. 300.
2 DUQUE HERRERO, Carlos. La
escultura yacente del I marqués de Villafranca (+1497). Boletín del Museo Nacional de Escultura nº 3, 1998-1999,
pp. 11-14.
3 ESTEBAN, Bonifacio. La
armadura castellana de final del siglo XV en la figura de Don Luis Pimentel y
Pacheco. Blog "Los caballeros medievales en el Arte" (http://caballerosyarte.blogspot.com.es/),
10 de febrero de 2014.
4 Ibídem.
5 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio. Museo
Nacional de Escultura. El encanto medieval. MNE y Diputación de Valladolid,
Valladolid, 2003, p. 29.
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