9 de mayo de 2014

Theatrum: SEPULCRO DE DON LUIS PIMENTEL Y PACHECO, el caballero y el sueño de la muerte








SEPULCRO DE LUIS PIMENTEL Y PACHECO, 
I MARQUÉS DE VILLAFRANCA DEL BIERZO
Anónimo, taller leonés
Hacia 1497
Madera de nogal policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente del convento de Santa María de Jesús, Villalón de Campos (Valladolid)
Escultura gótica. Escuela castellana









Sepulcro de don Martín Vázquez de Arce, "El Doncel de Sigüenza"
LA ESCULTURA FUNERARIA DURANTE EL GÓTICO ISABELINO

El afán de inmortalidad de determinados monarcas, y, por emulación, de obispos e ilustres linajes, dio lugar en la España del siglo XV a un importante catálogo de escultura funeraria que alcanzó su máxima cota de calidad y fantasía durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando comenzaron a asentarse paulatinamente ciertas pautas formales imbuidas de un planteamiento humanista procedente del Renacimiento italiano, siendo el máximo exponente de esta novedosa tendencia el célebre sepulcro de don Martín Vázquez de Arce —"El Doncel de Sigüenza"—, atribuido a Sebastián de Almonacid como homenaje en la catedral seguntina al caballero muerto en 1486 durante una emboscada en la vega granadina.

Si este sepulcro representa literalmente al personaje con vida y victorioso sobre la muerte, otros intentaban resaltar ciertas virtudes de los fallecidos —valor, lealtad, justicia, caridad...— en deslumbrantes composiciones exentas o adosadas a los muros de los templos, siendo Gil de Siloé el mejor intérprete de ese afán por preservar para el futuro la memoria de monarcas y descendientes en obras tan fastuosas como el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal y el del infante Alfonso de Castilla, padres y hermano de la reina Isabel respectivamente, que hizo personalmente el encargo para la Cartuja de Miraflores (Burgos), o el de don Juan de Padilla del desaparecido monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval, hoy en el Museo de Burgos, para honrar al paje predilecto de Isabel la Católica, muerto durante una campaña de la guerra de Granada, todos ellos personajes que reposan en su propia eternidad.

Estas obras marcarían la senda de la escultura funeraria durante la última década del siglo XV, caracterizada por la finura de sus formas, basadas en los minuciosos modos escultóricos prevenientes del territorios flamencos y germánicos, así como la exaltación de los personajes a través de efigies idealizadas y profusión heráldica, casi siempre con un extraordinario virtuosismo técnico en obras realizadas en mármol o alabastro.

Siguiendo esa pauta estética aparece la figura yacente que perteneciera al sepulcro de don Luis de Pimentel y Pacheco, I marqués de Villafranca, muerto en 1497 y enterrado en la iglesia del convento de franciscanos recoletos de Santa María de Jesús de Villalón de Campos (Valladolid), una figura que hoy forma parte de los fondos del Museo Nacional de Escultura y que ofrece la peculiaridad de estar realizada en madera policromada, no en alabastro u otro tipo de piedra como era habitual en su época. Tanto esta singularidad como sus rasgos estilísticos acrecientan el interés de esta atípica talla funeraria.

LA IDENTIFICACIÓN DEL PERSONAJE 

Hasta hace algo más de una decena de años fue desconocida la identidad del que tan sólo fuera denominado vagamente como «caballero yacente». En la búsqueda de su identidad, el proceso se inicia en 1862, cuando la Comisión Provincial de Monumentos de Valladolid decide enviar al por entonces Museo Provincial de Bellas Artes la figura de un «guerrero» que se encontraba descontextualizado en la iglesia de San Miguel de Villalón de Campos, como muchas otras obras procedentes de los tres conventos desamortizados en la localidad. Ese mismo año, debido a las afirmaciones de un párroco de Villalón, que había leído o escuchado noticias sobre el personaje, se le identificó como el IV conde de Benavente y Señor de Villalón, el mismo que había levantado un palacio en aquella población de Tierra de Campos tras usurpar un terreno colindante a la parroquia de San Miguel, hecho que dio lugar a un litigio y un posterior acuerdo por el que los condes pagarían a la parroquia una renta anual por el terreno.

En base a esta información, primero el historiador Casimiro González García-Valladolid y después Julia Ara Gil1 identificaron al «caballero yacente» como el tal Rodrigo Alonso Pimentel, IV conde de Benavente, conde de Mayorga y señor de Villalón, un noble y militar que participó en destacados acontecimientos del reinado de los Reyes Católicos, entre ellos en la Guerra de Granada, que en 1475 levantó su impresionante palacio condal en Valladolid y que murió en 1499 en Benavente (Zamora), siendo enterrado en el convento de San Francisco de Villalón. Aparentemente todos estos datos avalaban la identificación del sepulcro, que además se ajustaba plenamente a la estética del momento, a pesar de su tallado en bulto redondo recordando formas germánicas, no ajustarse a la tradicional cama funeraria y la excesiva juventud del finado, interpretada como un afán idealista del escultor.

Sería Carlos Duque Herrero2 quien finalmente desvelaría la verdadera identidad del representado tras dudar que se tratase de Rodrigo Alonso Pimentel, aquel que había cometido abusos en sus dominios (Libro de descargo de ánima, Archivo Histórico Nacional) y era descrito como «tuerto y cascarrabias», el cual había sido enterrado en Villalón tras morir en edad avanzada. La clave la encontró en el Archivo Histórico Nacional, donde un tal Pedro de Vovadilla declara en los años sesenta del siglo XVI tener recuerdo de cuando fue llevado a enterrar a Villalón a don Luis Pimentel y Pacheco, marqués de Villafranca e hijo del conde don Rodrigo Alonso Pimentel y doña María Pacheco.

En efecto, Luis Pimentel y Pacheco, hijo primogénito de los IV condes de Benavente, había nacido en 1466 y muerto en 1497 de forma prematura y trágica, cuando no había cumplido los treinta años, por una caída producida en Alcalá de Henares, desconociéndose si fue desde un caballo o desde un balcón. Por entonces ya estaba casado con doña Juana Osorio Bazán, I marquesa de Villafranca, con la que tuvo una hija, María Juana Pimentel Osorio, que nació póstuma en 1498.

Por esta circunstancia, don Rodrigo Pimentel tuvo la poca fortuna de tener que enterrar a su joven hijo Luis en el convento de Santa María de Jesús, por él fundado en 1469 extramuros de Villalón y habitado por frailes franciscanos recoletos, por lo que era conocido como San Francisco. Igualmente, aunque no existe documentación que lo certifique, como patronos de aquel convento los condes de Benavente encargarían un digno sepulcro para su primogénito, muerto en plena juventud, cuyo enterramiento prestigiaría la fundación familiar en Villalón. Posiblemente, a esa circunstancia precipitada se deba el que la efigie esté realizada en madera y no en alabastro, aunque en ella el desconocido escultor mantuvo la mayor dignidad.

LA ESCULTURA FUNERARIA DE LUIS PIMENTEL Y PACHECO

La figura, tallada en madera de nogal y policromada según la técnica tradicional, concuerda con la tipología requerida por la nobleza del momento, con don Luis yacente y revestido con una lujosa armadura que le proclama, a modo de héroe, como importante militar y hombre de armas. Su gesta fue recogida en un memorial, escrito dos siglos y medio después de su muerte, que dedicado a glosar la grandeza de los Condes de Benavente le presenta como un héroe en la guerra contra el rey de Portugal. Para realzar aquella intervención, originariamente sujetaba con sus manos la empuñadura de una gran espada real cuya hoja llegaba hasta los pies, siendo este hecho la causa de que las manos y parte de los pies aparezcan mutilados al haber sido embutida entre ellos y después expoliada.

Recreación de la efigie con la espada que portaba
La armadura3 sigue los modelos militares de cuerpo entero propios de las últimas décadas del siglo XV, compuesta por un peto y un sobrepeto sujeto con un remache perdido y posiblemente decorado. Protege el abdomen una sobrebarriga formada por cuatro launas metálicas festoneadas de las que penden escarcelas dispuestas simétricamente. Bajo la armadura cubre el cuerpo una loriga de cota de malla que asoma, minuciosamente tallada y rematada en dientes de sierra, bajo las escarcelas en forma de  faldellín, en el cuello en forma de collarín superpuesto y bajo las hombreras metálicas, completándose con brazales, codales y seguramente guanteletes en las manos desaparecidas, así como quijotes sobre los muslos, rodilleras articuladas y grebas hasta los pies, posiblemente también con escarpines en los pies mutilados. 
Como complemento a la armadura, sería la espada la pieza que le proporcionaría mayor carácter, tal y como aparece en la efigie de Fernando el Católico que Domenico Fancelli labrara para el cenotafio de la Capilla Real de Granada.

Rollo de justicia de Villalón de Campos (Foto Héctor Aparicio-Flickr)
A pesar de resaltar su imagen militar, la figura aparece sumida en un plácido sueño, ofreciendo la cabeza la imagen de un hombre de letras al aparecer cubierta con un bonete y con la melena desparramada en mechones filamentosos sobre un doble cojín, recostado con los ojos cerrados pero sin expresar pena ni dolor. Tanto la armadura como los cojines están policromados en tonos blanquecinos, posiblemente para sugerir su manufactura en alabastro, aunque bordes y ribetes aparecen en dorado, reproduciendo los modelos de las armaduras reales. Bonifacio Esteban4 recuerda en esta figura la expresión “ir de punta en blanco”, originada en los caballeros bien pertrechados para la batalla con sus armas y armadura bien pulida y reluciente, después utilizada en el lenguaje coloquial como sinónimo de ir vestido elegantemente.

Si estilísticamente Julia Ara Gil cree encontrar concomitancias con la escultura alemana del momento, de cuyos talleres sureños podría haber sido importada o proceder su autor en base a su expresividad y forma de talla, José Ignacio Hernández Redondo5 la relaciona, por el tipo de rostro ancho, párpados abultados y acusado mentón, con un taller de León, diócesis a la que pertenecía Villalón, activo en esta comarca y posiblemente también autor de la Virgen de la Piña y de un Santo Obispo de la iglesia de San Miguel de esta villa, aunque no queda descartada su posible procedencia extranjera. Lo que es innegable es su grado de elegancia y el minucioso detalle con que están trabajados todos sus componentes.  

Informe y fotografías: J. M. Travieso.   


NOTAS

1 ARA GIL, Clementina Julia. Escultura gótica en Valladolid y su provincia. Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977, p. 300.

2 DUQUE HERRERO, Carlos. La escultura yacente del I marqués de Villafranca (+1497). Boletín del Museo Nacional de Escultura nº 3, 1998-1999, pp. 11-14.

3 ESTEBAN, Bonifacio. La armadura castellana de final del siglo XV en la figura de Don Luis Pimentel y Pacheco. Blog "Los caballeros medievales en el Arte" (http://caballerosyarte.blogspot.com.es/), 10 de febrero de 2014.

4 Ibídem

5 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio. Museo Nacional de Escultura. El encanto medieval. MNE y Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003, p. 29.


* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario