31 de marzo de 2016
30 de marzo de 2016
Conferencia: LA REPRESENTACIÓN ESCULTÓRICA DE LA SANTA PARENTELA, 5 de abril 2016
MUSEO
NACIONAL DE ESCULTURA. PALACIO VILLENA
Calle
Cadenas de San Gregorio, Valladolid
HOMENAJE
PÓSTUMO A D. JAVIER FERNÁNDEZ CILLERUELO
Miembro de la Asociación de Amigos del Museo
Martes 5 de abril
Salón de
Actos del Palacio de Villena, 20 h.
LA REPRESENTACIÓN ESCULTÓRICA DE LA SANTA
PARENTELA
José Ignacio
Hernández Redondo, conservador del Museo Nacional de Escultura
Entrada
libre hasta completar aforo.
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Etiquetas:
Agenda cultural
29 de marzo de 2016
28 de marzo de 2016
25 de marzo de 2016
Theatrum: EL SALVADOR, una mirada profunda y penetrante
EL SALVADOR
Domenicos
Theotocopoulos, el Greco (Candía, Creta 1541 - Toledo, 1614)
Hacia 1590
Óleo sobre
lienzo (recortado de su tamaño original)
Convento de
las Descalzas Reales, Valladolid
Pintura renacentista
española
El Greco. Retrato de Alonso Martínez de Leiva Museo de Bellas Artes de Montreal (Canadá) Procedente de la catedral de Valladolid |
EL EXPOLIO PATRIMONIAL
La historia es extraña. Se diría que existe un enigmático
maleficio que en ocasiones enturbia las mentes. De otro modo no podría explicarse
el azaroso destino de la notable colección de obras de El Greco que en su día estuvieron
alojadas en Valladolid y que, una tras otra, fueron saliendo de la ciudad como
consecuencia de la convergencia de perversos intereses y de una ignominia
letal. Hoy día cuesta trabajo identificar al Greco con Valladolid, o, dicho de
otra manera, es difícil de entender que el arte del cretense fuese apreciado
cuando la ciudad vivía uno de los momentos más esplendorosos de su historia en
las postrimerías del siglo XVI y principios del XVII. Sin embargo, tenemos las
referencias necesarias para saber que sí, que algunos nobles y artistas residentes
en Valladolid eligieron los pinceles de El Greco para sus colecciones y
donaciones, aunque con el tiempo la disociación entre la ciudad y el artista
emulara la reacción del agua y el aceite. Una pena.
En el umbral del siglo XX todavía se encontraban en
la catedral de Valladolid dos obras de El Greco: el Retrato de un caballero de la Casa Leiva y San Jerónimo revestido de cardenal.
En ese momento la obra del pintor era revitalizada no sólo por artistas
e intelectuales españoles de la Generación del 98, que comenzaron a valorar la
originalidad de sus composiciones, su lenguaje plástico tan personal, su
especial universo cromático y su sutil espiritualidad, sino también por autores
franceses, ingleses y alemanes, que desde mediados del siglo XIX habían
comenzado a mostrar su admiración por el pintor español.
El reflejo del auge del pintor en los círculos
artísticos tuvo su expresión en una exposición monográfica organizada por el
Museo del Prado en 1902, a lo que siguió la publicación por José María de
Cossío, en 1908, de una monografía que supuso el verdadero punto de partida
para una nueva percepción de El Greco, ya convertido por teóricos,
historiadores y artistas en paradigma de la identidad de Toledo y del arte hispánico,
en un símbolo del imaginario colectivo.
El Greco. San Jerónimo Frick Collection, Nueva York Procedente de la catedral de Valladolid |
En este contexto en que El Greco se convertía en
emblema del pasado español y en la llave de los recursos hacia el arte moderno,
el Cabildo de la catedral de Valladolid, más preparado en liturgia que en valores
culturales, en 1904 decidía vender las dos pinturas al anticuario francés Emile
Parés para costear un órgano catedralicio. La operación escandalizó no sólo a José
Martí y Monsó, que presentó el caso en la Academia de Bellas Artes de San
Fernando de Madrid solicitando que el Senado aprobase un ley de defensa del
patrimonio y proponiendo que el Estado español comprara las pinturas, sino también
a la opinión pública en general y en
especial a los círculos culturales vallisoletanos, cuya protesta fue encabezada
por Joaquín María Álvarez Taladriz, Presidente de la Academia de Bellas Artes
de la Purísima Concepción de Valladolid. A pesar de la repercusión del polémico
caso en la prensa local y nacional, la operación fue consumada por 25.000
pesetas, manchando la imagen de José María Cos y Macho, arzobispo de Valladolid.
Retrato de un caballero de la
Casa Leiva
Este característico retrato de El Greco, con la
figura de tres cuartos del cuerpo (después recortada perdiendo parte de la
mano) y con el personaje colocado sobre un fondo neutro, fue identificado en
1940 por Valentín Sambricio como Alonso Martínez de Leiva, caballero perteneciente
a la Orden de Santiago. La pintura, tras ser vendida por el Cabildo
catedralicio vallisoletano a Emile Parés en 1904, este anticuario francés la
vendió dos años más tarde al coleccionista norteamericano William Cornelius Van
Horne, expresidente del Canadian Pacific Railway Ltd., pasando en 1945 al Museo
de Bellas Artes de Montreal, la institución artística más antigua de Canadá.
El Greco. San Francisco en oración Fine Arts Museum, San Francisco |
San Jerónimo revestido de
cardenal
Considerado como retrato de un cardenal, fue el
historiador alemán Carl Justi quien lo identificó con Gaspar de Quiroga,
inquisidor y arzobispo de Toledo, aunque hoy se considera una representación de
San Jerónimo revestido de cardenal, tal y como propusiera José María de Cossío,
del que El Greco hizo varias versiones, aunque ésta fechada entre 1595 y 1600
está considerada la mejor de todas ellas. Vendida la pintura por la catedral
vallisoletana a Emile Parés en 1904, en 1905 era adquirida por el
estadounidense Henry Clay Frick, coleccionista e industrial del acero, que la
colocó sobre la chimenea de la biblioteca de su residencia en Nueva York, tal y
como aparece actualmente después de ser convertida en museo Frick Collection,
donde es una de sus joyas más preciadas.
Una tercera obra de El Greco, según afirma Jesús
Urrea, se conservaba en el Real Colegio de San Albano o colegio de los Ingleses
de Valladolid, siendo enviada a Londres a principios del siglo XX, aunque desconocemos
la temática de la pintura.
San Francisco de Asís en oración
También tenemos la certeza de la presencia de un
"greco" que representaba a San
Francisco de Asís, que en 1656 era tasado por el pintor Jacinto Rodríguez
en 150 reales tras la muerte ese año de Pedro Sarmiento de Mendoza, conde de
Ribadavia, adelantado mayor del reino de Galicia y caballero de la Orden de
Calatrava, que habitaba en la Corredera de San Pablo en el denominado Palacio
Pimentel (por sus antiguos propietarios). Bautizado en San Benito el Viejo y
parroquiano de la primitiva iglesia de San Miguel, este caballero sentía una
especial devoción al santo de Asís y con el hábito franciscano dispuso ser
enterrado en la iglesia de San Pedro de Mucientes (Valladolid), donde ya
estaban enterrados sus padres.
Se desconoce en qué momento y circunstancias la
pintura abandonó Valladolid y su destino, aunque bien pudiera tratarse de una
de las versiones hoy propiedad de algunos museos americanos, como el Joslyn Art
Museum de Omaha (Nebraska), el Walters Art Museum de Baltimore, el Meadows
Museum de Dallas o el Fine Arts Museums de San Francisco.
La Natividad
Una quinta obra de El Greco, que representaba el Nacimiento de Cristo, parece ser que
formaba parte de la colección particular del pintor vallisoletano Diego
Valentín Díaz, el más destacado en la ciudad en la primera mitad del siglo
XVII, amigo personal y colaborador profesional en las tareas de policromía de
algunas esculturas de Gregorio Fernández y fundador del Colegio de Niñas Huérfanas.
Hombre culto y erudito, consiguió reunir una importante biblioteca y una
colección de 6.500 ejemplares de estampas, grabados y dibujos, así como un
conjunto de 265 cuadros de temática religiosa, retratos, bodegones, paisajes y
temas mitológicos, entre ellos la obra de El Greco. Su bienes fueron
dispersados y sobre los terrenos de su residencia sería levantado el monasterio
de Santa Ana, sin que conozcamos el paradero de aquella Natividad del cretense.
Versiones de El Expolio
Dos
versiones de El Expolio de El Greco
también recalaron en Valladolid. Una de ellas en el palacio de los Benavente,
donde fue inventariada en 1653 tras producirse la muerte de Juan Francisco
Alonso Pimentel y Ponce de León (1614-1652), VII duque de Benavente. Se
desconoce en qué circunstancias esta pintura salió de Valladolid, pero consta
que pasó a ser adquirida por el coleccionista Contini-Bonacossi de Florencia.
Fue subastada en Londres en 1992 y actualmente engrosa los fondos de la
Colección Stanley Moss de Nueva York. Es una pintura firmada y datada en torno
a 1577, que ha sido valorada por Wethey como una de las cinco versiones
autentificadas de la mano del artista, considerada asimismo por Willian B. Jordan y Arbos
Ballesté como el estudio preliminar y prototipo del célebre cuadro que preside la sacristía
de la catedral de Toledo.
El Greco. El Salvador, h. 1590 Convento de las Descalzas Reales, Valladolid |
Otra versión de El
Expolio en pequeño formato, firmada por Domenicos Theotocopoulos y datada
entre 1577 y 1580, formó parte de la colección que Gaspar Méndez de Haro tenía
en Valladolid. Por su pequeño tamaño podría tratarse de una versión utilizada
por el pintor como muestrario para los clientes. La pintura, que llegó a ser
propiedad del afamado pintor francés Eugène Delacroix, pasó a la Colección
Cheramy de París y al vizconde de Bearsted, estando actualmente conservada en
la Upton House, Midlands, National Trust (Gran Bretaña).
EL PEQUEÑO LIENZO DEL SALVADOR
Tras esta desoladora pérdida en el patrimonio
vallisoletano de hasta siete pinturas de El Greco y a modo de premio de
consolación, el profesor Federico de Watemberg, por entonces director del Museo
Nacional de Escultura, hacía público en 1966 en el Diario Regional de
Valladolid y en el diario Ya de Madrid el descubrimiento de un cuadro de El
Greco en el convento de las Descalzas Reales de Valladolid, cuya imagen se
divulgó en 1969 a través del libro Valladolid
en Castilla, permitiendo apreciar su delicado estado de conservación.
Se trata de una pequeña pintura —39 x 31 cm.— que
sin duda fue recortada de un lienzo de mayor tamaño, en la que se patentiza el
inimitable estilo y la personalidad de El Greco. En ella se representa la estilizada
cabeza de Cristo, recortada sobre un fondo neutro oscuro, siguiendo el
prototipo utilizado por el pintor como cabecera de las repetidas versiones de apostolados. Modelada la figura con un
efecto escultórico mediante el magistral dominio del dibujo y del juego de
luces y sombras a través del color, Cristo se dirige al espectador con una
mirada penetrante buscando su empatía, con unos ojos grandes y oscuros que
sugieren una meditación. En la ejecución se aprecian pinceladas muy sueltas y
finas que definen la carnosidad y la textura de la túnica y el manto, con una
atención pormenorizada a las cuencas de los ojos, las pupilas acuosas, los cabellos
y la barba.
Se acompaña del característico nimbo romboidal que,
según Tiziana Frati, el pintor usó por primera vez entre 1586 y 1590 al
realizar el Apostolado de la
colección Henke y en la cabeza de Cristo de la Galería Narodni de Praga,
pasando a convertirse en un elemento identificativo de su arte.
El Greco. Versiones del Salvador. De izda a dcha: Apostolado de Almadrones (Guadalajara); National Gallery of Scotland, Edimburgo; Museo de Bellas Artes de Cáceres; Museo del Greco, Toledo |
Se viene aceptando la hipótesis de que se tratara
de un regalo enviado desde Madrid por la reina Margarita de Austria, consorte
de Felipe III, que a principios del siglo XVII había patrocinado la
construcción del convento de las Descalzas Reales de Valladolid, al que también destinó en
1611 una importante colección de pintura italiana, recibida como agasajo por el
Gran Ducado de Toscana, cuya entrega efectiva al convento vallisoletano tuvo
lugar en 1615.
Afortunadamente la pintura ha sido restaurada y
consolidada con motivo de haber formado parte de la exposición "El Greco:
arte y oficio", celebrada en 2014 en el Museo de Santa Cruz de Toledo con
motivo del IV Centenario de la muerte del artista.
El Greco. Apostolado. Museo Nacional de Escultura (en depósito en el Museo de Bellas Artes de Oviedo) |
Adenda: Un Apostolado en
Valladolid
De alguna forma esta pintura viene a llenar la
carencia de la figura del Salvador en un Apostolado
que perteneciente al Museo Nacional de Escultura de Valladolid está considerado uno
de los conjuntos más antiguos y de mayor calidad de los tres Apostolados completos conservados de El
Greco. La colección de doce pinturas, todas de 70 x 53 cm. y firmadas, perteneció
al hidalgo asturiano Juan Eusebio Díaz de Campomanes, del que pasó a sucesivos
propietarios hasta recalar en el convento femenino de San Pelayo, cuyas monjas pretendieron venderlo a un
coleccionista francés. Afortunadamente, fue comprado en 1906 por Antonio Sarri
de Oller, marqués de San Feliz, para su palacio ovetense. En 2002 la empresa
Aceralia compraba el conjunto al biznieto del marqués y lo entregaba como pago
de una deuda tributaria al Estado español, que lo adjudicó al Museo Nacional de
Escultura de Valladolid, aunque quedaría en depósito en el Museo de Bellas
Artes de Oviedo, población de donde procedía.
En la original serie de apóstoles El Greco aporta
su visión personal a través de la gestualidad y los atributos, con figuras
arrebatadas que transmiten su mensaje con rostros ensimismados y manos
expresivas, así como cuerpos recubiertos por mantos de intenso cromatismo y
profusión de pliegues. Con esta serie El Greco se reconcilia de alguna manera con la ciudad de Valladolid.
Informe: J. M. Travieso.
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23 de marzo de 2016
Un museo interesante: IGLESIA DE SAN MARTÍN DE TOURS, Frómista (Palencia)
BREVES PINCELADAS HISTÓRICAS
En esta ocasión no vamos a referirnos a un museo
convencional dotado de diferentes salas o espacios expositivos para exhibir pinturas, esculturas, ediciones, instrumentos o artes
suntuarias, sino a un edificio singular en sí mismo que puede disfrutarse con
la misma admiración que aquellos, y aún más, por la pureza del espacio
constructivo y del conjunto escultórico que pone el contrapunto a su diáfana
arquitectura. Nos estamos refiriendo a la impresionante iglesia de San Martín
que se levanta en Frómista (Palencia), uno de los prioratos más importantes y
representativos del arte Románico europeo que, situado en plena meseta castellana,
es citado en el Codex Calixtinus como
uno de los enclaves destacados del Camino de Santiago.
Ni que decir tiene que la historia de Frómista quedaría
condicionada al priorato de San Martín, llegando a recibir el sobrenombre de
"Villa del Milagro" por el suceso que según la tradición ocurriera en
1453, relacionado con el préstamo recibido de un judío por Pedro Fernández,
vecino de Frómista, que no llegó a devolver, siendo por ello denunciado y
excomulgado. En sus últimos días, cuando acudió a administrarle los últimos
sacramentos Fernández Pérez de la Monja, párroco de San Martín, al ocultar su
pasado pecado en la confesión, la hostia quedó pegada a la patena hasta que el
moribundo confesó su pasado y pudo ser absuelto. Esta historia, una de tantas
anécdotas históricas de la villa, sirve para ilustrar sobre el pasado de
Frómista, importante centro cerealista en cuyo caserío se asentaba un pujante
grupo de judíos, aunque su desarrollo medieval siempre estuvo vinculado a la
Ruta Jacobea, comenzando su decadencia a partir del siglo XVI, debido tanto a
los efectos de la peste como a la expulsión de los judíos.
No obstante, hemos de retrotraernos al año 1066,
año en el que se inicia la construcción del monasterio de San Martín por
iniciativa de doña Mayor de Castilla, viuda de Sancho III de Navarra. En 1118,
reinando doña Urraca, el priorato pasó a depender del monasterio benedictino de
San Zoilo de Carrión de los Condes, que regentó el templo durante el siglo XII
y abandonó en 1220, pasando a ser gobernado por dos presbíteros. En 1276, a
raíz del informe de los visitadores de la Orden de Cluny, el Capítulo General
exigía al monasterio de Carrión de los Condes nombrar un prior en San Martín y
reparar los edificios arruinados, arrendando los monjes carrioneses en 1291 el
templo a don Juan Gómez de Manzanedo. Durante el siglo XIV la iglesia de San
Martín y sus clérigos subsistieron gracias a diferentes benefactores, a los que
se vino a sumar en el siglo XV Gómez de Benavides, vecino de Frómista, que adquirió
a los monjes de San Zoilo los derechos sobre el barrio de San Martín.
Todos ellos llevaron a cabo incorporaciones
arquitectónicas que fueron eliminadas en la restauración del templo realizada
entre 1895 y 1904 por el arquitecto Aníbal Álvarez y Amoroso, que aplicó los
criterios del romanticismo decimonónico después de que el edificio acusara un
alarmante estado de ruina y que en 1894 fuese declarado Monumento Nacional,
siendo el templo desmantelado y reconstruido, durante los ocho años que duró la
intervención, en toda su pureza, desprovisto de añadidos, aunque algunos
capiteles y canecillos fueron sustituidos por copias fidedignas y los
originales guardados en el Museo de Palencia.
EL CONJUNTO ARQUITECTÓNICO Y LA COLECCIÓN ESCULTÓRICA
La iglesia de San Martín, obra cumbre del arte
románico, representa el modelo ideal de los criterios constructivos del siglo
XI, marcando un hito en el Camino de Santiago junto a la catedral de Jaca, San
Isidoro de León y la catedral de Santiago de Compostela. Por su unidad
arquitectónica y estilística, su construcción debió durar 20 años
ininterrumpidos, contando posiblemente con canteros procedentes de Jaca.
La estructura del edificio es perfectamente
comprensible desde el exterior, con una planta basilical de tres naves
cubiertas con bóveda de cañón —la central el doble de ancha y más alta— con
cuatro tramos separados por arcos fajones y rematadas por tres ábsides
semicirculares, sugiriendo en planta un escueto trazado de cruz latina por el crucero, sobre el que se levanta un
impresionante cimborrio de forma octogonal, algo poco frecuente, que guarda en
el interior una cúpula pétrea apeada sobre trompas y cuatro ventanales. Una de
sus peculiaridades es la de presentar a los pies dos torrecillas circulares con
función de campanarios, posiblemente como influencia del románico germano.
Las bóvedas se apean sobre la gruesa fachada y
sobre pilares compuestos de forma cuadrangular con columnas adosadas, con el
grosor reforzado a la altura del crucero y discretos contrafuertes al exterior.
En sus sólidos muros, en correspondencia con cada tramo, se abren pequeños
ventanales con arcos de medio punto que se multiplican en los ábsides, contando
con cuatro portadas de acceso, tres de ellas monumentales aunque de gran simpleza,
con arquerías sobre lienzos destacados de la fachada y protegidas por un alero,
y otra a la altura del crucero.
El conjunto muestra una gran pureza de volúmenes a
partir de una calculada armonía, donde a la horizontalidad de la construcción
se contrapone la verticalidad de las torres y el cimborrio para alcanzar formas
majestuosas. Sobre los volúmenes puros, la iglesia de San Martín incorpora un
impresionante conjunto de elementos decorativos que se resumen en tres grupos.
El ajedrezado
La decoración de ajedrezados, geométrica y
repetitiva, recorre a media altura y en forma de cornisas todo el exterior de
la iglesia a la altura del arranque de los ventanales y de los arcos de los
mismos, así como todos los aleros de la construcción. Esta modalidad decorativa,
que es denominada "taqueado jaqués" por tener su origen en la
catedral de Jaca, alcanza en Frómista el paroxismo al recorrer también todo el
interior en forma de impostas el arranque de las bóvedas, del cimborrio y las
ventanas de los ábsides, rompiendo sucintamente la desnudez de los muros.
Los canecillos
Otro elemento decorativo, de gran singularidad, es
la extraordinaria colección de canecillos —309 en total— que decoran los aleros
de todos los tejados presentando una gran variedad temática, desde sencillas
formas geométricas, algunos repitiendo los modillones mozárabes, o formas
vegetales de distinto tipo, hasta otros figurativos con cabezas de animales
reconocibles y monstruos fantásticos, a los que se suman figuras humanas
completas en caprichosas actitudes. Todos ellos tienen un carácter simbólico
cuya significación era bien interpretada por el hombre medieval, basada en
leyendas, fábulas y escritos moralizantes, como el que representa a un asno
tocando la lira, aunque su intencionado mensaje se nos escape en la mayoría de
los casos.
Capiteles 21 y 50: Decoración vegetal |
Los capiteles
Tanto en el exterior flanqueando las ventanas y
portadas, como en el interior rematando las columnas, la colección de capiteles
que labraron desconocidos artífices es impresionante por su excelente factura.
Se distinguen tres tipos: unos con representaciones vegetales en forma de hojas
o trenzados que son los más abundantes, otros con animales simbólicos y una
serie con representaciones humanas que narran determinados pasajes bíblicos y
evangélicos, los interiores rematados por bellos cimacios con bellas labores
decorativas de tipo vegetal. Por el ingente número de capiteles exteriores e
interiores vamos a reseñar solamente algunos de ellos.
Capitel 32: Cuatro leones y figura femenina en el centro |
Los capiteles vegetales tienen una finalidad
meramente decorativa, aunque todos ellos con una ejecución técnica impecable y
grandes valores plásticos basados en el claroscuro, en su mayor parte
conseguido por un perforado a trépano. De esta serie mostramos el capitel 21, con un haz de tallos
vegetales que se ramifican insertando palmetas y hojas lanceoladas, motivo que
se repite en el cimacio, y el capitel 50,
con hojas de palma que soportan piñas en los extremos y caulículos estriados
sobre ellas, así como un cimacio con palmetas trepanadas.
Aquellos con representaciones de animales tienen
una finalidad doctrinal y moralizante, combinándose algunos con figuras
humanas. Es el caso del capitel 32,
con dos parejas de leones (animales repetidamente representados) que comparten
la cabeza en las esquinas y una figura femenina en el centro portando un
báculo, con una mano apoyada sobre un león y mostrando pechos marcados y un
vientre abultado, a modo de símbolo de la fertilidad. Sobre las figuras se
enrollan caulículos y en el cimacio aparece una serie de rosetas.
Capitel 22: Cuatro leones rampantes y cabeza humana |
En el capitel 22 aparecen cuatro leones
rampantes entre los que asoma una cabeza humana de difícil interpretación (¿Tal
vez Daniel entre los leones?). En el cimacio bellas palmetas enmarcadas.
Dentro de la serie de animales el de más fácil
comprensión es el capitel 31, en el
que se representa la conocida fábula de Esopo de la zorra y el cuervo. Un
cuervo encaramado en un árbol es alagado por una zorra que le convence de su
bonita voz. Al comenzar a cantar, suelta el bocado del pico, que es arrebatado
por la astuta zorra. En la escena, con una condena explícita a la vanidad, se incluyen otros animales
de aspecto monstruoso.
Igualmente una finalidad doctrinal tienen los
abundantes capiteles historiados relacionados con pasajes bíblicos, como el capitel 12, en el que se escenifica el
pecado de Adán y Eva tomando el fruto prohibido que le ofrece el maligno en
forma de serpiente, con la figura del demonio a un lado, susurrando al oído de
Eva, y una cabeza de animal devorando a un ser humano.
Capitel 31: Fábula de la zorra y el cuervo |
Este tiene su
continuidad en el capitel 14, en el
que Adán y Eva son expulsados del Paraíso por ángeles.
En otros casos los
episodios son evangélicos, como en el capitel
34, en el que se recrea la Adoración de los Reyes Magos, cuyo original se
conserva en el Museo de Palencia. En él aparece la Virgen con el Niño
bendiciendo en sus rodillas, de acuerdo a la tradicional iconografía románica,
con la figura de san José, lo mismo que los Reyes, identificados mediante las
inscripciones "Iosep" y " Tres magi venerunt ab
oriente...".
Capiteles 12 y 14: Pecado de Adán y Eva y Expulsión del Paraiso |
También historiado es el capitel
25, cuya escena se interpreta como el prendimiento de Cristo, apareciendo
en su complicada iconografía dos obispos o abades en los ángulos en actitud de
bendecir, una pareja luchando a un lado (posible reacción de san Pedro) y otra
abrazándose efusivamente al otro, coronándose con caulículos y un cimacio con
rosetas.
Curioso y dramático es el capitel 37, en el que varios hombres armados se enfrentan y luchan
con lanzas y espadas mientras una mujer contempla asustada la escena. En el
cimacio aparece pintada la letra R, que indica que el capitel fue recompuesto
durante la restauración del templo a comienzos del siglo XX.
Capitel 34: Adoración de los Reyes Magos Original en el Museo de Palencia |
Especialmente interesante es el capitel 5 que se ubica en el
presbiterio, que aunque se interpreta como Caín y Abel, en realidad copia la
escena de la Orestiada, incluyendo las Furias con serpientes, del sarcófago
romano del siglo II conservado en el cercano municipio de Husillos, que en 1870
fue trasladado en Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Durante la
restauración del templo el capitel fue desmontado para reparar el fuste de la
columna, momento en que un violento escandalizado por la desnudez de las
figuras lo destrozó a martillazos. El capitel fue recompuesto y los restos del
original llevados al Museo de Palencia.
También en el Museo de Palencia se guarda el
original del capitel 6, parcialmente
mutilado, en cuyo frente aparecen dos leones, montados por jóvenes, que vuelven
sus cabezas para morder las manos de los jinetes. Permanece in situ el cimacio original, decorado
con roleos y palmetas.
Capitel 25: Interpretado como el Prendimiento de Cristo |
La iglesia de San Martín de Frómista se presenta
desprovista de todo tipo de retablos de épocas posteriores, figurando entre las
escasas piezas escultóricas en madera policromada un Cristo crucificado que preside la capilla mayor y que es una talla
gótica de finales del siglo XIII, acompañada en la embocadura del presbiterio
por las imágenes de San Martín de Tours,
del siglo XIV, y de un Santiago peregrino
del siglo XVI que recuerda la situación del templo en la Ruta Jacobea.
HORARIO DE VISITAS
Del 1 de octubre al 31 de marzo
Lunes a domingo: De 10 a 14 y de 15,30 a 18,30 h.
Del 1 de abril al 30 de septiembre
Lunes a domingo: De 9,30 a 14 y de 16,30 a 20 h.
Capitel 37: Escena de lucha con hombres armados |
VISITAS GUIADAS GRATUITAS
Se puede concertar una visita guiada llamando al teléfono 979 810 180
Precio entrada: 1,50 €
Precio reducido: 1 € para menores de 12 y mayores 65 años.
Capitel 5: Caín y Abel o Escena de la Orestiada |
Capitel 6: Leones montados por jóvenes Original en el Museo de Palencia |
Crucifijo gótico, finales siglo XIII |
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Museos de Castilla y León
21 de marzo de 2016
Bordado de musas con hilos de oro: DONDE SE TEJEN TODOS LOS POEMAS, de Maite García Córdoba
DONDE SE
TEJEN TODOS LOS POEMAS
Tu piel me
invita a ser verso
aterciopelado,
fresco.
De esa
lindura que evoca
ser caricia
y ser eterno.
Y palpitante
y quieto.
En líneas
que sonrosan,
boca, cadera
y pecho.
Tu piel me
hace así, peregrina,
caminando,
soñando.
¡Y tú mi
paraíso!
No encuentro
mejor lecho
que ser
parte de este cielo.
Y me miras y
sé que me esperas
donde se
tejen todos los poemas.
MAITE GARCÍA
CÓRDOBA
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Rincón de las Musas
18 de marzo de 2016
Theatrum: CALVARIO DE CIUDAD RODRIGO, escenificación de un drama mirobriguense
CALVARIO
Juan de Juni
(Joigny, Borgoña, h. 1507-Valladolid, 1577)
Hacia 1556-1557
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del convento de San Francisco de Ciudad Rodrigo
Escultura renacentista
española. Escuela de Valladolid
Patio del Palacio de los Águila, Ciudad Rodrigo |
El formidable grupo del Calvario es una de las obras maestras de Juan de Juni, escultor de
origen borgoñón que en esta obra pone de manifiesto el alto grado de madurez
alcanzado en tierras castellanas en tiempos del emperador Carlos. El conjunto escultórico nacería
vinculado a la figura de don Antonio del Águila, por entonces obispo de Zamora.
Don Antonio del Águila había nacido en Ciudad
Rodrigo, donde su familia estaba asentada desde mediados del siglo XV, y era
hijo de uno de los más ilustres vecinos mirobrigenses: el capitán Antonio del
Águila, que ostentaba el cargo de Alférez mayor y Alcaide de la fortaleza que en
origen había levantado Fernando II de León y que después fue reconstruida en
1372 por el arquitecto zamorano Lope Arias Jenízaro a petición de Enrique II de
Trastámara. En 1506 sería el propio capitán don Antonio quien financiase la construcción de
la impresionante torre del homenaje, de tres plantas, que conforma la actual
silueta del castillo, así como un elegante palacio familiar ubicado en el centro de la
villa, dotado de un bello patio con decoración plateresca.
Sin embargo, don Antonio del Águila hijo no sintió
la vocación militar de su padre, sino la eclesiástica, llegando primero a ser
deán del cabildo de la catedral de Ciudad Rodrigo y consagrado en 1536 como
obispo de Guadix, pasando a ocupar en 1546 el obispado de Zamora, ciudad
en la que permaneció hasta su muerte en 1560. Durante su permanencia en la sede
zamorana se pueden señalar dos hechos importantes: su participación en el
Concilio de Trento y su decisión de levantar en el convento de San Francisco de
su ciudad natal una capilla funeraria de rango familiar.
Precisamente para dicha capilla, el 6 de julio de
1556 el prelado zamorano firmaba un contrato con el escultor Juan de Juni para
que en su taller de Valladolid realizara en nogal y a tamaño natural —seis pies
de vara— el grupo de un Calvario compuesto
por las figuras de un crucificado acompañado a los lados de la Virgen y San
Juan Evangelista, grupo que habría de presidir la capilla bajo el arco del
altar.
El Calvario
permanecería en la capilla del convento franciscano de Ciudad Rodrigo hasta el siglo XIX, momento
en que el recinto se convirtió en una ruina por los efectos devastadores de la
Guerra de la Independencia, lo que unido al posterior proceso desamortizador
motivó que los herederos de los Águila decidieran trasladar a su palacio el
grupo escultórico y otros objetos artísticos. Allí permaneció sumido en el más
absoluto anonimato hasta que en 1889 Cipriano Muñoz, II conde de la Viñaza,
basándose en unas informaciones recibidas de Valentín Carderera, en su obra Adicciones (Madrid 1889-1894) daba a
conocer la existencia de la obra de Juan de Juni en Ciudad Rodrigo.
En 1901 sería
Martí y Monsó quien aportara la decisiva escritura del contrato firmado por el
obispo de Zamora con el escultor. Poco después Manuel Gómez Moreno, en su Catálogo monumental de la provincia de
Salamanca, elaborado entre 1903 y 1908, localizaba el grupo escultórico en
el palacio mirobriguense del marqués de la Espeja1, heredero de los
derechos de los Águila, lo que permitió al historiador Juan José Martín
González a que en 1954 hiciera pública la existencia del Calvario de Juni en la capilla del palacio de los Águila de Ciudad
Rodrigo.
Pero las peripecias del grupo escultórico no habían
finalizado. A finales del siglo XX los herederos del conde de Puebla del
Maestre, sobre los que habían recaído los derechos sucesorios de los miembros
de la familia de los Águila, también emparentados con el marquesado de los Altares,
fueron los últimos propietarios del aquel palacio de Ciudad Rodrigo. En 1997 el
grupo escultórico, que se encontraba en el oratorio del palacio, vedado a la
visita pública, era puesto en venta por la familia Bernaldo de Quirós, siendo adquirido
por 75 millones de pesetas por el Ministerio de Cultura, que a continuación lo
entregó al Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
A pesar de haber recalado en tan prestigiosa
institución, de tener garantizada su preservación y de permanecer a la vista
del público en la colección permanente, aquella maniobra urdida por unos
particulares con el Estado, que incluso llegó a prometer su devolución, fue
considerada por el obispado y los políticos mirobriguenses como un acto de expolio
de su patrimonio artístico después de permanecer más de 400 años en la ciudad,
lo que dio lugar a protestas y acciones reivindicativas que nunca consiguieron
sus propósitos por tratarse de una venta legal. Al hilo de esta historia,
podríamos decir que en la cabeza del fantástico crucifijo de Juan de Juni se
puede apreciar clavada una nueva espina, al menos virtual, que puede producir
un dolor especial entre los espectadores salmantinos. ¿Era realmente necesario
estigmatizar de esa manera tan magistral obra de arte? ¿No le corresponde permanecer en Ciudad Rodrigo, sea en el sitio que sea?
EL CALVARIO DE CIUDAD RODRIGO
El grupo escultórico, integrado por tres figuras de
intenso dramatismo, sintetiza los logros plásticos creados por el talento y la
maestría de Juan de Juni, entre los que destaca una personalísima búsqueda de
expresividad a través de un enérgico tratamiento de las anatomías, de las
distorsiones corporales para enfatizar el patetismo narrativo, de la forma en
que se mueven y se agitan los paños, siempre con aristas muy contorneadas que
recuerdan los modelados en barro y, finalmente, el recubrimiento de los cuerpos
con indumentarias ampulosas, presentando los dedos de las manos semiocultos
bajo los paños, recurso muy utilizado en buena parte de sus esculturas hasta llegar
a convertirse en una seña de identidad del taller juniano.
Crucificados de Juan de Juni Izda: Convento de las Huelgas Reales, Valladolid. Centro: iglesia de San Pablo, Valladolid. Dcha: convento de clarisas de Montijo (Badajoz) |
Cristo crucificado
Juan de Juni fue autor de una larga serie de
crucificados de las más distintas apariencias, desde los que representan a
Cristo vivo, con la cabeza elevada hacia lo alto —Convento de Santa Teresa,
Valladolid—, a los que le representan muerto y con la anatomía distorsionada a
través de un manierismo muy efectista —Museo Catedralicio de León—, llegando a
crear un inconfundible arquetipo, sobre el que el escultor siempre introduce
ligeras variantes, que alcanza su máxima expresión en el crucificado del museo
del monasterio de Las Huelgas Reales de Valladolid, en el de la capilla mayor
de la iglesia de San Pablo de Valladolid (procedente del recientemente
clausurado convento de Santa Catalina) y en este del grupo del Calvario del Museo Nacional de
Escultura, cuyo modelo se repite con fidelidad en el Cristo del Pasmo del convento de clarisas de Montijo (Badajoz), en
el Crucifijo de Olivares de Duero
(Valladolid) y en el Calvario que
corona el ático del retablo mayor de la catedral de Valladolid.
En toda esta serie de crucificados junianos es constante el trabajo de una virtuosa anatomía
hercúlea que al caer desplomada fuerza la posición de los brazos en forma de
"Y", con la cabeza caída y apoyada sobre el hombro derecho, los dedos
separados y amoratados, las rodillas ligeramente desplazadas hacia la derecha y
una corona de espinas de gran tamaño tallada junto a los cabellos, aunque los
rasgos más inconfundibles del escultor se encuentran en la colocación forzada
de los pies, cruzados y sujetos por un sólo clavo, y en la disposición del perizoma cayendo en diagonal desde la
cintura y formando nudos caprichosos salpicados de sangre, en ocasiones, como
en este caso, con los cabos agitados por el viento. En su acabado presentan una
policromía a pulimento en la que se
destacan los hematomas violáceos y los regueros de sangre en la frente, manos,
pies y costado.
El Cristo de este Calvario presenta una rotunda volumetría que produce un fuerte
impacto visual por los sutiles artificios manieristas que domina el escultor,
con lo que consigue dotarle de un fuerte dramatismo. En su minuciosa
descripción anatómica destaca la musculatura del abultado tórax y del hundido
abdomen, junto a otros elementos que acentúan la sensación de dolor, como la
característica disposición de los pies cruzados, los dedos de las manos en
tensión y la colocación de la cabeza, como es habitual, caída junto al hombro
derecho.
En el magistral trabajo de la cabeza Juan de Juni
utiliza un esquema ya repetido en otras composiciones precedentes, como en el
Cristo del grupo del Santo Entierro
(1541-1544, Museo Nacional de Escultura) y en el busto del Ecce Homo (h. 1545, Museo Diocesano y catedralicio de Valladolid).
Presenta un rostro ancho, nariz recta, cuencas oculares hundidas con los ojos
resaltados y cerrados en forma de media luna, boca cerrada, larga barba de dos
puntas que se estrechan contra el pecho y una voluminosa cabellera de mechones largos
y rizados que por la derecha caen sobre el hombro y por la izquierda llegan a
la espalda dejando visible la oreja, entretejiendo entre ellos una abultada
corona en la que sobresalen afilados espinos.
Juan de Juni elabora en esta imagen la cabellera
más abultada de toda su serie de crucificados, con gruesos mechones que se
funden con los espinos dejando huecos y perforaciones entre ellos para producir
un fuerte contraste de luces y sombras. El resultado es una cabeza que evoca la
grandiosidad de una representación clásica de Zeus, en este caso con un rostro
de gran morbidez y serenidad.
Personalísimo y original es también el diseño del perizoma o paño de pureza, donde el
escultor no utiliza su habitual disposición en diagonal al frente, sino con el
paño enrollado bajo el vientre en posición horizontal y formando caprichosos
pliegues, de aristas muy suavizadas, que se adaptan a la anatomía y tienen
continuidad en el cabo que, situado en la espalda, es agitado con violencia por
el viento.
Aunque la figura conserva la policromía, hecho que
no ocurre en las figuras de la Virgen y San Juan, en ella se pueden apreciar un
repinte posterior en la carnación y en el paño, donde es visible que bajo su aspecto subyace la policromía original.
La Virgen
Es la imagen del conjunto que presenta un mayor
patetismo, efecto reforzado por la agitación de la abultada indumentaria que
recubre la figura y la gesticulación de las manos, que sugieren un ademán de
retorcimiento producido por el dolor. Con las piernas dispuestas frontalmente
al espectador y en posición de contraposto,
a la altura de la cintura el cuerpo se orienta hacia la izquierda para colocar
la cabeza frente a la figura del crucificado, lo que produce un giro sobre sí
misma en sentido helicoidal.
En el trabajo de la cabeza de esta Dolorosa el
escultor vuelve a sorprender por su capacidad creativa a la hora de definir una
figura femenina de edad madura viviendo el trágico trance de contemplar a su
Hijo muerto, en esta ocasión con la cabeza elevada, el rostro mórbidamente
tallado en nogal con tan suave modelado que recuerda sus trabajos en terracota,
con la mirada hacia lo alto y la boca entreabierta definiendo una sensación de
desconsuelo que, en líneas generales, anticipa la expresión facial que reflejaría
cuatro años más tarde en su célebre Virgen
de las Angustias (iglesia de las Angustias, Valladolid).
Cubre su cabeza un manto y un estudiado juego de
tocas, sujetas por un broche sobre el pecho, que enmarcan el rostro con
efectistas pliegues en los que la madera queda desmaterializada. Con ello el escultor
demuestra su capacidad inventiva en la envoltura de las cabezas femeninas con
distintas tocas superpuestas, recurso que alcanza grandes valores estéticos en
las figuras del grupo del Santo Entierro,
en el busto de Santa Ana y en esta Dolorosa de Ciudad Rodrigo.
Igualmente es un personalísimo trabajo de Juni la
disposición de las manos, que a pesar de aparecer enmascaradas entre paños
definen la sensación de aflicción, ofreciendo resabios miguelangelescos la mano
izquierda aferrada con rabia a un cabo del manto, un detalle juniano que delata
la categoría creativa del escultor. Otro tanto puede decirse de la indumentaria
que recubre el cuerpo, que a pesar de retorcerse para producir una infinidad de
abultados pliegues en todos los sentidos, permiten adivinar con claridad la
descripción anatómica.
Desgraciadamente la escultura ha perdido su
policromía original —estofados y carnaciones— a causa de las malas condiciones
que sufrió en su lugar de origen. A mediados del siglo XX la imagen mostraba un
desafortunado repinte sobre una capa de yeso también renovada que desvirtuaba
la calidad de la talla. En su última restauración estas adiciones se
suprimieron para dejar la imagen en su color natural, aunque en algunas partes
sean visibles pequeños restos de la policromía original.
San Juan
Es la escultura menos convencional del conjunto y
muestra la inquietud de Juni por la permanente renovación iconográfica. El
Evangelista se coloca frontalmente, aunque con la pierna derecha flexionada y
apoyada sobre el desnivel producido por un peñasco. Al mismo tiempo gesticula
con las manos determinando un gesto de incomprensión sobre lo que allí ocurre,
captado, a modo de instantánea, en el momento en que descubre sus brazos que
estaban ocultos bajo el manto, motivo por el que buena parte de las manos
permanecen ocultas bajo el paño, un recurso característico del escultor.
San Juan dirige su mirada al espectador a modo de
introductor en la escena, siguiendo un recurso utilizado por algunos artistas
del Renacimiento, como lo hace el mismo Juni con la figura de José de Arimatea
en el grupo escultórico del Santo
Entierro o El Greco con la figura de su hijo Jorge Manuel en la pintura del
Entierro del Señor de Orgaz. Es
presentado como un joven de rostro barbilampiño, gesto enérgico, abultada
cabellera y revestido con una túnica con cuello vuelto que no cubre los
tobillos y un amplio manto que se desliza desde la mano derecha formando un
pronunciado arco al frente, acusando en su conjunto una distorsión corporal que
se traduce en un desgarrador gesto de lamento y de interiorización del pathos.
Al igual que la figura de la Virgen, la escultura
perdió la policromía original y se presenta en su color natural permitiendo
apreciar los ricos matices de la talla.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Juan
de Juni. Madrid, 1974, pp. 233-234.
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