Corría el año 1595 cuando se produjo un incidente en Valladolid, aparentemente reducido a una alteración del orden público motivado por las ofensas realizadas contra el rey por un forastero, que finalmente puso al descubierto una atrevida conspiración para restaurar en el trono al rey de Portugal, reino en aquel momento anexionado a España desde hacía escasos años.
El suceso se produjo en las postrimerías del reinado de Felipe II, cuando hizo su presencia en la ciudad del Pisuerga un elegante hombre pelirrojo que intentaba vender un lote de suntuosas joyas. Para ello estuvo recorriendo durante tres días las calles vallisoletanas, llamando la atención de aquellos a quienes ofertaba las alhajas el poco respeto con que se refería al rey, de modo que el altanero y desconocido personaje acabó siendo denunciado y detenido poco después por don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen de la Real Chancillería de Valladolid, con la intención de investigar la procedencia de aquellas piezas en venta y castigar las calumnias vertidas contra el monarca. Pero al ser registrado el personaje se produjo una gran sorpresa, pues junto a las joyas se le confiscaron cuatro cartas dirigidas al detenido, dos de ellas firmadas por un fraile agustino llamado Miguel en las que el extraño caballero recibía el tratamiento de "majestad" y otras dos de contenido amoroso firmadas por doña Ana de Austria, hija de don Juan de Austria, sobrina por tanto de Felipe II, en las que le trataba como si fuera su prometido, refiriéndose incluso a una hija del detenido como si fuera su propia "hija".
La extrañeza de que el pretendiente de una sobrina del rey fuera acusado de injuriar al monarca y la incomprensible titulación de las cartas del agustino motivaron que don Rodrigo informara del asunto directamente a Felipe II, tras lo cual se descubrió todo un entramado de conspiración política, a través de una suplantación de personalidad, que estaba siendo urdido por el agustino portugués fray Miguel de los Santos y que tenía como cómplices a doña María Ana de Austria, en ese momento monja en un convento de Madrigal de las Altas Torres y aquel galán, cuya verdadera identidad era Gabriel de Espinosa, un pastelero también residente en aquella villa abulense.
Pero para comprender el desenlace de la historia es conveniente conocer el contexto histórico en que se produjo y los personajes protagonistas de tan rocambolesco acontecimiento.
EL REY DON SEBASTIÁN Y LA SUCESIÓN EN PORTUGAL
Cuando murió el rey don Juan Manuel de Portugal, heredó el trono su hijo don Sebastián, un joven educado por un jesuita que le había inculcado la necesidad de combatir a los infieles africanos. En 1578, desoyendo todos los consejos, este rey acudió a Marruecos con sus tropas para socorrer al sultán Muhammad Al-Mutawakil, después de ser depuesto por el sultán Abd el-Malik. Allí dirigió la cruenta batalla de Alcazarquivir o de los Tres Reyes, donde, junto al fallecimiento de los dos aspirantes al trono marroquí, se produjo la sangrienta derrota de Portugal, desapareciendo el monarca en la contienda, lo que dejó al país sin rey y sin heredero. Ello dio lugar a que se extendiese una corriente o sentimiento, conocido como "sebastianismo", que rechazaba la muerte del rey y esperaba con anhelo su regreso, lo que dio lugar a varios y frustrados intentos de suplantación de personalidad para ocupar el trono que fueron finalmente castigados.
Tras la desaparición del rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir sin descendientes, heredó la corona portuguesa su tío abuelo, un cardenal que gobernó Portugal como Enrique I. Durante el reinado de este eclesiástico surgieron cuatro aspirantes al trono: Caterina de Portugal, Ranuccio de Farnesio, Antonio, prior de Crato y Felipe II, hijo de Isabel de Avis (más conocida como la emperatriz Isabel de Portugal), produciéndose el apoyo de la nobleza y el alto clero a Felipe de España, tío de don Sebastián, y de la mayoría del pueblo llano al prior Antonio, que tras la muerte de Enrique I se autoproclamó Rey de Portugal el 24 de julio de 1580.
El hecho enfureció a Felipe II, que defendió sus derechos al trono lusitano enviando un ejército al mando del Duque de Alba, que consiguió la victoria en la batalla de Alcántara e hizo huir al prior Antonio a las Islas Azores. Felipe II, después de ocupar Lisboa, fue proclamado Rey de Portugal el 12 de septiembre de 1580 y jurado por las Cortes en Tomar el 15 de abril de 1581. Antonio sería desalojado definitivamente de las Azores en 1583 tras la batalla de la Isla Terceira, con lo que Portugal perdió definitivamente su independencia y se consumó la ansiada idea española de la unidad peninsular.
Según la versión oficial, el Sultán de Marruecos entregó el cadáver de don Sebastián a los representantes de Felipe II en Ceuta, siendo trasladado a Lisboa, donde recibió solemne sepultura en el monasterio de los Jerónimos, a pesar de lo cual arraigó la creencia popular de que el rey no había muerto y que su sepulcro siempre estuvo vacío.
PERSONAJES DE LA ROCAMBOLESCA HISTORIA TRAMADA EN MADRIGAL
Don Gabriel de Espinosa, el pastelero de Madrigal
A pesar de que en Madrigal se le considera allí nacido, es posible que Gabriel de Espinosa fuera en realidad natural de Toledo, donde consta haber recibido el título para desempeñar el oficio de pastelero. Era un hombre menudo, delgado y de piel curtida, con una nube en el ojo derecho, cabello pelirrojo y barba algo canosa, cuando a finales del mes de junio de 1594 llegó a Madrigal acompañado de Inés Cid, una gallega de 27 años a la que había conocido en Allariz (Orense) y que ejercía como ama de cría de una hija de ambos, Clara Eugenia, una niña de 2 años nacida en Oporto. En Madrigal se instaló para trabajar en la producción de pasteles de carne y empanadas y allí nacería en 1595 un segundo hijo.
De carácter orgulloso, en este humilde oficial extrañaba su dominio del castellano, portugués, francés y alemán, a lo que se unía una gran facilidad de palabra y una gran destreza en la monta de caballos, virtudes más propias de un caballero que de un simple artesano, aunque es posible que estas habilidades las aprendiera cuando desempeñó su oficio como acompañante de las campañas llevadas a cabo por las milicias del capitán Pedro Bermúdez, al que había seguido ejerciendo su profesión por las poblaciones de Salvatierra, Zamora, Toro, Nava del Rey y finalmente en Madrigal.
Aunque seguramente había nacido huérfano, la leyenda que da forma al entramado de la historia apunta que pudiese ser hijo de don Juan Manuel de Portugal, padre del rey don Sebastián, y de María de Espinosa, una doncella de los marqueses de Castañeda, nacida en Madrigal, que les acompañó a Lisboa. Por tanto Gabriel sería hermanastro del rey don Sebastián, si es que en realidad no era el propio don Sebastián, como él mismo afirmaba, el rey tan añorado por los portugueses, un enigma que todavía ocupa a algunos estudiosos.
Fray Miguel de los Santos
Cuando Gabriel de Espinosa llegó a Madrigal, también residía en la villa fray Miguel de los Santos, un agustino portugués que allí ejercía como vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real. El fraile había llegado hasta allí después de ser desterrado de Portugal y enviado a Castilla por Felipe II como consecuencia de haber ejercido en Portugal como confesor del rey don Sebastián y de haber apoyado en las disputas de sucesión al prior de Crato, siendo una de las personas que había contribuido a la difusión del "sebastianismo".
Aunque no existen datos detallados de cómo se produjo el encuentro entre ambos personajes, parece ser que el fraile portugués descubrió el gran parecido físico entre Gabriel de Espinosa y el rey don Sebastián, no sólo por su cabello pelirrojo, poco habitual en Castilla, sino por su preparación y buenas maneras, por lo que le propuso suplantar al rey tan esperado en Portugal para después reclamar sus derechos. Parece ser que el pastelero, que había llegado a Madrigal hacía sólo tres meses, aceptó estos planes con el fin de medrar en su vida o, según otras opiniones, por tratarse del propio rey don Sebastián, como afirmó hasta su muerte.
Doña María Ana de Austria
Fray Miguel de los Santos facilitó el contacto de Gabriel de Espinosa con la monja más célebre de Madrigal, doña María Ana de Austria, hija natural de don Juan de Austria, héroe de Lepanto, nacida en 1568 de sus relaciones con doña María de Mendoza. Siendo niña, se había encargado de su educación doña Magdalena de Ulloa y a los seis años había ingresado, por disposición de su tío Felipe II, en el convento de agustinas de Madrigal, donde demostró no sentir la vocación religiosa, sino otra más mundana, siendo más atraída por las historias de aventuras de su padre y las de su primo el rey don Sebastián que por los quehaceres de la clausura, historias que le fueron relatadas por fray Miguel, que incluso le llegó a asegurar tener visiones en las que ella misma y don Sebastián unían sus vidas.
De modo que cuando doña María Ana conoce a Gabriel, la religiosa, bien por creer realmente que se trataba de su primo Sebastián o por ver la posibilidad de abandonar el convento, aceptó los planes de fray Miguel y se prometió en matrimonio con el pastelero, aspirando en la maniobra a ocupar en el futuro el trono de Portugal. La necesidad de conseguir la dispensa papal, un trámite que ella consideraba fácil de conseguir por ser solicitada por un monarca, hizo que el trío iniciara una serie de contactos con nobles portugueses, que también reconocieron en el pastelero al añorado rey desaparecido y apoyaron el plan, iniciándose una serie de reuniones clandestinas para establecer las pautas a seguir.
Fue entonces cuando doña María Ana entregó todas sus joyas al pastelero para conseguir los caudales necesarios con que iniciar los trámites y cuando Gabriel viajó hasta Valladolid para realizar la venta, aunque su falta de tacto y su burdo comportamiento hizo que terminase retenido en el calabozo y que una investigación descubriera toda la trama.
Don Rodrigo de Santillán
Pero en el desarrollo de aquella denuncia nadie se libró de aprovechar la ocasión para defender sus propios intereses, pues el alcalde don Rodrigo de Santillán, que estaba acosado por las deudas, encontró en el caso una oportunidad para obtener el favor real y la encomienda soñada por los altos funcionarios, lo que motivó que se saltase todas las jerarquías y se pusiese en contacto directamente con el rey para ganar notoriedad. Después viajó con sus alguaciles a Madrigal, encerró a doña María Ana en sus aposentos, se incautó de todos los documentos y detuvo a fray Miguel, que reveló que el pastelero era en realidad el desaparecido rey don Sebastián. A continuación inició la instrucción de un proceso contra los tres detenidos, que fueron acusados de intentar suplantar la personalidad del rey, delito considerado como crimen de lesa majestad.
EL TRISTE DESENLACE
Durante el proceso, que fue seguido directamente por Felipe II desde la corte, dando lugar a gran cantidad de correspondencia (actualmente conservada en el Archivo de Simancas), los acusados fueron repetidamente interrogados, a veces bajo tormento, como era habitual, adoptando don Gabriel un ambiguo comportamiento al declarar en principio su intención de suplantación y afirmar posteriormente con rotundidad que realmente era el rey don Sebastián. Finalmente recibió la dura sentencia de morir en la horca. Por su parte Inés Cid, en calidad de cómplice, fue azotada y desterrada de Madrigal, de donde salió con sus dos hijos sin dejar rastro.
Fray Miguel primero fue desposeído de su condición religiosa y después juzgado como laico, siendo también condenado a la pena capital. Doña María Ana, por expreso deseo del rey Felipe II, fue desposeída de su privilegios y recluida en la rigurosa clausura del convento de Nuestra Señora de Gracia de Ávila.
Don Gabriel de Espinosa fue ahorcado en Madrigal el 1 de agosto de 1595. Durante su ejecución se mostró altivo, pues él mismo se colocó la soga al cuello y denunció con cólera a don Rodrigo de Santillán, el hombre que le detuvo en Valladolid. Consumada la condena, su cuerpo fue posteriormente decapitado y descuartizado, siendo expuesta su cabeza en el Ayuntamiento de la villa y sus despojos en las cuatro puertas de la muralla de la ciudad. Asimismo, fray Miguel de los Santos fue ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, donde defendió hasta el último momento en el patíbulo su firme convencimiento de que el pastelero era verdaderamente el rey portugués, del que antaño había sido confesor. Igualmente, su cuerpo fue descuartizado y sus restos devueltos y expuestos en Madrigal.
Doña María Ana fue la única que se libró del cadalso. Permaneció encerrada hasta que su primo Felipe III subió al trono y le otorgó el perdón, retornando de nuevo al convento de Madrigal, donde llegó a ocupar el cargo de priora. El 8 de agosto de 1611 fue nombrada Abadesa Perpetua, la mayor dignidad eclesiástica de la época, del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, donde realizó una obra muy apreciada en la historia de la abadía, en la que falleció a finales de 1629.
La historia del "Pastelero de Madrigal" se llegaría a convertir en un auténtico enigma histórico, dadas la firmes actitudes de los encausados al pie del cadalso y de algunos nobles de la época, como Simón Ruiz, el acaudalado mercader de Medina del Campo, que durante el tiempo en que Gabriel de Espinosa permaneció en prisión le hacía llevar la comida en vajilla de plata. El suceso ha pasado oficialmente a la historia como una conspiración política en la que un portugués encontró en la suplantación una vía para devolver la independencia a su país natal, junto con un impostor que seducido por su afán de riqueza y poder le siguió el juego, y finalmente una mujer deseosa de abandonar la vida religiosa a la que había sido forzada. Estas tres personalidades, unidas por el azar, darían lugar a uno de los episodios más controvertidos y misteriosos de la historiografía española (el proceso se conserva íntegro en el A. G. S. Estado, legajos 172 y 173).
Tanto es así, que la intrigante historia fue recogida en 1849 por José Zorrilla y aplicada a la dramaturgia romántica bajo el título de "Traidor, inconfeso y mártir", una obra que fue representada el 31 de octubre de 1884 con motivo de la inauguración del Teatro Zorrilla de Valladolid, acto al que asistió personalmente el poeta. Igualmente, en 1835 sirvió de argumento a Patricio de la Escosura para su novela "Ni rey ni roque" y en 1862 Manuel Fernández y González contribuyó a difundir la historia en una novela titulada "El cocinero de Su Majestad o El Pastelero de Madrigal", de la que se llegaron a vender más de doscientos mil ejemplares.
Informe y tratamiento de las fotografías: J. M. Travieso.
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