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17 de junio de 2013

Termina la serie "100 HISTORIAS DE VALLADOLID"


     Con el capítulo "Velázquez en Valladolid, testigo de grandes festejos" termina por el momento la serie "100 Historias de Valladolid", compuesta por otros tantos artículos originales de José Miguel Travieso, igualmente autor de la mayor parte de las fotografías que los ilustran. Pero seguro que habrá otros añadidos a este trabajo publicado mes a mes desde el año 2009. Además, Domus Pucelae prepara una sorpresa para finales de año en la que serán protagonistas estas sugestivas historias.

     Las historias, que se han presentado intencionadamente con un orden cronológico desordenado procurando la variedad o actualidad, están todas registradas en el Registro de la Propiedad Intelectual para la Realidad Digital y en líneas generales toman como pretexto un personaje, objeto, enclave o acontecimiento para ir acercándose a todos los rincones de la ciudad y poner de manifiesto las vivencias pasadas de los vallisoletanos que nos precedieron y la repercusión nacional, e incluso internacional, de muchos de los hechos que en Valladolid tuvieron lugar y que proclaman su importancia en el mundo, así como su inabarcable patrimonio artístico, en ocasiones tan maltratado en tiempos pasados.



Índice de las 100 Historias de Valladolid publicadas:

      (con continuación el 24 julio 2010)
      26 diciembre 2009
      7 mayo 2010
      6 septiembre 2010
      (con continuidad el 21 de diciembre 2011)
      estudiantil. 7 octubre 2010
      8 abril 2011
      22 junio 2012
      21 septiembre 2012
      23 noviembre 2012
      21 diciembre 2012

Pulsando sobre los títulos de los capítulos podrás acceder a cada uno de ellos.   

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14 de junio de 2013

Historias de Valladolid: VELÁZQUEZ EN VALLADOLID, testigo de grandes festejos

   
       En otro capítulo ya nos referimos a la llegada a Valladolid, el 12 o 13 de mayo de 1603, de Pedro Pablo Rubens, máximo exponente de la pintura barroca europea y maestro por excelencia de la escuela flamenca en el siglo XVII. Llegaba desde Italia en calidad de embajador de la corte de Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua, después de desembarcar en el puerto de Alicante el 22 de abril de aquel año y recorrer durante veintiún días el trayecto hasta Valladolid, por entonces convertida en capital de la Corte, donde debía entregar al rey un lote de valiosos regalos, entre ellos la importante colección de pinturas que venía custodiando.

En Valladolid permaneció desde mayo hasta pasados los meses de verano de 1603 y a la vera del Pisuerga elaboró importantes cuadros que fueron adquiridos por destacados cortesanos, entre ellos el Retrato ecuestre del Duque de Lerma, verdadera joya que conserva el Museo del Prado, y los filósofos Demócrito y Heráclito, actualmente en los fondos del Museo Nacional de Escultura, así como una serie de retratos de damas españolas destinados a la Galería de Bellezas del Duque de Mantua, hoy en paradero desconocido.

Laumosnier. Tratado de los Pirineos de Felipe IV y Luis XIV.
Museo de Tessé.
En 1660, casi sesenta años después, de nuevo pisaría las calles vallisoletanas un destacado maestro de la pintura universal, el sevillano Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, el mejor pintor del barroco español. La noticia fue dada a conocer por el pintor e historiador José Martí y Monsó en sus Estudios Histórico-Artísticos1, publicados en Valladolid en 1898-1901, después de transcribir una carta autógrafa del pintor sevillano que se había conservado en el Archivo del Colegio de Niñas Huérfanas de Valladolid, que está dirigida al fundador de aquella institución benéfica, el prestigioso pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz, con el que, según se deduce del escrito, había entablado una relación de amistad.

Las circunstancias en que se produjo la llegada de Velázquez a Valladolid estuvieron vinculadas a un hecho histórico que devino en un regio enlace matrimonial. En noviembre de 1659 se había firmado entre Luis XIV de Francia y Felipe IV de España el Tratado de los Pirineos en la Isla de los Faisanes, tras negociaciones llevadas a cabo por el cardenal Giulio Mazarino, al servicio de la corona francesa como sucesor del cardenal Richelieu, y el vallisoletano don Luis de Haro, III duque de Olivares, general y político español. Entre los acuerdos firmados figuraba la concesión a Luis XIV de la mano de la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV.

En enero de 1660 el Concejo de Valladolid era informado de que el rey y su séquito visitarían la ciudad, a la ida o a la vuelta, en el viaje previsto desde Madrid a Fuenterrabía para hacer entrega al Rey Sol de la prometida infanta María Teresa, cuyo enlace real estaba previsto en junio de 1660 y en cuya preparación participó Velázquez en su condición de aposentador mayor de palacio, ya que por entonces compaginaba sus tareas pictóricas con distintos cargos en la corte.

Para recibir al monarca y celebrar tan sonado enlace en su ciudad natal, pues Felipe IV había nacido en Valladolid el 8 de abril de 1605, se organizaron grandes festejos con la intención de que fueran los mejores que el rey encontrara en las celebraciones del enlace de su hija con el rey francés. Tras la propuesta de varios regidores, se eligió el programa sugerido por Francisco Díaz Urtado, que incluía una comedia en el Salón del Palacio Real, fuegos artificiales en el Palacio de la Ribera y en la Corredera de San Pablo, luminarias por las calles, juegos de cañas y corridas de toros en la Plaza Mayor, una de las cuales, buscando la originalidad, se decidió que fuese acuática, para lo que se acondicionó en el Palacio de la Ribera de la Huerta del Rey un despeñadero o rampa por el que los toros caerían hasta las aguas del Pisuerga para allí ser toreados desde cuatro grandes barcazas elaboradas para tal fin.

Sin embargo, la ciudad vivía por entonces un proceso de decadencia desde que muchos años antes la capitalidad regresara a Madrid, siendo escasos los recursos municipales para acometer los gastos de aquellos festejos, por lo que hubo que recurrir a solicitar al rey un anticipo de 30.000 ducados sobre la futura recaudación de sisas, tarea llevada a cabo en Madrid por Alonso Neli de Ribadeneira.

En los preparativos de los juegos de cañas se dispuso que los trajes no fueran los habituales de capa y gorra, sino libreas de tafetán doble forrado con velillo y que a cada lado las cuadrillas se acompañaran de cuatro reposteros con trajes de terciopelo carmesí con las armas bordadas de la ciudad. Asimismo, los encargados de hacer sonar las trompas, clarines y atabales debían llevar vestidos con cuarterones en rojo y plata. Los colores de los caballeros se elegiría por sorteo, después de que las dos cuadrillas de la Ciudad eligieran los suyos en virtud de un antiguo privilegio. Para las corridas de toros en la Plaza Mayor se pintaron todas las fachadas y se doraron los balcones, estableciendo el Ayuntamiento el precio según su altura y según fueran de sol o sombra. Para la corrida acuática se engalanaron las galeras sobre el Pisuerga a la espera de que el monarca y su séquito hicieran acto de presencia. En cuanto a la representación de comedias primero se intentó la puesta en escena de los Autos Sacramentales de Pedro Calderón de la Barca, aunque finalmente se recurrió a una comedia de capa y espada cuyo título y autor desconocemos.

Despeño de los toros en el Palacio de la Ribera.
Dibujo de Ventura Pérez coloreado.
Preparada la ciudad para la celebración de aquellos fastos que tanta expectación causaron, a mediados de junio de 1660 llegaron noticias de que el rey se aproximaba a Valladolid tras haber asistido en Fuenterrabía a la solemne entrega de su hija María Teresa a Luis XIV. Todo estaba preparado, la comedia suficientemente ensayada, las calles recién adoquinadas y limpias, las luminarias y hachones dispuestos en las calles, las armas de la ciudad, con picas y mosquetes, colocadas ante la fachada del convento de San Francisco en la Plaza Mayor, dispuesta la mascarada de gala organizada por los gremios y los nobles preparados para participar en los espectáculos.

El rey hacía su entrada en Valladolid a las nueve de la mañana del día 18 de junio de 1660, figurando el pintor Velázquez entre su séquito. La comitiva se dirigió al Palacio Real, iniciándose aquella misma tarde el programa de festejos. A las cinco el rey y los cortesanos contemplaron desde el mirador del Palacio de la Ribera el despeño y toreo de los toros, asistiendo a una sesión de fuegos artificiales sobre el río al anochecer. Al día siguiente tuvo lugar en la Plaza Mayor una memorable sesión de toros y cañas, cuyos lances, suertes, braveza y vestuario llegaron a impresionar al pintor sevillano, según lo manifiesta en una carta escrita posteriormente desde Madrid.

Pasados cuatro días de memorables festejos, a las cinco de la mañana del día 22 de junio, tanto Velázquez como Felipe IV partían para Madrid, siendo acompañados por los Comisarios de la Ciudad hasta Valdestillas, donde se produjo la despedida.

Durante aquella estancia en Valladolid, Velázquez tuvo la ocasión de reunirse con el pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz, al que tiempo atrás había conocido en la corte madrileña y que también había mantenido buenas relaciones con Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, estrechándose en tal ocasión las relaciones entre ambos pintores. Velázquez, en la carta que le dirige el 3 de julio de 1660, verdadero certificado de su presencia en Valladolid, se mostró agradecido por las atenciones recibidas por parte de doña María de la Calzada, tercera esposa de Diego Valentín Díaz, lo que hace pensar que durante su estancia en Valladolid pudiera haber estado aposentado en su casa, situada frente a la iglesia de San Lorenzo, en los terrenos actualmente ocupados por el monasterio de Santa Ana.

Esta es la transcripción literal de la carta firmada por Velázquez y dirigida a Diego Valentín Díaz (Archivo del Ayuntamiento)2:

Señor mío holgare mucho halle esta a V. m. con
la buena salud que le deseo y asimismo a mi Sra.
Doña María. yo Sr. llegué a esta Corte sábado a
el amanecer 26 de Junio cansado de caminar
de noche y trabajar de día pero con salud y gra-
cias a Dios hallé mi casa con ella. S. M. llegó
el mismo día y la Reina le salió a recivir a
la Casa del Campo y desde allí fueron a Ntra. Sra.
de Atocha. La Reina está muy linda y el prín-
cipe nº Sr. el miércoles pasado hubo toros
en la plaza mayor pero sin cavalleros con que
fue una fiesta simple y nos acordamos de la
de Valladolid. V. m. me avise de su salud y
de la de mi Doña María y me mande
en que le sirva que siempre me tendra muy
suio, a el amigo Tomas de Peñas de V. m. de
mi parte muchos recados que como io andube
tan ocupado y me bine tan de prisa no le pude
ver. por aca no ay cosa de que poder abisar
a V. m. sino que Dios me le guarde muchos años
como desseo. Madrid y Jullio 3 de 1660
              d. V. m.
                          q. s. m. b.
                          Diego de Silva
                          Velazquez

Sr. Diego Valentín Díaz.

Esta carta tiene un gran valor documental, no sólo por testimoniar la presencia de Velázquez en Valladolid, sino también porque el gran maestro moría en Madrid a los 61 años el 6 de agosto de 1660, apenas pasado un mes de realizar este escrito, mientras que el pintor vallisoletano destinatario fallecía a los 74 años de edad el 1 de diciembre de aquel mismo año.
             
Informe y tratamiento de las ilustraciones: J. M. Travieso.


NOTAS

1 MARTÍ Y MONSÓ, José. Estudios Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid. Valladolid, 1898-1901, pp. 31-36.
2 Ibídem.

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24 de mayo de 2013

Historias de Valladolid: COMEDIANTES EN VALLADOLID, monopolio y devociones


LA VIRGEN DE SAN LORENZO, PRIMERA PATRONA DE LOS COMEDIANTES

En otros tiempos, la estrecha relación entre lo cotidiano y lo sobrenatural era considerada posible por la religiosidad popular a través de las reliquias, imágenes, indulgencias y determinados ritos, no faltando en Valladolid un abundante muestrario al que acogerse para obtener beneficios espirituales, dado que la ciudad ostentó hasta el siglo XIX un carácter eminentemente conventual, con 16 parroquias aparte de la catedral, 40 conventos, 5 iglesias penitenciales, 13 hospitales de diferente capacidad y 15 ermitas diseminadas por su entramado urbano.

De entre todas las devociones, en la mayoría de las ciudades tenían especial predicamento las marianas y algunos santos locales, pudiendo comprobarse que Valladolid no era una excepción a esa norma. Efectivamente de entre todas las devociones, que fueron muchas, fue la Virgen de San Lorenzo la que consiguió un rango especial, por encima de otras devociones, debido a su historial prodigioso. La imagen reunía todos los requisitos necesarios para generar tanta veneración, como el misterio y la leyenda en torno a su hallazgo "milagroso", siendo objeto desde el siglo XV, como Virgen de los Aguadores, de constantes rogativas generales y contra la sequía, recurrida en 1561 en el incendio de la calle Platerías, en 1599 por la peste, en 1601 por el feliz parto y la enfermedad que aquejaba a la reina Margarita de Austria, en 1605 como acción de gracias por el nacimiento del príncipe heredero (futuro Felipe IV), influyendo precisamente la predilección de la reina Margarita por esta sencilla imagen, durante la estancia de la Corte en Valladolid, a que de forma oficiosa fuera considerada por los vallisoletanos como patrona de la ciudad.

Como testimonio de aquel patronazgo regio conocemos las visitas a la venerada imagen del rey Felipe IV en 1660, cuando regresaba a Madrid después de haber entregado a su hija María Teresa en matrimonio a Luis XIV de Francia, de Carlos II en 1690, cuando festejó en Valladolid sus segundas nupcias, y durante la estancia en la ciudad en 1710 de María Luisa de Saboya1.

Podemos considerar, por tanto, que desde el siglo XVII y debido al apoyo de la Corte, la ciudad comienza a decantarse por la Virgen de San Lorenzo como su patrona. Después, emulando aquella devoción fomentada en instancias palaciegas, se sumaron todas las instituciones locales, fortaleciendo con ello su prestigio a pesar de tener fuertes contrincantes, como la Virgen Vulnerata llegada a la ciudad en 1601 después de ser ultrajada en Cádiz por los ingleses o Nuestra Señora del Sagrario, descubierta emparedada en la catedral en 1602 y convertida en patrona del cabildo catedralicio. En su faceta de protectora, la Virgen de San Lorenzo fue recurrida por instituciones tan sólidas como la Chancillería y la Universidad, aunque sería el Regimiento quien más invertiría en su culto y en el afianzamiento de su patronazgo, llegando prácticamente a monopolizar la imagen, incluso después de que en 1781 se creara la Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo2.

De modo que la ciudad venía honrando a la Virgen de San Lorenzo tanto en sus fiestas jubilosas como en los momentos traumáticos, mezclando en su culto lo sacro y lo profano. Por ese motivo, un sector tan especial como los cómicos, dada la circunstancia de proximidad del corral de comedias al templo, también se encomendaban a ella, llegando a destinar para su culto el importe recaudado en la última función de cada temporada3, siendo ilustrativo el que, con motivo de la entronización de la imagen en su nuevo retablo, en la plaza de Santa María se llegara a poner en escena un auto sacramental callejero, al estilo de los celebrados en el Corpus, y en el corral de comedias se representara una función que contaba la historia de la imagen, según un guión escrito por un vecino de Valladolid. Estos festejos eran acompañados con las habituales mascaradas callejeras, fuegos artificiales y las apreciadas corridas de toros. Todo ello hace deducir que, en los primeros años del siglo XVII, la Virgen de San Lorenzo también era la patrona de los comediantes.

En este punto hemos de recordar que, junto al patronazgo oficioso de la Virgen de San Lorenzo, cuya proclamación oficial no tuvo lugar hasta 1916, el título de patrón de Valladolid lo ostentaba el arcángel San Miguel, hasta que fuera sustituido el 13 de noviembre de 1746 por el santo local franciscano San Pedro Regalado, después de que fuera canonizado por el papa Benedicto XIV el 29 de junio de aquel año.

EN TORNO A LAS COMEDIAS Y LOS COMEDIANTES

Hasta el último tercio del siglo XVI las representaciones teatrales tenían que adaptarse, ante la falta de locales adecuados, a todo tipo de recintos e improvisados entarimados, llegando a afectar incluso a los autos sacramentales después de que el Concilio de Trento prohibiera su escenificación en el interior de las iglesias. En ese momento, para cubrir esta necesidad, nacieron los corrales o casas de comedias, que en el siglo XVII, con la obra de los grandes dramaturgos y autores de comedias, se convirtieron en el marco apropiado para la satisfacer la constante demanda social de actuaciones, tanto por parte de la nobleza como de las capas populares, siendo una diversión prolífica y presente en las fiestas de Navidad, Carnaval, Semana Santa, Corpus y otras fiestas locales.

En los corrales el pueblo llano se situaba en el patio, donde en la parte delantera estaban colocados unos bancos en los que se sentaban los más ricos -cada banco ocupado al menos por tres personas-, apareciendo en el corral de Valladolid hasta trece filas de bancos. Detrás de los bancos y de pie el espacio era ocupado por hombres que recibían el nombre de "mosqueteros". Sobre el zaguán de entrada y frente al escenario se colocaba la "cazuela", espacio reservado a mujeres del pueblo llano, pues las pertenecientes a la nobleza o ricas familias compartían con los hombres los palcos o aposentos laterales, de modo que el público quedaba separado tanto por sexo como por jerarquización social.  A los corrales acudían compañías de actores, hombres y mujeres, que se desplazaban de unos pueblos a otros con su repertorio, que en ocasiones llegaba a las cincuenta comedias, muchas veces portando en carretas pesados equipajes.

Prácticamente en su mayoría, los patios de comedias nacieron unidos a concesiones otorgadas a distintas cofradías hospitalarias. Así ocurrió en el construido en Valladolid en 1575, para el que la Cofradía de San José y Niños Expósitos, con sede canónica en la iglesia de San Lorenzo, recibió del Ayuntamiento el permiso en exclusiva para representar comedias en el patio de su hospital con el fin de recaudar fondos destinados a su función social, de modo que todas las funciones presentadas en la ciudad reportaban beneficios a dicha cofradía.

EL TEATRO DE LA COMEDIA EN VALLADOLID Y SU VINCULACIÓN A LOS NIÑOS EXPÓSITOS

Las primeras representaciones teatrales públicas de Valladolid tuvieron lugar en 1547 en la Plaza de Santa María (actual Plaza de la Universidad) y después en la Plaza Mayor, Corredera de San Pablo, Plaza del Almirante (ante el actual Teatro Calderón) y junto a la desaparecida puerta de San Esteban (donde se representaron obras de Lope de Rueda en 1554), sin convertirse en espacios fijos para ello. Sería en 1574 cuando comenzaron las representaciones en el patio del Hospital de San José y Niños Expósitos, situado frente a la iglesia de San Lorenzo (actual plaza de Martí y Monsó).

La génesis para la creación en Valladolid de un teatro estable para comedias, no exenta de incidencias, comienza en septiembre de 1574, cuando la Cofradía de San José y Niños Expósitos compra a doña Ana del Portillo un corral frontero de la cárcel y un pequeño solar donde se hallaba un horno para ampliar el espacio del patio del Hospital, al tiempo que era solicitada la concesión municipal de las comedias en exclusiva para poder atender a los ciento treinta niños recogidos en la institución benéfica.

Grupo de la Sagrada Familia (Gregorio Fernández, 1621) que presidía
la capilla de la Cofradía de San José y Niños Expósitos
en la iglesia de San Lorenzo. 
En marzo de 1575 los cofrades de San José piden al autor de comedias Mateo de Salcedo la traza para un teatro estable en el patio del Hospital. Poco después los mayordomos de la cofradía Alonso de Valdesoto y Francisco de Pinedo invitan a los Regidores del Concejo a visitar el patio, aconsejando la compra de un espacio colindante para ensancharlo, al tiempo que denuncian a Mateo de Salcedo por construir un corral de comedias propio en la calle de la Longaniza (actual calle de Simón Aranda), en unas casas alquiladas a doña Ana de Valladolid que estaban próximas a la iglesia y el Hospital de San Antón, donde comenzó a representar el autor Juan de Granados.
      
En mayo de aquel mismo año los alcaldes de la cofradía, insistiendo en la necesidad de obtener el permiso de la representación teatral en exclusiva, exponen a Noguerol de Sandoval, Teniente de Corregidor, la penuria de la cofradía tras la llegada a Valladolid de asturianos, cántabros, gallegos y leoneses, declarando Pedro de la Calle, sacristán de San Lorenzo, que se dejan a diario en las puertas de las iglesias niños recién nacidos y otros de hasta ocho meses, lo que obliga a repartirles por casas particulares de la ciudad, estando obligado a pedir limosna para pagar el real necesario por cada vez que se daba el pecho a una criatura, motivos que facilitan que la petición sea aprobada por el Consejo de Valladolid.

Más diligentes son los cofrades Cristóbal Pérez y Ambrosio Núñez, que deciden acudir al rey Felipe II y su Consejo para que confirmase la exclusiva de las representaciones de comedias, determinante fuente de ingresos para la obra benéfica de la Cofradía, obteniendo la concesión del Consejo Real, que encarga hacerla efectiva al Consejo de Valladolid. En el mes de junio el Doctor Pareja, Corregidor, decreta que todas las comedias se hagan en exclusiva en el patio del Hospital de San José, bajo multa de 10.000 maravedís, dictamen que es hecho oficial el 5 de septiembre de 1575 con la protesta del comediante Mateo de Salcedo, que abandonaría Valladolid en 1579.

Entre 1576 y 1579 el corral de comedias vallisoletano vive cierta estabilidad, acometiéndose obras de ensanche que permiten el aumento de compañías, espectadores y, por supuesto, mayores ingresos para los Niños Expósitos. Un incidente tiene lugar en 1580, cuando en el patio representa con gran éxito el autor de comedias Jerónimo Velázquez. La llegada de una compañía de cómicos italianos dirigida por Juan Ganassa, que ofrece un pago superior por el arriendo del local, hace que consiga la concesión, aunque sus obras no son bien recibidas por el público, amenazando Jerónimo Velázquez con abandonar Valladolid, ante lo que la Cofradía de San José y Niños Expósitos solicita al Corregidor que se lo impidiera. Este hecho produce un endurecimiento del reglamento y la aplicación de la censura a la creatividad de los comediantes, ya que el 19 de diciembre de 1581 el Corregidor dispone que en adelante sólo podría representar la compañía autorizada por la Justicia y previo examen de la obra, prohibiendo a los cofrades traer compañías y cómicos de fuera, debiendo tener todas las compañías contratadas la necesaria licencia del Corregidor4.
      
Poco después llega otra compañía de italianos dirigida por Maximiliano Milanino, en este caso protegida por el Marqués de Tábara, asiduo benefactor de la Cofradía, que oferta 200 reales para que pueda representar. A ello responde Jerónimo Velázquez con una oferta de 220 reales. Para garantizar la recaudación, el Corregidor ordena que se representase en días alternos, dando por solucionado el problema.  

El teatro de comedias conoce hasta 1609 una etapa de tranquilidad, destacando la paulatina compra de inmuebles por parte de la Cofradía y la iniciativa en 1595 de rehacer todo el teatro, que no prospera a pesar de contar con el apoyo de don Rodrigo Calderón, el personaje más influyente de Valladolid. No obstante, la vida teatral recibe un nuevo impulso con la llegada de la Corte en 1601. En ese momento, en que en algunas festividades son frecuentes representaciones callejeras simultáneas en seis grandes carros de propiedad municipal, el Ayuntamiento paga 3.500 ducados por la compra de un solar en la calle de Pedro Barrueco para que la Cofradía de San José levantara un segundo teatro. En ese momento es destacable la gestión a favor de la Cofradía de San José y Niños Expósitos de uno de sus cofrades, el rico mercader don Martín Sánchez de Aranzamendi, también patrocinador de la reedificación de la  iglesia de las Angustias.
Boceto para el techo del teatro de comedias de la Cofradía de San José.
Francisco Manciles, 1746. Archivo Histórico Provincial de Valladolid.
Sin embargo, la marcha de la Corte a Madrid en 1605 provoca la carestía de la vida y el descenso de la actividad teatral, bajando con ello los ingresos de los Niños Expósitos, lo que incluso provoca la venta del aposento teatral del ilustre don Rodrigo Calderón.

Habría que esperar a 1609 para que el teatro conociera su reconstrucción integral, derribando todo lo existente, siendo el alma de la iniciativa el acaudalado don Martín Sánchez de Aranzamendi, en ese momento Comisario de la Cofradía de San José y Niños Expósitos. La traza del nuevo patio de comedias se encarga a Francisco Salvador, aunque el que lleva a cabo la construcción, según las condiciones fijadas por los cofrades, fue Bartolomé de la Calzada, maestro de obras, arquitecto y auxiliar de Juan de Nates, que lo concluye con problemas de pagos en febrero de 1611. Poco después se cubre el patio y en 1626 se agrandan los aposentos, aunque los estragos producidos por las inundaciones de 1636 iban a obligar a la casi reedificación del teatro.   

De acuerdo a la vinculación del teatro de comedias con la Cofradía de San José y Niños Expósitos, en 1746 se decide pintar el techo de la sala con un cielo raso y un medallón con la figura del patrón San José en el centro y en el perímetro unos jarrones con flores, obra que es llevada a cabo por Francisco Manciles. El boceto4 se conserva en el Archivo Histórico Provincial, Planos y Documentos, Legajo 30 nº 1, año 1746.

La mayoría de los corrales de comedias conocen su decadencia en el siglo XVIII, cuando al amparo del gusto por el teatro "a la italiana" se construyen nuevos edificios mejor dotados, tanto para el teatro como la ópera. Esto también ocurre en Valladolid, donde la situación cambia hacia 1771, cuando por los nuevos aires sociales el gobierno del teatro pasa de la Cofradía al Ayuntamiento, que realiza obras en la portada, que conoce una remodelación en 1816 a cargo del arquitecto Juan Sánchez, que incorpora tres puertas entre cuatro columnas y una cornisa con bustos de dramaturgos en los extremos, según aparece en una fotografía del siglo XIX. En 1867 el edificio es subastado y adquirido por Anacleto Guerra, ajustando su fachada a la estética de los nuevos tiempos con el nombre de Gran Teatro. A partir de entonces se inicia un proceso de ruina que culmina con su desmontaje poco antes de 1987 y su conversión en el Cinema Coca, hoy también desparecido.

SAN JOSÉ Y LA VIRGEN DE LA NOVENA: LAS DEVOCIONES DE LOS CÓMICOS

Todo lo expuesto en torno a los comediantes pertenece al patrimonio intangible de Valladolid, puesto que todo ello ha desaparecido. Sin embargo, en la iglesia de San Lorenzo se conservan dos obras artísticas, muy distantes en el tiempo y en su calidad, que son importantes testimonios de todo lo relatado.
La Cofradía de San José y Niños Expósitos, fundada hacia 1540 y dedicada a recoger, criar, distribuir y enterrar a los niños abandonados, encontró su amparo en la iglesia de San Lorenzo. En ella la cofradía adquiría en 1606 una capilla dedicada a San José, después de que su figura como padre putativo y ejemplar fuese revitalizada por Santa Teresa y, a imitación de su trato al Niño Jesús, su protección se extendiera a los más necesitados: los niños expósitos6. En dicha capilla tenían lugar los cultos de la cofradía y los bautizos de aquellos desgraciados niños, a los que se encontraban como padrinos tanto familias de la parroquia y respetables miembros del Concejo, la Universidad y la Chancillería como algunos de los comediantes cuyas representaciones, como ya hemos visto, aportaban a la cofradía los ingresos necesarios para su subsistencia.

De modo que los cómicos, hasta entonces vinculados a la Virgen de San Lorenzo, pasaron a tener como principal protector a San José, patrono de la Cofradía que explotaba en exclusiva sus actuaciones. Para presidir el retablo de la capilla,  la Cofradía encargó en 1621 a Gregorio Fernández, el mejor escultor de la ciudad por muchos años, un grupo escultórico compuesto por San José, la Virgen y el Niño, un magistral conjunto procesional que fue policromado por Diego Valentín Díaz, amigo del escultor y excelente pintor, que tenía su domicilio próximo a la iglesia de San Lorenzo, en el terreno hoy ocupado por el convento de Santa Ana. En la figura de San José consolida Gregorio Fernández un prototipo iconográfico repetido e imitado, con el Patriarca con aspecto de labriego castellano, vestido con una túnica corta ajustada a la cintura, manto ampuloso y sujetando la tradicional vara florida, aunque lo más destacable es el trabajo de la cabeza, con larga barba y mechones sobre la frente, convirtiéndose su iconografía en un modelo muy imitado desde entonces, teniendo en cuenta que, tan sólo en Valladolid, se contó hasta con tres cofradías con el santo como titular.    
El excepcional grupo escultórico, testigo de aquellas pasadas devociones por parte de los cómicos y la Cofradía de San José y Niños Expósitos, se conserva prácticamente íntegro y expuesto de forma musealizada en el actual baptisterio de la moderna iglesia de San Lorenzo.

En la misma iglesia también se conserva una pintura que representa a la Virgen de la Novena y del Buen Parto, una devoción que adquirió su auge a partir de la decadencia del corral de comedias en el siglo XVIII, especialmente desde que en 1771 su titularidad pasara de la Cofradía de Niños Expósitos al Ayuntamiento. Desde entonces los cómicos, etiquetados en algunas épocas como "personas de mal vivir" y a los que en algunos lugares les fue vedado el enterramiento en lugar sagrado, canalizaron su devoción en Valladolid a través de esta imagen, en la que aparece la Sagrada Familia acompañada de San Juanito, una pintura de mediocre calidad que, como proclama la inscripción que en ella figura, fue pintada en 1793 por Manuel Valladar y donada a la iglesia de San Lorenzo por la compañía de cómicos.
La pintura, que queda vinculada a la tradición teatral de la ciudad, testifica que en Valladolid los comediantes, que con sus aportaciones mantuvieron tanto tiempo la actividad teatral y la importante obra benéfica llevada a cabo por la Cofradía de San José, nunca fueron discriminados por su oficio, siendo este icono objeto de súplicas y oraciones por parte de muchos actores cuando sus compañías estrenaban funciones en la ciudad hasta tiempos no muy lejanos.          

Informe: J. M. Travieso.

NOTAS
 1 AMIGO VÁZQUEZ, Lourdes, Una patrona para Valladolid. Devoción y poder en torno a Nuestra Señora de San Lorenzo durante el Setecientos. Revista Investigaciones Históricas nº 22, Universidad de Valladolid, 2002, p. 25.
2 SÁNCHEZ DEL CAÑO, David, Historia de la Virgen Santísima de San Lorenzo, patrona de Valladolid. Valladolid, 1972, pp. 109-111.
3 ALMUIÑA FERNÁNDEZ, Celso, Teatro y cultura en el Valladolid de la Ilustración. Los medios de difusión en la segunda mitad del XVIII. Valladolid, 1974, p. 132.
 4 FERNÁNDEZ MARTÍN, Luis, Construcción de nueva planta del antiguo Teatro de Valladolid 1609-1610. Castilla: Estudios de literatura nº 20, Universidad de Valladolid, 1995, p. 111.
5 Ibíd., p. 124.
6 EGIDO LÓPEZ, Teófanes, La religiosidad de Valladolid en tiempos de Gregorio Fernández. VV. AA., Gregorio Fernández: Antropología, Historia y Estética en el Barroco, Ayuntamiento de Valladolid, 2008, pp. 238-242.

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