30 de mayo de 2014

Theatrum: SEPULCRO DE PEDRO DE LA GASCA, la última morada del Pacificador y Virrey del Perú








SEPULCRO DEL LICENCIADO DON PEDRO DE LA GASCA
Esteban Jordán (León?, ca. 1530 - Valladolid 1598)
1571
Alabastro y jaspe
Iglesia de la Magdalena, Valladolid
Escultura funeraria renacentista. Corriente romanista







Detalle de la fachada de la iglesia de la Magdalena

La iglesia de la Magdalena de Valladolid presenta una fachada atípica, pues en lugar de desplegar un repertorio de tipo religioso, gran parte de su superficie aparece ocupada por un enorme blasón labrado en piedra, el motivo heráldico de mayor tamaño de cuantos se hicieron en España, allí colocado con orgullo para proclamar la gloria de un importante eclesiástico, político, diplomático y militar español del siglo XVI: don Pedro de la Gasca. Dicho escudo se yergue sobre una base que representa la mar océana, con monstruos marinos a los lados, está coronado por un friso con la inscripción Carolo V Imperatore Hispaniarum regii y circundado por una cartela que hace referencia al Virrey del Perú —Caesari restitutis Peru, regniis tirannorum spolia—, al igual que por seis gallardetes que, mostrando una P coronada, aluden tanto al Virreynato del Perú como al honroso título de Pacificador del Perú con el que este personaje pasó a la historia.

La referencia a este ilustre personaje tiene continuidad en el interior, donde en el centro de la nave se levanta su elegante sepulcro, realizado por el escultor Esteban Jordán cuatro años después de que se produjera su muerte. Pero, ¿quién era esta persona que quiso ser recordada de esta manera tan ostentosa?

Retrato figurado de don Pedro de la Gasca. Valentín Carderera, 1847
Biblioteca Nacional de España, Madrid
BREVE SEMBLANTE BIOGRÁFICO DE DON PEDRO DE LA GASCA

Nació en Navarregadilla, cerca de El Barco de Ávila, en 1493, hijo de Juan Jiménez de Ávila y María de la Gasca. Inició sus estudios en la Universidad de Salamanca, aunque al morir su padre en 1513 fue presentado al Cardenal Cisneros por su tío, el licenciado Del Barco, para cursar estudios de Artes y Teología en la Universidad de Alcalá de Henares, ingresando en el Colegio Mayor de San Ildefonso. Allí  le sorprendió la Revuelta de las Comunidades de 1521, en la que tomó partido por el emperador Carlos V. Al año siguiente fue enviado por su tío de nuevo a Salamanca, donde obtuvo el título de Bachiller en Derecho Civil y Canónico y ejerció el cargo de rector en 1528, pasando en 1531 al Colegio Viejo de San Bartolomé, centro en el que se formaron ilustres políticos de aquella época.

Ya plenamente formado, ingresó como eclesiástico, siendo nombrado canónigo y juez en el cabildo catedralicio de la diócesis salmantina. Tras conocer al influyente Cardenal Tavera, arzobispo de Toledo y presidente del Consejo Real, fue elegido por este en 1537 para ejercer como juez vicario en Alcalá y juez residenciador en el cabildo de Toledo, cargos que abandonó para ocupar, en 1540, la plaza de oidor en el Consejo de la Suprema Inquisición. Al año siguiente era nombrado visitador del reino de Valencia, donde entre 1542 y 1545 se ocupó del adoctrinamiento y control de la población hereje y musulmana y de fortificar la costa y las Baleares ante los posibles ataques del pirata Barbarroja encabezando la armada del turco y del rey de Francia. Esta demostrada capacidad gubernativa, sería decisiva para que fuera elegido por el emperador Carlos V para la ardua tarea de pacificar el Perú cuando llegaron noticias a la corte del levantamiento en aquellas tierras de Gonzalo Pizarro, hermano del célebre conquistador, que sublevado con otros encomenderos contra las Leyes Nuevas de Indias, inspiradas por Bartolomé de las Casas, había vencido y decapitado al Virrey, autonombrándose Gobernador.

Una vez recibido el nombramiento como Presidente de la Real Audiencia de Lima el 16 de febrero de 1546, en mayo de ese año se embarcó hacia Perú, llegando primero a Santa Marta (Colombia), donde los partidarios de Gonzalo Pizarro habían matado al virrey Blanco Núñez Vela. El mes de julio arribó a Panamá, donde se hizo cargo de la Presidencia de la Audiencia, logrando con su talento la adhesión del general Pedro de Hinojosa y otros jefes rebeldes, que lucharon contra las tropas de Pizarro, cuyos jefes fueron pasando paulatinamente al bando de Pedro de la Gasca. 

Tras desembarcar en Ecuador, recorriendo la costa llegó hasta la cordillera de los Andes en busca de la rendición de Gonzalo Pizarro, pero como esto no ocurriera, movilizó un ejército que al mando del capitán Alonso de Alvarado se encontró el 9 de abril de 1548 con las tropas pizarristas en la pampa  de Jaquijahuana, próxima a Cuzco, en cuya batalla el ejército rebelde desertó para pasar a las órdenes de Pedro de la Gasca. Sofocada la rebelión, cuarenta y ocho rebeldes, entre ellos Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, fueron juzgados y condenados a muerte, siendo otros muchos castigados con la confiscación de su bienes, con el destierro y los trabajos forzados en galeras.

Después de su labor de pacificador al acabar con la rebelión, de aplicar la ley de forma drástica y de reordenar el gobierno del Virreynato del Perú, dejando la Audiencia de Lima a cargo de Andrés de Cianca, hombre de confianza, Pedro de la Gasca regresó a España el 27 de enero de 1550 con un cargamento de metales preciosos valorados en dos millones de escudos que llegaron a Sevilla en septiembre de aquel año y que entregó a la corona. Como reconocimiento a su gesta, en 1551 fue reconocido por el emperador Carlos V con el nombramiento de obispo de Palencia —diócesis a la que por entonces pertenecía Valladolid—, siendo promovido en 1562 a obispo de Sigüenza, ya reinando Felipe II.
El prestigioso Pedro de la Gasca falleció el 13 de noviembre de 1567 a los 74 años, siendo trasladado y enterrado, por su expreso deseo, en la iglesia de Santa María Magdalena de Valladolid, por él construida y financiada1.          

LA IGLESIA DE LA MAGDALENA

La iglesia de la Magdalena tiene su origen en una ermita levantada sobre una de las puertas de acceso a la ciudad, junto a la que el doctor Luis de Corral levantó una capilla funeraria en estilo gótico. En 1564 se escrituraba la construcción de un nuevo templo a cargo de don Pedro de la Gasca, que respetaría la capilla funeraria citada. Las obras corrieron a cargo del arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, que trazó una nave de cinco tramos, bóvedas de crucería y una inscripción que recorre todo el perímetro, a la altura de la cornisa, detallando la fundación y patronato de Pedro de la Gasca, incluyendo una sacristía, la monumental fachada levantada en piedra de Villanubla y una torre a los pies. 

Cuando murió Pedro de la Gasca, fue su hermano el doctor Diego La Gasca, miembro de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, quien, rechazando una sepultura honorífica ofrecida por la catedral seguntina, dispuso que fuera trasladado a la iglesia vallisoletana fundada por el Pacificador del Perú tras su vuelta de América, cumpliendo así las mandas testamentarias.

Se ha interpretado que la fundación por Pedro de la Gasca de la iglesia de Santa María Magdalena —santa adscrita al arrepentimiento— tras su regreso del Perú, estuvo motivada por un acto de contrición tras haber participado en aquellas tierras en juicios sumarísimos en las que se aplicó la pena capital, algo poco acorde con la caridad debida a su ministerio, siendo ilustrativo el que durante los ocho años en que cumplió con su cometido político en tierras americanas no fuera capaz de celebrar misas. Sin embargo, en el templo, en cuya construcción gastó una verdadera fortuna, conseguida con las rentas de sus cargos como obispo de Palencia y Sigüenza, el gran escudo de la fachada proclama su presencia en territorios andinos y su deseo de recordar a perpetuidad su heroica gesta.

Para el mantenimiento de la capilla mayor, de la que había adquirido el patronato, estableció trece capellanías, con sus correspondientes rentas, destinadas a celebrar numerosas misas, así como el servicio de sacristán, organista y cuatro mozos de coro. Asimismo, el 23 de octubre de 1571 fue concertado su sepulcro con el prestigioso escultor Esteban Jordán, con taller abierto en Valladolid, al que también le fue solicitado el monumental retablo mayor, todo un alarde de escultura romanista.

EL SEPULCRO DE DON PEDRO DE LA GASCA

En el contrato concertado con Esteban Jordán se especificaba que la efigie del virrey y obispo debía ser realizada en alabastro de Cogolludo (Guadalajara) y colocada sobre un lujoso túmulo de jaspe, procedente de la cantera de Espeja de San Marcelino (Soria) y labrado por el arquitecto Francisco del Río, siguiendo el conjunto un aspecto similar al que presentara el sepulcro de Fray Alonso de Burgos en la capilla del Colegio de San Gregorio, destruido durante la francesada.

El acierto de haber elegido a tan importante escultor, adscrito en ese momento a la corriente romanista implantada por Gaspar Becerra en la escuela de Valladolid, dio como resultado una elegante obra funeraria que fue colocada ante el presbiterio y orientada al espectacular retablo mayor. En ella Esteban Jordán demuestra su maestría para trabajar el alabastro como lo hiciera con la madera en sus múltiples retablos, en este caso afinando en extremo la finura de la labra por la importancia del personaje.

El obispo, poco agraciado físicamente en la vida real, hecho que incluso originó burlas en su llegada a América, es representado por Esteban Jordán con profusión de pequeños detalles, aplicando al retrato cierto grado de idealización. Don Pedro aparece en posición yacente, con aspecto de plácido reposo, revestido con las mejores galas de pontifical y reposando su cabeza sobre un doble cojín recorrido en sus costados por ornamentación en relieve con motivos de rameados.

Viste el preceptivo alba —símbolo de la pureza de corazón— que le llega a los pies, donde se forma un remolino de menudos pliegues; una casulla lisa —símbolo de caridad—, apenas decorada con ribetes en forma de hiladas de bolas que sugieren perlas; sus manos aparecen recubiertas con guantes pontificales reservados a la liturgia solemne y sobre ellos superpuesto el anillo como signo de su compromiso con la Iglesia; sobre su pecho y remontando el brazo izquierdo aparece un palio —ornamento símbolo de dignidad—, que en forma de faja con extremos rectangulares y flecos concentra los motivos decorativos, en este caso con simulación bordada de los emblemas de Castilla y León separados por minúsculas bolas que sugieren perlas; esta concentración decorativa se continúa en la mitra preciosa que cubre su cabeza, suntuosamente recorrida por cenefas con formas de broches y medallones ovalados con bustos que recuerdan bordados, así como ínfulas colgantes para otorgar el símbolo de poder.

A esta indumentaria episcopal se suman otros atributos fácilmente reconocibles, como el libro que sujeta en sus manos, lujosamente encuadernado y con el emblema de Castilla en su portada, en referencia a sus enseñanzas. Asimismo, sobre su hombro izquierdo reposan juntos un báculo profusamente decorado, símbolo de autoridad religiosa como guía de la fe, y un cetro como distinción de autoridad civil en calidad de Virrey del Perú. Una inscripción laudatoria con caracteres incisos aparece en una cartela colocada a los pies, donde se reproduce un salmo del bíblico Libro de la Sabiduría: accepit regnum decoris et diadema speciei de manu Domini (recibió un glorioso reino y una hermosa corona de mano del Señor).

Por su parte, la cama realizada por Francisco del Río adopta una forma troncopiramidal rematada por un juego de molduras, cuya decoración se limita a una serie de paneles cajeados, produciendo un elegante contraste la lisura del jaspe con los claroscuros de los pliegues de la figura yacente, a la que Esteban Jordán modela con aristas suaves y un mórbido trabajo en el rostro durmiente, logrando un conjunto solemne que magnifica el recinto, en origen colocado junto a la escalinata del presbiterio, encima de la cripta, pero desplazado a mediados del siglo XX hasta el centro de la nave.

Esta obra, en cierto modo recóndita, es un mudo testimonio de un novelesco periplo vital vinculado a la polémica labor realizada por los conquistadores y sus seguidores, especialmente los encomenderos, en tierras americanas. Con ella pasa a la inmortalidad un hombre de enorme talento y firmes convicciones que con valor y mano dura supo corregir los desmanes de las más bajas pasiones humanas, aquellas que fueron motivo de discusión en la célebre Controversia de Valladolid.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.     






NOTAS

1 SAN MARTÍN PAYO, Jesús. Don Pedro de la Gasca (1551-1561). Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses nº 63, 1992, pp. 241-328. Todos los datos biográficos, convenientemente simplificados, están tomados de este riguroso trabajo.








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28 de mayo de 2014

Bordado de musas con hilos de oro: ¿QUÉ EDAD TENGO?, de José Saramago


¿QUÉ EDAD TENGO?

¿Qué cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo
otros "que estoy en el apogeo".
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!...
¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras... es un remanso de paz, como el atardecer en la playa..

¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas...
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos

¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento!
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!


JOSÉ SARAMAGO (1922-2010)




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26 de mayo de 2014

Taller Literario: EL TIEMPO EN EL QUE VIVO, de Javier Rodríguez


EL TIEMPO EN EL QUE VIVO

Nací hace ya mucho tiempo y durante un largo —larguísimo— período de mi vida estuve ajena a lo que pasara fuera de mi reducido entorno. Vivía en una especie de reclusión interior.

Un buen día, sin saber exactamente a qué se debió el cambio o qué hecho ajeno a mi voluntad lo desencadenó, me abrí al mundo y entré en una nueva etapa, creativa, vital y hasta ruidosa.
Me sentía intensamente viva y tenía la necesidad de hacerme notar en mi entorno, de una forma instintiva, atrevida y, si se me perdona la inmodestia, incluso brillante. Era, sencillamente, feliz.

Aunque si bien es cierto que no tenía ningún tipo de patrimonio o de bien material del que sentirme orgullosa —o al que sentirme atada, ¿por qué no?—, también lo es que no tenía carencias. En mi sencillo nivel de vida tenía todas mis necesidades básicas cubiertas: comida, alojamiento y, sobre todo, diversión. Disfrutaba de una vida sencilla pero plena. Disfrutaba, en fin, de mi vida.

Pero pronto noté que mi situación no era exclusiva. Primero constaté que ocurría lo mismo con la gente de mi entorno y, más tarde, pude comprobar que por todos los lados, en todas las capas sociales —al menos las que yo conocía—, desde la trabajadora más humilde hasta la de los que volaban muy alto, todas ellas eran también mayoritariamente felices. No digo que no hubiera excepciones, no; lo llamativo es que eran sólo eso: excepciones.

Hasta que llegó Él y acabó con todo. Nuestra envidiable calidad de vida y nuestro mundo feliz se fueron en un suspiro. Todo sucedió como en un terrible terremoto: una breve pero fuerte sacudida, seguida de una réplica y otra, y otra… y todo mi mundo se vino abajo. Nuestro mundo.

Paso a paso, oleada a oleada. Casi metódicamente. Todo lo que habíamos vivido se arruinó.
Una vez, hace mucho tiempo, en un cine de verano al aire libre (nunca me han gustado los sitios cerrados y menos cuando están llenos de gente) vi una película que me gustó porque dentro de una historia aparentemente banal y un tanto artificiosa, se encerraban claves y secretos, algunos muy claros y otros que intuía, pero no llegaba a comprender.

 Uno de éstos últimos era un monólogo que decía: «…he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».

Hoy puedo suscribir casi como propio y repetir exactamente el párrafo de aquel personaje porque ya tiene el sentido que hasta ahora no le encontraba: mi mundo, nuestro mundo ha sido programado para apagarse y nosotros con él. Sólo los individuos de las “especies superiores” y algunos de los más fuertes de entre nosotros sobrevivirán a éste, en unas condiciones que se antojan infames. Cuánto me hubiera gustado ser más rápida que Él para poder huir aunque fuera en el último momento.
Pero el tiempo es inexorable y el otoño ya está aquí. Y tras él, el invierno. Es el fin.

Pido perdón porque, entre prisas y desolación personal, he olvidado presentarme: soy Yessi, una cigarra de la parte de Traspinedo.

Sí, ya sé que dirán ahora que esto nos pasa a todas las cigarras y todos los años, pero con ese razonamiento no se alivia mi dolor. Como tampoco me sirve de consuelo que a las hormigas de mi zona les haya pasado lo mismo. Tan atareadas ellas en acumular recursos para el invierno, día tras día y desde que Dios amanece hasta que Dios anochece, han perdido todo a manos de una especie de zánganos autóctonos extremadamente voraces que les han echado del hormiguero y les han confiscado hasta el ordeño de sus pulgones.

Luego dirán que la mala mala es la abeja africana...


JAVIER RODRÍGUEZ, marzo 2014

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 3
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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VIAJE: PRERROMÁNICO ASTURIANO, 14 y 15 de junio 2014


PROGRAMA

Sábado 14 de junio
Salida a las 7 h. desde Vallsur y a las 7,15 h. desde la plaza de Colón con dirección a Asturias. Visita al Monasterio de Valdediós. Recorrido para descubrir otras joyas del arte asturiano, como Gobiendes y San Salvador de Priesca. Después de la comida (no incluida en el precio), salida hacia Oviedo para visitar San Julian de los Prados y la Catedral (Museo, Cámara Santa, etc). En Oviedo cena y alojamiento en el Hotel NH Principado (4*).
  
Domingo 15 de junio
Salida para visitar los monumentos prerrománicos próximos a Oviedo, como San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco. De regreso a Oviedo, visita al Museo de Bellas Artes. Tiempo libre y comida en el hotel NH Principado. A las 16,30 h. salida hacia Valladolid, visitando de camino  la iglesia de Santa Cristina de Lena. Llegada a Valladolid alrededor de las 21,30 h.

PRECIO SOCIO: 120 € (habitación doble).
PRECIO NO SOCIO: 125 € (habitación doble).


INCLUYE: Viaje en autocar; guía de Domus; dossier; seguro de viaje; cena del día 14 y desayuno y comida del día 15.

NO INCLUYE: Gastos extras y entradas a museos y monumentos.


INFORMACIÓN Y RESERVA DE PLAZAS: Por correo en la dirección domuspucelae@gmail.com o llamando al teléfono 608 419228 a partir de las 0 horas del 27 de mayo.



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23 de mayo de 2014

Theatrum: LAS VIRTUDES CARDINALES, estética romanista para unas alegorías moralizantes






LAS VIRTUDES CARDINALES
Adrián Álvarez (Palencia?,1551-Valladolid,1599)
1595
Madera policromada
Retablo mayor de la iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid (antes iglesia de San Ignacio o de la Casa Profesa de los Jesuitas)
Escultura renacentista española. Romanismo. Escuela castellana







Retablo de la iglesia de San Miguel, Valladolid

     En ocasiones, tan sólo una obra maestra es lo suficientemente ilustrativa para colocar a un artista en la cumbre del arte de su tiempo, un caso que se repite con cierta frecuencia. Algo parecido ocurre con un escultor desconocido para el gran público que fue capaz de legar lo mejor de su oficio en estos altorrelieves que representan a las cuatro Virtudes Cardinales, una obra ensamblada dentro de la maquinaria escenográfica de un enorme retablo realizado en Valladolid en las postrimerías del siglo XVI.

Su autor es Adrián Álvarez, un escultor que quedó eclipsado en el arte de su tiempo por las célebres creaciones precedentes de Alonso Berruguete, Juan de Juni y Gaspar Becerra y las posteriores de Francisco de Rincón y Gregorio Fernández. Si de estos escultores renacentistas y barrocos hoy podemos conocer, gracias a los múltiples trabajos a ellos dedicados, casi todo su periplo vital y su producción artística, no podemos decir lo mismo de una pléyade de escultores cuyos nombres quedan relegados a un catálogo en el que sistemáticamente se funden grandes creadores con otros que se limitaban a cumplir discretamente con su oficio, figurando como meros comparsas de una época en la que sus nombres quedan desdibujados ante la fama de los grandes maestros. Adrián Álvarez es uno de ellos.

Disponemos de pocos datos para recomponer, al menos sucintamente, la trayectoria profesional de Adrián Álvarez, que junto a su hermano Antonio llegó a Valladolid en 1577, procedente de Palencia y acompañando a su padre, el escultor Manuel Álvarez, nacido en la población de Castromocho y una de las figuras más importantes de las escultura palentina de mediados del siglo XVI, que ese año estableció su taller en Valladolid ante las expectativas de trabajo creadas tras la muerte de Juan de Juni (1506-1577).

Si cuando llega a Valladolid tiene 26 años, se puede presuponer que Adrián lo haría plenamente formado en el oficio de escultor, al igual que su hermano. El hecho de que fuera sobrino de Francisco Giralte, pues su padre Manuel estaba casado con Isabel Giralte, y sobre todo el asentamiento del taller paterno durante décadas en la calle palentina del Pan y Agua, perteneciente a la parroquia de San Antolín, inducen a pensar que Adrián Álvarez se formó junto a su padre, cuyo obrador adquirió gran relevancia desde que Francisco Giralte se trasladara a Madrid en 1547. De la obra de uno y de otro debió tomar sus primeros presupuestos estéticos hasta convertirse en colaborador del prestigioso taller paterno, en el que también trabajaban, entre otros, Juan Ortiz Fernández y Mateo Lancrín.

La Justicia, Adrián Álvarez, 1595
Adrián Álvarez prosiguió su actividad como colaborador en Valladolid, donde Manuel Álvarez continuó trabajando en el retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Tudela de Duero (Valladolid), contratado en 1573 y en el que trabajó asociado al vallisoletano Francisco de la Maza hasta 1586. El tabernáculo y un relieve de la Anunciación de este retablo serían finalmente encomendados al ensamblador Francisco Fernando y al joven escultor Gregorio Fernández respectivamente. En esta obra el taller de los Álvarez, adscrito formalmente hasta entonces a los modos manieristas junianos, comienza a decantarse por la monumentalidad impuesta por Gaspar Becerra en el retablo de la catedral de Astorga, génesis de la corriente romanista.
También como colaborador paterno, Adrián Álvarez trabajó en el retablo de la iglesia de la Trinidad de Valladolid, aunque a la muerte de su padre, en 1589, comienza a trabajar independiente en su taller vallisoletano, especialmente activo en la última década del siglo.  Es entonces cuando su obra es demandada por los jesuitas, que por entonces levantaban dos grandes templos de la Compañía de Jesús, uno en Valladolid y otro en Medina del Campo.

Es cuando acomete estas obras cuando el estilo de Adrián Álvarez se integra plenamente en la corriente romanista creada por Gaspar Becerra y continuada en Valladolid por Esteban Jordán, planteando, junto a una arquitectura de elementos decididamente clásicos y puristas, inspirados en el modelo escurialense, composiciones escultóricas monumentales pobladas por personajes de anatomía rotunda y vigorosa, envueltas en paños voluminosos y ornamentados con ricas labores polícromas de estofados, contrastando la acentuada volumetría de las figuras de los relieves con unos fondos muy lisos cuyos planos quedan reducidos a esquemáticas arquitecturas, así como cierto hieratismo en los ademanes y contención en el movimiento, factores que, sin embargo, potencian la grandilocuencia y solemnidad de los relieves o esculturas de bulto.

Por entonces Adrián Álvarez trabajaba con su discípulo palentino Pedro de Torres, siendo atípico el caso, constatado en la documentación conservada, de que en ocasiones estos dos escultores policromaran sus propias tallas, algo inusual en el gremio. Adrián Álvarez tuvo que trabajar en un círculo próximo a los sucesores de Juni y al mismo tiempo plegándose a la estética romanista implantada decisivamente por Esteban Jordán, a pesar de lo cual, alcanzada la madurez, en su obra se aprecia cierto afán por impregnarla de un naturalismo que, impulsado por el Concilio de Trento, comenzaban a desarrollar los maestros más jóvenes de su entorno y que, sin saberlo, abrían decisivamente las puertas a la eclosión del Barroco.

De la etapa romanista en que Adrián Álvarez era ayudado por Pedro de Torres, se conservan los retablos jesuíticos mencionados y cierta obra dispersa, como los fragmentos del retablo dedicado a San Marcos que estuvo en la capilla que el obispo Valdivieso disponía en la iglesia de San Benito el Real de Valladolid, hoy en el Museo Nacional de Escultura. Esta obra fue iniciada por Adrián Álvarez en 1596 y, al producirse su muerte prematura antes de cumplir los 50 años, culminada por su discípulo Pedro de Torres en 1601. Entre sus discípulos también se encontraban otros maestros que emprendieron un nuevo arte, entre ellos el discreto Pedro de la Cuadra y el gran escultor Francisco de Rincón.
   
La Prudencia, Adrián Álvarez, 1595
LAS VIRTUDES CARDINALES DEL RETABLO DE SAN MIGUEL

Fue Esteban García Chico1 quien hizo público el documento referente al encargo a Adrián Álvarez del retablo destinado a la iglesia de San Ignacio de Valladolid, un retablo en el que colaboró Pedro de Torres y cuyo devenir quedaría vinculado a la propia suerte de los jesuitas. Es este un gigantesco retablo clasicista articulado de forma reticular, siguiendo el prototipo escurialense, que consta de banco, dos altos cuerpos y ático, dividido verticalmente en tres calles separadas por columnas monumentales y dos entrecalles laterales con hornacinas en los intercolumnios, con un programa iconográfico que los jesuitas centraron en importantes episodios de la vida de Cristo, como el Nacimiento, la Presentación en el Templo, la Resurrección, el Pentecostés y el Calvario, con los Cuatro Evanvelistas en el ático como testigos del dogma. Entre los relieves y las esculturas de bulto se intercalan escenas pintadas de santos y virtudes que son obra del pintor Francisco Martínez, colaborador habitual del escultor.

Actualmente el retablo no conserva toda la obra originaria realizada por Adrián Álvarez, pues después de ser decretada en 1767 la expulsión de los jesuitas de España por Carlos III, el templo de la Casa Profesa quedó sin culto, siendo reconvertido en iglesia de San Miguel al tener que ser demolida la que hasta entonces ostentaba esta advocación por acusar ruina. A consecuencia de ello, en 1775, para adaptarla a su nuevo cometido, los cuatro santos realizados por Adrián Álvarez para las hornacinas y el San Ignacio titular de la central fueron sustituidos por las imágenes de San Pedro, San Pablo, San Felipe, Santiago y el arcángel San Miguel, que junto a las de los arcángeles San Gabriel y San Rafael, colocadas en la embocadura del presbiterio, fueron reaprovechadas del retablo que había realizado Gregorio Fernández en 1606 para la primitiva iglesia de San Miguel.

A pesar de contar el retablo con cinco esculturas de la primera época del genial maestro gallego, no pasan desapercibidos los relieves del banco, donde Adrián Álvarez dejó lo mejor y lo más personal de su arte, especialmente en los magníficos relieves alegóricos de las Virtudes Cardinales, en las que ciertos autores también han querido apreciar la participación de Francisco de Rincón por su incipiente afán naturalista.

La Fortaleza, Adrián Álvarez, 1595
Se trata de cuatro altorrelieves de formato apaisado que se distribuyen por parejas a los lados del tabernáculo. De izquierda a derecha aparecen la Justicia, la Prudencia, la Fortaleza y la Templanza, que se acompañan de un pequeño santoral distribuido en los netos. La presencia de virtudes personificadas en fachadas, retablos y sepulcros fue una práctica común desde el siglo XV y adquirió una especial significación tras los dictámenes contrarreformistas de Trento. Estas Virtudes Cardinales o Virtudes Morales, según la teología católica representan modelos de conducta, iluminada por la fe cristiana, para disponer la voluntad y el entendimiento humano, es decir, para estimular una conducta honesta, a diferencia de las Virtudes Teologales, que tienen por objeto directo el acercamiento a Dios.

Algunos teólogos encontraron su origen en algunos textos bíblicos, aunque en realidad ya aparecen descritas por filósofos clásicos como Platón en su obra La República, donde describe la Prudencia como el ejercicio constante de la razón, la Fortaleza como la conducta derivada de las emociones y el espíritu, la Templanza como la capacidad de anteponer la razón a los deseos y la Justicia como un estadio moral para lograr la perfecta armonía. También profundizaron en las propiedades beneficiosas de estas cuatro Virtudes otros pensadores, unos clásicos, como Cicerón o Marco Aurelio, y otros cristianos, como San Gregorio Magno o Santo Tomás de Aquino. Estas virtudes toman su nombre de los cuatro puntos cardinales sobre los que gira la vida moral de los cristianos y que orientan la conducta con carácter moralizante.  

Estos conceptos filosóficos fueron reflejados en el arte a través de alegorías personificadas como vírgenes guerreras que luchan contra los vicios humanos o los demonios para marcar una senda de comportamiento, siendo Cesare Ripa quien en su Tratado de Iconología, redactado en el siglo XVI, hace una minuciosa descripción de las virtudes sistematizando su tradición iconográfica. A estos prototipos moralizantes se ajustan las magníficas representaciones de Adrián Álvarez, donde las cuatro vírgenes mantienen la influencia de los rotundos modelos miguelangelescos, especialmente de las figuras de las sibilas de la Capilla Sixtina.

La Justicia
Aparece representada como una mujer de aspecto virginal y gran belleza como cualidad divina. Aparece recostada para ajustarse al marco espacial, con una corpulenta anatomía y vestida con lujosa indumentaria, con un corpiño ajustado a la cintura y un manto de pliegues redondeados que la envuelve por completo. En su mano izquierda, con elegante ademán, sujeta una balanza equilibrada donde se pesan las buenas y las malas acciones como reflejo de la Divina Justicia que marca la pauta de comportamiento. En su mano derecha sujeta la espada, de la que sólo se conserva la empuñadura, que sugiere la pena aplicada a los injustos. Tanto la balanza como la espada, en ocasiones una venda sobre los ojos, son los atributos más comunes de esta alegoría, que aquí aparece ambientada en un prado florido en el que crece un pequeño árbol.

La Templanza, Adrián Álvarez, 1595
La Prudencia
La imagen de la Prudencia es una de las más originales del conjunto, con una mujer recostada sobre las ramas de un tronco casi seco en pleno acto de reflexión o meditación sobre la vida y la muerte. Su cuerpo adopta una disposición helicoidal que recuerda los modelos miguelangelescos de los sepulcros florentinos de los Médici, y está recubierto por un manto con grandes motivos vegetales, aplicados a punta de pincel, y sujeto por un suntuoso broche sobre el pecho. En su mano izquierda porta un espejo, un atributo habitual que alude a la necesidad de conocerse a sí mismo, sobre todo los propios defectos, en el momento de tomar decisiones. Asimismo, en su antebrazo derecho aparece enrollada una serpiente, a modo de brazalete, como ejemplo del comportamiento animal ante el ataque, un atributo que tiene su origen en la cita evangélica de Mateo «sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16).

La Fortaleza
A diferencia de las restantes, la Fortaleza aparece en un ambiente rocoso y sin árboles y viste una indumentaria que incluye un casco con penachos, lo que le proporciona un semblante militar con aspecto de armadura, elementos que aluden a la capacidad para combatir las pasiones en defensa del alma. También aparece otro atributo constante, como es la columna que en este caso soporta sobre su hombro, símbolo del elemento constructivo más fuerte sobre el que se apoyan todos los demás, es decir, de las propias convicciones y creencias que hay que mantener frente a las tentaciones y adversidades. Reforzando este significado, a los pies aparece un león, animal al que tradicionalmente se ha asociado con la fortaleza y el valor.

La Templanza
Colocada tendida entre dos árboles, aparece esta alegoría de elegantes ademanes manieristas que proclama la necesidad de la moderación y el equilibrio entre el movimiento y el reposo para dominar las pasiones, es decir, el saber combinar con mesura la vida activa y la vida contemplativa. Siguiendo una imagen que también sería recogida en el Tarot medieval, aparece sujetando en su mano izquierda una copa de vino que acaba de rebajar con el agua que contiene la jarra que sujeta en su mano derecha, para mitigar o moderar los efectos excitantes. El agua sobrante lo derrama sobre la tierra contribuyendo al brote de un pequeño árbol colocado a los pies que se contrapone a otro con las ramas taladas, símbolo de regeneración y equilibrio ante las fuerzas de la naturaleza que proporciona a los hombres placeres sensibles, ya que la Templanza se opone a toda perversión del orden y a la capacidad destructora que el desorden puede producir.  

El hecho de estar concebidas para ser colocadas en el banco del retablo, esto es, muy próximas al espectador, hizo que Adrián Álvarez se esmerase en su diseño, composición y calidad de talla, contribuyendo a reforzar el contenido catequético del programa iconográfico con estas figuras romanistas tan plenas de gracia, tan expresivas y con un acabado policromado de tanta riqueza, siendo este conjunto lo suficientemente ilustrativo para proclamar la capacidad artística de su autor, que en el retablo medinense, mimético al de Valladolid, plasmó una serie similar.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.
   


NOTAS

1 GARCÍA CHICO, Esteban. Documentos para la historia del arte en Castilla. Escultores. Valladolid, 1941, p. 107. 





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21 de mayo de 2014

Una iniciativa admirable: Biblioteca libre {Entre} LÍNEAS, en el Barrio España de Valladolid

El enriquecedor hábito de la lectura es una actividad solitaria. Sin embargo, para que ello sea posible, es el trabajo de un colectivo de voluntarios el que lo hace posible en el Barrio España, uno de los distritos más olvidados y menos dotados del entramado urbano de Valladolid, aportando un admirable foco de cultura en un lugar estigmatizado por las carencias de todo tipo.

La Biblioteca libre {Entre} LÍNEAS ocupa lo que fuera un antiguo colegio en el Barrio España y del mismo modo que funcionan los denominados bancos de alimentos, esta singular biblioteca adquiere el carácter de un banco de cultura donde los libros y las continuas actividades culturales programadas vienen a ser el otro tipo de alimento necesario en la vida de las personas, grandes y pequeños, lo que explica la gran acogida entre los vecinos después de que el Ayuntamiento cerrara el punto de préstamo municipal.

La peculiaridad de esta altruista iniciativa es que los fondos bibliotecarios proceden de donaciones de particulares o instituciones, siendo gestionados por un grupo de quince voluntarios que los registran, clasifican y colocan, siguiendo una metodología adecuada, para poner, los ya cerca de siete mil ejemplares recibidos, a disposición de los lectores interesados de una forma completamente libre y gratuita, de modo que cualquier persona puede llevarse un libro que le interese sin estar comprometido a un plazo y devolución, únicamente animado, si es que le parece interesante, a ponerlo en circulación pasándoselo a otro lector o a retornarlo a la biblioteca para que sea disfrutado por otros, siguiendo el eslogan "compárteme" que se imprime en cada libro.

Desde aquí animamos a todos los socios de Domus Pucelae y al público en general a donar a la Biblioteca libre {Entre}LÍNEAS todos aquellos libros que por el motivo que sea no se quieran conservar en casa. Podéis estar seguros que estarán en buenas manos.

Para ver el reportaje emitido sobre esta iniciativa en La Aventura del Saber de Televisión Española pulsa aquí


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19 de mayo de 2014

Taller Literario: SONIDOS, de Julia Carretero

SONIDOS

Los niños decidieron ver con sus propios ojos lo que los padres hablaban en voz baja o callaban cuando ellos llegaban.

Al salir de la escuela se dirigieron al río. Allí, entre saucos, chopos negros, endrinos, majuelos, mimbreras… se tendieron en el suelo.

El tic-tac de sus corazones y el rumor del agua se fueron ensordeciendo al mismo ritmo que el tuc-tuc del motor de una vieja camioneta aumentaba.

El sonido paró en medio del puente y unos jóvenes saltaron atropelladamente del camión, mientras que otros les obligaban, empujándoles con un palo, a subirse a las piedras que formaban la baranda.

De pronto, de aquel palo salió un sonido seco y otro y otro… y aquellos seis muchachos, uno tras otro, fueron cayendo al río…

Hoy, muchos años después, mi padre despierta oyendo los tiros y los gritos, casi mudos, de los hermanos de sus amigos cayendo desde aquel puente.

Sucedió en Tariego de Cerrato, en el puente sobre el rio Pisuerga cualquier día después del 18 de julio de 1936.

JULIA CARRETERO, marzo 2014

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 2
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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