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1 de septiembre de 2025

Visita virtual: CRISTO DE LOS VALDERAS, la veracidad plástica concebida para conmover







CRISTO DE LA AGONÍA O CRISTO DE LOS VALDERAS

Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576 - Valladolid 1636)

1631

Madera policromada y postizos

Iglesia de San Marcelo, León

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 






     Entre la más de una docena de imágenes de “Cristo crucificado” que elaboró Gregorio Fernández —en distintos formatos— a lo largo de su carrera, una de las más relevantes es el Cristo de la Agonía (también conocido como Cristo de los Valderas), realizado en su etapa de madurez y conservado en la iglesia de San Marcelo de León. En este tipo de iconografía, al igual que ocurre en sus geniales creaciones de Cristo yacente, se puede rastrear la evolución de su estilo desde 1610 hasta el momento de su muerte en 1636, en todo momento ajustado a los ideales de la Contrarreforma.

En un principio, poco después de su llegada a Valladolid, sus obras presentan un refinado manierismo por influencia de Pompeo Leoni. Esta primera etapa se caracteriza por aplicar una anatomía hercúlea, serena y corpulenta, al tiempo que se definen los rasgos que serán comunes en ejemplares futuros, como la inclinación de los brazos, la pierna derecha remontando la izquierda, el paño de pureza anudado a la derecha y deslizándose en diagonal, el cabello dejando visible la oreja izquierda, la barba de dos puntas, la boca entreabierta, etc., siendo buen ejemplo de ello el monumental Cristo de los Trabajos (h. 1610) de la iglesia de la Asunción de Laguna de Duero (Valladolid).

     Al final de la década y en los años 20 del siglo XVII, su estilo evoluciona hacia un tipo de anatomía más depurada y estilizada en la búsqueda del naturalismo barroco, en el que los sentimientos se captan a través de los sentidos. Encontrando el realismo como el lenguaje plástico más idóneo, en esta segunda etapa Gregorio Fernández también comienza a aplicar movimiento al paño de pureza y diferentes postizos anatómicos, como ojos de cristal, dientes de marfil, llagas de corcho, uñas de asta, etc. Sirva como referencia el Cristo del Amparo (1615-1621) de la iglesia de San Pedro de Zaratán (Valladolid).

En una tercera etapa, a partir de los años 30, sus modelos de crucifijos tienden al realismo absoluto procurando la mayor veracidad para conmover al espectador. Las anatomías, de una gran esbeltez, serenidad y realismo, presentan un exquisito clasicismo con bellas proporciones, continuando la aplicación de postizos para ofrecer el mayor naturalismo, reduciendo en la policromía los efectos sanguinolentos, aunque manteniendo en su tratamiento un intenso e impactante dramatismo. Incluso incluye algunos detalles que se convierten en seña de identidad de su taller, como es la colocación de una espina atravesando la ceja izquierda del castigado Jesús. 

     Muestras de esta última etapa son el monumental Cristo crucificado (1631) del monasterio de monjas Benedictinas de San Pedro de las Dueñas (León), el Cristo de la Agonía (1631) de la iglesia de San Marcelo de León o el Cristo de la Luz (hacia 1630) del Colegio de Santa Cruz de Valladolid (depósito del Museo Nacional de Escultura), ejemplar considerado como una de sus mejores obras maestras, incluso del barroco español.

El Cristo de la Agonía o Cristo de los Valderas de León

La iglesia de San Marcelo fue fundada en el año 850 por el rey Ramiro I sobre una antigua capilla levantada en el lugar en que, según la tradición, el centurión romano Marcelo hizo confesión pública de su fe, por lo que fue martirizado. Al parecer, esta fue destruida hacia 995 por Almanzor cuando en su razzia asoló toda la ciudad, conociendo varios intentos de reconstrucción. Donada por el rey Sancho I de León a la catedral, en el año 1096 fue el obispo Don Pedro quien decide reedificarla, siendo refundida con los monasterios de San Miguel y el de los santos Adrián y Natalia. A finales del siglo XII se convierte en monasterio agustino y hospital de peregrinos, uniéndose a los vecinos hospitales de San Lázaro y San Antonio Abad. Es en 1254 cuando la iglesia alcanza el rango de parroquia leonesa, regida por un canónigo catedralicio que ostentaba el título de ”Abad de San Marcelo”.

     El regreso a León desde Tánger de los restos de San Marcelo el 29 de marzo de 1493, ya convertido en patrón de la ciudad, fue recibido con fervor por el rey Fernando el Católico, el cabildo, el ayuntamiento y el pueblo llano. Esto suscitó la idea de levantar sobre la preexistente una iglesia digna de albergar las reliquias y convertirla en centro de veneración extramuros de la ciudad. Tal proyecto se refuerza en 1559, cuando se produce el derrumbe de la torre. De modo que, entre 1588 y 1628, por iniciativa del obispo Francisco Trujillo, el Cabildo de la Catedral y la Corporación Municipal, los maestros Juan de Ribero y Baltasar Gutiérrez llevaron a cabo la definitiva reconstrucción de la iglesia en un estilo clasicista (hoy emplazada en el centro urbano de León), siendo inaugurada por el obispo Gregorio de Pedrosa el 10 de marzo de 1628. 

Corría el año 1631 cuando Antonio de Valderas y su esposa María Flórez encargaron a Gregorio Fernández un Cristo crucificado destinado a la capilla funeraria que esta familia disponía en la reedificada iglesia de San Marcelo, ubicada en el lado de la epístola de la cabecera de la iglesia, espacio donde serían enterrados tras su fallecimiento en 1636. 

Foto Yolanda Pérez. Tomada del blog Don de Piedad
     Fue Esteban García Chico quien dio a conocer documentalmente el contrato para la realización de la talla, que fue firmado en Valladolid el 1 de julio de 1631 por Francisco Moreno, en representación del vecino de León Antonio de Valderas, y Gregorio Fernández, que en aquel momento ya adolecía de enfermedad. Como era habitual, en el contrato se estipulaban las condiciones, el precio y el plazo de ejecución, figurando como requisitos que el Cristo crucificado habría de estar “bien acabado, con mucho arte y con dientes de marfil y las uñas de los pies postizas”. El precio acordado alcanzaría los 250 ducados y el plazo de entrega se fijaba en dos meses y medio, corriendo la policromía y los ojos de cristal por cuenta del cliente. 

El Cristo de la Agonía (también conocido como Cristo de los Valderas en honor a sus mecenas), es de tamaño natural —200 x 170 cm— y presenta un excelente tratamiento del cuerpo, con bellas proporciones y multitud de detalles muy cuidados para expresar con naturalismo y serenidad, no exenta de dramatismo, el suspiro final de Cristo en la Cruz. El cuerpo torturado, esbelto por su enflaquecimiento, presenta una anatomía magistralmente descrita, como los brazos rígidos e inclinados acusando el peso del cuerpo, los dedos abiertos por la tensión, el pecho hinchado con las costillas marcadas y el vientre hundido, las piernas juntas, con la derecha remontando la izquierda para compartir el clavo de los pies huesudos y la cabeza inclinada al frente y ligeramente desplazada hacia la derecha, mientras el paño de pureza se ajusta a una tipología repetida por el escultor, sujeto por debajo de la cintura por una cinta que prolonga la desnudez por el costado derecho, con un abultado anudamiento del que caen en cascada pliegues tallados de forma virtuosa en finísimas láminas que simulan una tela real, aunque el resto del paño mantenga los característicos pliegues quebrados de aspecto metálico.

     La cabeza, inclinada sobre el pecho, responde al modo tradicional del escultor, con abundancia de detalles realistas, como las órbitas oculares hundidas, la boca y los ojos entreabiertos, la barba de dos puntas poblada y descrita con minuciosidad, el cabello con raya al medio y rizos sobre la frente, con la melena ondulada remontando la oreja izquierda dejándola visible y largos mechones calados sobre los hombros por el lado derecho, incorporando el detalle realista de una espina perforando la ceja izquierda que también el escultor aplicó en otras versiones.

Para realzar el realismo y el patetismo de la figura, Gregorio Fernández aplica todo un repertorio de postizos, como la corona de espinas tejida con tallos reales, los ojos de cristal, los dientes de marfil visibles, las llagas de las rodillas elaboradas con fragmentos de corcho, las uñas naturales aplicadas en los pies o los bordes del paño de pureza adornados con pasamanería de encaje. La policromía, atribuida a Diego Díaz, presenta una encarnación mate de tonos pálidos en la que destacan regueros sanguinolentos que definen todo el proceso de la Pasión, como las llagas de los hombros producidas por el peso de la cruz, las rodillas dañadas en las caídas, los regueros faciales producidos por la corona de espinas y los que brotan de los clavos de manos y pies, destacando entre ellos los que manan de la llaga del costado y que se deslizan realzados con resina, conjunto de recursos efectistas que contribuyen a la verosimilitud y la emotividad de la representación y que se ajustan sin reservas a los postulados contrarreformistas. 

El Cristo de los Valderas en su retablo
Iglesia de San Marcelo, León

     En otro orden de cosas, hay que recordar que la leonesa Cofradía de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz fue creada en León el 22 de septiembre de 1962 por el entonces obispo de León Luis Almancha, estableciéndose como sede canónica la parroquia de San Marcelo y eligiendo como imagen titular el Cristo de los Valderas. En 1966 se complica el estado de conservación de la imagen, por lo que tanto el párroco de San Marcelo como la Secretaría Diocesana de Arte Sacro emiten informes contrarios a que siga procesionando, criterio que es compartido dos años después por el obispo Luis Almancha, que propone la realización de una copia y al autor, ofreciendo para ello una generosa aportación. Elegido el escultor Andrés Seoane para realizar la reproducción, este designó a su discípulo Amado Fernández Puente, que realizó una copia de gran perfección que se diría idéntica al original, de modo que en 1970 la nueva talla del Cristo de los Valderas procesionó por primera vez con su cofradía en la Semana Santa de León. El año 2003, con motivo de ser expuesta en la exposición “El Árbol de la Vida”, celebrada en la catedral de Segovia por Las Edades del Hombre, la imagen original de Gregorio Fernández fue restaurada en su integridad.
 

El escultor Amado Fernández Puente realizando la copia del
Cristo de los Valderas en 1969

Al hilo de la presencia del Cristo de los Valderas en la iglesia de San Marcelo, conviene recordar que en el mismo recinto se conservan otras dos esculturas de Gregorio Fernández. Una es una Inmaculada muy similar a la que realizara hacia 1626 para la catedral de Astorga y que está ubicada en la capilla de los Villafañe de la iglesia. La otra es la de San Marcelo, titular del templo y patrón de la ciudad de León, que preside el retablo mayor churrigueresco, realizado entre 1722 y 1738. Esta escultura, cuya original iconografía fue creada por Gregorio Fernández, fue documentada en 1941 por Esteban García Chico como obra del escultor gallego, que el 19 de febrero de 1628 firmaba en Valladolid el haber recibido dos mi reales a cuenta de la misma (tasada en trescientos ducados) de Ramiro Díaz, regidor de la ciudad de León. A pesar de su cronología romana, el escultor representa al santo, que tiene un tamaño superior al natural, con un tipo de armadura renacentista, el yelmo a los pies, una espada a la cintura, enarbolando una cruz y sujetando la palma de martirio. La original imagen fue tallada en Valladolid y su policromía realizada por el pintor Diego Valentín Díaz, habitual colaborador de Gregorio Fernández.            

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

GREGORIO FERNÁNDEZ. San Marcelo, 1628
Iglesia de San Marcelo, León

 Bibliografía 

GRAU LOBO, Luis: Crucificado de los Valderas. Catálogo de la exposición “Gregorio Fernández y Martínez Montañés. El arte nuevo de hacer imágenes”, Catedral de Valladolid, 2024-2025, p. 184. 

MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y CANO DE GARDOQUI, José Luis: Crucifijo. Catálogo de la exposición “El Árbol de la Vida”, Las Edades del Hombre, Catedral de Segovia, 2003, pp. 191-192.

 







Iglesia de San Marcelo, León










TIPOS DE CRUCIFICADOS 

DE GREGORIO FERNÁNDEZ








































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1 de julio de 2025

Visita virtual: SAN ROQUE, magistral conjunción de escultura y pintura






SAN ROQUE

Escultura: Pedro Roldán (Sevilla, 1624-1699)

Policromía: Juan Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690)

Talla 1670-1672 / Policromía 1673-1674

Madera policromada, 191 x 124 x 89 cm

Retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad, Sevilla

Escultura barroca. Escuela sevillana

 

 






     Pedro Roldán está considerado como el más destacado escultor de la escuela sevillana en la segunda mitad del siglo XVII, ejerciendo como director de un amplísimo y prolífico taller, cuya influencia, en un ambiente escultórico ajustado a los postulados contrarreformistas, dejó una huella artística que perduró en sus numerosos discípulos y seguidores hasta bien entrado el siglo XVIII.

Además, fue el creador de toda una saga, pues en su taller se formaron y trabajaron como colaboradores, con distinta fortuna, varios de sus doce hijos e hijas supervivientes tenidos con Teresa de Jesús Ortega y Villavicencio. Estos fueron su hija mayor, María Josefa Roldán (1644), esposa del también escultor Matías de Brunenque y Velasco, con el que colaboraba. Teodora Manuela (1646) y Pedro Mauricio (1647). Francisca Roldán (1650), que ejerció como policromadora y contrajo matrimonio con el escultor José Felipe Duque Cornejo, de cuya unión nació su nieto, el también el escultor Pedro Duque Cornejo, que prolongó su influencia hasta mediados del siglo XVIII. Luisa Roldán (1652), conocida como La Roldana, escultora que fue esposa del escultor y policromador Luis Antonio de los Arcos, llegando a alcanzar en la Corte el título de escultora de cámara durante los reinados de Carlos II y Felipe V. María Josefa (1654) y Manuel Fulgencio (1657). Isabel Roldán (1658), ahijada de Valdés Leal y casada con Alejandro Martagón, colaborador del taller. Teresa Josefa (1660), que casó con Manuel Caballero y en segundas nupcias con Pedro de Castillejos. Los gemelos Ana Manuela y Marcelino José (1662), este último director del taller a la muerte paterna y padre de los escultores Jerónimo Tiburcio y Diego José. Finalmente, Pedro de Santa María (1665), conocido como Pedro Roldán el Mozo, que no obtuvo éxitos en su trabajo.

     Del ingente trabajo desplegado por Pedro Roldán durante el periodo que abarca literalmente toda la segunda mitad del siglo XVII, fijamos nuestra atención en una obra que realizara en plena madurez: la parte escultórica del retablo mayor de la iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad de Sevilla.


En el cabildo del 13 de julio de 1670, el noble Miguel de Mañara, hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, tras haberse concluido la construcción de la iglesia dedicada a San Jorge, financiada con sus propios bienes y otras donaciones conseguidas, declaraba que en la misma ya estaban colgadas las pinturas con representaciones de seis obras de misericordia (algunas realizadas por Murillo, también hermano de la Caridad), faltando únicamente la correspondiente a enterrar a los muertos, proponiendo dedicar a este tema el retablo que se colocaría en la capilla mayor de la iglesia, para lo cual ya había solicitado dos propuestas a Francisco de Ribas y Bernardo Simón de Pineda.

     Entre los requisitos escultóricos se especificaba que el Entierro de Cristo sería el tema principal, que en las calles laterales figurasen las tallas de San Jorge, patrono de la hermandad y titular de la iglesia, y San Roque, protector de las enfermedades, así como las figuras de las tres Virtudes Teologales, con lugar destacado para la Caridad, titular de la hermandad. La comisión para seleccionar el proyecto, entre cuyos miembros figuraban Miguel de Mañara y Bartolomé Esteban Murillo, eligió la traza del retablista Bernardo Simón de Pineda (1637-h. 1703), que se complementaría con esculturas de Pedro Roldán, el más notable del momento en Sevilla, fijándose en dos años el plazo de finalización de la obra y un presupuesto de doce mil ducados.

El contrato para la realización del retablo se firmó el 19 de julio de 1670, ejerciendo como fiadores el retablista Bernardo Simón de Pineda, el platero Juan de Segura y el pintor Juan Valdés Leal. En el mismo se especificaban los tipos y calidades de la madera a emplear —borne, cedro o ciprés— y no realizar innovaciones sobre el proyecto presentado. Asimismo, en una de las cláusulas se señalaba que el trabajo escultórico de Pedro Roldán sería pagado por Bernardo Simón de Pineda de los doce mil ducados concertados para la realización general de la obra. La finalización del retablo se demoró algunos meses, siendo colocado nueve meses después sobre lo acordado.

     Transcurridos cinco meses desde su finalización, Miguel de Mañara consideró que la madera estaba en condiciones para proceder a su dorado y estofado, de modo que en el cabildo del 22 de octubre de 1673 se decidió que la policromía fuese realizada por Juan Valdés Leal, estableciéndose como condiciones que ejercieran como fiadores Simón de Pineda y Ventura Pérez Durango y que el plazo de ejecución fuese de un año, otorgándose días después la escritura del dorado y estofado del conjunto por diez mil ducados. Los trabajos se concluyeron con antelación a lo previsto, de modo que en julio de 1674 el retablo se dio por concluido y el 16 de ese mismo mes se procedió a su inauguración.     

Como consecuencia de la participación de los mejores artistas de la Sevilla del momento, el retablo constituye una de las obras cumbres del barroco español. Acorde con los tiempos, se presenta como una efectista maquinaria teatral acorde con las ideas contrarreformistas y utilizando de forma magistral los recursos escénicos para permitir al espectador participar en una representación, con los sentimientos a flor de piel, en la que el cuerpo de Cristo es depositado en el sepulcro, mientras dos tercios del fondo están ocupados por una perspectiva del Monte Calvario en la que aparecen los dos ladrones y la cruz desnuda de Cristo. 

     El dramatismo y naturalismo de esta composición central del Entierro de Cristo supera a una obra precedente y de composición parecida: el relieve del Descendimiento que Pedro Roldán realizó en 1667 para la capilla de los Vizcaínos del convento Casa Grande de San Francisco, actualmente instalado como retablo mayor de la iglesia del Sagrario de Sevilla. En ambas composiciones se ha querido encontrar la inspiración en algunas estampas de los grabadores flamencos Johan Sadeler y Boetius à Bolswert.

El retablo ha sido restaurado durante los años 2005-2006, lo que ha permitido recuperar la viveza del colorido y los brillos dorados, factores que transfiguran el ambiente, que se presenta sobrecogedor e impresionante.

 

La imagen de San Roque

     Integrando el retablo mayor de la iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad de Sevilla, en una hornacina de la calle izquierda, se encuentra la imagen de San Roque, fruto de la colaboración de Pedro Roldán, asistido por su hija Luisa (quizás en facciones y manos), y Juan Valdés Leal, autor de la policromía. En este caso, Pedro Roldán se ajusta a la iconografía tradicional del santo, que materializa a tamaño monumental para representar a quien estaba considerado como patrón de los apestados, los viajeros y los peregrinos, respondiendo a una historia en la que se mezcla la leyenda y la devoción popular.

San Roque nació en Montpellier (Francia) hacia 1348, en el seno de una familia noble y acomodada. Al quedarse huérfano muy joven, repartió su rica herencia entre los pobres y partió como peregrino a Roma en un tiempo en que toda Europa estaba asolada por una epidemia de peste, ayudando a la curación de las víctimas que encontraba a su paso. Sin embargo, él mismo contrajo la enfermedad y para evitar el contagio a los demás se retiró a un bosque cercano a Piacenza, donde sobrevivió con la ayuda de un perro que a diario le llevaba pan y le lamía las heridas.

     Pedro Roldán sintetiza toda esta hagiografía presentando al santo vestido de peregrino medieval, con una túnica con esclavina, una capa que remonta su brazo izquierdo, el característico sombrero de alas anchas de los peregrinos colgando del cuello por la espalda y portando un bordón. Reafirma esta condición peregrina el presentar sobre la esclavina dos conchas, símbolo de peregrinación generalizado en el Camino de Santiago, aunque su destino fuese la Ciudad Eterna. Valdés Leal reafirma la condición de pobreza franciscana elegida por el santo en la policromía aplicada a los paños, reducida a sencillos y pacientes rajados horizontales para sugerir un humilde tejido de tela de estameña.

Otra constante en las representaciones de San Roque es levantar su túnica para mostrar una llaga o úlcera en una pierna como víctima de la peste, gesto que Pedro Roldán incorpora en la pierna derecha colocando al lado la figura infantil de un ángel —otro elemento muy frecuente en su iconografía—, figura que ejerce como intercesora y símbolo de la protección divina.

     A los pies de San Roque reposa el perro que sujeta un pan en la boca y levanta la cabeza ofreciéndolo al santo, recordando el pasaje en que el animal hurtaba a diario el pan de la mesa de sus amos para llevarlo hasta el bosque en el que se había aislado San Roque para no contagiar a nadie. Este hecho llamó la atención de su dueño, quien siguiendo los pasos del perro encontró al santo enfermo y lo llevó a su casa para ser atendido y curado. Por otra parte, hay que considerar que la presencia del pan como alimento para la subsistencia, adquiere una significación eucarística.

Mención especial merece la policromía aplicada por el pintor Juan Valdés Leal, colaborador de Pedro Roldán en algunas de sus obras y caracterizado por emplear sutiles elementos decorativos propios. Una de las aportaciones más destacadas de Valdés Leal a la obra de Roldán son las exquisitas carnaciones que incorpora a las tallas del escultor para potenciar su trabajo, con un tratamiento formal cercano a la pintura de caballete, especialmente destacable en los rostros, manos y partes del cuerpo, con una maestría que supera las policromías de las obras de Roldán aplicadas por otros pintores.

Ubicación de la imagen de San Roque en el retablo
Iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad, Sevilla

     El trabajo del rostro de San Roque se encuentra entre lo mejor realizado por el escultor, siendo llamativo el modo de tallar los cabellos, en los que abandona la talla con detalle utilizada para establecer mechones convincentes para sustituirlos por otros más indefinidos en los que únicamente juega con los volúmenes para establecer un efectista claroscuro.

Dentro del conjunto escultórico realizado por Pedro Roldán para tan fastuoso retablo y como contrapunto a la figura de San Roque, en la calle izquierda aparece la imagen de San Jorge, cuya presencia fue impuesta en el contrato por tratarse del santo al que estaba dedicada la iglesia y por ser el patrono de la Hermandad de la Santa Caridad. En esta escultura, igualmente de notable calidad, Valdés Leal aplicó en la armadura y vestimenta una policromía más detallista y de mayor riqueza. Junto a este santoral y el impresionante grupo central del Entierro de Cristo, también son destacables las representaciones de las Virtudes Teologales requeridas por Miguel de Mañara, que se ubican en el ático del retablo, la Fe y la Esperanza coronando las columnas salomónicas de orden gigante situadas en los laterales y la Caridad, como icono del hospital, destacando en el centro ante un abigarrado arco trilobulado y rodeada de figuras de niños y cabezas de querubines.

PEDRO ROLDÁN. San Jorge y San Roque, 1670-1672
Retablo de la iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad, Sevilla

     La genialidad de Pedro Roldán en la iglesia del Hospital de la Caridad, no sólo se reduce al conjunto escultórico del retablo mayor, sino que en la misma iglesia se conserva otra de sus obras maestras. Se trata del Cristo de la Caridad que tallara Pedro Roldán entre los años 1670 y 1674, esto es, durante los mismos años en que su taller estuvo ocupado en la realización de las esculturas del retablo mayor de esta misma iglesia. La imagen recibe culto en la hornacina central de uno de los retablos colocados en los muros en la nave de la iglesia y cuyo artífice fue Bernardo Simón de Pineda, el mismo tracista del retablo mayor. En la escultura Pedro Roldán interpreta la imagen mística descrita e imaginada por Miguel de Mañara: “Antes de entrar Cristo en la Pasión hizo oración y a mí me vino el pensamiento de que sería ésta la forma como estaba, y así lo mandé hacer porque así lo discurrí”. Cristo aparece arrodillado, maniatado, con la cabeza elevada y con la mirada dirigida a lo alto como implorando clemencia. La imagen fusiona las iconografías del “Ecce Homo”, con el cuerpo extremadamente lacerado, con la del “Cristo del Perdón”, en actitud de oración en los momentos previos a ser crucificado. Su extraordinaria carga dramática la convierte en una de las obras más sublimes de Pedro Roldán.

   

PEDRO ROLDÁN
Izda: El Descendimiento. Retablo mayor de la iglesia del Sagrario
Dcha: Entierro de Cristo. Retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad

 Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 









Retablo de la iglesia del Hospital de la Caridad
Arquitectura: Bernardo Simón de Pineda
Escultura: Pedro Roldán
Dorado y policromía: Juan Valdés Leal















PEDRO ROLDÁN. Grupo del Entierro de Cristo
Retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad, Sevilla










PEDRO ROLDÁN. La Caridad
Ático del retablo de la iglesia del Hospital de la Caridad


































PEDRO ROLDÁN. Cristo de la Caridad, 1672-1674
Iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad, Sevilla










Juan Valdés Leal. Retrato de Miguel de Mañara, 1687
Hospital de la Caridad, Sevilla












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21 de abril de 2025

Visita virtual: ARCÁNGEL SAN MIGUEL, la impronta barroquizante de un genial maestro







ARCÁNGEL SAN MIGUEL

Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576 - Valladolid, 1636)

Hacia 1634

Madera policromada, 340 x 175 x 100 cm

Iglesia Colegial de San Miguel Arcángel, Alfaro (La Rioja)

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 






     La Iglesia Colegial de San Miguel Arcángel de Alfaro es un enorme edificio levantado en ladrillo que supone una obra maestra del barroco aragonés del siglo XVII. Con el fin de donarla a esta Colegiata y ser colocada en el altar mayor, el abad Álvaro Pérez de Araciel y Valdivielso, natural de aquella villa riojana, encargó en 1634 una monumental escultura —superior a 3 metros de altura— de San Miguel Arcángel, titular de la iglesia, al maestro Gregorio Fernández, con taller en Valladolid, que en ese momento se encontraba en la cumbre de su carrera profesional.

Pero esta donación no solo se encontró con el inconveniente de que la escultura llevaba en la peana las armas del donante cuando la iglesia era de patronato real, sino que incluso Pérez de Araciel solicitaba hacer constar en un rótulo al autor de tal donación. Por este motivo se estableció un pleito entre el donante y el Cabildo, siendo consultado el obispo de Tarazona sobre el asunto. Para poner fin a estas desavenencias con el Cabildo, el donante decidió regalar la escultura directamente al propio rey Felipe IV, patrón de la iglesia, que el 2 de septiembre de 1635 firmó una cédula en Madrid autorizando que la imagen fuese colocada en el altar mayor, pero sin ningún tipo de escudo de armas. 

     Por este pleito y su resolución, cuya documentación se conserva en el Archivo de la Colegiata de San Miguel Arcángel de Alfaro1, tenemos noticias colaterales acerca del prestigio alcanzado por el escultor en el terreno artístico y de la cotización de su trabajo en el momento de mayor madurez de su carrera artística.

En la cédula resolutiva firmada por el rey Felipe IV, este se refiere a Gregorio Fernández como autor de la escultura de San Miguel considerando estar hecha “de mano del escultor de mayor primor que hay en estos mis Reinos…”, lo que testimonia el reconocimiento generalizado, incluso en la propia Corte, del escultor gallego afincado en Valladolid, cuya creatividad y nivel de ejecución técnica propició numerosos seguidores e imitadores, sobre todo en la mitad norte de España. Por otra parte, en la misma cédula se cita que el precio pagado por la escultura de San Miguel fue la nada desdeñable cantidad de quinientos ducados, cantidad que no sólo venía determinada por sus dimensiones colosales —3,40 m de altura—, sino también por la esmerada ejecución técnica de esta escultura que es representativa de la paulatina barroquización en la última etapa de Gregorio Fernández, en este caso dotada de una impactante teatralidad, con el predominio de líneas abiertas propias del barroco.

     Finalmente, siguiendo la disposición dictaminada por el rey, la escultura de San Miguel fue colocada coronando un retablo-baldaquino, con forma de gran custodia procesional barroca, que fue emplazado en el espacio central del crucero, notable obra diseñada en 1727 por el carmelita fray José de los Santos2.

El Arcángel aparece de pie, en contrapposto, pisando con su pie derecho la figura vencida del demonio. En su mano derecha enarbola una lanza terminada en forma de cruz y en la izquierda una rodela en cuyo frente aparecen escritas las iniciales “QSD” (Quién como Dios), estableciendo con la posición desplegada de los brazos una línea abierta en la composición que proporciona a la imagen un sugestivo movimiento y un aspecto victorioso. Viste una amplia túnica corta, cuyo paño forma pliegues muy movidos que acentúan los efectos del claroscuro, un peto ajustado al pecho sobre el que cruza en diagonal una ancha banda, anudada a la altura de la cintura, y un manto que se sujeta en el hombro izquierdo y discurre por la espalda formando plegados quebrados y caprichosos, aunque en realidad el dorso es plano, en la línea de una escultura concebida para ser colocada sobre el tablero liso de un retablo.

     La cabeza, ligeramente inclinada hacia el frente, presenta un cuello alargado —influencia de Pompeo Leoni— y unas facciones de belleza juvenil idealizada, con ojos postizos de cristal y una cabellera que forma múltiples rizos minuciosamente descritos, con un abombamiento en la parte central, especialmente sobre la frente, y dejando visible parte de las orejas.

A los pies, en una posición muy forzada, aparece la figura del maligno encarnada por un hombre maduro, con una potente anatomía desnuda, garras en los dedos e intencionada fealdad para simbolizar el Mal, aquí vencido por el Bien encarnado por el Arcángel. El agarrotamiento de sus dedos y la expresión de su rostro expresan desesperación, con nariz aguileña, boca entreabierta dejando asomar los dientes y barba entrecortada de dos puntas.

En esta figura, a la que le faltan las alas, el escultor cambia el aspecto juvenil del demonio que realizó en 1606 en el San Miguel del retablo de la primitiva iglesia de San Miguel de Valladolid (actualmente en el retablo mayor de la actual iglesia de San Miguel y San Julián de la misma ciudad). Por el contrario, la figura demoniaca, al igual que toda la composición arcangélica, está muy próxima al San Miguel Arcángel que Gregorio Fernández incorporó al retablo mayor de la iglesia de San Miguel de Vitoria, obra realizada entre 1624 y 1632, compartiendo por tanto su pertenencia a la última etapa del gran maestro.

     La policromía que presenta en la actualidad fue aplicada por el dorador burgalés José Bravo3, según consta en el contrato firmado el 15 de marzo de 1730, donde se le pedía “estofarle con todo primor, echando en el faldón o tonelete (parte de la armadura) una primavera de flores”. Así se hizo, aplicando tanto en la túnica como en el manto rameados a punta de pincel de gran tamaño en razón de la distancia en que la escultura debía ser contemplada y recogiendo el gusto dieciochesco en el ornato de textiles.

En la extensa producción de Gregorio Fernández, la escultura de San Miguel Arcángel de Alfaro se puede considerar una obra maestra que destaca por su calidad, por su envergadura y por la fuerza que transmite con su airosa composición, dotada de un movimiento etéreo que le proporciona un carácter triunfante y en el que la madera se transmuta magistralmente en un material ingrávido.



Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

 







Notas

1 Cédula de Felipe IV de 2 de septiembre de 1635. Libro de acuerdos capitulares, libro 7, fol. 501. Archivo parroquial de la Colegiata de San Miguel Arcángel de Alfaro.

2 PARRADO DEL OLMO, Jesús María: San Miguel. En catálogo de la exposición “Gregorio Fernández / Martínez Montañés. El arte nuevo de hacer imágenes”, Catedral de Valladolid, Valladolid, 2024, p. 224.

3 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, pp. 239-241.

 

































GREGORIO FERNÁNDEZ. 
San Miguel en el retablo-baldaquino de la
iglesia de San Miguel Arcángel, Alfaro (La Rioja)











GREGORIO FERNÁNDEZ. 
San Miguel en el retablo-baldaquino de la
iglesia de San Miguel Arcángel, Alfaro (La Rioja)











Fragmento de la cédula firmada por el rey Felipe IV
el 2 de septiembre de 1635
Archivo de la Colegiata de San Miguel, Alfaro (La Rioja)











Aspecto de la Colegiata de San Miguel Arcángel
Alfaro (La Rioja)











GREGORIO FERNÁNDEZ
San Miguel, 1606, iglesia de San Miguel, Valladolid














GREGORIO FERNÁNDEZ (Atribuido)
San Miguel, Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid














San Miguel Arcángel
Izda: Atribuido a Gregorio Fernández, sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid
Dcha: Gregorio Fernández, h. 1634, Iglesia Colegial de San Miguel, Alfaro









GREGORIO FERNÁNDEZ
Retablo mayor 1624-1632, iglesia de San Miguel, Vitoria








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