30 de noviembre de 2018

Visita virtual: RETABLO DEL CALVARIO, el lento afianzamiento del arte renacentista













RETABLO DEL CALVARIO
Juan de Valmaseda (Palencia o provincia, hacia 1487 - hacia 1575)
1524
Madera policromada
Capilla del Santo Cristo, catedral de León
Escultura protorrenacentista española. Escuela castellana













En los años finales del siglo XV y primeros del XVI confluyen tres acontecimientos que no sólo marcan el destino de la historia de España, sino también de la europea. Se trata del final de la reconquista del territorio peninsular con la toma de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la constitución del Imperio Español bajo la figura de Carlos I. Como consecuencia, uno de los efectos inmediatos fue el florecimiento de las artes, con una especial incidencia en la escultura, caracterizada por fusionar un estilo gótico local, de desgarrado expresionismo, con la magnífica técnica escultórica aportada por los numerosos artistas nórdicos llegados a España para satisfacer los abundantes encargos de obras de todo tipo en los templos españoles, a lo que se vino a sumar la búsqueda de ideales clásicos que directamente habían aprendido en Italia los escultores Diego de Siloé, Bartolomé Ordóñez y Alonso Berruguete, que, retornados a su tierra, encontraron en la madera policromada un sorprendente cauce expresivo.

En ese periodo se va forjando un arte genuinamente español, que en la escultura adquiere matices diferentes al que se realiza en Italia y en el norte de Europa en ese momento. Es un arte singular, siempre de temática religiosa, en el que, frente a la búsqueda de la belleza, lo natural y lo humano, prevalece la expresividad y el contenido conceptual. Un arte en el que los recursos góticos perviven como medio de expresión en unos artistas cuya creatividad refleja el choque entre las culturas cristiana, musulmana y judía, dando como resultado un arte nacional, perfectamente configurado, que a pesar de mantenerse fiel a su esencia, caracterizada por la simplificación de formas y la exaltación dramática,  asimila las influencias de los escultores nórdicos emigrados a España por los cambios producidos en sus lugares de origen y los principios del Renacimiento italiano aportados por artistas españoles tras una estancia de aprendizaje en Italia.

Este fenómeno lo encarnan en Castilla los escultores Juan de Valmaseda y Alonso Berruguete, cuya obra viene determinada por su experiencia vital. El primero por no haber salido nunca de Castilla y el segundo por haber conocido directamente en Italia las más avanzadas corrientes renacentistas. De modo que Juan de Valmaseda mantiene en su obra un marcado expresionismo de raíz gótica, siempre usando un canon muy alargado, mientras que Alonso Berruguete se decanta por el manierismo italianizante, que en ocasiones lleva a sus últimas consecuencias.

EL ESCULTOR JUAN DE VALMASEDA   

Sobre Juan de Valmaseda se disponen pocos datos biográficos. Por su apellido se teoriza acerca de su posible ascendencia vasca, aunque su madre, María de Vertabillo, debió nacer en la población palentina que indica su apelativo. Es posible que Juan de Valmaseda naciera en alguna localidad palentina alrededor de 1487, apareciendo en Burgos en 1514 trabajando, en colaboración con Nicolás de Vergara el Viejo, en el sepulcro de los Gumiel de la iglesia de San Esteban.

En Burgos se relaciona con Felipe Bigarny y con Diego de Siloé, maestros colocados a la cabeza de la escuela burgalesa cuya obra se decantaba por las formas renacentistas italianas. De ellos recibiría influencias en el tratamiento de los pliegues de los paños, en el uso de las líneas curvas, en la incorporación de elementos renacentistas italianizantes y en la creación de los tipos femeninos, aunque no alcanza el grado de idealización de Diego de Siloé, manteniéndose siempre fiel al estilo expresionista que asumió desde su formación.

Hacia 1519 trabaja para la catedral de Palencia, realizando, entre otras obras, el documentado y expresionista grupo del Calvario que sería colocado en el ático del retablo mayor tras la remodelación del mismo, en el que plasma un estilo tan personal que ha servido como referencia para establecer otras atribuciones. Afincado en Palencia, se sabe que estuvo casado con Catalina de Medina, con la que tuvo tres hijos: Juan, Francisco y María.

Desde su taller palentino se desplazó para realizar encargos solicitados desde Oviedo y León. En la capital asturiana colaboró, junto a Giralte de Bruselas, en el retablo mayor de la catedral y en 1524 realizaba para don Andrés Pérez de Capillas, arcediano de Tricastella, el Retablo del Calvario que sería colocado en una capilla de la girola de la catedral de León, para el que remataba dos años más tarde las figuras de los Cuatro Evangelistas, con sus correspondientes símbolos, que completarían el retablo, tal como se conserva en la actualidad.

A partir de 1530, junto a la influencia siloesca comenzaría a recibir algunos influjos de la obra de Alonso Berruguete, apreciables tanto en la escultura del Ecce Homo, de escuálida y estilizada anatomía, como en el grupo del Llanto sobre Cristo muerto y otras esculturas que componen el retablo mayor de la iglesia de Santa Columba de Villamediana (Palencia). Hacia 1530 también elaboraba una obra recientemente atribuida: el San Jerónimo adquirido por el Institute of Old Masters Research en 2016, una obra de marcado expresionismo de sustrato gótico y composición en serpentinatta que denota las influencias de Diego de Siloé (autor de una figura similar para la Capilla del Condestable de la catedral de Burgos) y de Alonso Berruguete en el esquematismo de huesos y tendones y el trazado caprichoso de las barbas.

No obstante, donde más se aprecia la influencia berruguetesca, sin abandonar nunca las pautas de Diego de Siloé, es en el Retablo de San Ildefonso, que presidido por el elegante relieve de la Imposición de la casulla fue realizado en torno a 1530 para la capilla que el Arcediano del Alcor, don Alonso Fernández de Madrid, disponía en la catedral de Palencia, obra que fue policromada en 1549 y en la que muestra el perfeccionamiento de su estilo, donde los relieves se impregnan de un carácter italianizante y donde el escultor se revela como un gran intérprete de la religiosidad castellana expresada mediante recursos renacentistas, como el uso de tondos o medallones, claridad compositiva, estudios anatómicos e insinuación de perspectivas, así como un desenvuelto despliegue de elementos decorativos de tipo plateresco, como balaustres, cartelas, putti, veneras, calaveras, guirnaldas, ángeles con escudos y delfines, etc.

Obra dispersa de Juan de Valmaseda se encuentra por poblaciones palentinas, como en la iglesia de San Pedro de Fuentes de Nava o la iglesia de Santa María de Villalcázar de Sirga, y vallisoletanas, como en la iglesia de Santa María la Sagrada de Tordehumos, cuyo retablo mayor está presidido por un grupo de la Anunciación, datable hacia 1540, que muestra la evolución del escultor hacia planteamientos puramente renacentistas y con una escala monumental.

Tras realizar buena parte de su  obra en la primera mitad del siglo XVI en la ciudad de Palencia, Juan de Valmaseda moría alrededor de 1575. Es considerado por algunos tratadistas como precursor de Alonso Berruguete.  

EL RETABLO DEL CALVARIO DE LA CATEDRAL DE LEÓN

El Retablo del Calvario actualmente preside la Capilla del Santo Cristo, que ocupa el segundo lugar de la parte derecha de la girola de la catedral de León —"Pulchra Leonina"—, en pleno Camino de Santiago. En origen la capilla tuvo la función de aposento de sacristanes de la catedral, siendo el canónigo arcediano don Andrés Pérez de Capillas quien encargó el retablo a Juan de Valmaseda con el fin de enriquecer el recinto en el que sería enterrado. Con una mazonería atribuida a Juan de Borgoña, el escultor se asentó en León y estuvo trabajando en la obra escultórica desde 1524 a 1527, desarrollando los trabajos en dos etapas. La primera intervención fue la realización del grupo del Calvario, en el que desarrollaba una iconografía de gran formato que ya había experimentado cinco años antes en el grupo para el remate del retablo mayor de la catedral de Palencia. Después Juan de Valmaseda completaba el conjunto con las figuras de los Cuatro Evangelistas, que superpuestos por parejas y acompañados de los símbolos del Tetramorfos flanquean el grupo escultórico central.

El retablo está compuesto por un cuerpo único que se distribuye en tres calles, con un friso a la altura del banco, dividido en dos partes en las que se desarrolla un repertorio ornamental dorado en relieve sobre fondo blanco, típicamente plateresco, en el que aparecen dos medallones, inspirados en trabajos de numismática, en los que se representa de perfil un busto masculino y otro femenino que podrían aludir a Adán y Eva, origen del pecado original que queda redimido con la muerte de Cristo. La hornacina central, de gran altura, acoge la figura de Cristo crucificado y a los lados las de la Virgen y San Juan, que se colocan ante un fondo que reproduce un firmamento estrellado rematado en la parte superior por una gran venera.

El Calvario
La figura de Cristo, imbuido de una espiritualidad goticista, presenta un modelo habitual en el escultor, con el crucificado con gesto sufriente y la anatomía enjuta, estilizada y verticalista, con los músculos en tensión minuciosamente descritos, el vientre hundido y las piernas muy verticales, realzando su patetismo con el pormenorizado trabajo de la cabeza, que aparece inclinada sobre el hombro derecho, con una larga melena que deja visible la oreja izquierda y cae por el frente y la espalda en forma de filamentosos tirabuzones calados descritos con precisión, lo mismo que la barba, larga y de dos puntas, y la corona de espinas, con tallos trenzados de gran tamaño que están tallados sobre el mismo bloque de los cabellos, aunque es la expresión facial la que acentúa su expresionismo al presentar pequeños regueros de sangre en la frente, los ojos abiertos y entornados y la boca abierta dejando asomar la lengua, como si acabara de exhalar su último suspiro. Su policromía muestra una carnación pálida, con regueros sanguinolentos concentrados en los brazos y el costado, así como algunas huellas amoratadas dispersas que recuerdan los azotes y las caídas.

La rigidez del crucificado contrasta con la actitud declamatoria de la Virgen y San Juan, igualmente de canon muy alargado y con los cuerpos describiendo una curvatura en actitud simétrica con ciertas dotes teatrales, aunque más contenidas que en el modelo de la catedral de Palencia. La Virgen, dispuesta frontalmente, pero con el torso girado hacia Cristo, viste una túnica dorada ceñida al pecho, una toca blanca ajustada que deja asomar el rostro y un manto azul que aparece decorado con medallones florales, con el revés en oro viejo y el borde recorrido por una cenefa con esgrafiados, cayendo, como la túnica, formando pliegues menudos, blandos y verticales. Muy elaborados son los pliegues que forma la toca sobre la frente y el manto en la cabeza, aunque el sello más personal es la colocación de las manos con los dedos cruzados y las palmas hacia abajo, una disposición muy expresiva que se repite en el Calvario palentino, así como el gesto sufriente del rostro, con ojos grandes y la boca abierta. La carnación de su rostro ofrece toda serie de matices y detalles, como en los perfiles del interior y exterior de los ojos, las tonalidades sonrosadas de los pómulos, párpados, nariz y barbilla

San Juan repite la disposición frontal e inclina su rostro hacia Cristo con expresión doliente y manteniendo un peculiar contraposto. Viste una túnica corta de color rojo, ornamentada por completo con corladuras con motivos vegetales y recorrida por cenefas, que se ciñe a la cintura y en las mangas con finas cintas, así como un manto dorado con orlas en los bordes, que cae desde su hombro izquierdo y sujeta con ambas manos. Minucioso es el trabajo de la cabeza, con una melena que adopta la forma de mechones afilados y calados —con aspecto de mojados— y un rostro alargado de frente despejada, ojos grandes y boca cerrada, presentando igualmente pequeños matices en la carnación, incluyendo lágrimas.

Los Cuatro Evangelistas
Flanqueando al Calvario se colocan a los lados cuatro hornacinas, superpuestas dos a dos, que albergan las figuras erguidas y con un giro de tres cuartos de los Evangelistas, que, como ya se ha dicho, fueron realizados dos años más tarde que el Calvario. Las inferiores están encuadradas por pilastras corintias y las superiores por columnas jónicas, en ambos casos con decoración a candelieri en relieve y rematadas por veneras. Los dos niveles se hallan separados por frisos en los que se insertan cabezas de querubines sobre fondo azul, motivo que se repite en el friso superior, por debajo de la gran cornisa que sin duda debió sustentar algún elemento desaparecido en el desmontaje realizado antes de 1930.

Abajo, a la izquierda, se halla la bella figura de San Juan Evangelista, representado joven, barbilampiño y con larga melena, con el brazo derecho apoyado sobre una formación rocosa recorrida por tallos y grandes hojas y sujetando un libro entre sus manos, en actitud de escribir. Viste una túnica y un manto dorados y está acompañado del águila que es su símbolo del Tetramorfos, que, siguiendo una iconografía muy extendida en la época, sujeta en su pico el tintero.

Formando pareja, en el lado opuesto, aparece la figura de San Mateo, caracterizado con melena y larga barba de dos puntas. Viste una túnica dorada decorada con motivos romboidales y un manto que se recoge entre los brazos. En su actitud abandona la escritura para recoger el tintero que le ofrece el bello ángel que le simboliza.

Izda: Retablo mayor de la catedral de Palencia
Dcha: Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia
Arriba a la izquierda se encuentra la estilizada figura de San Lucas, que en actitud de escribir aparece acompañado de un magnífico y naturalista toro como símbolo. Como detalle pintoresco, el escultor le presenta con anteojos, un detalle narrativo que testimonia los avances de la óptica en el siglo XVI.

En el lado opuesto se encuentra San Marcos, caracterizado con pelo corto y rostro afeitado, que sujetando un libro contra su pecho levanta su mano contemplando el cálamo que se ha quedado sin tinta, gesto que es contemplado por el león que se halla postrado a sus pies con las fauces abiertas y una larguísima melena que denota el no haber contemplado nunca en vivo esta especie animal.

La Capilla del Santo Cristo se cierra con una reja gótica de hierro forjado, posteriormente dorado, elaborada a finales del siglo XV (aunque con modificaciones de los siglos XIX y XX).

El Retablo del Calvario, así como la reja de la capilla y la mesa de altar, fueron restaurados felizmente por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León y el Cabildo de la catedral, siendo eliminados durante los trabajos, que concluyeron en 2013, los barnices envejecidos, recuperada la policromía original, consolidados los soportes y sometido a una limpieza general. Se recuperó, de esta manera, una significativa obra que marca un hito evolutivo en la evolución de la escultura leonesa del gótico, con tan buenos ejemplos en la zona, a la explosión renacentista, permitiendo apreciar la pervivencia del dramatismo y el expresionismo del personal estilo de Juan de Valmaseda.           

Juan de Valmaseda. Calvario, h. 1519, retablo catedral de Palencia

Informe y fotografías: J. M. Travieso.














Juan de Valmaseda. Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia 
















Juan de Valmaseda.
Izda: Ecce Homo, 1530, iglesia de Santa Columba, Villamediana (Palencia)
Dcha. San Andrés, h. 1530, iglesia de San Pedro, Fuentes de Nava (Palencia)



















Juan de Valmaseda
San Jerónimo, h. 1530, Institute of Old Masters Research (Foto del Museo) 


















Juan de Valmaseda. Anunciación, h. 1540
Iglesia de Santa María la Sagrada, Tordehumos (Valladolid)













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28 de noviembre de 2018

Exposición: EL DIABLO, TAL VEZ. EL MUNDO DE LOS BRUEGHEL, del 1 de diciembre 2018 al 3 de marzo 2019


MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
PALACIO DE VILLENA
VALLADOLID

Tentación, pecados capitales y demonio: esta es la terna fantástica en torno a la que gira esta exposición, en la que un cuadro de la colección del museo, Las tentaciones de San Antonio, de Jan Brueghel el Viejo, sirve de hilo rojo para enhebrar obras y escenas, técnicas y estéticas, el arte del pasado y la creación del presente.
Obras del Museo del Prado, la Biblioteca Nacional de España y el Museo Lázaro Galdiano completan la muestra.


HORARIO DE VISITAS
De martes a sábado: de 11 a 14 h. y de 16.30 a 19.30 h.
Domingos y festivos: de 11 a 14 h.
Lunes cerrado.

Entrada gratuita

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23 de noviembre de 2018

Visita virtual: CRISTO CRUCIFICADO, virtuosismo anatómico con lenguaje romanista












CRISTO CRUCIFICADO O SANTO CRISTO DE PAMPLONA
Juan de Anchieta (Azpeitia, Guipúzcoa, 1538-Pamplona, 1588)
1577
Madera policromada
Capilla de San Juan Bautista, Catedral de Santa María la Real, Pamplona
Escultura renacentista española. Corriente romanista













Sin lugar a dudas, esta escultura que realizara Juan de Anchieta en 1577, que representa a Cristo crucificado, es obra cumbre de esta iconografía durante el Renacimiento español. Décadas después le seguirían las geniales creaciones barrocas del Cristo de la Clemencia (1603-1606) de la catedral de Sevilla, realizado por Juan Martínez Montañés, y del Cristo de la Luz (hacia 1630) del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, destacada obra de Gregorio Fernández. Se puede considerar a Juan de Anchieta como un escultor especialista en la elaboración de crucificados, pues tiene catalogados hasta una docena de ejemplares, aunque ninguno tan excepcional como este de la catedral de Pamplona.

Juan de Anchieta es un escultor vasco cuyos estudios recientes han permitido situarle en el lugar que le corresponde dentro del panorama escultórico español del siglo XVI, hasta llegar a ser considerado como el principal representante de la corriente romanista en España, cuya trayectoria profesional quedaría marcada por su carácter itinerante.

Nacido en Azpeitia en 1538, apenas con 13 años aparece desplazado a Medina de Rioseco (Valladolid) para realizar su formación junto al discreto escultor Antonio Martínez. Ya convertido en oficial, pasaría a relacionarse con Inocencio Berruguete, que le puso en contacto con el gran maestro Gaspar Becerra, junto al que colaboró en el retablo mayor de la catedral de Astorga (1558-1584), significativa obra en la decisiva implantación de la corriente romanista. Terminados sus trabajos, hacia 1565 llegaba a Valladolid, donde fue elegido por Juan de Juni como colaborador de su taller. Allí realizó algunas esculturas para retablos, como las solicitadas por los jesuitas de Valladolid, actualmente en la población de Noreña (Asturias) y con las que participó, junto a Juni, en el retablo de la capilla de los Alderete de la iglesia de San Antolín de Tordesillas (1550-1579), a lo que se vinieron a sumar otros encargos recibidos de ensambladores y entalladores, apareciendo obras dispersas en las provincias de Palencia y Valladolid. Acusando el influjo juniano y decantado por el romanismo miguelangelesco, Juan de Anchieta se revela a partir de este periodo como genial creador de figuras de la Virgen con el Niño, como la magistral Virgen de la Salve (hacia 1570) de la iglesia de Santiago de Valladolid.

El prestigio alcanzado por Juan de Anchieta en el ámbito vallisoletano, favoreció la llamada del escultor burgalés Pedro López de Gámiz, establecido en Miranda de Ebro, para que colaborase en un contrato que había realizado de gran envergadura: el retablo mayor de la iglesia del monasterio de Santa Clara de Briviesca (Burgos), culminado hacia 1569, en el que Anchieta afianza decisivamente su maestría y decantación por el romanismo o manierismo reformado en los formidables grupos de la calle central del retablo. Para la Colegiata de Santa María la Mayor de esta población burgalesa también colaboró con Pedro López de Gámiz realizando el retablo de Santa Casilda y para el monasterio de Santa María la Real de Vileña, ya en solitario, realizó el retablo de la Asunción (hoy en el Museo de Burgos).

Con la reputación alcanzada con el retablo de Briviesca y el reconocimiento de Juan de Juni, que, ante su imposibilidad de afrontar el proyecto por motivos de salud, en su testamento, suscrito en 1577, declaraba a Juan de Anchieta como el único escultor capaz de terminar el retablo por él proyectado para la iglesia de Santa María de Mediavilla de Medina de Rioseco, se convirtió en el escultor más prestigioso de la mitad norte de España.

Corría el año 1577 cuando con todo el bagaje artístico aprendido en Castilla decide trasladarse a Pamplona, junto a su esposa Ana de Aguirre, con la que había contraído matrimonio hacia 1570. Allí instala su obrador en el barrio de la Navarrería, después de que desde la catedral reclamasen obras del estilo moderno que encarnaba el escultor: el miguelangelismo. A partir de entonces, la actividad escultórica romanista en tierras vasconavarras fue extraordinaria, siendo Juan de Anchieta su principal iniciador1
En Pamplona mantuvo estrechas relaciones con los obispos de la diócesis, que le efectuaron importantes encargos, como don Antonio Manrique para el Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, para el que realizó el retablo de la Sala Capitular y las figuras de San Benito y San Bernardo, o don Pedro de la Fuente para el retablo mayor de la catedral burgalesa, donde se ocupó de los grupos de la Asunción de la Virgen y de la Coronación, contratando en 1588, por deseos de este mismo prelado, el retablo de la iglesia parroquial de Moneo (Burgos).

En este momento en que el artista ha alcanzado su plena madurez, demuestra dominar los órdenes clásicos, la anatomía del cuerpo humano y el estudio de las proporciones, dotando a sus figuras de un movimiento en el espacio como expresión de su fuerza interior. Se le supone conocedor del tratado anatómico Historia de la composición del cuerpo humano, de Juan Valverde de Hamusco, publicado en Roma en 1556 con grabados de Nicolas Béatrizet sobre dibujos de Gaspar Becerra. A partir de entonces extendería su influencia por el País Vasco, Navarra y Aragón, rodeándose de numerosos discípulos y seguidores, entre ellos sus colaboradores del taller Blas de Arbizu y Pedro de Contreras.

Reflejo del nivel alcanzado, en torno a 1577-1578 se datan dos obras de la catedral de Pamplona que así lo demuestran: El Santo Cristo o Cristo crucificado y la talla de San Jerónimo. Ambas estuvieron asentadas en la capilla Barbazana del claustro de la catedral, según consta en un inventario de la sacristía catedralicia de 1651, donde se especifica2: "Ittem un San Jerónimo de bulto, que esta en la capilla de la Barbacana, juntamente con un Santo Cristo crucificado. Son hechuras de Ancheta".

Si el Santo Cristo representa la cumbre de su producción, sobre el que después volveremos, no menos interés ofrece la escultura exenta de San Jerónimo penitente, de 66 cm. de altura, que actualmente se conserva en el Museo de Navarra de Pamplona3. El hecho de conservarse en el color natural de la madera, sin policromar, permite apreciar el virtuoso trabajo de talla, especialmente el detallismo anatómico que denota la manera de Miguel Ángel, expresivo ejemplo del Romanismo en Navarra. El santo aparece desnudo y de rodillas, con el cuerpo dispuesto en diagonal hacia un tronco en el que apoya sus manos, cubierto desde la cintura con una piel sujeta por una cinta y portando en la mano derecha la piedra con que se mortificaba dándose golpes en el pecho. Se acompaña de los atributos tradicionales, el capelo cardenalicio y un libro a un lado y el león al otro, destacando las musculaturas basadas en modelos clásicos y el excelente trabajo de la cabeza, con largas barbas de reminiscencias miguelangelescas, un recurso plástico utilizado repetidamente por el escultor.

En esos momentos Juan de Anchieta contrató el retablo mayor de la iglesia de San Miguel de Vitoria, que dejó sin terminar y del cual se conservan la imagen titular del Arcángel San Miguel (sin policromar), los altorrelieves de la Flagelación y la Coronación de espinas y los pequeños relieves de Moisés y David en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria, conjunto en depósito de la iglesia de San Miguel. Son obras realizadas entre 1578 y 1579 que evidencian la magnificencia y expresividad del romanismo de Anchieta. Este retablo fue sustituido por otro barroco más monumental realizado por Gregorio Fernández entre 1624 y 1632.
En el Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria también se conserva un excelente relieve que representa a San Jerónimo penitente, del que se desconoce su procedencia y que seguramente formó parte de un retablo. En él destaca la huella miguelangelesca, que se aprecia en el perfecto estudio anatómico del cuerpo, en el interés por la fuerte musculatura, en la barba espesa y muy rizada y en el gesto de fuerza contenida de su rostro, recreando la famosa terribilitá de Miguel Ángel.

En 1577 Juan de Anchieta contrataba el retablo de la iglesia de la Asunción de Cáseda, que sería su primera gran obra en Navarra, contando con la colaboración de Pedro de Contreras. Dedicado a la Virgen, consta de banco, tres cuerpos organizados en tres calles y dos entrecalles y un ático rematado con el grupo del Calvario, ofreciendo en su monumental estructura y su repertorio ornamental la influencia de la obra de Gaspar Becerra en Astorga. Con un amplio programa doctrinal, la obra se encuadra en una época en que comenzaban a plasmarse con fuerza las pautas emanadas del Concilio de Trento.

También en 1577 también firmaba el contrato del retablo de la iglesia de San Pedro de Zumaya (Guipúzcoa), de estructura clasicista y presidido por la imagen titular de San Pedro en cátedra, sobre la que aparece el grupo de la Asunción y un Calvario de gran tamaño en el remate del ático, junto a una serie de relieves en las calles laterales. Se le atribuye el retablo el retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Añorbe (Navarra), contratado por el ensamblador Pedro de Contreras en 1577, ya que la Virgen con el Niño, el San Miguel y los Evangelistas del banco presentan el inconfundible estilo del escultor.

De 1578 data el Retablo de la Trinidad de la catedral de San Pedro de Jaca, realizado en alabastro policromado para la capilla de los Trinitarios, que aparece presidido por un inusual grupo central con la iconografía de la Trinidad Vertical, con la imagen entronizada de Dios Padre, que de nuevo recuerda la terribilità del Moisés de Miguel Ángel, en cuya barba la paloma del Espíritu Santo desciende sobre la figura de Cristo crucificado. Se acompaña de un banco con relieves y a los lados medallones y las esculturas del Santo Ángel Custodio y San Martín, junto a un relieve de la Piedad en el ático.

Relacionada con esta obra de Jaca se encuentra la escultura de San Onofre que se guarda en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, donde el santo eremita aparece representado en alabastro, sin vestiduras y cubierto tan sólo por su cabellera y la barba que nunca se cortaba, recordando también su gesto de la mano entre la barba al Moisés de Miguel Ángel. De actitud contenida y cuidada anatomía representa el alto nivel alcanzado por Anchieta en el ámbito navarro-aragonés.

Otra obra realizada en tierras aragonesas fue el retablo de San Miguel, San Gabriel y San Rafael, culminado hacia 1580, de la capilla funeraria financiada por el judeoconverso Gabriel Zaporta en la Seo de Zaragoza, obra en madera y alabastro con la representación central de los tres arcángeles. Su estilo sería después imitado en Aragón por Juan Miguel Orliéns y Pedro de Armendia.

En 1580 comprometía el retablo mayor de la iglesia de San Miguel de Aoiz (Navarra), del que se conservan un Crucifijo de cuidada anatomía, una Virgen con el Niño de formas miguelangelescas, un San Juan Bautista y un San Lorenzo de Juan de Anchieta que formaron parte de dicho retablo, pues en el siglo XVIII fue sustituido por otro barroco con estructura de Juan Tornés.

En 1587 se ocupaba del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Tafalla (Navarra), para la que en 1581 había realizado un tabernáculo en forma de templete de estilo purista y decorado con relieves. El retablo mayor, con traza del propio Anchieta, está considerado como una de sus mejores obras, a pesar de quedar inacabado cuando le sorprendió la muerte. Consta de banco, dos cuerpos articulados en tres calles y dos entrecalles y ático, todos estos elementos con multiplicidad de soportes, frontones, frisos, medallones y elementos arquitectónicos, así como un copioso conjunto de relieves y esculturas de bulto de concepción romanista que aúnan la influencia juniana con la miguelangelesca. Las figuras de Cristo resucitado y de la Asunción de la calle central ya son obra de su discípulo Pedro González de San Pedro, al que la viuda de Anchieta traspasó la obra, que fue policromada por Juan de Landa en 1599.

Juan de Anchieta. Flagelación y Coronación de espinas, 1578-1579
Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria
Tras realizar el diseño de la sillería de coro de la iglesia de Santa María de Allo (Navarra), Juan de Anchieta moría en Pamplona el 30 de noviembre de 1588, siendo enterrado en el claustro de la catedral. Dejaba tras de sí una prolífica obra materializada en retablos y numerosas esculturas exentas dispersas por iglesias y conventos de Castilla, Navarra, el País Vasco y Aragón, demostrando dominar tanto la madera como la piedra y asentando las claves del estilo romanista en obras de excelente calidad.

EL SANTO CRISTO DE LA CATEDRAL DE PAMPLONA  

El Cristo crucificado de Juan de Anchieta es una de las mejores esculturas de este escultor, del Renacimiento español y del arte sacro alentado por la contrarreforma hispánica. Tallado en madera a escala natural, presenta un potente desnudo, clásico y apolíneo, con un preciso trabajo anatómico en cada uno de sus componentes. En su condición de cuerpo humano y divino a la vez, recibe un tratamiento de gran decoro en el que el escultor hace gala de sus facultades técnicas y de sus conocimientos de anatomía, posiblemente por conocer la obra De humani corporis fabrica libri septem (De la estructura del cuerpo humano en siete libros), escrita por Andrea Vesalio en 1543, o De humani corporis fabrica (Sobre la composición del cuerpo humano), escrita por Juan Valverde de Hamusco y publicada en Roma en 1556.

Juan de Anchieta. Detalles de la Flagelación y la Coronación de espinas, 1578-1579
Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria
Dramático en su composición, presenta una disposición del cuerpo arqueado y separado de la cruz, estilizado y con los brazos siguiendo el característico balanceo manierista de la época, que en los modelos de Anchieta adopta la forma de la vela de un barco insuflada por el viento, de modo que el peso abalanza el cuerpo hacia el espectador, con la cabeza caída y los músculos en tensión. A su expresividad y naturalismo contribuye la estudiada policromía, de pálida encarnación y hematomas violáceos en las partes castigadas, contrastando el padecimiento de su naturaleza humana con la expresión serena y sin sufrimiento del rostro, alusiva a la naturaleza divina de Cristo, que con su sacrificio ha redimido a la humanidad.

Juan de Anchieta. Detalle de Moisés y David, 1578-1579
Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria
Tanto el torso, los brazos y las piernas demuestran un profundo conocimiento anatómico en el tratamiento de la masa muscular y ósea, presentando el vientre hundido, el hombro izquierdo ligeramente adelantado, las expresivas manos taladradas por grandes clavos y los pies con el dedo gordo separado del resto como representación realista de la reacción muscular ante la perforación del clavo y la afectación a los tendones. En líneas generales el cuerpo presenta una complexión atlética en la que, siguiendo los modelos clásicos, quedan perfectamente delineados los pectorales, las costillas, los músculos, los tendones e incluso el pliegue inguinal.

Juan de Anchieta. San Jerónimo penitente, hacia 1578
Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria
De gran belleza y precisión es el trabajo de la cabeza, caída hacia adelante como expresión de la muerte, con la corona de espinas calada y tallada conjuntamente con los cabellos —algo habitual durante el Renacimiento—, una melena de mechones ensortijados que discurre por la espalda, dejando la oreja izquierda visible, incluyendo un recurso expresivo excepcional: el mechón rizado que cae al frente casi ocultando el rostro, una singular aportación de Juan de Anchieta a esta iconografía. El rostro, que aparece riguroso y sereno, sin muestra de sufrimiento, con la boca y los ojos cerrados, nariz afilada y barba poco poblada de dos puntas, contribuye a expresar el hondo sentimiento religioso que emana de la escultura.

El crucifijo se cubre con un reducido paño de pureza muy ajustado al cuerpo que forma un pequeño anudamiento en la parte derecha, policromado en blanco con listas en azul y bordes rojos. Otra nota destacable es la ausencia de sangre, limitada a los regueros producidos por los clavos y la lanzada del costado. Para reforzar el carácter naturalista de la escultura, el tradicional madero liso de la cruz fue sustituido por un tronco cilíndrico en el que se aprecian nudos y levantamiento de la corteza, en la línea de muchos modelos andaluces posteriores.

Juan de Anchieta. San Jerónimo penitente, hacia 1577
Museo de Navarra, Pamplona
Como ya se ha dicho, este crucifijo comenzó a recibir culto en la capilla Barbazana del claustro catedralicio, pero debido a la devoción popular que suscitó desde un primer momento, en 1857 fue trasladada al trascoro y posteriormente a la capilla sacramental, apareciendo en la actualidad colocada en un costado de la capilla de San Juan Bautista (a los pies del templo y en la nave del evangelio), donde sigue gozando de la veneración de los fieles pamplonicas.

Juan de Anchieta fue autor de otras notables representaciones de Cristo crucificado, entre las que hay que destacar el crucifijo monumental —Cristo de los artistas— que se conserva en la iglesia del Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, atribuido a Anchieta por el profesor Arturo Ansón, igualmente idealizado y clasicista, con potente y rotunda musculatura en la anatomía, diferente al Santo Cristo de Pamplona en el tratamiento del paño de pureza. Digno de mención es también el Cristo del Miserere de la iglesia de Santa María de Tafalla, de esbelta anatomía y equilibrado clasicismo, así como el Cristo crucificado de la iglesia de San Miguel de Aoiz, con similar estudio anatómico y con la diferencia de tener el paño de pureza anudado a la izquierda.          

Juan de Anchieta. San Onofre, hacia 1578
Museo Nacional de Escultura, Valladolid

Informe y fotografías: J. M. Travieso.





NOTAS

1 ANDRÉS ORDAX, Salvador: El retablo de Anchieta en Moneo (Burgos). Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), nº 43, Universidad de Valladolid, 1977, p. 437.

2 GOÑI GAZTAMBIDE, José: Historia de los obispos de Pamplona.  Siglo XVIII, Tomo VI, Pamplona, 1987, p. 200.

3 GARCÍA GAINZA, María Concepción: Juan de Anchieta, escultor del Renacimiento. Gobierno de Navarra-Fundación Arte Hispánico, Pamplona-Iruña, 2008.


Juan de Anchieta
Izda: San Juan Bautista, h. 1580, Metropolitan Museum, Nueva York
Dcha: Crucifijo, h. 1575, iglesia del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia, Zaragoza
(Fotos The Met y Arte-paisaje.blogspot.com)
Bibliografía complementaria

CABEZUDO ASTRÁIN, José: La obra de Ancheta en Tafalla. Príncipe de Viana nº 32, Gobierno de Navarra, Pamplona, 1948, pp. 277-292.

CAMÓN AZNAR, José: El escultor Juan de Anchieta. Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1943.

GARCÍA GAINZA, María Concepción: El escultor Juan de Anchieta en su cuarto centenario (1588-1988). Institución Príncipe de Viana, Gobierno de Navarra, 1988.

VASALLO TORANZO, LUIS: Juan de Anchieta. Aprendiz y oficial de escultura en Castilla (1551-1571). Universidad de Valladolid, 2012.

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