30 de noviembre de 2018

Visita virtual: RETABLO DEL CALVARIO, el lento afianzamiento del arte renacentista













RETABLO DEL CALVARIO
Juan de Valmaseda (Palencia o provincia, hacia 1487 - hacia 1575)
1524
Madera policromada
Capilla del Santo Cristo, catedral de León
Escultura protorrenacentista española. Escuela castellana













En los años finales del siglo XV y primeros del XVI confluyen tres acontecimientos que no sólo marcan el destino de la historia de España, sino también de la europea. Se trata del final de la reconquista del territorio peninsular con la toma de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la constitución del Imperio Español bajo la figura de Carlos I. Como consecuencia, uno de los efectos inmediatos fue el florecimiento de las artes, con una especial incidencia en la escultura, caracterizada por fusionar un estilo gótico local, de desgarrado expresionismo, con la magnífica técnica escultórica aportada por los numerosos artistas nórdicos llegados a España para satisfacer los abundantes encargos de obras de todo tipo en los templos españoles, a lo que se vino a sumar la búsqueda de ideales clásicos que directamente habían aprendido en Italia los escultores Diego de Siloé, Bartolomé Ordóñez y Alonso Berruguete, que, retornados a su tierra, encontraron en la madera policromada un sorprendente cauce expresivo.

En ese periodo se va forjando un arte genuinamente español, que en la escultura adquiere matices diferentes al que se realiza en Italia y en el norte de Europa en ese momento. Es un arte singular, siempre de temática religiosa, en el que, frente a la búsqueda de la belleza, lo natural y lo humano, prevalece la expresividad y el contenido conceptual. Un arte en el que los recursos góticos perviven como medio de expresión en unos artistas cuya creatividad refleja el choque entre las culturas cristiana, musulmana y judía, dando como resultado un arte nacional, perfectamente configurado, que a pesar de mantenerse fiel a su esencia, caracterizada por la simplificación de formas y la exaltación dramática,  asimila las influencias de los escultores nórdicos emigrados a España por los cambios producidos en sus lugares de origen y los principios del Renacimiento italiano aportados por artistas españoles tras una estancia de aprendizaje en Italia.

Este fenómeno lo encarnan en Castilla los escultores Juan de Valmaseda y Alonso Berruguete, cuya obra viene determinada por su experiencia vital. El primero por no haber salido nunca de Castilla y el segundo por haber conocido directamente en Italia las más avanzadas corrientes renacentistas. De modo que Juan de Valmaseda mantiene en su obra un marcado expresionismo de raíz gótica, siempre usando un canon muy alargado, mientras que Alonso Berruguete se decanta por el manierismo italianizante, que en ocasiones lleva a sus últimas consecuencias.

EL ESCULTOR JUAN DE VALMASEDA   

Sobre Juan de Valmaseda se disponen pocos datos biográficos. Por su apellido se teoriza acerca de su posible ascendencia vasca, aunque su madre, María de Vertabillo, debió nacer en la población palentina que indica su apelativo. Es posible que Juan de Valmaseda naciera en alguna localidad palentina alrededor de 1487, apareciendo en Burgos en 1514 trabajando, en colaboración con Nicolás de Vergara el Viejo, en el sepulcro de los Gumiel de la iglesia de San Esteban.

En Burgos se relaciona con Felipe Bigarny y con Diego de Siloé, maestros colocados a la cabeza de la escuela burgalesa cuya obra se decantaba por las formas renacentistas italianas. De ellos recibiría influencias en el tratamiento de los pliegues de los paños, en el uso de las líneas curvas, en la incorporación de elementos renacentistas italianizantes y en la creación de los tipos femeninos, aunque no alcanza el grado de idealización de Diego de Siloé, manteniéndose siempre fiel al estilo expresionista que asumió desde su formación.

Hacia 1519 trabaja para la catedral de Palencia, realizando, entre otras obras, el documentado y expresionista grupo del Calvario que sería colocado en el ático del retablo mayor tras la remodelación del mismo, en el que plasma un estilo tan personal que ha servido como referencia para establecer otras atribuciones. Afincado en Palencia, se sabe que estuvo casado con Catalina de Medina, con la que tuvo tres hijos: Juan, Francisco y María.

Desde su taller palentino se desplazó para realizar encargos solicitados desde Oviedo y León. En la capital asturiana colaboró, junto a Giralte de Bruselas, en el retablo mayor de la catedral y en 1524 realizaba para don Andrés Pérez de Capillas, arcediano de Tricastella, el Retablo del Calvario que sería colocado en una capilla de la girola de la catedral de León, para el que remataba dos años más tarde las figuras de los Cuatro Evangelistas, con sus correspondientes símbolos, que completarían el retablo, tal como se conserva en la actualidad.

A partir de 1530, junto a la influencia siloesca comenzaría a recibir algunos influjos de la obra de Alonso Berruguete, apreciables tanto en la escultura del Ecce Homo, de escuálida y estilizada anatomía, como en el grupo del Llanto sobre Cristo muerto y otras esculturas que componen el retablo mayor de la iglesia de Santa Columba de Villamediana (Palencia). Hacia 1530 también elaboraba una obra recientemente atribuida: el San Jerónimo adquirido por el Institute of Old Masters Research en 2016, una obra de marcado expresionismo de sustrato gótico y composición en serpentinatta que denota las influencias de Diego de Siloé (autor de una figura similar para la Capilla del Condestable de la catedral de Burgos) y de Alonso Berruguete en el esquematismo de huesos y tendones y el trazado caprichoso de las barbas.

No obstante, donde más se aprecia la influencia berruguetesca, sin abandonar nunca las pautas de Diego de Siloé, es en el Retablo de San Ildefonso, que presidido por el elegante relieve de la Imposición de la casulla fue realizado en torno a 1530 para la capilla que el Arcediano del Alcor, don Alonso Fernández de Madrid, disponía en la catedral de Palencia, obra que fue policromada en 1549 y en la que muestra el perfeccionamiento de su estilo, donde los relieves se impregnan de un carácter italianizante y donde el escultor se revela como un gran intérprete de la religiosidad castellana expresada mediante recursos renacentistas, como el uso de tondos o medallones, claridad compositiva, estudios anatómicos e insinuación de perspectivas, así como un desenvuelto despliegue de elementos decorativos de tipo plateresco, como balaustres, cartelas, putti, veneras, calaveras, guirnaldas, ángeles con escudos y delfines, etc.

Obra dispersa de Juan de Valmaseda se encuentra por poblaciones palentinas, como en la iglesia de San Pedro de Fuentes de Nava o la iglesia de Santa María de Villalcázar de Sirga, y vallisoletanas, como en la iglesia de Santa María la Sagrada de Tordehumos, cuyo retablo mayor está presidido por un grupo de la Anunciación, datable hacia 1540, que muestra la evolución del escultor hacia planteamientos puramente renacentistas y con una escala monumental.

Tras realizar buena parte de su  obra en la primera mitad del siglo XVI en la ciudad de Palencia, Juan de Valmaseda moría alrededor de 1575. Es considerado por algunos tratadistas como precursor de Alonso Berruguete.  

EL RETABLO DEL CALVARIO DE LA CATEDRAL DE LEÓN

El Retablo del Calvario actualmente preside la Capilla del Santo Cristo, que ocupa el segundo lugar de la parte derecha de la girola de la catedral de León —"Pulchra Leonina"—, en pleno Camino de Santiago. En origen la capilla tuvo la función de aposento de sacristanes de la catedral, siendo el canónigo arcediano don Andrés Pérez de Capillas quien encargó el retablo a Juan de Valmaseda con el fin de enriquecer el recinto en el que sería enterrado. Con una mazonería atribuida a Juan de Borgoña, el escultor se asentó en León y estuvo trabajando en la obra escultórica desde 1524 a 1527, desarrollando los trabajos en dos etapas. La primera intervención fue la realización del grupo del Calvario, en el que desarrollaba una iconografía de gran formato que ya había experimentado cinco años antes en el grupo para el remate del retablo mayor de la catedral de Palencia. Después Juan de Valmaseda completaba el conjunto con las figuras de los Cuatro Evangelistas, que superpuestos por parejas y acompañados de los símbolos del Tetramorfos flanquean el grupo escultórico central.

El retablo está compuesto por un cuerpo único que se distribuye en tres calles, con un friso a la altura del banco, dividido en dos partes en las que se desarrolla un repertorio ornamental dorado en relieve sobre fondo blanco, típicamente plateresco, en el que aparecen dos medallones, inspirados en trabajos de numismática, en los que se representa de perfil un busto masculino y otro femenino que podrían aludir a Adán y Eva, origen del pecado original que queda redimido con la muerte de Cristo. La hornacina central, de gran altura, acoge la figura de Cristo crucificado y a los lados las de la Virgen y San Juan, que se colocan ante un fondo que reproduce un firmamento estrellado rematado en la parte superior por una gran venera.

El Calvario
La figura de Cristo, imbuido de una espiritualidad goticista, presenta un modelo habitual en el escultor, con el crucificado con gesto sufriente y la anatomía enjuta, estilizada y verticalista, con los músculos en tensión minuciosamente descritos, el vientre hundido y las piernas muy verticales, realzando su patetismo con el pormenorizado trabajo de la cabeza, que aparece inclinada sobre el hombro derecho, con una larga melena que deja visible la oreja izquierda y cae por el frente y la espalda en forma de filamentosos tirabuzones calados descritos con precisión, lo mismo que la barba, larga y de dos puntas, y la corona de espinas, con tallos trenzados de gran tamaño que están tallados sobre el mismo bloque de los cabellos, aunque es la expresión facial la que acentúa su expresionismo al presentar pequeños regueros de sangre en la frente, los ojos abiertos y entornados y la boca abierta dejando asomar la lengua, como si acabara de exhalar su último suspiro. Su policromía muestra una carnación pálida, con regueros sanguinolentos concentrados en los brazos y el costado, así como algunas huellas amoratadas dispersas que recuerdan los azotes y las caídas.

La rigidez del crucificado contrasta con la actitud declamatoria de la Virgen y San Juan, igualmente de canon muy alargado y con los cuerpos describiendo una curvatura en actitud simétrica con ciertas dotes teatrales, aunque más contenidas que en el modelo de la catedral de Palencia. La Virgen, dispuesta frontalmente, pero con el torso girado hacia Cristo, viste una túnica dorada ceñida al pecho, una toca blanca ajustada que deja asomar el rostro y un manto azul que aparece decorado con medallones florales, con el revés en oro viejo y el borde recorrido por una cenefa con esgrafiados, cayendo, como la túnica, formando pliegues menudos, blandos y verticales. Muy elaborados son los pliegues que forma la toca sobre la frente y el manto en la cabeza, aunque el sello más personal es la colocación de las manos con los dedos cruzados y las palmas hacia abajo, una disposición muy expresiva que se repite en el Calvario palentino, así como el gesto sufriente del rostro, con ojos grandes y la boca abierta. La carnación de su rostro ofrece toda serie de matices y detalles, como en los perfiles del interior y exterior de los ojos, las tonalidades sonrosadas de los pómulos, párpados, nariz y barbilla

San Juan repite la disposición frontal e inclina su rostro hacia Cristo con expresión doliente y manteniendo un peculiar contraposto. Viste una túnica corta de color rojo, ornamentada por completo con corladuras con motivos vegetales y recorrida por cenefas, que se ciñe a la cintura y en las mangas con finas cintas, así como un manto dorado con orlas en los bordes, que cae desde su hombro izquierdo y sujeta con ambas manos. Minucioso es el trabajo de la cabeza, con una melena que adopta la forma de mechones afilados y calados —con aspecto de mojados— y un rostro alargado de frente despejada, ojos grandes y boca cerrada, presentando igualmente pequeños matices en la carnación, incluyendo lágrimas.

Los Cuatro Evangelistas
Flanqueando al Calvario se colocan a los lados cuatro hornacinas, superpuestas dos a dos, que albergan las figuras erguidas y con un giro de tres cuartos de los Evangelistas, que, como ya se ha dicho, fueron realizados dos años más tarde que el Calvario. Las inferiores están encuadradas por pilastras corintias y las superiores por columnas jónicas, en ambos casos con decoración a candelieri en relieve y rematadas por veneras. Los dos niveles se hallan separados por frisos en los que se insertan cabezas de querubines sobre fondo azul, motivo que se repite en el friso superior, por debajo de la gran cornisa que sin duda debió sustentar algún elemento desaparecido en el desmontaje realizado antes de 1930.

Abajo, a la izquierda, se halla la bella figura de San Juan Evangelista, representado joven, barbilampiño y con larga melena, con el brazo derecho apoyado sobre una formación rocosa recorrida por tallos y grandes hojas y sujetando un libro entre sus manos, en actitud de escribir. Viste una túnica y un manto dorados y está acompañado del águila que es su símbolo del Tetramorfos, que, siguiendo una iconografía muy extendida en la época, sujeta en su pico el tintero.

Formando pareja, en el lado opuesto, aparece la figura de San Mateo, caracterizado con melena y larga barba de dos puntas. Viste una túnica dorada decorada con motivos romboidales y un manto que se recoge entre los brazos. En su actitud abandona la escritura para recoger el tintero que le ofrece el bello ángel que le simboliza.

Izda: Retablo mayor de la catedral de Palencia
Dcha: Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia
Arriba a la izquierda se encuentra la estilizada figura de San Lucas, que en actitud de escribir aparece acompañado de un magnífico y naturalista toro como símbolo. Como detalle pintoresco, el escultor le presenta con anteojos, un detalle narrativo que testimonia los avances de la óptica en el siglo XVI.

En el lado opuesto se encuentra San Marcos, caracterizado con pelo corto y rostro afeitado, que sujetando un libro contra su pecho levanta su mano contemplando el cálamo que se ha quedado sin tinta, gesto que es contemplado por el león que se halla postrado a sus pies con las fauces abiertas y una larguísima melena que denota el no haber contemplado nunca en vivo esta especie animal.

La Capilla del Santo Cristo se cierra con una reja gótica de hierro forjado, posteriormente dorado, elaborada a finales del siglo XV (aunque con modificaciones de los siglos XIX y XX).

El Retablo del Calvario, así como la reja de la capilla y la mesa de altar, fueron restaurados felizmente por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León y el Cabildo de la catedral, siendo eliminados durante los trabajos, que concluyeron en 2013, los barnices envejecidos, recuperada la policromía original, consolidados los soportes y sometido a una limpieza general. Se recuperó, de esta manera, una significativa obra que marca un hito evolutivo en la evolución de la escultura leonesa del gótico, con tan buenos ejemplos en la zona, a la explosión renacentista, permitiendo apreciar la pervivencia del dramatismo y el expresionismo del personal estilo de Juan de Valmaseda.           

Juan de Valmaseda. Calvario, h. 1519, retablo catedral de Palencia

Informe y fotografías: J. M. Travieso.














Juan de Valmaseda. Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia 
















Juan de Valmaseda.
Izda: Ecce Homo, 1530, iglesia de Santa Columba, Villamediana (Palencia)
Dcha. San Andrés, h. 1530, iglesia de San Pedro, Fuentes de Nava (Palencia)



















Juan de Valmaseda
San Jerónimo, h. 1530, Institute of Old Masters Research (Foto del Museo) 


















Juan de Valmaseda. Anunciación, h. 1540
Iglesia de Santa María la Sagrada, Tordehumos (Valladolid)













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