RETABLO DEL CALVARIO
Juan de
Valmaseda (Palencia o provincia, hacia 1487 - hacia 1575)
1524
Madera
policromada
Capilla del
Santo Cristo, catedral de León
Escultura protorrenacentista
española. Escuela castellana
En los años finales del siglo XV y primeros del XVI
confluyen tres acontecimientos que no sólo marcan el destino de la historia de
España, sino también de la europea. Se trata del final de la reconquista del
territorio peninsular con la toma de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo
y la constitución del Imperio Español bajo la figura de Carlos I. Como
consecuencia, uno de los efectos inmediatos fue el florecimiento de las artes,
con una especial incidencia en la escultura, caracterizada por fusionar un
estilo gótico local, de desgarrado expresionismo, con la magnífica técnica
escultórica aportada por los numerosos artistas nórdicos llegados a España para
satisfacer los abundantes encargos de obras de todo tipo en los templos
españoles, a lo que se vino a sumar la búsqueda de ideales clásicos que
directamente habían aprendido en Italia los escultores Diego de Siloé,
Bartolomé Ordóñez y Alonso Berruguete, que, retornados a su tierra, encontraron
en la madera policromada un sorprendente cauce expresivo.
En ese periodo se va forjando un arte genuinamente
español, que en la escultura adquiere matices diferentes al que se realiza en
Italia y en el norte de Europa en ese momento. Es un arte singular, siempre de
temática religiosa, en el que, frente a la búsqueda de la belleza, lo natural y
lo humano, prevalece la expresividad y el contenido conceptual. Un arte en el
que los recursos góticos perviven como medio de expresión en unos artistas cuya
creatividad refleja el choque entre las culturas cristiana, musulmana y judía,
dando como resultado un arte nacional, perfectamente configurado, que a pesar
de mantenerse fiel a su esencia, caracterizada por la simplificación de formas
y la exaltación dramática, asimila las
influencias de los escultores nórdicos emigrados a España por los cambios
producidos en sus lugares de origen y los principios del Renacimiento italiano
aportados por artistas españoles tras una estancia de aprendizaje en Italia.
Este fenómeno lo encarnan en Castilla los escultores
Juan de Valmaseda y Alonso Berruguete, cuya obra viene determinada por su
experiencia vital. El primero por no haber salido nunca de Castilla y el
segundo por haber conocido directamente en Italia las más avanzadas corrientes
renacentistas. De modo que Juan de Valmaseda mantiene en su obra un marcado
expresionismo de raíz gótica, siempre usando un canon muy alargado, mientras
que Alonso Berruguete se decanta por el manierismo italianizante, que en
ocasiones lleva a sus últimas consecuencias.
EL ESCULTOR JUAN DE VALMASEDA
Sobre Juan de Valmaseda se disponen pocos datos
biográficos. Por su apellido se teoriza acerca de su posible ascendencia vasca,
aunque su madre, María de Vertabillo, debió nacer en la población palentina que
indica su apelativo. Es posible que Juan de Valmaseda naciera en alguna
localidad palentina alrededor de 1487, apareciendo en Burgos en 1514 trabajando,
en colaboración con Nicolás de Vergara el Viejo, en el sepulcro de los Gumiel
de la iglesia de San Esteban.
En Burgos se relaciona con Felipe Bigarny y con
Diego de Siloé, maestros colocados a la cabeza de la escuela burgalesa cuya
obra se decantaba por las formas renacentistas italianas. De ellos recibiría
influencias en el tratamiento de los pliegues de los paños, en el uso de las líneas
curvas, en la incorporación de elementos renacentistas italianizantes y en la
creación de los tipos femeninos, aunque no alcanza el grado de idealización de
Diego de Siloé, manteniéndose siempre fiel al estilo expresionista que asumió
desde su formación.
Hacia 1519 trabaja para la catedral de Palencia,
realizando, entre otras obras, el documentado y expresionista grupo del Calvario que sería colocado en el ático
del retablo mayor tras la remodelación del mismo, en el que plasma un estilo
tan personal que ha servido como referencia para establecer otras atribuciones.
Afincado en Palencia, se sabe que estuvo casado con Catalina de Medina, con la
que tuvo tres hijos: Juan, Francisco y María.
Desde su taller palentino se desplazó para realizar
encargos solicitados desde Oviedo y León. En la capital asturiana colaboró,
junto a Giralte de Bruselas, en el retablo mayor de la catedral y en 1524
realizaba para don Andrés Pérez de Capillas, arcediano de Tricastella, el Retablo del Calvario que sería colocado
en una capilla de la girola de la catedral de León, para el que remataba dos
años más tarde las figuras de los Cuatro
Evangelistas, con sus correspondientes símbolos, que completarían el
retablo, tal como se conserva en la actualidad.
A partir de 1530, junto a la influencia siloesca comenzaría
a recibir algunos influjos de la obra de Alonso Berruguete, apreciables tanto
en la escultura del Ecce Homo, de
escuálida y estilizada anatomía, como en el grupo del Llanto sobre Cristo muerto y otras esculturas que componen el
retablo mayor de la iglesia de Santa Columba de Villamediana (Palencia). Hacia 1530
también elaboraba una obra recientemente atribuida: el San Jerónimo adquirido por el Institute of Old Masters Research en
2016, una obra de marcado expresionismo de sustrato gótico y composición en serpentinatta que denota las influencias
de Diego de Siloé (autor de una figura similar para la Capilla del Condestable
de la catedral de Burgos) y de Alonso Berruguete en el esquematismo de huesos y
tendones y el trazado caprichoso de las barbas.
No obstante, donde más se aprecia la influencia
berruguetesca, sin abandonar nunca las pautas de Diego de Siloé, es en el Retablo de San Ildefonso, que presidido
por el elegante relieve de la Imposición
de la casulla fue realizado en torno a 1530 para la capilla que el
Arcediano del Alcor, don Alonso Fernández de Madrid, disponía en la catedral de
Palencia, obra que fue policromada en 1549 y en la que muestra el
perfeccionamiento de su estilo, donde los relieves se impregnan de un carácter
italianizante y donde el escultor se revela como un gran intérprete de la
religiosidad castellana expresada mediante recursos renacentistas, como el uso
de tondos o medallones, claridad compositiva, estudios anatómicos e insinuación
de perspectivas, así como un desenvuelto despliegue de elementos decorativos de
tipo plateresco, como balaustres, cartelas, putti,
veneras, calaveras, guirnaldas, ángeles con escudos y delfines, etc.
Obra dispersa de Juan de Valmaseda se encuentra por
poblaciones palentinas, como en la iglesia de San Pedro de Fuentes de Nava o la
iglesia de Santa María de Villalcázar de Sirga, y vallisoletanas, como en la
iglesia de Santa María la Sagrada de Tordehumos, cuyo retablo mayor está
presidido por un grupo de la Anunciación,
datable hacia 1540, que muestra la evolución del escultor hacia planteamientos
puramente renacentistas y con una escala monumental.
Tras realizar buena parte de su obra en la primera mitad del siglo XVI en la
ciudad de Palencia, Juan de Valmaseda moría alrededor de 1575. Es considerado
por algunos tratadistas como precursor de Alonso Berruguete.
EL RETABLO DEL CALVARIO DE LA CATEDRAL DE LEÓN
El Retablo del
Calvario actualmente preside la Capilla del Santo Cristo, que ocupa el segundo
lugar de la parte derecha de la girola de la catedral de León —"Pulchra
Leonina"—, en pleno Camino de Santiago. En origen la capilla tuvo la
función de aposento de sacristanes de la catedral, siendo el canónigo arcediano
don Andrés Pérez de Capillas quien encargó el retablo a Juan de Valmaseda con
el fin de enriquecer el recinto en el que sería enterrado. Con una mazonería
atribuida a Juan de Borgoña, el escultor se asentó en León y estuvo trabajando
en la obra escultórica desde 1524 a 1527, desarrollando los trabajos en dos
etapas. La primera intervención fue la realización del grupo del Calvario, en el que desarrollaba una
iconografía de gran formato que ya había experimentado cinco años antes en el
grupo para el remate del retablo mayor de la catedral de Palencia. Después Juan
de Valmaseda completaba el conjunto con las figuras de los Cuatro Evangelistas, que superpuestos por parejas y acompañados de
los símbolos del Tetramorfos flanquean el grupo escultórico central.
El retablo está compuesto por un cuerpo único que se
distribuye en tres calles, con un friso a la altura del banco, dividido en dos
partes en las que se desarrolla un repertorio ornamental dorado en relieve
sobre fondo blanco, típicamente plateresco, en el que aparecen dos medallones,
inspirados en trabajos de numismática, en los que se representa de perfil un
busto masculino y otro femenino que podrían aludir a Adán y Eva, origen del
pecado original que queda redimido con la muerte de Cristo. La hornacina
central, de gran altura, acoge la figura de Cristo crucificado y a los lados
las de la Virgen y San Juan, que se colocan ante un fondo que reproduce un
firmamento estrellado rematado en la parte superior por una gran venera.
El Calvario
La figura de Cristo, imbuido de una espiritualidad
goticista, presenta un modelo habitual en el escultor, con el crucificado con
gesto sufriente y la anatomía enjuta, estilizada y verticalista, con los
músculos en tensión minuciosamente descritos, el vientre hundido y las piernas
muy verticales, realzando su patetismo con el pormenorizado trabajo de la
cabeza, que aparece inclinada sobre el hombro derecho, con una larga melena que
deja visible la oreja izquierda y cae por el frente y la espalda en forma de
filamentosos tirabuzones calados descritos con precisión, lo mismo que la
barba, larga y de dos puntas, y la corona de espinas, con tallos trenzados de
gran tamaño que están tallados sobre el mismo bloque de los cabellos, aunque es
la expresión facial la que acentúa su expresionismo al presentar pequeños
regueros de sangre en la frente, los ojos abiertos y entornados y la boca
abierta dejando asomar la lengua, como si acabara de exhalar su último suspiro.
Su policromía muestra una carnación pálida, con regueros sanguinolentos
concentrados en los brazos y el costado, así como algunas huellas amoratadas
dispersas que recuerdan los azotes y las caídas.
La rigidez del crucificado contrasta con la actitud
declamatoria de la Virgen y San Juan, igualmente de canon muy alargado y con
los cuerpos describiendo una curvatura en actitud simétrica con ciertas dotes
teatrales, aunque más contenidas que en el modelo de la catedral de Palencia.
La Virgen, dispuesta frontalmente, pero con el torso girado hacia Cristo, viste
una túnica dorada ceñida al pecho, una toca blanca ajustada que deja asomar el
rostro y un manto azul que aparece decorado con medallones florales, con el
revés en oro viejo y el borde recorrido por una cenefa con esgrafiados, cayendo,
como la túnica, formando pliegues menudos, blandos y verticales. Muy elaborados
son los pliegues que forma la toca sobre la frente y el manto en la cabeza,
aunque el sello más personal es la colocación de las manos con los dedos
cruzados y las palmas hacia abajo, una disposición muy expresiva que se repite
en el Calvario palentino, así como el gesto sufriente del rostro, con ojos
grandes y la boca abierta. La carnación de su rostro ofrece toda serie de
matices y detalles, como en los perfiles del interior y exterior de los ojos,
las tonalidades sonrosadas de los pómulos, párpados, nariz y barbilla
San Juan repite la disposición frontal e inclina su
rostro hacia Cristo con expresión doliente y manteniendo un peculiar
contraposto. Viste una túnica corta de color rojo, ornamentada por completo con
corladuras con motivos vegetales y recorrida por cenefas, que se ciñe a la
cintura y en las mangas con finas cintas, así como un manto dorado con orlas en
los bordes, que cae desde su hombro izquierdo y sujeta con ambas manos.
Minucioso es el trabajo de la cabeza, con una melena que adopta la forma de
mechones afilados y calados —con aspecto de mojados— y un rostro alargado de
frente despejada, ojos grandes y boca cerrada, presentando igualmente pequeños
matices en la carnación, incluyendo lágrimas.
Los Cuatro Evangelistas
Flanqueando al Calvario se colocan a los lados
cuatro hornacinas, superpuestas dos a dos, que albergan las figuras erguidas y
con un giro de tres cuartos de los Evangelistas, que, como ya se ha dicho, fueron realizados dos años más tarde que el Calvario. Las inferiores están
encuadradas por pilastras corintias y
las superiores por columnas jónicas, en ambos casos con decoración a candelieri en relieve y rematadas por
veneras. Los dos niveles se hallan separados por frisos en los que se insertan
cabezas de querubines sobre fondo azul, motivo que se repite en el friso
superior, por debajo de la gran cornisa que sin duda debió sustentar algún
elemento desaparecido en el desmontaje realizado antes de 1930.
Abajo, a la izquierda, se halla la bella figura de San Juan Evangelista, representado joven,
barbilampiño y con larga melena, con el brazo derecho apoyado sobre una
formación rocosa recorrida por tallos y grandes hojas y sujetando un libro
entre sus manos, en actitud de escribir. Viste una túnica y un manto dorados y
está acompañado del águila que es su símbolo del Tetramorfos, que, siguiendo
una iconografía muy extendida en la época, sujeta en su pico el tintero.
Formando pareja, en el lado opuesto, aparece la
figura de San Mateo, caracterizado
con melena y larga barba de dos puntas. Viste una túnica dorada decorada con
motivos romboidales y un manto que se recoge entre los brazos. En su actitud
abandona la escritura para recoger el tintero que le ofrece el bello ángel que
le simboliza.
Izda: Retablo mayor de la catedral de Palencia Dcha: Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia |
Arriba a la izquierda se encuentra la estilizada
figura de San Lucas, que en actitud
de escribir aparece acompañado de un magnífico y naturalista toro como símbolo.
Como detalle pintoresco, el escultor le presenta con anteojos, un detalle
narrativo que testimonia los avances de la óptica en el siglo XVI.
En el lado opuesto se encuentra San Marcos, caracterizado con pelo corto y rostro afeitado, que
sujetando un libro contra su pecho levanta su mano contemplando el cálamo que
se ha quedado sin tinta, gesto que es contemplado por el león que se halla
postrado a sus pies con las fauces abiertas y una larguísima melena que denota
el no haber contemplado nunca en vivo esta especie animal.
La Capilla del Santo Cristo se cierra con una reja
gótica de hierro forjado, posteriormente dorado, elaborada a finales del siglo
XV (aunque con modificaciones de los siglos XIX y XX).
El Retablo del
Calvario, así como la reja de la capilla y la mesa de altar, fueron
restaurados felizmente por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y
León y el Cabildo de la catedral, siendo eliminados durante los trabajos, que
concluyeron en 2013, los barnices envejecidos, recuperada la policromía
original, consolidados los soportes y sometido a una limpieza general. Se
recuperó, de esta manera, una significativa obra que marca un hito evolutivo en
la evolución de la escultura leonesa del gótico, con tan buenos ejemplos en la
zona, a la explosión renacentista, permitiendo apreciar la pervivencia del
dramatismo y el expresionismo del personal estilo de Juan de Valmaseda.
Juan de Valmaseda. Calvario, h. 1519, retablo catedral de Palencia |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Juan de Valmaseda. Retablo de San Ildefonso, h. 1530, catedral de Palencia |
Juan de Valmaseda. Izda: Ecce Homo, 1530, iglesia de Santa Columba, Villamediana (Palencia) Dcha. San Andrés, h. 1530, iglesia de San Pedro, Fuentes de Nava (Palencia) |
Juan de Valmaseda San Jerónimo, h. 1530, Institute of Old Masters Research (Foto del Museo) |
Juan de Valmaseda. Anunciación, h. 1540 Iglesia de Santa María la Sagrada, Tordehumos (Valladolid) |
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