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23 de enero de 2020

XXIII Certamen Literario de Relatos Cortos / Admisión de trabajos del 7 de enero al 29 de febrero 2020




ASOCIACIÓN LITERARIA Y CULTURAL
CAFÉ COMPÁS DE VALLADOLID

Título de las obras: PAREJAS




















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27 de julio de 2015

Taller Literario: PROMESA, de José Luis Juárez


PROMESA

Jamás estuve tan nerviosa, ni recuerdo haber tenido esta sensación de miedo por encontrarme con alguien. Es un miedo a lo desconocido, a no saber actuar con la sensibilidad que merezca la ocasión. Tengo que intentarlo por todos los medios. Ella me estará esperando. No puedo flaquear y me tiene que percibir segura, decidida y convencida. Quiero y deseo ser lo que ella espera de mí,… lo que espera de una madre.

Ni siquiera todos estos años de supervivencia y de desafíos nocturnos pudieron acobardarme en tan difíciles situaciones. La cárcel es lo que tiene. No respeta a nada ni a nadie. Da igual el delito que hayas cometido. Todos conviven en las mismas situaciones, las mismas reglas y con las mismas obligaciones, ya que derechos,… no hay ninguno.

Tres años, cuatro meses, cinco intentos de violación, media docena de palizas propinadas por las reclusas de la cuarta galería y un intento de suicidio, fueron la recompensa por confiar en aquel desalmado y malnacido cuando me hizo firmar aquellos malditos cheques y después acusarme de infamias, de las que jamás hubo ninguna prueba para demostrarlo, pero,… la ley es así. Dicen que la parte acusadora debe demostrar tu culpabilidad en los hechos, sin embargo, la verdadera realidad es que si no tienes dinero o por el contrario la mala suerte de caer con un abogado de oficio lleno de dudas sobre tu historia, corrupto y aún atropellado por sus auténticas posibilidades, puedes asegurar que vas a “galeras” sin ningún tipo de remisión. Y ese,… ese fue mi caso. La sentencia de doce años me cayó como una losa.

En poco tiempo me convencí de que la privación de la libertad es lo más terrible para un ser humano, pero si se produce en una cárcel colombiana, es como si realmente te llevaran al corredor de la muerte… Allí se entra sin contemplaciones, después la vida se convierte en un auténtico infierno, sobre todo para las nuevas internas.

Después de un recorrido por una zona selvática, el destartalado autobús nos condujo a uno de los peores presidios de la parte de Barranquilla. Las caras asustadas y perplejas de todas las que teníamos ese billete pagado se reflejaba en nuestro estado de ánimo. Todo era una inmensa expectación a nuestra llegada al penal. Una a una fuimos empujadas fuera del vehículo. La “flaca” enseguida posó sus ojos en mí. Éramos “carne fresca”. Con más de treinta años de condena a sus espaldas y con la seguridad de no perderse nada que pudiera tener la oportunidad de obtener, se sentía la dueña y benefactora de todas las demás “residentes” de la cuarta galería. Déspota, agresiva, depravada y llena de asco, campaba y se movía a sus anchas y antojos. Los favores que le otorgaban los funcionarios, estaban vinculados a la droga que circulaba por el recinto que ella les proporcionaba y a las visitas nocturnas de éstos a las celdas de las más nuevas y las más jóvenes. Siempre rodeada de un buen número de pupilas dispuestas a complacerla en todo lo que deseara a cambio de protección.

Conocí, nada más llegar, a Lucrecia, una creyente convencida de que los pecados debían ser redimidos con sacrificio, humildad y resignación. Ella estaba cumpliendo condena provisional, en espera de ser ejecutada, por haber asesinado a su padre y un hermano que le obligaron, desde los 11 años, a prostituirse. El día que vio como forzaban a su hermanita más pequeña entre dos estibadores, supo que tenía que poner fin a esa etapa de miseria y crueldad. No se lo pensó. Fue a su casa y acabó con los consentidores de su desgracia.

Quizás por eso las reclusas la evitaban pues su mal carácter no invitaba a rencillas sabiendo que ella no tenía nada que perder y las reyertas siempre se saldaban con algún apuñalamiento y, lo peor de todo, con la visita y larga estancia en “la suite” a la que nadie deseaba volver nunca. Muchas no pudieron sobrevivir a esa habitación tan especial.

Esperaba al menos tener una celda, pero todas estaban siendo ocupadas en un escandaloso "overbooking" por las reclusas más veteranas y más protegidas. En un pasillo y hacinadas convivíamos el resto, en el cual, el reguero de porquería y aguas fecales impedían respirar. Si querías una manta tenías que comprarla. Si querías favores tenía que ser a cuenta de más favores y de esta forma estar hipotecada de por vida hasta la extinción de la condena. El compañerismo, la dignidad y el respeto, no eran factores conocidos por nadie. Tan solo el dinero o tu propio cuerpo permitían ciertas licencias.

Un día, sintiéndome perdida en las duchas, comprendí cómo en estos sitios no debes desviar la mirada ni un instante previendo cualquier peligro o amenaza. La “flaca” y una mujer descomunalmente grande me obligaron a tumbarme en un banco separándome las piernas. La “flaca” portaba una gruesa barra con las más asquerosas intenciones de violarme y penetrarme con ella. De nada sirvieron los forcejeos pues la otra mujer me tenía completamente neutralizada a punto de estrangularme con sus manazas. Abandonada a mi suerte y maldiciéndome a mí misma, observaba cómo de sus ojos emanaba un odio mezclado con el placer mas asqueroso y un ansia por culminar lo que se había propuesto hacer. Casi exhausta por intentar liberarme de ellas, de pronto, noté como de la frente de la “flaca” brotaba un gran reguero de sangre a borbotones que la caía por toda la cara y su peso cayó al suelo de espaldas. Su compañera la ayudó a incorporarse y las dos salieron entre alaridos por el dolor intenso de la herida, huyendo del lugar.

Apenas podía respirar por el ahogo a que había sido sometida. Abrí los ojos y pude contemplar a Lucrecia. Portaba un grueso artefacto de hierro del que aún podían verse fragmentos óseos ensangrentados y mechones de pelo de la “flaca”. Estaba inmóvil, mirándome. Su figura estaba dibujada por el continuo sacrificio de esfuerzos y gimnasia diaria. Su altura y envergadura delataban enseguida que no era nadie con la que te podrías sentir segura siendo su enemiga. Estaba allí. Era ella y me había protegido.

Durante varios meses nos hicimos confidentes de nuestros desatinos sociales. Poco tiempo pasó para darme cuenta enseguida que lo que ese cuerpo fornido, bien cultivado y de color de ébano, albergaba un corazón y una ternura increíblemente intensa y deliciosa. Tenía una hija de “quién sabe quién” y su mayor ilusión era que no tuviera que pasar por lo mismo que ella. Estaba bajo la tutela de su tía, pero los escasos ingresos de su familia no podían albergar una boca durante mucho tiempo. Sus escasas fotografías que tenía de la niña daban por hecho que había heredado los rasgos tan mestizos de su madre.

—Si sales antes —me decía— búscala y trata de cuidar de ella.

No era una deuda sin más. Era el mayor agradecimiento que jamás haya tenido que deber a alguien. En el tiempo que estuvimos juntas fue mi amiga, mi hermana, mi confidente y,… hasta mi amante. No podía fallarla. También lo hacía por mí.

Los comentarios que ella hacía sobre la prisión, en el tiempo que llevaba de interna, eran sobrecogedores. Yo no soy una mujer joven como para llamar la atención de la misma forma que lo hacían otras mujeres, muchas de ellas incluso niñas. El director del centro penitencial se reservaba siempre las mejores “piezas” para su recreo y diversión. El resto de las reclusas contemplaban, unas con asco y otras con aprobación, estas maniobras rutinarias.

Un fatal día Lucrecia fue trasladada y jamás pude saber de ella. Ciertos comentarios me llenaron de una gran tristeza y amargura al asegurarme que, durante el trayecto a otro centro, habían acabado con su vida. No solo perdía a una amiga, también perdía con ella mi mas valioso seguro de vida.

Noches sin dormir, vigilando los pocos enseres de los que disponía, amenazas de muerte por cualquier reclusa, golpes y más golpes escapándome como podía de los deseos sexuales, cada vez más frecuentes de los funcionarios, así como de las presas que tenían el control de la galería, hizo que en alguna ocasión intentara poner fin a mi vida. Tanto sufrimiento, tanta vejación y tanta humillación eran el único eslabón que nos comunicaba con la realidad.

Tanta mala suerte no podía cebarse en mi vida, mi condición como ser humano no tenía ningún valor para nadie, los despojos de mi cuerpo delataban los tratos recibidos,… y ocurrió algo inesperado.

Un tiroteo en un atraco a una sucursal bancaria en Bogotá, permitió iniciar y poner de relieve mi inocencia. Guillermo Salas, acusado de matar a tres policías en el enfrentamiento y con graves heridas por los disparos, quizás en un acto de remordimiento y antes de morir, confesó en el hospital ser el autor material del desfalco que se me imputó y el causante de estar acabando con las pocas fuerzas que me quedaban de vivir en aquella pocilga vigilada.

La orden de liberación, debido a la “agilidad” de los jueces se hizo efectiva pasados casi tres meses de conocerse los hechos. No había prisa. La última etapa de mi vida en la prisión tuvo como consecuencia la pérdida de un ojo y graves lesiones en la cara al resistirme a ser violada. La recompensa fue el traslado a la “suite”, donde la compañía de ratas, excrementos y una extensa humedad, me permitían ser más feliz dentro que fuera de ella.

Hoy y ahora tengo un miedo atroz. Voy a conocer a Rosaura. Prometí a Lucrecia que si salía de aquel agujero me haría cargo de ella y la cuidaría. Después de todo este tiempo encerrada necesito imperiosamente hablarle de su madre, que sepa quién fue, lo que hizo y su ternura escondida. Hablarle de Lucrecia, el ser humano más importante de mi vida.

José Luis Juárez, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 19
Ilustración: "La familia bien, gracias".

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8 de julio de 2015

Taller Literario: LA ROGATIVA, de Javier Rodríguez

LA ROGATIVA

Me llamo Esteban y soy de San José, un pueblecito de Segovia entre Pecharromán y Valtiendas y dependiente de este último municipio.

Soy el más pequeño de cuatro hermanos: Terencio, Gorgonio, Sarbelio y yo, que tuve la suerte de nacer el 26 de diciembre, el día de San Esteban. Mis hermanos, los pobres, nacieron en días con el santo que ni escogido. Los dos primeros, mártires y el tercero un presbítero que se retiró al desierto. No me extraña que acabaran como acabaron. Los santos, digo.

Aunque nos apellidamos Gómez, por parte de padre y López por la de madre y que, además, con los nombres que nos gastamos en la familia y en un pueblo de 39 vecinos, se supone que estaríamos perfectamente identificados. Pues no. Nos tienen que llamar por el nombre, seguido del mote de padre: Cojoncillos.

El mote le cayó a padre siendo niño el día que le pilló el cura comiéndole sus higos en la misma higuera. Como en casa de mi  padre pasaban mucha hambre se ve que no quiso bajar, pese a las voces del cura, hasta estar lleno. Como era un niño, y no quería dar una mala contestación de adulto, se le ocurrió decirle “Tóqueme usted los cojoncillos”, con bastante respeto como se ve.

Pero el cura lo cascó en misa al domingo siguiente. Y el pueblo entonces tenía mucha gente. Doscientos vecinos largos. La asignación del mote fue fulminante y hereditaria. Como el pecado original. ¡Qué culpa tendríamos nosotros de los cojoncillos de mi padre! aunque claro, según se mire, sí que tuvimos algo que ver.

Muertos padre y madre, en la casa estamos todos solteros y si no fuera por la prima Edelmira que nos arregla un poco la casa una vez a la semana, ya nos habrían comido los bichos.

De la cocina se encarga Sarbelio que prepara unas ollas de legumbres o patatas con lo que pille que nos duran varios días. Ya le tenemos dicho que no sea tan largo con las patatas que al tercer día no hay dios que se las coma. Y además sin moje.

Terencio es el cerebro de la familia. El que organiza y decide los cultivos y se va a la Caja para las cuentas y lo de la PAC. Lo suyo son los papeles y los números, así que los tratos los hace siempre él.

Gorgonio es más manitas y desde que compraron la soldadora, es el que arregla todos los arados, el remolque y todo lo que lleve hierro. Menos la bilbaína, que es de fundición y casi la destroza. Como se ha corrido la voz, los otros del pueblo, que no son tontos, le piden que les arregle también a ellos sus aperos, pero Terencio dice que vale, aunque el trabajo y los electrodos hay que pagarlos.

A mí, en San José, me tienen un poco como al tonto del pueblo. No trabajo, porque mis hermanos me decían desde pequeño “quita diay, que no vales paná”. Y eso en los pueblos se corre enseguida. Y más en mi pueblo que todos somos parientes. Y labradores.

Lo cierto es que me he acostumbrado a ver cómo trabajan los demás, a leer los libros de la casa del cura donde mi padre robaba los higos (todos de vidas de santos y mártires: de ahí debía de sacar don Eutimio los nombres que nos clavó a todo el pueblo). También ayudo al cura de Sacramenia cuando viene a algún funeral o por la función, porque para oír misa hay que ir a Valtiendas.

Y así voy pasando los días. Me dicen de todo, pero no vivo mal. Si hace bueno al campo y si hace malo a leer en cá del cura. Y es que la televisión no se "prende" en casa hasta que no llegan mis hermanos.

El año pasado, por el mal tiempo, la sementera vino muy tarde y, encima esta primavera, casi tampoco ha caído ni una gota. Terencio, estaba que echaba verrón por la boca porque veía que la cosecha se estaba echando a perder.

Como la sequía se alargaba y las cebadas empezaban a agostarse sin siquiera granar, convocó a los hombres del pueblo, a falta de bar donde reunirse, en el colgadizo de nuestro corral.

Qué bien hablaba mi hermano ¡Y con qué autoridad! Flanqueado por mis otros dos hermanos que asentían con la cabeza a cada cosa que decía. Cuando hablaba con el palillo en la boca se veía que entendía; pero cuando de verdad quería convencer, cogía el palillo entre los dedos índice y pulgar y movía la mano, como los directores de orquesta de la tele con su varita blanca o como los políticos cuando cogen las gafas de la mano.

Es que no hablaba, sentenciaba.

Cuando propuso una medida desesperada para salvar la cosecha, todos preguntaron cuánto iba a costar. Él contestó que lo que cobrara el cura de Sacramenia por venir al pueblo para sacar al Santo en rogativa, que sería poco más o menos lo que llevaba por celebrar un funeral. Pero advirtió que era necesario que saliera todo el pueblo en rogativa, que luego el agua, si venía, iba a ser para todos por igual.

Todo el mundo estuvo de acuerdo.

Esto fue tal que un miércoles… pues al domingo siguiente y después de decir todas las misas de la comarca, el cura se presentó por la tarde para, ya comidos, sacar en rogativa al Santo.

La procesión, que duró desde las cuatro y media a casi las seis, acabó de nuevo en la iglesia con todo el pueblo ilusionado: habían empezado a levantarse nubes. Muchas nubes y muy grandes. Se quedaron en la iglesia cantando y rezando al Santo, que tan rápidamente había escuchado sus plegarias.

Yo, otra cosa no, pero el olfato lo tengo muy largo y para mí que empezaba a oler a tierra mojada. Salí de la iglesia y vi la que se estaba preparando. El aire estaba muy revuelto y el cielo se estaba volviendo completamente negro.

En menos un cuarto de hora, llegó el diluvio universal. Una cortina de agua con gotas como cubos se desató en un momento y empezó a inundar las calles del pueblo por las que el agua corría como ríos. Cuando empezó a granizar, bolas como nueces, me tuve que refugiar. Empezaron a romperse tejas y uralitas. Y a meterse el agua dentro de casas y sotechados.

Para rematar, otra terrible chaparrada nos soltó en menos de media hora lo que no había hecho en dos años. Lo mismo el Arroyo del Coto que el de los Frailes, secos los dos desde que yo recuerde, se llenaron de una escorrentía que arrastró todas las tierras de labranza que se habían puesto encima y volvió a crear los cauces de nuevo. Las tierras del alto, entre el agua y el pedrisco, quedaron arrasadas y no sabía uno qué era peor, si verlas inundadas en los bajos o como un erial en los tesos.

Armado de valor y empapado hasta los huesos, me fui para la iglesia donde continuaban todos, sólo que ahora rezando a Santa Bárbara Bendita. Señalando al Santo y a voz en grito les dije: ¡sacarle, sacarle ahora, para que vea la que ha preparado!

Bueno, pues... ¿querrán creer que después de todo le han mantenido como Santo Patrón del pueblo?

Y lo que es peor, cuando vuelva a haber rogativas, estoy seguro que le vuelven a sacar.

Como a Rajoy.

Luego, que el tonto del pueblo soy yo. ¡Vátete de ahí!

Javier Rodríguez, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 17
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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22 de junio de 2015

Taller Literario: ESCALOFRÍO EN LA NOCHE, de José Luis Juárez


ESCALOFRÍO EN LA NOCHE

No hago más que dar vueltas. Otra noche sin dormir. Cada vez aguanto menos que John tenga que dejarme sola en casa a consecuencia de su trabajo. Noto su ausencia tanto que no consigo calentar la cama del todo con mi cuerpo. Me siento congelada, desvelada y extraña. Al principio lo llevaba mejor pero a medida que sus viajes son cada vez más frecuentes, empieza la situación a hacerse insoportable. Menos mal que el regalo de hace dos años de Bolt calma, en alguna medida, mis temores nocturnos y mi miedo por estar sola.

¡¡Dios!! Además hace un calor insoportable,… ¿pero y  ese ruido?

—John, ¿eres tú? ¿has anulado tu viaje?

Como siga así voy a terminar volviéndome loca. Es imposible que haya nada extraño ya que Bolt, con lo ladrador que es, estaría armando un escándalo mayúsculo.

—¿Bolt? Ven perrito. Sube. Sube aquí.

Una extraña sensación y un sudor frío empezaron a invadirme cuando algo, en el rellano inferior, chocó contra el suelo. Nuestro perro lleva con nosotros durmiendo dentro de casa y jamás ha tirado nada. ¿Qué está pasando?. El miedo empieza a posarse en mis entrañas.

—¿Bolt? Sube, te digo.

Ni siquiera sé cómo me he atrevido a acercarme a la barandilla y asomarme para mirar hacia abajo. Un grito ahogado de horror se escapa de mi garganta al comprobar cómo inmóvil y acostado sobre un gran charco de sangre está mi guardián de la casa.

Instintivamente, mis ojos intentan recorrer cada uno de los rincones que, a pesar de la escasa luz de la instancia, me permiten observar. Una figura humana muy oscura, con la cara cubierta, está subiendo y creo que me ha visto. Con una calma confusa e inconcebible en mí, busco cobijo en el baño de los invitados cerrando por dentro.

El terror que tengo es tan grande que puedo notar las palpitaciones en mis sienes, mis dedos y en mis labios. Los ruidos procedentes de mi habitación me hacen presagiar que pronto querrá buscarme al oírme antes llamar al perro.

¿Será un ladrón? ¿Qué buscará, a quién y por qué?

—Dios mío,….¡¡Ya está aquí!!

La manilla de la puerta del baño empieza a girar provocando una entrada inútil. De pronto un estruendoso golpe franquea mi refugio provisional.

El brillo intenso de una gran hoja de cuchillo de enormes proporciones, blandiendo en el espacio, me provoca un espasmo espantoso. Lo veo avanzar hacia mí y no puedo dejar de mirar esos ojos ensangrentados en ira teñidos de muerte.

—Cariño. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

—¡¡Qué horror!!.. Que pesadilla más espantosa y desagradable he tenido.

—Tranquilo John, sigue durmiendo. Mañana tienes que salir muy pronto de viaje. Voy a refrescarme un poco la cara.

Me extraña que Bolt no se perciba de mi movimiento al levantarme. Todos los perros duermen con un ojo abierto y más cuando perciben sensaciones extrañas de sus dueños. El chorro de agua enfría mis mejillas y calman mi rostro. Me acerco al toallero cuando algo me llama poderosamente la atención. Un enorme cuchillo está caído al lado de la bañera y no puedo al mismo tiempo reprimir un grito desgarrador cuando percibo que John está parado mirándome en la puesta del baño con la mirada contrariada.

—Ohhh ¿qué pasa? ¿Qué haces?

Bolt está lamiendo mi cara adormilada intentado situarme en la realidad de las cosas y, sin comprender más, en este momento y de forma inconcreta y desproporcionada que, acabo de soñar que estaba soñando.

JOSÉ LUIS JUÁREZ, noviembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 18
Ilustración: "La familia bien, gracias".

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15 de junio de 2015

Taller Literario: LA RUECA, de María José Avendaño


LA RUECA

Se acercaba la hora de todos los días, esa que siempre espero con emoción.

Me escondí, como siempre, tras la puerta desvencijada que da paso a la cocina. Esta hace años que no permanece abierta.

En este mismo sitio, desde hace tiempo, se reúnen las mujeres de la familia materna; mi abuela y sus hermanas, que se pasan los inviernos hilando, ovillando, zurciendo y… siempre la rueca está presente en la cocina.

Ellas siempre allí, alrededor del fuego, al amor de la lumbre, como dice mi abuela.

Así pasan las largas tardes. Esas que yo espero con un entusiasmo infantil. Entorno los ojos y una mueca picarona asoma en mi rostro.

Sé que pronto comenzará hablar de mí. Yo siempre soy el tema de conversación preferido de Casilda, mi abuela.

—Nunca he visto muchacho más inquieto, dice mi abuela— es un pequeño demonio (siempre pone gesto fingido), le he prohibido se acerque al gallinero. Raro es el día que se salva algún huevo. No tuvo otra idea que un día sentarse encima de  la puesta diaria echándola a perder... y él convencido de que podía empollar alguno, ¡qué chico!

—Es tan pequeño— replica Caridad, que la edad todo lo trae. Caridad es la hermana menor de mi abuela, soltera por voluntad —eso dice mi abuelo— y en tono solemne apostilla: claro que poco honor hace al nombre (siempre repite estas palabras cuando de ella se trata). “Seca como un palo, tan arisca y poco generosa en afectos”, así la define su cuñado. (Creo que mi abuelo Damián y la tía no se tragan).

De pronto se hace el silencio...

Se sienten pasos, como si arrastrasen los pies.

¡Es mi madre! Entra en la cocina. Se acerca al fuego sin expresión alguna, tan pálida como es. Su delgadez es muy notable, los brazos caídos, una mirada triste y vacía que fija ante la chimenea apagada.

Yo sé que mamá no puede ver a su madre, como tampoco me ve a mí. Eso dice mi abuelo que me lo explicó el día que yo en caí a la alberca un crudo día de invierno.

La muerte es lo que tiene, —dice mi abuelo— Yo creo que es de lo más extraña porque nos confina, nos arrincona y aparta...

A pesar de vivir en la misma casa, cada uno de sus habitantes vivimos nuestro espacio y tiempo y lo único que llega a unirnos son los pequeños rituales que acaban siendo costumbres, más o menos, como a mi abuela y sus hermanas las une la rueca...

Pero es que a mi madre no le gusta tejer... nunca la vi haciendo tal menester. Porque ella es de alma bohemia —eso dice su padre—, ella siempre busca un motivo para alejarse de la cocina en los inviernos.

Y esta es una gran tristeza para mí.

Porque, por esta razón, de todos nosotros ella es la muerta más triste y solitaria de esta casa.

Mª JOSÉ AVENDAÑO, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 16
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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8 de junio de 2015

Taller Literario: NUBES DE SUEÑOS, de Julia Carretero


NUBES DE SUEÑOS

Cuando era niña me gustaba tumbarme en el suelo. Me daba igual que fuera sobre la arena de la playa del río que atravesaba mi ciudad; en la hierba del parque (o sobre un banco si mi madre se enfadaba); en el patio de mi casa o en la acera de mi calle…

Siempre mirando al cielo, buscando en él sus nubes, que en mis fantasías eran dragones, unicornios, príncipes, piratas, brujas, hadas, ángeles, demonios… y subida en esas nubes iba tejiendo historias, visitando lugares que solo existían en mis cuentos…

—Niña, levanta, que te vas a poner perdida— Esa frase u otra similar, en boca de mi padre o de mi madre ponían el colorín colorado a mi historia.

Tanto me gustaban las nubes, que en las Ferias siempre pedía una nube de azúcar rosa, que paladeaba despacio, muy despacio…, convertía ese cúmulo, rollizo y esponjoso como una nube de algodón, en suaves cirros finos y plumosos que deslizaba sobre mis labios. No quería que se acabase…

La adolescencia me llevó a mirarlas erguida y en ellas veía todos los rostros del amor.

Con Él me subí en la nube de la pasión y en ella nos mecimos alejándonos de todo lo demás, después… dejé de vagar por mis nubes para mirarlas desde sus ojos…

El trabajo, los hijos…, me alejaron de ellas; no podía perder el tiempo mirando al cielo, aquí abajo estaba mi sustento, mi cárcel, dorada, elegida, pero no por ello menos cárcel. Solo las buscaba para “otear el tiempo” y sacar del armario las prendas apropiadas.

Con su independencia llegó la mía y  he vuelto a recuperarlas, sigo fantaseando con sus formas; me cobijo en su sombra cuando hace calor; las rechazo cuando busco que un rayo de sol me bañe; me emociono cuando se arrebolan al atardecer, como el rostro de una adolescente enamorada; de noche las busco cuando se recortan sobre la gran luna…

¡Ay, las nubes, mis nubes…!

—Mujer, ¿qué haces?, ¿estás otra vez en las nubes?— oigo decir a lo lejos a mi marido…

JULIA CARRETERO, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 15
Ilustración: "La familia bien, gracias".

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27 de abril de 2015

Taller Literario: EL SENTIDO DE LA VIDA, de Javier Rodríguez


EL SENTIDO DE LA VIDA

Era la madrugada de un lunes. Aún faltaba, al menos, una hora para amanecer.

En el bar, que abría muy pronto, confluía una clientela compuesta de madrugadores que buscaban su café con churros y los trasnochadores que iban a tomar la última en uno de los pocos sitos que estaban abiertos a esa hora.

Pero no. Cuando Ramón entró en el bar, sólo estaba lleno del humo cargante de la freidora de churros.

Miró al estante de las botellas y vio que salvo las de ginebra, ron, orujo y anís, todas tenían un aspecto asquerosamente pringoso. Como no había bebido alcohol en su vida, optó por pedir una copa de anís, pensando que sería más fácil de pasar.

La tomó de un trago y le ardió desde la boca hasta el estómago. Lo peor fue el esófago, en el que la quemazón, además de doler, le asustó.

Esta cantidad de alcohol es insano, pensó. ¡No sé cómo lo pueden tomar!

Pidió un vaso de agua para apagar aquel incendio. Según lo bebía, casi con deleite, vio que en la televisión estaban pasando una peli porno.

¡Por Dios!, —se dijo— ¿Quién quiere ver ahora una porno? ¿Los que se van a la cama o los que van a currar?

Más sorprendido que asqueado pidió otro anís y cogió el periódico de la barra. Era del día anterior y las noticias, por supuesto, del anterior al anterior. Poco importaba. Solo quería hacer tiempo.

Con asco, con los dedos en pinza, empezó a pasar las hojas, procurando no tocar las esquinas llenas de grasa.

Como en el Nombre de la Rosa, —murmuró—. Esto sí que puede matar a cualquiera.


Al llegar a los deportes, comprobó, que regueros secos de café con leche entraban desde los laterales hasta el centro. Los contó: un total de trece desde la derecha y dos desde la izquierda.

No sé si esa será la proporción de zurdos en la población —pensó—, pero sí que confirma que  ésta es, de lejos, la sección más leída del diario.

Al sexto anís, ya no le ardía nada. Al contrario. Empezó a notar la cabeza embotada y la cara como si fuera de corcho al paso de sus dedos. Como si estuviera anestesiado.

Ya está, —resolvió—. Ya me puedo marchar.

Pagó al barman churrero y se dirigió tambaleándose al roto de la valla que había a unos doscientos metros del bar. Agachándose con dificultad cruzó la valla y llegó a las vías.

Miró a su reloj y se dijo:

Está a punto de llegar.

Lo último que vio fueron dos faros blancos acercándose a gran velocidad.
Con determinación etílica se dijo:

Recuerda, Ramón: los trenes circulan por la izquierda.

Y luego, muy contrariado:

 —¡Hasta en eso nos tienen que mandar desde fuera! ¡Malditos ingleses!

Sin vacilar, se tumbó atravesado sobre la vía izquierda y esperó de espaldas al tren. Borracho y todo, casi en coma etílico, empezó a notar que el corazón le explotaba en el pecho. Menos mal que todo iba a ser muy rápido.

Oyó la aguda bocina del tren y la aterradora vibración de los raíles bajo su cuerpo. Casi se muere antes de ver como pasaba volando el AVE a unos metros de él, por la vía de la derecha.
Temblando y con el vello erizado, se levantó y gritó a los dos ojos rojos que se alejaban de él:

—¿Cuándo narices habéis cambiado el sentido de la circulación?

Con inusitada soltura, en dos saltos, salió de la zona vallada y volvió al bar, ahora lleno de gente. Se acercó a la barra y soltando un sonoro juramento le dijo al camarero:

Ponme otro anís.
  
JAVIER RODRÍGUEZ, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 14
Ilustración: "La familia bien, gracias".

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11 de marzo de 2015

Taller Literario: AISHA, de María José Avendaño


AISHA,  nombre africano (significa la vida de ella)

De rodillas, se entrega a sus rezos. Con un fervor enfermizo como si entrase en trance. Recita algo ilegible mientras se inclina hacia adelante.

Acabados estos, se incorpora, se calza y se encamina al lugar concreto, debe prepararse para el ritual.

En uno de sus costados lleva colgada una talega y de ésta saca la navaja que afila con obsesivo esmero. Entretanto vuelve a balbucir algunos versículos de nuevo.

De fondo, un habitáculo contiguo de donde provienen los murmullos, que pronto cesarán ante su presencia; dentro de éste y entre la miseria, tumbada en el suelo a la fuerza, se encuentra una mujer aún niña; su menudo cuerpo emana horror a lo incierto, inquieta se retuerce con la pretensión de soltarse de sus amarras. Se retuerce queriendo defenderse, sus gritos son acallados tras una mordaza.

En penumbra, apenas llega a tener una visión clara, solo distingue unas manos, las mismas que hasta allí la llevaron con engaños. Esas que no hace tanto la acunaron.

Nota que es asida con una fuerza inhumana. Su pequeño cuerpo indefenso es abatido por la hoja punzante. De ella sale un grito seco, lleno de un dolor inmenso. La posee el aturdimiento, entre nebulosas cree oír rezos.

Entre sus piernas comienza a fluir cual río la calidez de la sangre que se hace incontrolable. Sus sentidos se han difuminado.

Horas después se instala en ella la fiebre y así se debate entre las sombras de la muerte.

Sin embargo, ella renacerá y, a partir de ahora, tendrá a perpetuidad por compañeras la postración, la angustia y la depresión. Estas nunca la abandonarán.

Ha sido privada de ser mujer. A saber qué es la sexualidad, ya que nunca de ella disfrutará; es alto el precio que ha de pagar por haber nacido pecadora.

¿Qué mayor pecado que nacer mujer en algún rincón de África?


MARÍA JOSÉ  AVENDAÑO, noviembre 2014                    


Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 13
Ilustración: "La familia bien, gracias".


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27 de octubre de 2014

Grupo Literario Domus Pucelae: Primer "Encuentro con los relatos" en la Casa de Zorrilla

     A las ocho de la tarde del pasado 16 de octubre, el Grupo Literario de Domus Pucelae hizo su presentación en público en una marco tan sugerente como es la Casa de Zorrilla. En la sala Narciso Alonso Cortés, un espacio que el ilustre poeta conociera en su infancia, fueron leídos por sus autores ocho relatos que pusieron de manifiesto la capacidad creadora para engendrar, negro sobre blanco, unas situaciones ficticias que sorprendieron a un público que abarrotó la sala hasta convertir el espacio en insuficiente.

     Ejerció como introductora Ángela Hernández, de la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid, responsable de la gestión y programación cultural de la Casa-Museo de José Zorrilla, que hizo la presentación de Santiago García Vegas, que en su calidad de Presidente de Domus Pucelae manifestó estar orgulloso de la fructífera actividad del Grupo Literario creado este mismo año en el seno de la asociación cultural, apuntando la posibilidad de que algunos de los relatos sean compilados y publicados en el futuro en una atractiva edición ilustrada. A continuación, José Luis Juárez, coordinador del Grupo Literario, presentó a los participantes y el contenido de este primer "Encuentro con los relatos".

     Julia Carretero, Carmen Largo, María Cruz García, María José Avendaño, María Cruz Petite, Javier Rodríguez, Miguel Rebollo y José Luis Juárez fueron desgranando sus historias sucesivamente ante la expectación de los asistentes. El amor, el desamor, la soledad, la incomprensión, el desengaño, la muerte, el pasado reciente, alguna nota de humor, fueron desfilando como un cúmulo de sentimientos en boca de los personajes por ellos creados y escuchados con la máxima atención, reconociendo la creatividad de sus autores para plantear situaciones ficticias —en gran parte basadas en la vida real— a través de la palabra escrita en castellano, un ejercicio literario como reflejo de una extraordinaria imaginación que contó con el refuerzo de las ilustraciones de "La familia bien, gracias".

     Felicitamos por ello al Grupo Literario, con una labor tan fructífera en tan poco tiempo de existencia, esperando que actos como este tengan continuidad en el futuro. 
























































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