27 de abril de 2015

Taller Literario: EL SENTIDO DE LA VIDA, de Javier Rodríguez


EL SENTIDO DE LA VIDA

Era la madrugada de un lunes. Aún faltaba, al menos, una hora para amanecer.

En el bar, que abría muy pronto, confluía una clientela compuesta de madrugadores que buscaban su café con churros y los trasnochadores que iban a tomar la última en uno de los pocos sitos que estaban abiertos a esa hora.

Pero no. Cuando Ramón entró en el bar, sólo estaba lleno del humo cargante de la freidora de churros.

Miró al estante de las botellas y vio que salvo las de ginebra, ron, orujo y anís, todas tenían un aspecto asquerosamente pringoso. Como no había bebido alcohol en su vida, optó por pedir una copa de anís, pensando que sería más fácil de pasar.

La tomó de un trago y le ardió desde la boca hasta el estómago. Lo peor fue el esófago, en el que la quemazón, además de doler, le asustó.

Esta cantidad de alcohol es insano, pensó. ¡No sé cómo lo pueden tomar!

Pidió un vaso de agua para apagar aquel incendio. Según lo bebía, casi con deleite, vio que en la televisión estaban pasando una peli porno.

¡Por Dios!, —se dijo— ¿Quién quiere ver ahora una porno? ¿Los que se van a la cama o los que van a currar?

Más sorprendido que asqueado pidió otro anís y cogió el periódico de la barra. Era del día anterior y las noticias, por supuesto, del anterior al anterior. Poco importaba. Solo quería hacer tiempo.

Con asco, con los dedos en pinza, empezó a pasar las hojas, procurando no tocar las esquinas llenas de grasa.

Como en el Nombre de la Rosa, —murmuró—. Esto sí que puede matar a cualquiera.


Al llegar a los deportes, comprobó, que regueros secos de café con leche entraban desde los laterales hasta el centro. Los contó: un total de trece desde la derecha y dos desde la izquierda.

No sé si esa será la proporción de zurdos en la población —pensó—, pero sí que confirma que  ésta es, de lejos, la sección más leída del diario.

Al sexto anís, ya no le ardía nada. Al contrario. Empezó a notar la cabeza embotada y la cara como si fuera de corcho al paso de sus dedos. Como si estuviera anestesiado.

Ya está, —resolvió—. Ya me puedo marchar.

Pagó al barman churrero y se dirigió tambaleándose al roto de la valla que había a unos doscientos metros del bar. Agachándose con dificultad cruzó la valla y llegó a las vías.

Miró a su reloj y se dijo:

Está a punto de llegar.

Lo último que vio fueron dos faros blancos acercándose a gran velocidad.
Con determinación etílica se dijo:

Recuerda, Ramón: los trenes circulan por la izquierda.

Y luego, muy contrariado:

 —¡Hasta en eso nos tienen que mandar desde fuera! ¡Malditos ingleses!

Sin vacilar, se tumbó atravesado sobre la vía izquierda y esperó de espaldas al tren. Borracho y todo, casi en coma etílico, empezó a notar que el corazón le explotaba en el pecho. Menos mal que todo iba a ser muy rápido.

Oyó la aguda bocina del tren y la aterradora vibración de los raíles bajo su cuerpo. Casi se muere antes de ver como pasaba volando el AVE a unos metros de él, por la vía de la derecha.
Temblando y con el vello erizado, se levantó y gritó a los dos ojos rojos que se alejaban de él:

—¿Cuándo narices habéis cambiado el sentido de la circulación?

Con inusitada soltura, en dos saltos, salió de la zona vallada y volvió al bar, ahora lleno de gente. Se acercó a la barra y soltando un sonoro juramento le dijo al camarero:

Ponme otro anís.
  
JAVIER RODRÍGUEZ, diciembre 2014                    

Taller Literario Domus Pucelae. Texto nº 14
Ilustración: "La familia bien, gracias".

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