3 de abril de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid (IX)














12  SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
Juan de Ávila, hacia 1680.
Iglesia de Santiago, Valladolid.
    
















Hieronymus Wierix. Grabados del Santo Ángel de la Guarda, 1600 y 1619
Se viene considerando que el culto al Santo Ángel de la Guardia apareció en la villa francesa de Rodez a principios del siglo XVI, sumándose, a mediados de ese siglo, a las devociones dedicadas a otras jerarquías celestiales en las que la Iglesia Católica encontró un medio de defensa frente a los ataques del protestantismo, siendo la Compañía de Jesús la que más contribuyó a su difusión. En el proceso de su implantación devocional fue fundamental la publicación en 1612 en Roma del Trattato dell'Angelo Custode, escrito por el jesuita Francesco Albertini da Catanzaro, a lo que se sumaron la difusión de grabados, especialmente los pertenecientes a Hieronymus Wierix, y las predicaciones en las iglesias, culminando el proceso cuando el papa Paulo V consagró oficialmente su devoción14.

Para su representación plástica se recurrió al pasaje bíblico en que San Rafael Arcángel auxilia al joven Tobías, sustituyendo a éste por la figura de un niño que, simbolizando el alma cristiana, es protegido con ternura por el Ángel Custodio a lo largo del caminar por la vida.     

Siguiendo esta iconografía, dos versiones escultóricas del Santo Ángel Custodio fueron realizadas por Juan de Ávila en Valladolid en el último cuarto del siglo XVII en relación con la actividad de la Hermandad del Santo Ángel de la Guarda. La más temprana es esta que se conserva en la iglesia de Santiago, mientras que otra más evolucionada, a pesar de compartir los mismos planteamientos estéticos, hoy se encuentra en la iglesia de San Martín, después de recorrer hasta tres iglesias anteriores como imagen titular de dicha cofradía.

EL ESCULTOR JUAN DE ÁVILA (Valladolid, 1652-1702)

Junto a Alonso de Rozas y su hijo José, Juan de Ávila, cuyo taller tuvo continuidad con su hijo Pedro, dirigió uno de los talleres más destacados de la escuela vallisoletana de finales del siglo XVII, realizando creaciones de calidad muy aceptable e incorporando a su obra el agitado movimiento que reclamaban los nuevos tiempos, aunque sin lograr desprenderse de la influencia de los modelos fernandinos a los que nunca pudieron igualar en inspiración y creatividad, contribuyendo con sus obras a que el repertorio de escultura sacra de Gregorio Fernández estuviera vigente hasta las postrimerías del siglo, en gran parte motivado por la continua y expresa petición de los comitentes de que las obras encargadas fueran lo más fieles posible a las geniales creaciones del maestro de origen gallego.

Juan de Ávila, que nació en Valladolid el 7 de enero de 1652, se había formado en el taller de Francisco Díez de Tudanca, un escultor que, a pesar de su gran popularidad en Valladolid, apenas llegó a sobrepasar la mediocridad. En sus obras, muy convencionales y sin excesivo pálpito, se limitó reiteradamente a copiar las obras de Gregorio Fernández, ejerciendo una labor de transmisión de los métodos tradicionales a las últimas generaciones del siglo XVII.

En este sentido, Juan de Ávila llegaría a sobrepasar la categoría de su maestro, con una correcta y prolífica producción entre la que se encuentran, por citar algunas obras representativas, las esculturas del retablo de la Colegiata de Lerma, el paso procesional vallisoletano del Expolio (hoy conocido como Preparativos para la Crucifixión, 1678-1680), realizado para la Cofradía de Jesús Nazareno con original composición, el retablo de San Francisco Javier de la iglesia del Colegio de San Albano, el retablo de San Quirce, las esculturas del retablo mayor de la iglesia de Santiago de Valladolid o las imágenes del retablo mayor y otros altares de la iglesia de San Felipe Neri, todas ellas en Valladolid15. Entre las obras de esta última iglesia se encuentra una imagen de San José con el Niño, cuya composición, con el santo acompañado de una figura infantil, guarda similitudes con el Ángel de la Guarda de San Martín y muestra el grado de madurez alcanzado por Juan de Ávila, que siempre mostró reminiscencias de la estética de Gregorio Fernández.

Esto se aprecia en los modelos angélicos de los que se conocen distintas versiones. El Santo Ángel de la Guarda que actualmente aparece colocado sobre una peana en la capilla de San Jerónimo de la iglesia de Santiago ofrece todos los convencionalismos consolidados en la estética fernandina, aunque desprovisto del pálpito de los modelos del gran maestro.

El ángel aparece con su mano izquierda dirigiendo la cabeza del niño y con la derecha señalando a lo alto, ataviado con las habituales túnicas superpuestas de anchas mangas y ceñidas a la cintura, en este caso con aberturas acompañadas de grandes pliegues al frente dejando asomar la pierna derecha insinuando un movimiento de marcha. Como motivos ornamentales el escultor incluye hombreras en forma de almenas, borceguíes en los pies, un lujoso broche al cuello y una diadema sobre la frente, con una cabeza orientada al frente, un gesto un tanto inexpresivo y una larga melena ondulante en la línea de los trabajos de imaginería ligera salidos del taller de Gregorio Fernández. Otro tanto ocurre en la figura del infante protegido, ajustado milimétricamente a los prototipos fernandinos del Niño Jesús, con una melena corta de mechones ondulados, las manos colocadas a la altura del pecho en actitud de oración y una túnica que le cubre del cuello a los pies en la que se copian hasta la dureza de los pliegues y los quebrados propios del maestro, aunque sin la gracia de aquél.

Su presencia en la iglesia de Santiago está relacionada con la vinculación a la misma de los cofrades de la antigua Hermandad del Santo Ángel de la Guarda, conocida popularmente como Cofradía de la Limpieza, con sede en el desaparecido Hospital de la Resurrección. Esta, que había sido fundada en 1625 en el convento de la Trinidad Calzada, estuvo integrada por el gremio de toqueros o tejedores de velos de seda, que el año 1743 sufragaron un retablo barroco destinado a albergar a su Santo Ángel titular, cuya festividad era celebrada cada 1 de marzo. La ubicación de la imagen, tras la desaparición de la cofradía en 1785, fue modificada a principios del siglo XX para dedicar el altar al culto a San Antonio de Padua, siendo relegada la imagen del Santo Ángel de la Guarda a la capilla de San Jerónimo, donde permanece cuando se escriben estas líneas.

(Continuará)

Informe y fotografías: J. M. Travieso

NOTAS

14 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Ángeles napolitanos. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 50, Universidad de Valladolid, 1984, pp. 442-444.

15 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Escultura barroca castellana. Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, pp. 322-324.

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