16 y 17 ARCÁNGEL SAN GABRIEL Y ARCÁNGEL SAN
RAFAEL
Círculo de Luis Salvador
Carmona, hacia 1750.
Iglesia de Nuestra Señora del
Carmen Extramuros, Valladolid.
En la embocadura de la capilla mayor de la iglesia
del Carmen Extramuros, sobre peanas adosadas al muro, aparecen las elegantes
imágenes de los arcángeles San Gabriel y San Rafael, que ofrecen una visión
evolucionada de la iconografía angélica existente en Valladolid, ya que recogen
el influjo del estilo rococó que penetró en España durante el reinado de Felipe
V (1700-1746). El nuevo estilo, de aire amable, pintoresco y trivial, ligado a
los ambientes cortesanos, debido a la falta de contacto de España con los más importantes
centros del rococó europeo, especialmente Francia y Alemania, no llegó a
modificar en esencia el vocabulario barroco preexistente, en el que se había
impuesto el recargamiento ornamental de la corriente churrigueresca, sino que
se limitó a incorporar, a partir de la década de 1730, una serie de
determinados recursos estéticos a la escultura que definen lo que podemos
considerar como una fase del barroco tardío en pleno siglo XVIII.
Ajustados a estas innovaciones se muestran las
imágenes de los dos arcángeles, que el profesor Juan José Martín González20
atribuyó, por razones puramente estilísticas, al círculo del escultor Luis
Salvador Carmona (1708-1767), nacido en la villa vallisoletana de Nava del Rey.
Así lo avala la forma con que las dos figuras se desenvuelven en el espacio,
sus elegantes ademanes, el modo de estar trabajadas las indumentarias y la
impecable ejecución técnica de la talla.
En realidad la iconografía de estos dos arcángeles,
que podrían datarse a mediados del siglo XVIII, se ajusta con bastante
fidelidad a la ya existente en el repertorio vallisoletano, limitándose a
incorporar un gran dinamismo corporal, a reinterpretar los diseños del
vestuario y a representar los plegados con una agitación desconocida hasta
entonces.
El arcángel San Gabriel aparece en su condición de
mensajero divino en amanerada posición de contrapposto
y siguiendo en su conjunto una línea serpenteante muy pronunciada, con el
pie izquierdo apoyado sobre un peñasco, lo que permite flexionar la pierna
originando una caída de la cintura hacia ese lado, mientras levanta el brazo
derecho con los dedos hacia lo alto indicando con el gesto el origen de su
mensaje. El brazo izquierdo se coloca hacia abajo, delatando la posición de los
dedos que debió portar un atributo desaparecido, con toda seguridad un cetro o
caduceo. Su bella cabeza, con abultados mechones ensortijados, se orienta al
espectador, destinatario inequívoco de su mensaje. El elemento innovador
aparece en el tipo de indumentaria y el modo de lucirla. El tradicional juego
de túnicas superpuestas se reduce a una sola, con una gran abertura que deja
visible su pierna izquierda y el brazo izquierdo sin cubrir, dejando al aire la
manga caída parte del pecho, algo desconocido hasta entonces.
Otro tanto ocurre con el arcángel San Rafael, con
las piernas colocadas en diferentes planos, el brazo derecho levantado para
sujetar el bordón y el izquierdo hacia abajo sujetando el pez —ambos atributos
desaparecidos—, la cabeza, de larga melena y ondeantes mechones al viento,
girada hacia la derecha y una indumentaria que, al contrario que San Gabriel,
conserva el aspecto de peregrino por la esclavina con veneras adosadas en los
hombros superpuesta a una túnica que presenta largos cortes que dejan las
piernas al descubierto.
Ambos comparten su aspecto andrógino, la aplicación
de ojos de cristal, la parte inferior de las túnicas agitada por una brisa
mística y los extremos de sus cortes decorados con broches en forma de punta de
clavo, así como una policromía preciosista en las túnicas, ornamentadas en el
envés con motivos florales a punta de pincel que contrastan con el revés de
color liso, alas de gran fantasía y brillante colorido y carnaciones de tonos
muy pálidos de acuerdo al gusto de la época por los trabajos de porcelana. En
definitiva, concilian en la imaginería religiosa las tendencias del estilo
rococó, eminentemente burgués, profano y con gusto por el refinamiento y la
exquisitez.
Sus valores formales y técnicos remiten a la obra
desplegada por Luis Salvador Carmona, el gran escultor nacido el 15 de
noviembre de 1708 en la villa vallisoletana de Nava del Rey que consolidó su
formación en el taller que tenía abierto en Madrid el asturiano Juan Alonso
Villabrille y Ron, el más prestigioso de la Corte y buen exponente del barroco
exaltado. En el ambiente cortesano madrileño también conoció la obra de
escultores como Juan de Villanueva y Barbales, Pablo González Velázquez o
Alonso de Grana, que junto a las obras llegadas de Nápoles y Roma y aquellas
realizadas por escultores franceses fueron marcando el nuevo rumbo a la
escultura.
En 1739 ya disponía de un prestigioso taller en
Madrid, recibiendo el encargo de doce esculturas para el retablo de la iglesia
de Santa Marina de Vergara que había contratado Miguel de Yrazusta, ensamblador
guipuzcoano residente en Madrid, donde incluyó una dinámica y creativa imagen
del arcángel San Miguel que se convirtió en nuevo prototipo a imitar. Ello le
proporcionó una apreciable clientela en el País Vasco, siendo los navarros residentes
en la Corte quienes le encargaron un buen número de imágenes devocionales,
siempre de excelente calidad y gran belleza.
Aspecto de la iglesia del Carmen Extramuros, con los ángeles colocados en la embocadura del presbiterio |
Precisamente, y entiéndase esto como mera
especulación, esa relación con Miguel de Yrazusta pudo ser la causa de la
elaboración de los dos arcángeles vallisoletanos, puesto que el tracista y
ensamblador cuyos retablos alojaron esculturas de Salvador Carmona, estuvo en
Valladolid a finales de 1740 para asentar el retablo encargado para la capilla
de San Joaquín del convento del Carmen Descalzo y realizar la traza del retablo
mayor del convento de San Agustín21. En ese momento bien pudo
producirse el encargo de los arcángeles del Carmen Extramuros.
En 1746 Luis Salvador Carmona inició sus trabajos en
la decoración del nuevo Palacio Real, trabajando después para iglesias de La
Granja, para conventos de Madrid de todas las órdenes e importantes personajes
de la nobleza, logrando en 1752 el cargo de Teniente de Director en la Real
Academia de San Fernando. Paralelamente realizó múltiples trabajos destinados a
poblaciones tan diversas como León, Astorga, Segovia, Salamanca, Nava del Rey,
Medina de Rioseco, Talavera, Los Yébenes, Serradilla, Brozas, La Rioja, Loyola,
etc., calculándose su producción22 en más de quinientas esculturas realizadas
en todo tipo de material y dotadas de una creatividad personal en la que es
constante la delicadeza y la ternura.
Luis Salvador Carmona realizó tan prolífica obra a
pesar de truncarse su carrera con su muerte, producida el 3 de enero de 1767, cuando
contaba 57 años. Al servicio de la Corona o atendiendo peticiones de los
nobles, de las órdenes religiosas o de particulares, a todos cautivaron sus
esculturas impregnadas de emoción y sentimiento, aquellas que le sitúan como el
escultor español más completo de su tiempo.
(Continuará)
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
20 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Monumentos
religiosos de la ciudad de Valladolid. Institución Cultural Simancas,
Valladolid, 1985, p. 280.
21 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Revisión a la vida y obra de Luis Salvador
Carmona. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo
49, 1983, p. 444.
22 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Luis Salvador Carmona (1708-1767).
Diputación de Valladolid, Valladolid, 2009, p. 15.
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