29 de noviembre de 2022

VIAJE: EXPOSICIÓN "RENACER"-CATEDRAL DE PALENCIA, 2 de diciembre 2022

PROGRAMA

Salida a las 9,00 h. desde Vallsur y a las 9,15 h. desde la plaza de Colón con dirección a Palencia. Visita guiada en la catedral de la exposición “Renacer”. Sobre las 12,00  h. visita guiada al Museo de Palencia.

Es posible que si el grupo supera las 30 personas, podría ser dividido en 2 grupos con horarios diferentes.

Alrededor de las 14 h. regreso a Valladolid.  

PRECIO POR PERSONA: 22 € 


INCLUYE:
- Bus ida y vuelta.
 

RESERVA DE PLAZAS: Por correo en domuspucelae@gmail.com o en el telf. 608 419228 a partir de la publicación de este anuncio. 







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28 de noviembre de 2022

Visita virtual: LA CRUZ DE VILABERTRAN, orfebrería suntuaria con pedrería reciclada







CRUZ PROCESIONAL DE VILABERTRAN

Anónimo (Joan, platero)

Siglo XIV

Alma de madera recubierta de plata dorada repujada y pedrería

Iglesia de Santa María de Vilabertran (Gerona)

Orfebrería gótica catalana

 







Anverso: Cristo crucificado

     Vilabertran es una pequeña población situada en la comarca del Alto Ampurdán, en la provincia de Gerona, apenas a un kilómetro de Figueras. En ella se levanta la Canónica de Santa María, un conjunto románico construido entre los siglos XI y XIII, con aspecto de fortaleza, que acogió a una de las primeras comunidades de monjes agustinos de Cataluña.

Su historia se inicia en 1066, cuando el sacerdote Pere Rigau fue destinado a la pequeña iglesia de Santa María en el término de Vilabertran. Tres años más tarde, tres familias locales donaron los terrenos en los que se encontraba la iglesia, así como otros para ubicar el cementerio y una fuente enfrente del templo. En los años siguientes se levantó junto a la iglesia una residencia para alojar a la comunidad de canónigos seguidores, que adoptó la regla de San Agustín, siendo Pere Rigau su primer abad, que la convirtió en una de las primeras canónicas agustinianas y difundió la reforma fundando otras nuevas, siguiendo las disposiciones de la Iglesia contra las imposiciones nobiliarias en los nombramientos eclesiásticos y la relajación moral de sus miembros.

Anverso: Detalle de Cristo crucificado

     En 1080 se iniciaba la construcción de un nuevo monasterio románico, cuya iglesia de tres naves, que muestra la transición de los modelos constructivos entre los siglos XI y XII, fue consagrada el 11 de noviembre de 1100 por Bernat Umbert, obispo de Gerona. El complejo de la abadía agustiniana, de sobria construcción, se fue levantando durante los siglos XII y XIII en torno a un claustro cuyas pandas presentan parejas de columnas con sencillos capiteles, destacando del conjunto una torre en estilo románico-lombardo levantada junto a la fachada de la iglesia.

En el siglo XIV la canónica se amplió con la capilla funeraria de la familia Rocabertí, en 1592 adquirió el rango de colegiata y en el siglo XVIII se construyó un gran patio con las dependencias que estaban fuera del recinto de la clausura, entre ellas el llamado Palacio del Abad. Así estuvo en activo hasta la desamortización de Mendizábal en el año 1835. En nuestro tiempo la canónica de Santa María de Vilabertran ha sido declarada Bien Cultural de Interés Nacional por el Gobierno de la Generalidad de Cataluña y restaurada en su integridad. 

Anverso: Detalle de Cristo crucificado
LA CRUZ DE VILABERTRAN 

La obra más interesante que se conserva en la iglesia es la conocida como Cruz de Vilabertran, la cruz procesional de orfebrería medieval más grande de toda la Corona de Aragón —160 cm de altura, 100 cm de ancho y 10 cm de espesor—, realizada en el siglo XIV en estilo de transición del románico al gótico. La cruz fue un regalo de bodas realizado por el conde de Ampurias con motivo del enlace real de Jaime II de Aragón (Valencia, 1267-Barcelona, 1327) con Blanca de Anjou (Nápoles, 1283-Barcelona, 1310), su segunda esposa, celebrado en Vilabertran el 29 de octubre de 1295.

La Cruz de Vilabertran es una pieza muy especial por distintos motivos. Por un lado, por constituir una obra singular de orfebrería gótica en plata dorada y repujada, con una iconografía excepcionalmente rica por sus múltiples detalles. Por otro, por llevar incorporada una gran cantidad de pedrería, incluyendo catorce entalles romanos reciclados realizados con piedras semipreciosas, lo que significa el uso de objetos de procedencia pagana como ornamentación del símbolo cristiano por excelencia.

Anverso: Adán en el sepulcro y medallón con Jonás

     La cruz tiene un alma de madera y aparece totalmente recubierta por láminas de plata con distintos tipos de trabajos. Sigue el modelo de cruz latina, patada en los extremos, donde incluye círculos ornamentados, mostrando distinto tipo de decoración en el anverso y reverso. Su peso supera los 14 kilos. 

Iconografía del anverso  

En el anverso el motivo principal es la figura en bulto de Cristo crucificado, que aparece con corona de espinas, la cabeza girada e inclinada sobre su hombro derecho, sin rastro de los clavos ni de la lanzada en el costado, apoyando los pies sobre un soporte y con un colobium que le cubre de la cintura a las rodillas formando pliegues. El cuerpo aparece cincelado con un elemental naturalismo, con los brazos ligeramente flexionados, el vientre hundido, las costillas marcadas y las piernas cruzadas siguiendo un convencionalismo gótico. Por detrás de la cabeza lleva una aureola circular cruciforme que coincide con el cruce de los maderos de la cruz y que está ornamentada con numerosas piedras preciosas engastadas. Sobre el nimbo aparecen letras en relieve que forman la inscripción “IESVS NAZARENVS REXIV DEORVM”, siguiendo la cita de San Lucas (Lc 23,38). Asimismo, entre los brazos de Cristo aparecen cuatro medallones con las figuras repujadas en relieve de los Cuatro Evangelistas, sentados en sus pupitres, escribiendo los evangelios y acompañados del símbolo respectivo del Tetramorfos, San Juan con un águila, San Lucas con un toro, San Marcos con un león y San Mateo con un ángel según la cita del Apocalipsis (Apoc 4, 7).  

Anverso: Medallón inferior, entalle con escarabajo egipcio

     Los bordes de la cruz aparecen recorridos por un fino friso en relieve formado por tallos y volutas entrelazados entre los que se colocan minúsculas rosetas de cinco pétalos, mientras en los extremos de los brazos se encuentran cuatro figuras en relieve que hacen referencia a pasajes evangélicos de la Pasión.

En la parte superior aparece un ángel (con la cabeza mutilada) que sostiene en sus manos el Sol y la Luna, símbolo del paso del tiempo, del principio y fin de todas las cosas, al tiempo que alude al eclipse de sol que se producirá a la muerte de Cristo: “Era cerca de la hora sexta cuando las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora nona” (Lc 23,44). En el extremo inferior aparece Adán saliendo del sepulcro en alusión a la cita de San Pablo: “Por obra de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y con el pecado entró también la muerte; y así la muerte se ha extendido a todos los hombres, puesto que todos han pecado” (Rm 5,12). En el extremo izquierdo se encuentra la figura de la Virgen, a la que le falta la cabeza, y en el derecho San Juan, que sujeta en sus manos el libro del Apocalipsis, ambos con abultados ropajes formando pliegues.    

Anverso: Medallón de San Pablo

     Entre estas figuras de los extremos y la de Cristo se colocan cuatro medallones destacados que aparecen decorados con una complicada filigrana de tallos con diminutas rosas de cinco pétalos. Distribuidas de forma simétrica aparecen piedras preciosas engastadas de diferente calidad y tamaño, siendo algunas de ellas antiguos entalles romanos. En el círculo superior una piedra negra tiene forma de cruz.

En el centro de estos medallones se encuentra un núcleo circular con pequeños rostros en relieve realizados con esmalte negro sobre fondos nielados de color rojo y azul. Se ha interpretado que los que aparecen a los lados de los brazos de Cristo representan a San Pedro y San Pablo, ambos con nimbo y colocados en posición de tres cuartos. A ambos se les suele representar juntos por estar considerados como pilares de la Iglesia, San Pedro como primer Papa y San Pablo como propagador del Evangelio. Más difícil de identificar son los rostros que aparecen en los medallones del brazo vertical de la cruz, aunque se ha apuntado que pudieran representar a dos profetas del Antiguo Testamento como prefiguración de Jesucristo: arriba Moisés, que representa la salvación a través de la crucifixión de Cristo, y abajo Jonás, símbolo de la resurrección por haber pasado tres días en el interior de la ballena que le vomitó. En este medallón inferior se incluye un entalle de origen egipcio, realizado en época imperial romana, con la figura sagrada de Khepri, el dios con cara de escarabajo que en la antigua religión egipcia representaba al sol naciente y por extensión la creación y la renovación de la vida, adquiriendo su presencia en la cruz el simbolismo de la resurrección, pues el escarabajo surge de las entrañas de la tierra como el sol naciente.

Anverso: Medallón de San Pablo

     Junto a estos grandes medallones, que en conjunto presentan numerosos cabujones con piedras preciosas, aparecen otros tres círculos que no sobresalen del madero de la cruz, dos en los brazos y otro sobre el nimbo central, en los que se representan escenas de caza. En el centro, dentro de una moldura lobulada, aparece un cazador a caballo, tocando un cuerno, sujetando un halcón y acompañado de un perro. Alrededor, dentro de seis marcos igualmente lobulados, aparecen relieves con animales que corren de derecha a izquierda. Representan un ciervo, una liebre y un jabalí, junto a tres perros que persiguen a cada uno de ellos, con los espacios interiores y exteriores decorados con hojas de roble, símbolo de fortaleza.

Por debajo de la figura de Cristo aparecen cinco pequeños viriles, cubiertos con cristal de roca, que contienen reliquias, ocupando el centro la que contiene una pequeña astilla del Lignum Crucis.

 

Iconografía del reverso 

El reverso de la cruz, de idéntica estructura, prescinde en su ornamentación de la pedrería. En el medallón que ocupa el centro aparece el símbolo del Agnus Dei en relieve, con la piel rizosa, la cabeza vuelta, coronado por un nimbo cruciforme y portando una cruz con un estandarte que como símbolo de la resurrección sujeta con su pata flexionada.

Anverso: Figura de San Juan en el travesaño derecho

     Coincidiendo con los cuatro grandes medallones del anverso, en el reverso figuran otros cuatro del mismo tamaño con los símbolos en relieve de los Cuatro Evangelistas: arriba, en el árbol de la cruz, el águila de San Juan sujetando una filactería entre sus garras; abajo un ángel que porta un libro representando a San Mateo; en el travesaño izquierdo el toro de San Lucas con una filactería entre sus patas delanteras y con la cabeza vuelta hacia el Agnus Dei; en el travesaño derecho el león alado de San Marcos igualmente con la cabeza vuelta hacia el centro y sujetando entre las patas una filactería.

De una forma muy sutil, el orfebre relaciona con rigor escriturístico los símbolos y personajes que aparecen en los medallones del anverso y reverso de la cruz. En el medallón superior a Moisés le hace coincidir con el águila de San Juan, de acuerdo con la cita del apóstol “Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él” (Jn 3,14). En el medallón inferior se relaciona al profeta Jonás con el símbolo de San Mateo, que relata en su evangelio “Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar” (MT 12, 39-41).

Anverso: Medallón de San Pedro y figura mutilada de la Virgen

     Otro tanto ocurre en los medallones del travesaño, donde San Pedro aparece relacionado con el símbolo de San Marcos, no por los pasajes de su evangelio, sino por los estudios de la sagrada escritura que interpretan que los escritos de este evangelista responden a la predicación oral de San Pedro en Roma antes de su martirio, una interpretación sorprendente en el siglo XIV. Finalmente, el medallón de San Pablo se hace corresponder con el símbolo de su discípulo San Lucas, que en los Hechos de los Apóstoles cita “El Señor le dijo: Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel.  Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre” (Hechos 9,15-16).

En los cuatro extremos de la cruz aparecen otros cuatro círculos repujados más pequeños con escenas de caza, similares a los del anverso, aunque estos están bordeados por una orla con tallos sinuosos con pequeñas rosetas de cinco pétalos. Asimismo, toda la superficie del árbol y el travesaño de la cruz se encuentra recubierta con relieves que adoptan la forma de volutas en forma de tallos entrelazados con hojas, siguiendo el mismo diseño que aparece en las columnas del baldaquino de la catedral de Gerona, elaborado en 1320. 

Reverso de la Cruz de Vilabertran, s. XIV
Los entalles romanos incorporados a la cruz

Como ya se ha dicho, en la ornamentación del anverso de la cruz se encuentran hasta catorce trabajos realizados en piedras semipreciosas grabadas que se podrían datar entre los siglos II y III d. C., en la época del Alto Imperio Romano. Es la glíptica la ciencia que se dedica al estudio de la talla sobre piedras preciosas o semipreciosas, distinguiendo entre entalles, con el motivo excavado en el fondo (diaglíptica) y camafeos, con el motivo esculpido en relieve (anaglíptica). Todas las piezas que decoran la cruz son entalles, a excepción de una con técnica mixta, estando realizados en cornalina y distintos tipos de ágata y de jaspes, siendo la finalidad de su reciclaje en los medallones en anverso de la Cruz de Vilabertran puramente estética y decorativa, aunque suponga la paradoja de utilizar joyas paganas en un objeto estrictamente cristiano. En las figuraciones de los entalles aparecen animales como un grifo, el centauro Quirón, una grulla y un escarabajo egipcio, así personificaciones de Apolo, Venus, Mercurio, Europa, Pomona, Fortuna, Victoria y un sátiro.   

Diversos autores creen encontrar su procedencia en la necrópolis de las ruinas de la cercana ciudad griega y romana de Ampurias, aunque Rafael Torrent1 apunta que este conjunto de entalles romanos pudo ser llevado a Vilabertran por Blanca de Anjou desde las costas de Nápoles, de donde ella procedía, hipótesis también apoyada por Miquel Oliva. 

Reverso: Medallón central del Agnus Dei

     En el año 2008 la Cruz de Vilabertran, propiedad del Obispado de Gerona, fue restaurada por Montserrat Cañís en el Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña, para lo que tuvo que abandonar Vilabertran como ya lo hiciera durante la Guerra Civil, cuando por seguridad viajó con otras obras de arte a Francia. Durante el proceso de restauración, no sólo fue puesta en evidencia su calidad artística y técnica, sino que deparó una inesperada sorpresa, pues al desmontar los medallones para sustituir los clavos oxidados por otros de plata, se hallaron en su interior papeles doblados y recortados para que las piezas encajaran. En uno de los papeles, leído con la ayuda de luz ultravioleta, aparecía un escrito del siglo XIII en el que, con letra gótica, aparecía el nombre de su artífice y el lugar de su elaboración: “Joan argenter…seu gerundensis”, por lo que hoy podemos conocer que esta obra maestra de orfebrería fue elaborada por un platero llamado Joan en la catedral de Gerona.

En noviembre de 2008 la cruz regresó restaurada a la canónica de Santa María de Vilabertran, donde puede contemplarse dentro de una moderna vitrina realizada en Milán. La restauradora incluyó bajo los medallones papeles inertes en los que explica quién y cuándo la restauró, qué tipo de restauración se hizo y quién lo financió, por si en un futuro muy lejano es objeto de una nueva intervención.        

Reverso: Medallón inferior con escena de caza

 
Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

Notas

1 TORRENT, Rafael: Dª Blanca, esposa de Jaime II, y la cruz de Vilabertran, Revista Canigó, año IV, núm. 39, Figueras, 1957.






Reverso: Medallón con el símbolo de San Lucas










Reverso: Medallón con el símbolo de San Marcos










Reverso: Medallón con el símbolo de San Mateo






















Fachada y torre de la iglesia de Santa María de Vilabertran










Interior de la iglesia de Santa María de Vilabertran










Claustro de la Canónica de Santa María de Vilabertran








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21 de noviembre de 2022

Visita virtual: CRISTO YACENTE DEL PARDO, la patética soledad del sepulcro





CRISTO YACENTE DEL PARDO

Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576-Valladolid 1636)

1614-1615

Madera de pino policromada

Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, conocido como Convento del Cristo de El Pardo, El Pardo (Madrid)

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 


     El conjunto de imágenes de Cristo muerto y extendido sobre el sudario, como secuencia previa al Santo Entierro, constituye la producción más genuina y reconocible del taller de Gregorio Fernández, así como la serie más numerosa de iconografía pasionista recreada por el escultor, que encontró en el tema, con el tiempo convertido en un verdadero subgénero de escultura piadosa, una fórmula apropiada para lograr conmover a los devotos según los postulados de la Contrarreforma, que potenció la soledad del sepulcro como una de las manifestaciones plásticas más emotivas y eficaces en aquella sociedad sacralizada en que todas las facetas de la vida estaban condicionadas al trance de la muerte.

La figura aislada de Cristo muerto planteada por Gregorio Fernández —presentada en su época ante los fieles a la luz de las velas— impresionaba y sigue impresionando a cuantos la contemplan por la sinceridad y crudeza con que se muestra el despojo del torturado, ya sea con el cuerpo, sudario y almohada tallados en un mismo bloque, se podría decir que a modo de altorrelieve, o con la anatomía exenta, pues el escultor trabajó ambas modalidades.

     Si como iconografía cristológica el tema no es original de Gregorio Fernández, sí que puede afirmarse que fue su taller el que impulsó y definió el arquetipo más popular, estando catalogada hasta cerca de una veintena de obras que, como ocurriera con los crucifijos, oscilan entre la delicadeza manierista de su primera etapa, iniciada tras su llegada a Valladolid, y el naturalismo e intenso realismo dramático de sus últimos años, siempre con una ejecución técnica impecable que persigue un simulacro convincente de la realidad y permite la contemplación de la obra a corta distancia para inducir a la meditación intimista, tanto sobre el sacrificio de Cristo como de la misma fugacidad de la vida. Símbolo de piedad por excelencia, los yacentes del taller fernandino tuvieron como comitentes a importantes hombres de estado, entre ellos el Duque de Lerma y el rey Felipe III.

En el estudio de Gregorio Fernández como escultor especializado en figuras de la Pasión, como creador de prototipos de imágenes de Cristo, la Virgen y los sayones de los pasos procesionales, se puede apreciar a lo largo de su producción una evolución estilística que afecta por igual a los aspectos formales, técnicos y decorativos. 

     La imaginería pasionista del escultor —especialmente las representaciones de Cristo yacente por el gran número de ellas realizadas— refleja más que en ninguna otra temática los cambios de mentalidad artística, el ambiente social y religioso en que se desenvolvía el arte y la propia personalidad del escultor, a todas luces consecuente y convertido en fiel representante de los ideales contrarreformistas en España. En su proceso evolutivo, se puede establecer una secuencia cronológica agrupada en seis lustros en los que la producción escultórica de Gregorio Fernández ofrece matices reveladores, comenzando en 1605 y terminando en 1635.

En el periodo 1605-1610, las obras fernandinas se caracterizan por acomodarse a los gustos del último manierismo renacentista, asumiendo a un tiempo los patrones divulgados en España por el milanés Pompeo Leoni y los modelos naturalistas de Francisco de Rincón, escultores junto a los que trabajó como colaborador tras su llegada a Valladolid. Corresponden a este momento el primero de los conocidos, el Cristo yacente realizado hacia 1609 por encargo de don Francisco Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, para ser donado a los dominicos del convento de San Pablo de Valladolid, de cuya iglesia ostentaba el patronato, así como el Cristo yacente tallado hacia 1610 y destinado a la capilla relicario del coro bajo del convento de Santa Clara de Lerma (Burgos), fundación ducal que lo recibió como donación de la reina Margarita de Austria. 

     Ambos comparten idénticas características que definen la primera etapa, como una potente anatomía, elegantes ademanes, paños con pliegues redondeados y carencia de postizos, así como los ojos cerrados, la cabeza reposando sobre dos cojines, el paño de pureza sujeto por una cinta y un viril insertado sobre la herida del costado.

Durante el lustro 1611-1615, que constituye la segunda etapa del escultor, la actividad del taller fue imparable para atender la demanda de imágenes y retablos, abandonando paulatinamente las formas manieristas y los estofados en la policromía, para mostrar una tendencia hacia la pureza clasicista y el tratamiento naturalista, comenzando a utilizar colores lisos en la policromía y encarnaciones tratadas como pinturas de caballete. En esos años comienza a realizar grandes conjuntos procesionales —Crucifixión o Sed tengo (1612), Camino del Calvario (1614)— en los que se revela como un creador de tipos originales. Tras realizar hacia 1611, por encargo del duque de Uceda, hijo y sucesor del Duque de Lerma, el Cristo yacente donado al convento del Sacramento de Madrid por él fundado, en 1614, a petición del monarca Felipe III, inicia la realización del Cristo yacente de convento de Capuchinos del Pardo, que marca una ruptura con los modelos anteriores, presentando a Jesús reposando sobre un solo cojín sobre el que se extiende el cabello, con una anatomía más enflaquecida y humanizada, y con los pliegues de los paños duros y con aspecto metálico, siendo el modelo que marca el prototipo seguido en ejemplares posteriores. 

EL CRISTO YACENTE DEL CONVENTO DE CAPUCHINOS DE EL PARDO  

El convento de los capuchinos de El Pardo fue fundado el 12 de noviembre de 1609 por impulso del rey Felipe III y con el apoyo de la reina Margarita de Austria. La proximidad al palacio favoreció que los monarcas visitaran muy a menudo el monasterio, que fue consagrado el 21 de noviembre de 1614 bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, disponiendo la familia real de una tribuna en la iglesia. Para tal ocasión, según los cronistas de la época, ese año el rey Felipe III encargó personalmente a Gregorio Fernández la realización de una imagen que donaría al monasterio como conmemoración del nacimiento de su hijo y sucesor, que reinaría como Felipe IV. Como aquel natalicio ocurriera en Valladolid en el Viernes Santo de 1605, el monarca eligió el tema de Cristo muerto, siguiendo el modelo de los impactantes yacentes anteriormente realizados por el escultor gallego.

La imagen, preservada dentro de una urna que no se ha conservado, fue trasladada en solemne procesión el 14 de junio de 1615, siendo colocada al culto en un aposento por debajo del altar mayor de la iglesia del convento, aunque después se construyó una capilla barroca destinada al culto independiente del Santo Cristo, que recibió la veneración constante de los monarcas, que hicieron numerosas donaciones al convento, y de los vecinos de El Pardo, como informa el capuchino Gregorio blanco García en su obra “Historia de El Cristo de El Pardo” (1987). 

     El Cristo yacente, realizado cuando Gregorio Fernández ya había alcanzado su madurez, mide 1,60 metros y representa a Cristo muerto, antes de ser conducido al sepulcro, con una esbelta anatomía que supone una síntesis de todo el proceso de la Pasión. La escultura, que está tallada en un único bloque, con el cuerpo y el sudario formando una unidad, así como el dorso rebajado para evitar la formación de grietas, está concebida para ser contemplada desde su lado derecho. La imagen muestra el cuerpo reposando sobre un sudario tallado que forma abundantes pliegues, simulado una tela real, y la cabeza inclinada hacia la derecha y apoyada sobre un blando cojín blanco, recorrido en el centro por una cenefa y bordados negros simulados con motivos vegetales, sobre el que se despliegan a cada lado mechones de la melena minuciosamente tallados, incluyendo perforaciones, abandonando el escultor los cabellos gruesos, compactos y algo apelmazados de sus primeros modelos.

Como es habitual, el centro emocional se concentra en el rostro, que ya presenta el prototipo cristológico que identificará al escultor, como los ojos semiabiertos con la mirada perdida, la boca entreabierta permitiendo contemplar la lengua y los dientes como recuerdo del último suspiro, los característicos mechones sobre la frente, una barba simétrica de dos puntas y la llaga de la perforación producida por una espina en su ceja izquierda.

     Sutiles detalles recorren su depurada anatomía, que con un movimiento serpenteante evita el rigor mortis para mostrar una blanda carnosidad en que el material, en este caso la madera de pino, queda desmaterializa al modo clásico. Su disposición corporal rememora su posición en la cruz, con el vientre hundido, el tórax hinchado, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, la pierna derecha extendida y la izquierda flexionada con la rodilla remontada, mostrando una desnudez apenas atenuada por el paño de pureza sujeto por una estrecha cinta. Arquetípica es también la posición de los brazos, que se articulan a los lados separados del tronco, el derecho extendido y con la palma hacia abajo para dejar visible la huella del clavo y el izquierdo ligeramente flexionado con la mano semicerrada apoyada en la cintura, una constante en todos los yacentes fernandinos.

Estilísticamente supone una obra de ruptura y transición en la serie de yacentes elaborados por Gregorio Fernández, abandonando las pautas manieristas de sus primeros años para acentuar el naturalismo, sin llegar al obsesivo realismo dramático de sus etapas finales. En este afán por simular la realidad, el escultor aplica por primera vez en este Cristo yacente el uso de postizos, como ojos de cristal y aplicaciones de corcho en la llaga de la rodilla, así como resinas para fingir la gota de sangre producida por la espina que atravesó su ceja izquierda y la mezcla de gotas de sangre y agua que emanan de la herida del costado certificando la muerte de Cristo.  

     Realza el verismo y la crudeza del estudio anatómico una magnífica policromía al óleo aplicada, en opinión de Jesús Urrea1, por el pintor Diego Valentín Díaz, colaborador del escultor y autor de la policromía de algunas de sus obras, que en este caso aplica una encarnación de tonos muy pálidos con partes amoratadas —párpados, rodillas, etc.— y regueros de sangre de distintos tonos para simular sangre coagulada y fresca.

El Cristo yacente del Pardo aparece al culto en una capilla lateral construida entre 1830 y 1833 por el arquitecto Isidro González Velázquez. Desaparecida la urna original en los acontecimientos que después se reseñarán, actualmente se custodia en una urna de mármol y bronce realizada en 1940 por el asturiano Félix Granda, sacerdote, escultor, pintor y orfebre español que fundó el taller de arte litúrgico Talleres de Arte. La lujosa urna fue donada por Francisco Franco, que por entonces tenía su residencia en el Palacio Real de El Pardo. 

LAS VICISITUDES DEL CRISTO YACENTE DE EL PARDO 

Para el monasterio auspiciado por el rey Felipe III, el arquitecto real Juan Gómez de Mora proyectó el edificio definitivo, que fue culminado en 1650 e inaugurado por el rey Felipe IV. El complejo sufrió un importante deterioro durante la Guerra de Independencia, cuando las tropas napoleónicas destruyeron por completo la iglesia, cuya planta fue reconstruida entre 1830 y 1833, como ya se dicho, por el arquitecto Isidro González Velázquez. En aquellos acontecimientos, al parecer la imagen del Cristo yacente fue puesta a salvo del saqueo al ser escondida por los vecinos de El Pardo.

El monasterio conoció otro periodo infausto en 1837 durante la Desamortización de Mendizábal, año en que la imagen del Cristo yacente fue trasladada a la iglesia del Real Sitio del Buen Retiro, donde permaneció hasta que en 1850 fue devuelta al convento, que en 1910 fue convertido en Seminario de Misiones de los padres capuchinos.

     No obstante, los peores episodios tendrían lugar durante la Guerra Civil española, cuando en 1936 las milicias madrileñas invadieron el monasterio y destruyeron una importante colección de esculturas —Virgen de la Paz, Virgen del Torneo, un Cristo crucificado del coro, etc.— siendo de nuevo los vecinos de El Pardo quienes impidieron la destrucción del Cristo yacente, cuya defensa costó la vida a seis frailes capuchinos.

En ese momento se perdió la urna original que contenía la imagen, que para preservarla fue trasladada al real sitio del Palacio de El Pardo, donde permaneció hasta en 7 de febrero de 1937, cuando las autoridades locales solicitaron ayuda a la Junta de Protección y Salvamento del tesoro artístico para trasladar la imagen a la iglesia madrileña de San Francisco el Grande, operación llevada a cabo por el pintor húngaro Thomas de Malonyay para su resguardo y custodia. Allí permaneció, durante buena parte de la contienda, oculto bajo una alfombra, según testimonio ocular de don Luis Hernández González, notario de Madrid. Y gracias a estar escondida, el Cristo yacente del Pardo se libró de ser comprado por una comisión artística rusa que había llegado a Madrid buscando obras para el Museo del Hermitage de San Petersburgo.

Convento del Cristo del Pardo, El Pardo (Madrid)

     Finalizada la guerra, el Cristo yacente fue depositado en la madrileña iglesia de Jesús de Medinaceli hasta que los encargados del Tesoro Artístico ordenaron su traslado a la por entonces ermita de los Padres Capuchinos en El Pardo, hecho que se consumó, según informó gráficamente el diario ABC, con una solemne procesión celebrada en octubre de 1939, que partiendo de la iglesia de Jesús de Medinaceli llegó hasta El Pardo, donde recobraría la devoción tradicional que pervive en nuestros días dentro de la nueva urna elaborada en 1940.

 






Cristo del Pardo. Dibujo Mariano Maella
Grabado Manuel Salvador Carmona, 1804
Biblioteca Nacional de España, Madrid














Cristo yacente, h. 1609. Iglesia de San Pablo, Valladolid 
OTROS  IMPORTANTES  CRISTOS  YACENTES  DE  GREGORIO  FERNÁNDEZ 

Lustro 1621-1625 (cuarta etapa del escultor)

Posteriormente a la elaboración del Cristo yacente del Pardo en 1614, con el modelo ya depurado y netamente barroco, Gregorio Fernández realizaría dos nuevas versiones que siguen la pauta de aquel ejemplar.

Cristo yacente del monasterio de la Encarnación de Madrid (1621-1625)

Cristo yacente del monasterio de benedictinas de San Plácido de Madrid (1621-1625)

    

Lustro 1626-1630 (quinta etapa del escultor)

Cristo yacente, 1621-1625. Convento de la Encarnación, Madrid

     En esta etapa Gregorio Fernández acentúa en las imágenes de Cristo la teatralidad barroca, adquiriendo un aspecto impactante por la aplicación de postizos y los bruscos pliegues de los paños. Las imágenes pasionistas presentan con nitidez las huellas del suplicio hasta bordear el tremendismo con la intención de impresionar. Las esbeltas anatomías se van depurando y abundan las encarnaciones con tonos pálidos acompañados de matices hiperrealistas en las heridas.

Cristo yacente del desaparecido templo de San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús en Madrid, actualmente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid (hacia 1626).

Cristo yacente de la iglesia de San Miguel y San Julián de Valladolid, antigua iglesia de San Ignacio de la Compañía de Jesús (hacia 1627). Magistral obra de la madurez del escultor, presenta la peculiaridad de estar tallado en bulto redondo y en plena desnudez, sin sudario, cojín ni paño de pureza, lo que supone un límite del arquetipo que María Luisa Caturla denominó “desnudo a lo divino”.  

Cristo yacente del monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar (Burgos), posiblemente la versión de mayor calidad escultórica (1629).

Cristo yacente, h. 1626. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Cristo yacente del convento franciscano de Nuestra Señora de Aránzazu (Guipúzcoa) (1629). Desaparecido en la destrucción del viejo monasterio.

 

Lustro 1631-1635 (última etapa del escultor)

El arquetipo fernandino de Cristo yacente se decanta hacia el dramatismo más exacerbado. El fuerte patetismo busca la reflexión del espectador sobre la penitencia y el dolor a través de formas realistas y convincentes. En ellos aún se ensayan nuevas propuestas sobre el arquetipo ya definido, utilizando como recursos la talla minuciosa y una esmerada policromía para obtener imágenes sorprendentes por su realismo.

Cristo yacente de la catedral de Segovia (1631). Donado por el obispo don Melchor Moscoso de Sandoval, presenta una impecable y vigorosa anatomía de proporciones clásicas, así como una policromía mate de tonos pálidos y uso de postizos que paradójicamente dotan al cuerpo muerto de una gran vivacidad.

Cristo yacente, h. 1627. Iglesia de San Miguel, Valladolid

 Cristo yacente del Museo del convento de Santa Clara de Monforte de Lemos (1631-1635), cuya anatomía se encuentra muy próxima al modelo de Segovia, estando tallado completamente exento, como el modelo de la iglesia de San Miguel de Valladolid, aunque en este caso se muestre dentro de una urna con sudario, cojín y paño de pureza de tela encolada.   

 

 Informe: J. M. Travieso.

 




Cristo yacente, 1629. Convento de Santa Clara
Medina de Pomar (Burgos)

Notas 

1 URREA, Jesús: El escultor Gregorio Fernández, 1576-1636 (apuntes para un libro), Ediciones Universidad de Valladolid, 2014, p. 107.

 







Cristo yacente, 1631. Catedral de Segovia










Cristo yacente, 1631-1635
Convento de Santa Clara, Monforte de Lemos (Lugo)






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