11 de abril de 2022

Theatrum: CRISTO YACENTE, un simulacro convincente para estimular la piedad




CRISTO YACENTE

Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576-Valladolid 1636)

Hacia 1609

Madera policromada

Iglesia de San Pablo, Valladolid

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 




     La tipología de imágenes de Cristo muerto y extendido en el sudario, como secuencia previa al Santo Entierro, constituye la producción escultórica más genuina y reconocible del taller de Gregorio Fernández, así como la serie más numerosa de iconografía pasionista recreada por el escultor, que encontró en el tema, con el tiempo convertido en un verdadero subgénero de escultura piadosa, una fórmula apropiada para lograr conmover a los devotos siguiendo los postulados de la Contrarreforma, que potenció la soledad del sepulcro como una de las manifestaciones plásticas más emotivas y eficaces en aquella sociedad sacralizada en la que todas las facetas de la vida aparecían condicionadas al trance de la muerte. 

La figura aislada de Cristo muerto planteada por Fernández, presentada en su día a la luz de las velas, impresionaba y sigue impresionando a cuantos la contemplan por la sinceridad y crudeza con que se muestra el despojo del torturado, ya sea con el cuerpo, sudario y almohadones tallados en un mismo bloque, a modo de altorrelieve, o con la anatomía exenta, pues el escultor trabajó ambas modalidades. 

     Si como iconografía cristológica el tema no es original de Gregorio Fernández, sí que puede afirmarse que fue su taller el que impulsó y definió el arquetipo más popular, estando catalogada hasta una veintena de yacentes que, como ocurriera con los crucifijos, oscilan entre la delicadeza manierista de la primera etapa, al poco tiempo de llegar a Valladolid, y el naturalismo e intenso realismo dramático de sus últimos años, siempre con una perfección técnica impecable que persigue un simulacro convincente de la realidad y permite la contemplación de la obra a corta distancia para inducir a la meditación intimista, tanto sobre sacrificio de Cristo como de la misma fugacidad de la vida. Símbolo de piedad por excelencia, tuvo entre sus comitentes a importantes hombres de estado, tales como el Duque de Lerma y el rey Felipe III. 

Las raíces iconográficas derivan de las ceremonias medievales del Desenclavo y del Santo Entierro, primero con crucifijos articulados que cumplían la doble finalidad y a partir del siglo XV con imágenes yacentes específicas para tal cometido, perdurando a principios del XVII la costumbre de incorporar en la imagen un viril o relicario, generalmente en el costado de Cristo, para contener la hostia que era "enterrada" junto a la imagen durante los rituales de Semana Santa. 

     Ciñéndonos al entorno que pudo influenciar a Gregorio Fernández para la elección de la iconografía del yacente aislado, encontramos como precedentes más inmediatos las hercúleas imágenes de Cristo muerto incorporadas por Juan de Juni en los grupos del Santo Entierro, el primero de ellos realizado entre 1541 y 1544 para presidir la capilla funeraria que fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo y cronista de Carlos V, tenía en la iglesia de San Francisco de Valladolid y el segundo integrado en el grupo escultórico que preside el retablo realizado entre 1565 y 1571 para la capilla de la Piedad de la catedral de Segovia, patrocinada por el canónigo Juan Rodríguez. 

Este modelo, ya como imagen completamente aislada, sería reinterpretado hacia 1564 por Gaspar Becerra en el Cristo yacente colocado en una capilla del claustro alto del convento de las Descalzas Reales de Madrid, tallado completamente exento —sin sudario ni cojines— y con viril incorporado en el costado, utilizado por la comunidad en las procesiones conventuales del Viernes Santo, aunque el precursor más inmediato de los modelos de Fernández es el Cristo yacente que realizara Francisco de Rincón poco antes de 1600 para el desaparecido convento de San Nicolás de Valladolid, después trasladado al convento del Sancti Spiritus y conservado en el interior de una urna sepulcral. 

     La iconografía aportada por Gregorio Fernández, al margen de la considerable evolución estilística, ofrece muy pocas variantes, con la figura de Cristo muerto trabajado como un desnudo cuya disposición de la cabeza, tórax, vientre hundido y una pierna montada sobre la otra recuerdan su posición en la cruz, con los brazos inertes apoyados a los lados. Concebido para su visión de perfil desde la derecha, inclina la cabeza hacia este lado al tiempo que permite contemplar la herida del costado, las huellas de los clavos en la mano derecha extendida y la total desnudez del cuerpo, apenas amortiguada por un cabo del paño de pureza. Para remarcar la cadencia corporal, aparece extendido sobre un sudario en el que se simulan ligeros pliegues, con la cabeza reposando con dignidad sobre cojines en los que se extienden ordenadamente los cabellos. 

A partir de estos elementos básicos, centrados en las proporciones del trabajo anatómico, Gregorio Fernández iría incorporando distintas variantes que definen la evolución en cada etapa profesional, de modo que si en los primeros modelos la anatomía es vigorosa, la cabeza descansa sobre dos cojines, los cabellos aparecen gruesos y apelmazados, el paño de pureza es sujetado por una cinta y la policromía del sudario incorpora franjas ornamentales, en los modelos tardíos la anatomía es más depurada y estilizada, la cabeza descansa sobre un sólo cojín, los cabellos se extienden con minuciosos mechones rizados y filamentosos, desaparece la cinta del paño de pureza, la policromía del sudario es completamente blanca y, lo más importante, incorpora toda una serie de postizos efectistas como ojos de cristal, dientes de pasta, fragmentos de asta en las uñas, corcho y pellejos en las heridas, regueros de sangre y sudor hechos con resina y ribetes de encaje en el sudario. El resultado es la estremecedora imagen del cadáver de un hombre joven, completamente extenuado, dispuesto para su preceptivo embalsamamiento con mirra y aloe. 

EL CRISTO YACENTE DE LA IGLESIA DE SAN PABLO DE VALLADOLID

 

Sin noticias documentales acerca de su autoría, el Cristo yacente de la iglesia de San Pablo ya despertó admiración desde hace siglos. Antonio Palomino, con buen criterio, lo atribuyó a Gregorio Fernández, idea compartida por Ceán Bermudez. El hecho de que presente características estilísticas diferentes dentro de la serie realizada por el gran maestro gallego, hizo que algunos estudiosos negaran la autoría fernandina o que incluso lo considerasen una copia. Fueron los estudios de Jesús Urrea1 los que aportaron luz a este asunto al percibir una clara analogía, en el tratamiento del desnudo, entre este Cristo yacente y el que conforma el grupo de la Piedad del convento de Carmelitas Descalzos de Burgos, obra contratada hacia 1606, por lo que ambas podrían considerarse como muestras del estilo temprano que desarrolló Gregorio Fernández al poco tiempo de su llegada a Valladolid. 

     Por otra parte, en la indagación de la autoría, Urrea repara en una carta que Tomás de Angulo, Secretario del Duque de Lerma, dirige a este comentando las obras que se realizaban en el convento de Capuchinos de El Pardo, para el que se solicitó a Gregorio Fernández un Cristo yacente en 1614. En dicha carta se citan dos esculturas de Cristo que el escultor había realizado con anterioridad para el duque y su esposa, siendo muy posible que una de ellas se tratase de un Cristo yacente realizado en Valladolid y considerado como modelo o referencia para el nuevo encargo. Hay que tener en cuenta que, asentada la Corte en la ciudad del Pisuerga, en 1601 Don Francisco de Rojas y Sandoval, Duque de Lerma, había concertado su patronazgo sobre el convento de San Pablo de Valladolid, comprometiéndose a enriquecerlo con joyas y obras de arte, llegando a establecer la capilla mayor de la iglesia como lugar de su futuro enterramiento. Las obras donadas por el duque al convento vallisoletano fueron numerosas, a lo que se sumó la remodelación de la fachada de la iglesia y la elaboración por Pompeo Leoni, entre 1601 y 1607, de los sepulcros ducales en bronce, a imitación de los que realizara para Carlos V y Felipe II y sus esposas en el Escorial.   

     En base a estos datos, se podría aventurar que fue el Duque de Lerma quien realizó a Gregorio Fernández el encargo del Cristo yacente como donación al convento de dominicos de San Pablo, donde recibe culto desde entonces. No obstante, también por petición del Duque de Lerma, hacia el año 1610 Gregorio Fernández realizaba otro Cristo yacente, de similares características, destinado a una capilla-relicario del coro bajo del convento de Santa Clara de Lerma (Burgos), fundación ducal, concebido para albergar en su costado un viril con la supuesta reliquia de la sangre de Cristo, donada al convento por la reina Margarita de Austria. 

La vinculación del Cristo yacente de la iglesia de San Pablo con el Duque de Lerma aporta otras apreciaciones sobre la escultura dignas de considerar. Por un lado, la influencia sobre el escultor, en su etapa más temprana, del estilo de Pompeo Leoni, con cuyo grupo de colaboradores Gregorio Fernández llegó desde Madrid para participar en la decoración de algunas dependencias del nuevo Palacio Real que se estaba levantando en Valladolid, tras el traslado de la Corte por la influencia sobre Felipe III de su valido el Duque de Lerma. 

     Por otro lado, que la elaboración de la escultura hacia 1609 la sitúa como el primer Cristo yacente conocido de la larga serie que realizara Gregorio Fernández durante más de dos décadas, en la que se aprecia una evolución desde las pautas manieristas de la primera época hasta el exacerbado “hiperrealismo” de las obras finales, en todos los casos con obras maestras sobrecogedoras. Muestra de ello es el Cristo yacente (1611) del convento del Santísimo Sacramento de Madrid, el Santo Cristo (1614-1615) de los Capuchinos de El Pardo, el Cristo yacente (1620) de la iglesia de San Plácido de Madrid, el Cristo yacente (h.1625) del convento madrileño de la Encarnación, el Cristo yacente (h. 1626) de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Madrid (actualmente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid), el Cristo yacente (h. 1627) del convento de Santa Clara de Medina de Pomar (Burgos), el Cristo yacente (h. 1627) de la iglesia de San Miguel y San Julián de Valladolid, el desaparecido Cristo yacente (1629) del convento franciscano de Aránzazu (Guipúzcoa), el Cristo yacente (1631) de la Catedral de Segovia y el Cristo yacente (1631-1635) del convento de Madres Clarisas de Monforte de Lemos (Lugo), saga que tuvo continuación en magistrales obras realizadas con fidelidad por algunos de sus oficiales, como es el caso de Francisco Fermín, autor de los Cristos yacentes del convento de Santa Ana de Valladolid y de la iglesia de Santa María la Nueva de Zamora, y de su discípulo Juan Muñoz, al que se atribuye el Cristo de la Piedad de la iglesia de Sollana (Valencia)2. 


     El Cristo yacente de la iglesia de San Pablo de Valladolid, con el que Gregorio Fernández inaugura la larga serie citada, presenta un tamaño ajustado al natural —167 x 70 cm— y una anatomía hercúlea, robusta y musculosa, delineada mediante elegantes ondulaciones de concepción manierista y rotundidad épica que acusan la influencia de Pompeo Leoni. En el trazado corporal establece una serie de pautas que serán constantes en sus posteriores yacentes, como la cadencia sinuosa del cuerpo recordando su disposición en la cruz, con la cabeza ligeramente ladeada hacia la derecha, el tórax hinchado, el vientre hundido, la pierna izquierda remontando la derecha y los brazos extendidos a los lados permitiendo contemplar las llagas de los clavos, al igual que la herida sangrante del costado. Siendo costumbre que esta tipología recibiera culto dentro de una urna-sepulcro, la escultura se ajusta para su contemplación desde su parte derecha. 


     El modelado de la cabeza, que repite en crucifijos y en la Piedad burgalesa de la misma época, le presenta como un dios clásico. Reposando sobre dos cojines superpuestos y ribeteados en oro, el cabello presenta el modo característico de la primera época del escultor, abultado, compacto y apelmazado, formando rizos en torno al rostro y dirigido hacia atrás con grandes ondulaciones para dejar visible la oreja izquierda. El tipo de barba, de dos puntas y descrita con rizos menudos será otra de las constantes. Los ojos, a pesar de estar cerrados, dejan entrever parte de las pupilas, con una nariz recta y ligeras hendiduras en el entrecejo, aunque el elemento más expresivo es la boca abierta, que permite contemplar labios amoratados, dientes y lengua en un alarde de naturalismo que sugiere el último suspiro. En esta obra temprana aún no aparecen los mechones en la frente y la herida en la ceja izquierda producida por una de las espinas, elementos que el escultor incorporará en modelos futuros. 


     El cuerpo reposa sobre un sudario tallado que simulando un textil real forma pliegues muy suaves y redondeados, lo mismo que el perizoma, en el afán de conseguir el mayor naturalismo. Característico de esta primera época fernandina es la sujeción del paño de pureza mediante una cinta dorada que permite la desnudez continuada por el costado derecho. Otra constante es la colocación de las manos, la derecha extendida para permitir contemplar la llaga del clavo y la izquierda flexionada por la muñeca remontando la cintura, en ambos casos con los dedos largos y arqueados. Como en el modelo de Becerra, en el costado llevaba incorporado un viril, eliminado durante la última restauración pero con huellas visibles, lo que hace presuponer que la imagen era utilizada por la comunidad dominica en los rituales del Viernes Santo. 

La policromía, de la que se desconoce el autor, está realizada a pulimento con predominio de los tonos pálidos, presentando en el rostro, rodillas, tobillos y dedos de los pies aplicaciones violáceas para resaltar las partes tumefactas. A diferencia del yacente de Gaspar Becerra, en este yacente los regueros sanguinolentos son escasos, destacando los regueros producidos por la herida abierta en el costado. Los tonos blanquecinos del sudario y del paño de pureza, ambos decorados con listas, contrastan con el color oscuro de los cojines recorridos por una orla de tonos dorados, sobre los que destacan los valores plásticos de la cabeza. 

Precedentes del Cristo yacente de Gregorio Fernández
Izda: Gaspar Becerra. Cristo yacente, 1564, Convento de las Descalzas Reales, Madrid
Dcha: Francisco de Rincón. Cristo yacente, h. 1595, Convento del Sancti Spiritus, Valladolid  

     Este Cristo yacente, aunque no fue concebido para participar en Semana Santa alumbrado por alguna cofradía, sino en los rituales íntimos del convento dominico bajo el patronazgo del Duque de Lerma, desde 1995 fue cedido a la Cofradía del Descendimiento y Santo Cristo de la Buena Muerte para participar en una procesión nocturna en la madrugada del Viernes Santo, aunque en 2007 dicha cofradía lo sustituyó por el Cristo yacente de la iglesia de San Miguel, el modelo más evolucionado de Gregorio Fernández, tallado hacia 1627.
 

Gregorio Fernández. Piedad, h. 1606
Iglesia de los Carmelitas Descalzos, Burgos

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

NOTAS 

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: A propósito de los yacentes de Gregorio Fernández. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 38, Universidad de Valladolid, 1972, pp. 543-546. 

2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Simulacrum. En torno al Descendimiento de Gregorio Fernández. Domus Pucelae, Valladolid, 2011. 






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