CRISTO
YACENTE
Gregorio
Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo-Valladolid 1636)
1630-1631
Madera
policromada y postizos
Capilla del Santo
Cristo Yacente, catedral de Segovia
Escultura
barroca española. Escuela castellana
Dentro del desmesurado patrimonio artístico que
atesora la catedral de Segovia, una imagen que no pasa desapercibida, por su
iconografía, calidad e impacto visual, es el Cristo yacente de Gregorio Fernández que actualmente se presenta
dentro de una urna acristalada colocada en el centro de la capilla de la misma
advocación —también conocida como Capilla del Sepulcro—, la segunda del lado de
la epístola desde los pies del templo o Puerta del Perdón.
Tan impresionante talla, obra capital de la
escultura barroca española, fue donada al templo catedralicio por el obispo don
Melchor Moscoso de Sandoval el 8 de marzo de 1631, según figura en un acta
capitular, lo que induce a pensar que fue elaborada por Gregorio Fernández en
su taller de Valladolid entre los años 1630 y 1631, es decir, en su etapa de
mayor madurez.
La imagen serviría de inspiración para la creación
de un repertorio temático dedicado a la muerte de Cristo, materializado en el
tercer cuarto del siglo XVII, tras la adquisición de dicha capilla en 1661 por
don Cristóbal Bernardo Quirós, canónigo de la catedral, con un retablo barroco
elaborado por Juan de Lobera que alberga en el ático una pintura de la Crucifixión y otra del Descendimiento en su único cuerpo, ambas
realizadas expresamente para el retablo por el pintor madrileño Francisco
Camilo, completando el ciclo una urna colocada en el banco, justamente sobre el
altar, destinada a cobijar la conmovedora escultura del Cristo yacente de Gregorio Fernández, siguiendo una disposición muy
común en Castilla durante el siglo XVII. Manteniendo la secuencia pasional de
la calle central —Crucifixión, Descendimiento y Sepulcro— en los intercolumnios
laterales del cuerpo del retablo fueron colocadas las esculturas de dos ángeles pasionarios que muestran la
corona de espinas y el paño de la Verónica, obras de mérito sensiblemente inferior
al resto de los componentes del retablo.
La expansión de la iconografía de Cristo yacente
tiene su origen en las ceremonias medievales del Desenclavo y del Santo Entierro,
en las que se comenzaron utilizando crucifijos articulados que cumplían ambas
funciones —en la iglesia de San Justo de Segovia todavía se conserva el célebre
Cristo de los Gascones, del siglo XII—
y a partir del siglo XV con imágenes yacentes específicas para tal cometido,
perdurando hasta principios del siglo XVII los casos en que en el costado del
yacente se incorporaba un viril o relicario en el que la hostia era
"enterrada" con la imagen durante las ceremonias del Viernes Santo.
El yacente de la catedral segoviana, que supone el
modelo plenamente evolucionado para los intereses de la sociedad barroca, se
encuadra dentro del arquetipo consolidado y repetido por Gregorio Fernández
hasta convertirse en una seña de identidad de su taller a partir de las
experiencias previas de Juan de Juni (Santo Entierro, Museo Nacional de Escultura de Valladolid) y Gaspar Becerra (Cristo yacente, Real Monasterio de las
Descalzas Reales de Madrid), así como de Francisco Rincón (Cristo yacente, convento del Sancti Spiritus de Valladolid), siendo
ejemplares destacables de la producción fernandina el Cristo yacente del convento de Capuchinos de El Pardo (1605), el Cristo yacente del Museo Nacional de Escultura (hacia 1626), el Cristo yacente de la iglesia de San
Miguel de Valladolid (hacia 1627) y el Cristo yacente del convento de Santa Clara de Medina de Pomar (hacia 1628), aunque
esta selección sea necesariamente sesgada e incompleta.
Los yacentes de Gregorio Fernández están concebidos
para ser contemplados de cerca y, de acuerdo a los postulados
contrarreformistas, para incitar a la meditación y a la piedad a los fieles. Por
este motivo, el escultor utiliza todo su talento para representar una figura de
extraordinario verismo y naturalidad, uniendo a sus geniales dotes técnicos de
escultor, en este caso ofreciendo un estudio anatómico impecable, todos los
recursos posibles para mostrar el mayor realismo, como es el recurrente uso de diferentes
elementos postizos para conseguir un resultado efectista que queda al límite
del tremendismo. Esta fuerte carga dramática constituye un hecho singular
dentro de las escultura barroca castellana, con modelos tan diferentes a los de
la escuela andaluza —el otro foco creativo del momento— y a las escuelas
barrocas europeas, motivo por el que esta imagen causó verdadera sensación
cuando entre noviembre de 2016 y marzo de 2017 fue presentada en Múnich en una
exposición dedicada al barroco español.
Actualmente se puede contemplar en la catedral de
Segovia de igual manera que en aquella exposición, desde todos los puntos de
vista posibles tras ser liberada de la forzosa vista frontal que implicaba el estar
encerrada en la urna acristalada con marco dorado del retablo. De modo que se
pueden apreciar todos los matices ideados por el escultor para el pretendido
impacto visual durante su desfile en procesión durante las celebraciones de
Semana Santa.
El Cristo
yacente de la catedral de Segovia, aunque en su disposición repite el
arquetipo consolidado por Gregorio Fernández, ofrece sutiles matices de
perfeccionamiento en el modelo como consecuencia de ser una obra tardía, por
haber sido realizada cuando el escultor se encontraba en el punto más álgido de
su carrera, momento en que orientó sus creaciones al realismo absoluto, lo que
hoy podríamos denominar "hiperrealismo".
Cristo aparece tendido en un sudario como paso
previo al Santo Entierro, con la cabeza reposando sobre un alto cojín que le
dignifica. Este sutilmente acusa el peso del cuerpo y aparece decorado con
orlas con motivos vegetales en negro que sugieren trabajos de bordados. El
escultor, teniendo en cuenta su presentación en la urna, coloca la cabeza
ligeramente girada hacia la derecha, visible al espectador, con los extremos de
la melena desparramados a los lados del cojín en forma de afilados filamentos
rizados. El cuerpo, de proporciones atléticas, mantiene la típica disposición
fernandina, con los brazos extendidos en los costados, y, como es habitual, con
la mano derecha extendida hacia abajo y la izquierda cerrada y orientada hacia
arriba, en ambos casos mostrando las llagas de los clavos. Como huella de la
tortura, el cuerpo recién desclavado sigue apareciendo con los músculos en
tensión, el pecho hinchado y el vientre hundido, con la pierna izquierda
remontando a la derecha ligeramente a la altura de la rodilla recordando su
posición en la cruz.
Asombroso es el tallado de los paños. En el blanco sudario
extendido el escultor consigue desmaterializar la madera para convertirla en un
textil real en el que los estratégicos pliegues están trabajados virtuosamente
en forma de finísimas láminas, abundando los plegados triangulares con el
característico aspecto metálico. Otro tanto ocurre en el paño de pureza, colocado
por debajo del cuerpo y dispuesto de manera que le cubre púdicamente dejando
visible la total desnudez por la parte derecha. Con forma de pliegues muy
profundos, aparece pintado de azul y con los bordes recorridos por cintas de
pasamanería en forma de pequeños encajes dorados que como postizos realzan su aspecto real.
Como siempre, el centro emocional se concentra en
la cabeza, especialmente en el rostro. Los ojos aparecen muy hundidos y
semiabiertos, con los párpados muy marcados y ojos de cristal de mirada perdida,
con el detalle habitual de la ceja izquierda traspasada por un espina. Semiabierta
aparece también la boca, que presenta el gesto de haber realizado el último
suspiro como expresión de la muerte, dejando visibles los dientes de hueso, la
lengua y el paladar.
La barba repite la característica disposición fernandina, con
dos puntas afiladas y pequeños mechones tallados meticulosamente, lo mismo que
la melena de tonos caoba, con raya al medio, los característicos mechones sobre
la frente y colocada hacía atrás dejando visible la oreja izquierda. Se
completa con pequeños regueros de sangre producidos por la corona de espinas,
algunos realzados mediante el uso de resinas que forman gotas en relieve. El
aspecto exhausto es potenciado por la policromía, con los labios violáceos,
huellas en el cuello de la soga usada en el camino del Calvario y una palidez
que recuerda el rigor mortis.
Otras huellas de tortura se manifiestan en las
manos y pies, donde las grandes perforaciones producidas por los clavos
presentan heridas recreadas con corcho, así como la aplicación de asta de toro para
realzar el realismo de las uñas. Huellas de las caídas se observan en las rodillas,
cuyas heridas, con la piel levantada, llevan aplicaciones de finas láminas de
cuero postizas que producen el aspecto de carne viva, lo mismo que en el hombro
izquierdo acusando el peso de la cruz. Otro tanto ocurre en la profunda herida
del costado, de la que emanan regueros de sangre coagulados que se funden con
gotas de agua elaboradas con resinas transparentes.
La impecable anatomía del vigoroso cuerpo expresado
con proporciones clásicas, se remata con una policromía mate de tonos pálidos en
la que el pintor se esmera en plasmar en la carnación pequeños detalles que
sintetizan todo el proceso de la Pasión, incluyendo, a modo de pintura de
caballete, hematomas, heridas abiertas y huellas de la tortura que, paradójicamente,
dotan al cuerpo muerto de una extraordinaria vivacidad, con aspecto de palpitar
todavía.
La imagen desfila en la Semana Santa segoviana,
cada Viernes Santo, con la cofradía Feligresía de San Andrés, fundada en dicha
parroquia en 1979.
Informe, fotografías y dibujos: J. M. Travieso.
Francisco Camilo. Crucifixión y Descendimiento, hacia 1665. Capilla del Sto. Cristo yacente, catedral de Segovia |
Capilla del Sto. Cristo Yacente, catedral de Segovia |
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