Estampas y recuerdos de Valladolid
Una de las mayores satisfacciones que pueden
experimentar los vallisoletanos es pasear tranquilamente por el Campo Grande,
un parque en pleno centro urbano en el que, apenas sobrepasada cualquiera de
las múltiples entradas, uno se imbuye en un paraje de aspecto selvático cuyas
veredas van proporcionando continuas sorpresas: glorietas monumentales, como la
Fuente de la Fama dedicada al
recordado alcalde Miguel Íscar o la Fuente
del Cisne con su corte de sirenas, memoriales dedicados a ilustres
escritores, como Leopoldo Cano, Núñez de Arce o Rosa Chacel, el romántico estanque que recibe sus aguas de una
misteriosa gruta que alberga estalactitas procedentes de Atapuerca, las tres
pajareras emboscadas entre la espesa vegetación, etc.
Hoy fijamos nuestra atención en una de esas
pajareras, la más moderna de ellas, la que fue construida en los años treinta
del siglo pasado y que hace pocos años ha visto remozadas sus instalaciones
para mayor comodidad y dignidad de las vistosas aves que la habitan. Esta
pequeña construcción, cuyo diseño adquiere un aire oriental de concepción
modernista, se ha convertido en el epicentro de la vida animal que habita el
parque, verdadera atracción para los visitantes, especialmente los niños, que,
de forma casi mágica se trasladan a un paraje idílico para recrearse
contemplando las exhibiciones de los pavos reales, las carreras de las
ardillas, las evoluciones de numerosas especies de patos o los confiados grupos
de palomas de todo tipo que casi se dejan tocar, siendo los trinos de los
pájaros quienes aportan la banda sonora del parque, haciendo olvidar los ruidos
del tráfico rodado del exterior.
De modo que pasear en las proximidades de la
pajarera es todo un espectáculo de la naturaleza por la vistosidad de la
población avícola que allí parece haber encontrado un hábitat apropiado en
plena libertad.
En este contexto, la pajarera aparece convertida en un
gigantesco joyero acristalado en cuyo interior, a modo de piedras preciosas,
corren y revolotean exóticas aves de coloridos plumajes, como faisanes, gallos
japoneses, gallinas enanas, agapornis, periquitos, etc., que encuentran
compañía en las palomas que anidan en la pequeña torre que corona la
construcción.
Así, sin responder al concepto de parque zoológico, sino como un
refugio bien atendido, los niños se pueden familiarizar con un tipo de animales
pintorescos que ponen un contrapunto a unos tiempos en que contemplar vivos
animales como un conejo, una oveja o un burro es tan difícil y tan diferente a
lo que ocurría antaño. Por tanto, si algo se puede destacar de la pajarera es
su carácter didáctico.
Pero ya hemos dicho que la pajarera no sólo es
atractiva por las aves que alberga en su interior, pues en sus alrededores una
nutrida colonia de pavos reales, palomas, patos de colorido plumaje, cisnes y
todo tipo de pájaros de pequeño tamaño deambulan por las ramas, vuelan, se
deslizan por las aguas y trinan entre lo que constituye un jardín botánico en
el que el tiempo fluye de otra manera, tan sólo al dictado de las condiciones
meteorológicas que impone la naturaleza. Por eso, es frecuente ver a los pavos
reales con sus caprichosos plumajes reposando entre los arbustos, encaramados en
las ramas o realizando el cortejo, a las cuadrillas de patos chapoteando, a las
palomas en pleno arrullo o, un poco más allá, a los grupos de cisnes surcando
elegantemente las aguas, todos ellos poniendo una nota de color y vida en el
espacio privilegiado que es el Campo Grande.
* * * * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario