AISHA, nombre africano (significa la vida de ella)
De rodillas, se entrega a sus rezos. Con un fervor
enfermizo como si entrase en trance. Recita algo ilegible mientras se inclina
hacia adelante.
Acabados estos, se incorpora, se calza y se encamina
al lugar concreto, debe prepararse para el ritual.
En uno de sus costados lleva colgada una talega y
de ésta saca la navaja que afila con obsesivo esmero. Entretanto vuelve a
balbucir algunos versículos de nuevo.
De fondo, un habitáculo contiguo de donde provienen
los murmullos, que pronto cesarán ante su presencia; dentro de éste y entre la
miseria, tumbada en el suelo a la fuerza, se encuentra una mujer aún niña; su menudo
cuerpo emana horror a lo incierto, inquieta se retuerce con la pretensión de
soltarse de sus amarras. Se retuerce queriendo defenderse, sus gritos son
acallados tras una mordaza.
En penumbra, apenas llega a tener una visión clara,
solo distingue unas manos, las mismas que hasta allí la llevaron con engaños.
Esas que no hace tanto la acunaron.
Nota que es asida con una fuerza inhumana. Su
pequeño cuerpo indefenso es abatido por la hoja punzante. De ella sale un grito
seco, lleno de un dolor inmenso. La posee el aturdimiento, entre nebulosas cree
oír rezos.
Entre sus piernas comienza a fluir cual río la
calidez de la sangre que se hace incontrolable. Sus sentidos se han difuminado.
Horas después se instala en ella la fiebre y así se
debate entre las sombras de la muerte.
Sin embargo, ella renacerá y, a partir de ahora,
tendrá a perpetuidad por compañeras la postración, la angustia y la depresión.
Estas nunca la abandonarán.
Ha sido privada de ser mujer. A saber qué es la
sexualidad, ya que nunca de ella disfrutará; es alto el precio que ha de pagar
por haber nacido pecadora.
¿Qué mayor pecado que nacer mujer en algún rincón de
África?
MARÍA JOSÉ AVENDAÑO, noviembre 2014
Taller
Literario Domus Pucelae. Texto nº 13
Ilustración:
"La familia bien, gracias".
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