8 ÁNGELES ALFÉRECES
Gregorio Fernández y taller, 1622.
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid.
La historiografía del arte secularmente ha tenido
relegado al olvido el estudio y valoración de aquellas obras que hoy englobamos
bajo la denominación genérica de "imaginería ligera", pues salvo
algunas imágenes de vestir o de candelero,
mayoritariamente dolorosas y nazarenos, trabajadas en múltiples modalidades por
afamados escultores, tanto en Castilla como en Andalucía, que sí recibieron la
atención de críticos y estudiosos, el resto de los recursos técnicos aplicados
a este tipo de imaginería, que podríamos reducir a la escultura realizada con
cartón o papelón, pasta de caña de maíz y telas encoladas, esto es, con
materiales de manifiesta pobreza, han sido considerados como trabajos de
categoría inferior, por lo que hasta tiempos recientes apenas han sido tenidos
en cuenta y cuando se ha hecho ha sido en términos desdeñosos.
Ello ha tenido dos consecuencias entrelazadas. La
primera, que no existan estudios en profundidad sobre la elaboración y uso de
este tipo de esculturas, siempre citadas de modo tangencial, siendo los más
interesantes los realizados hace escasos años con motivo de la restauración y
recuperación de algunas obras de este tipo10, aunque siguen
existiendo significativas lagunas documentales. La segunda, que al no ser
valoradas por los críticos e investigadores, la gran mayoría de las obras
conservadas hayan sido arrinconadas e incluso despreciadas, sufriendo las
consecuencias de su endeble naturaleza en la oscuridad de trasteros
parroquiales o almacenes de piezas en desuso, reduciéndose la afortunada
preservación y mantenimiento de contados ejemplares al interior de algunas
clausuras, a veces convertidos en objetos pintorescos.
Ha sido en tiempos recientes cuando se ha intentado
revalorizar este tipo de producción artística que conoció un movimiento
expansivo en el siglo XVI, sobre todo por razones funcionales de su escaso
peso, y alcanzó sus máximos valores expresivos durante el siglo XVII,
generalmente en obras utilizadas en las celebraciones barrocas, donde incluso
el arte efímero adquirió suma importancia.
A mitad de camino entre lo efímero y lo perdurable
podemos considerar las obras realizadas en imaginería ligera que solamente
llevan talladas en madera la cabeza y las extremidades, puesto que si en ellas
se usaban materiales que permitían trabajar con mayor rapidez, sobre la base de
un escueto maniquí y casi en la línea de una producción seriada, en su acabado
final el papelón, la pasta de maíz y las telas encoladas permitían la
aplicación de un aparejo y su posterior policromado, con un resultado estético
equiparable a la escultura de madera y con un aspecto muy naturalista, pero
siempre con un peso sensiblemente inferior, por lo que fueron idóneas para
fines procesionales por razón de peso y para montajes efímeros por su rapidez
de ejecución.
En el Museo Nacional de Escultura se conservan dos
ángeles que son vivos ejemplos de todo lo expuesto. Las dos figuras, después de
permanecer abandonados durante muchos años en los almacenes de la institución,
en la que habían ingresado en una situación de desesperante deterioro,
recientemente han sido objeto de una restauración integral, que incluyó tareas
de consolidación, limpieza y reintegraciones, pasando a integrar la colección
permanente de la Sala de Pasos, desde que el Museo fuera reabierto en 2009 tras
una profunda remodelación de las instalaciones, convirtiéndose en modelos
ilustrativos de lo que fue un tipo de escultura procesional, componentes de
algunos retablos y vitrinas devocionales o integrantes de montajes efímeros en
celebraciones puntuales.
Hasta hace muy poco tiempo era desconocida la
localización original y el uso concreto de esta pareja de ángeles, apuntándose
hasta entonces que tal vez formaran parte de algún paso procesional; que
procedieran del ático de algún retablo, según una costumbre muy extendida entre
los retablos castellanos del primer tercio del siglo XVII; que fueran
concebidos para ser colocados en la embocadura de alguna capilla sujetando
lámparas; que flanquearan algún sagrario en fiestas tan señaladas como el
Corpus o que acompañaran el ritual de la función del Desenclavo y la posterior
ceremonia del Santo Entierro en desaparecidos rituales litúrgicos de Semana
Santa.
Tampoco se conocían datos acerca de su autoría,
teniendo que recurrir a la teoría apuntada por Jesús Urrea, en base a su
análisis estilístico, para aceptar que seguramente fueron elaborados, entre los
años 1612 y 1615, en el taller de Gregorio Fernández11, seguramente
contando con la intervención del propio maestro. Esta hipótesis y cronología
también era aplicable a otra pareja de Ángeles
alféreces de similares características, aunque de formato ligeramente
inferior, que se guardan en la iglesia parroquial de Olivares de Duero
(Valladolid), obras que afortunadamente también han sido restauradas y que se
diferencian por presentarse sin piernas, con el cuerpo hasta algo más abajo de
la cintura, siguiendo la modalidad de "busto" (posiblemente
recortados posteriormente para un uso desconocido).
Aquel enigma quedo desvelado por el propio Jesús
Urrea al dar a conocer el escrito "Relación
de la fiesta que se hizo en el convento del Carmen Calzado de Valladolid, en de
Santa Teresa de Jesús, por un devoto suyo", que se conserva en la
Biblioteca Nacional de Madrid. Gracias a este texto hoy tenemos la certeza de
que los dos Ángeles alféreces fueron
realizados por Gregorio Fernández para ser colocados sobre pedestales, con otros
dos desaparecidos, junto a los cuatro pilares del crucero de la iglesia del
convento del Carmen Calzado (en terrenos actualmente ocupados por la Consejería
de Sanidad de la Junta de Castilla y León, antes Hospital Militar) durante las
fiestas de celebración de la canonización de Santa Teresa12 en 1622.
También sabemos que allí se colocaron, en su condición de escoltas celestiales,
con los rostros dirigidos al altar mayor, donde se produjo la coronación de la santa,
así como que portaban armas (mazas) y escudos y que sujetaban un estandarte de
tafetán rematado por una cruz dorada13.
El principal interés de estos ángeles es el ofrecer
un tipo de técnica de la que se conservan escasos ejemplos, con las cabezas y
las extremidades talladas en madera y ensambladas sobre un maniquí después
recubierto con telas naturales encoladas que les proporcionan un gran
naturalismo. Ello permite que, pese a su altura, cercana a los 2 metros, su
peso quede sensiblemente mermado respecto a una talla realizada enteramente en
madera.
Las expresivas y teatrales figuras, llenas de
resabios manieristas, presentan originales diseños en sus cabezas insertadas en
posición girada respecto al torso, con cuellos cilíndricos muy largos, rostros
ovalados con cejas, pestañas y ojos pintados y largos cabellos rubios con
mechones despegados y ondulantes junto a las orejas.
Visten una indumentaria que se convertiría en
prototipo de las representaciones angélicas vallisoletanas, con una coraza —coracinas en peto y espaldar— ajustada
de cuero que les proporciona un aire militar y que permite relacionarlos con
las legiones celestiales, superpuesta a amplias y largas túnicas que no llegan
a los tobillos y que tienen mangas anchas y aberturas laterales para facilitar
el movimiento de las piernas. Se completan con un vistoso manto sujeto sobre el
hombro izquierdo. La posición de los dedos delata que portaran aquellos objetos
ya identificados que ayudaban a definir su identificación y su función en el ritual
barroco, seguramente con el emblema carmelitano en los escudos, así como el
trabajo del cráneo, con la forma adaptada para la colocación de gorros con
penachos, hoy perdidos.
Parte de su expresividad y elegancia se debe al
vistoso colorido de su policromía, donde el intenso rojo liso del manto,
ribeteado en dorado, se contrapone a los elaborados motivos florales de la
túnica —primaveras—, aplicados a
punta de pincel con llamativos colores sobre un fondo blanco. Este preciosismo
polícromo, como pervivencia de un componente manierista de tipo cortesano, está
acorde con otras obras realizadas por Gregorio Fernández en esos años, un tipo
de policromía que había alcanzado su punto álgido en el relieve de la Adoración de los Pastores que hiciera en
1614 para una capilla del coro bajo del Monasterio de las Huelgas Reales, en
cuyo centro también aparece un bello ángel en actitud de oración.
En definitiva, estos dos ángeles ponen de manifiesto
que los grandes maestros de la escultura barroca española no sólo recurrieron a
la aplicación de postizos en su afán por dotar de mayor realismo a las
imágenes, sino también a la imaginería ligera a base de telas encoladas. Si de
Gregorio Fernández conocemos los casos del paño de pureza aplicado al magnífico
Ecce Homo del Museo Diocesano y
Catedralicio de Valladolid o su trabajo en imaginería ligera en el San Luis Gonzaga de la iglesia
parroquial Olivares de Duero, otro tanto podemos decir del uso de esta técnica en 1610 por parte de Juan Martínez Montañés en
las imágenes de San Ignacio de Loyola
y San Francisco de Borja de la
iglesia de la Anunciación de Sevilla, alcanzando como recurso técnico un gran
refinamiento en las dolorosas de Pedro de Mena.
Ángeles alféreces. Gregorio Fernández y taller, h. 1620 Iglesia de San Pelayo de Olivares de Duero (Valladolid) |
(Continuará)
Informe y fotografías: J. M. Travieso
NOTAS
10 AMADOR MARRERO, Pablo Francisco. Traza española, ropaje indiano: El Cristo de Telde y la imaginería en
caña de maíz. Ayuntamiento de Telde (Gran Canaria), 2002.
11 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Acotaciones
a Gregorio Fernández y su entorno artístico. Boletín del Seminario de
Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 46, 1980, p. 380.
Detalle de un proyecto de decoración efímera para la entrada de Felipe V en Madrid en 1701. Dibujo de Teodoro Ardemans. |
13 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio (edición coordinada por Jesús
Urrea). Ángeles alféreces. Teresa de
Jesús y Valladolid. La Santa, la Orden y el Convento. Ayuntamiento de
Valladolid, 2015, pp. 100-101.
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