LA ROGATIVA
Me llamo Esteban y soy de San José, un pueblecito
de Segovia entre Pecharromán y Valtiendas y dependiente de este último
municipio.
Soy el más pequeño de cuatro hermanos: Terencio,
Gorgonio, Sarbelio y yo, que tuve la suerte de nacer el 26 de diciembre, el día
de San Esteban. Mis hermanos, los pobres, nacieron en días con el santo que ni
escogido. Los dos primeros, mártires y el tercero un presbítero que se retiró
al desierto. No me extraña que acabaran como acabaron. Los santos, digo.
Aunque nos apellidamos Gómez, por parte de padre y
López por la de madre y que, además, con los nombres que nos gastamos en la
familia y en un pueblo de 39 vecinos, se supone que estaríamos perfectamente
identificados. Pues no. Nos tienen que llamar por el nombre, seguido del mote
de padre: Cojoncillos.
El mote le cayó a padre siendo niño el día que le
pilló el cura comiéndole sus higos en la misma higuera. Como en casa de mi padre pasaban mucha hambre se ve que no quiso
bajar, pese a las voces del cura, hasta estar lleno. Como era un niño, y no
quería dar una mala contestación de adulto, se le ocurrió decirle “Tóqueme
usted los cojoncillos”, con bastante respeto como se ve.
Pero el cura lo cascó en misa al domingo siguiente.
Y el pueblo entonces tenía mucha gente. Doscientos vecinos largos. La
asignación del mote fue fulminante y hereditaria. Como el pecado original. ¡Qué culpa tendríamos nosotros de los cojoncillos de mi padre! aunque claro, según
se mire, sí que tuvimos algo que ver.
Muertos padre y madre, en la casa estamos todos
solteros y si no fuera por la prima Edelmira que nos arregla un poco la casa
una vez a la semana, ya nos habrían comido los bichos.
De la cocina se encarga Sarbelio que prepara unas
ollas de legumbres o patatas con lo que pille que nos duran varios días. Ya le
tenemos dicho que no sea tan largo con las patatas que al tercer día no hay
dios que se las coma. Y además sin moje.
Terencio es el cerebro de la familia. El que
organiza y decide los cultivos y se va a la Caja para las cuentas y lo de la
PAC. Lo suyo son los papeles y los números, así que los tratos los hace siempre
él.
Gorgonio es más manitas y desde que compraron la
soldadora, es el que arregla todos los arados, el remolque y todo lo que lleve
hierro. Menos la bilbaína, que es de fundición y casi la destroza. Como se ha
corrido la voz, los otros del pueblo, que no son tontos, le piden que les
arregle también a ellos sus aperos, pero Terencio dice que vale, aunque el trabajo
y los electrodos hay que pagarlos.
A mí, en San José, me tienen un poco como al tonto
del pueblo. No trabajo, porque mis hermanos me decían desde pequeño “quita diay, que no vales paná”. Y eso en
los pueblos se corre enseguida. Y más en mi pueblo que todos somos parientes. Y
labradores.
Lo cierto es que me he acostumbrado a ver cómo
trabajan los demás, a leer los libros de la casa del cura donde mi padre robaba
los higos (todos de vidas de santos y mártires: de ahí debía de sacar don
Eutimio los nombres que nos clavó a todo el pueblo). También ayudo al cura de
Sacramenia cuando viene a algún funeral o por la función, porque para oír misa
hay que ir a Valtiendas.
Y así voy pasando los días. Me dicen de todo, pero
no vivo mal. Si hace bueno al campo y si hace malo a leer en cá del cura. Y es
que la televisión no se "prende" en casa hasta que no llegan mis
hermanos.
El año pasado, por el mal tiempo, la sementera vino
muy tarde y, encima esta primavera, casi tampoco ha caído ni una gota.
Terencio, estaba que echaba verrón por la boca porque veía que la cosecha se
estaba echando a perder.
Como la sequía se alargaba y las cebadas empezaban
a agostarse sin siquiera granar, convocó a los hombres del pueblo, a falta de
bar donde reunirse, en el colgadizo de nuestro corral.
Qué bien hablaba mi hermano ¡Y con qué autoridad!
Flanqueado por mis otros dos hermanos que asentían con la cabeza a cada cosa
que decía. Cuando hablaba con el palillo en la boca se veía que entendía; pero
cuando de verdad quería convencer, cogía el palillo entre los dedos índice y
pulgar y movía la mano, como los directores de orquesta de la tele con su
varita blanca o como los políticos cuando cogen las gafas de la mano.
Es que no hablaba, sentenciaba.
Cuando propuso una medida desesperada para salvar
la cosecha, todos preguntaron cuánto iba a costar. Él contestó que lo que
cobrara el cura de Sacramenia por venir al pueblo para sacar al Santo en
rogativa, que sería poco más o menos lo que llevaba por celebrar un funeral.
Pero advirtió que era necesario que saliera todo el pueblo en rogativa, que
luego el agua, si venía, iba a ser para todos por igual.
Todo el mundo estuvo de acuerdo.
Esto fue tal que un miércoles… pues al domingo
siguiente y después de decir todas las misas de la comarca, el cura se presentó
por la tarde para, ya comidos, sacar en rogativa al Santo.
La procesión, que duró desde las cuatro y media a
casi las seis, acabó de nuevo en la iglesia con todo el pueblo ilusionado:
habían empezado a levantarse nubes. Muchas nubes y muy grandes. Se quedaron en
la iglesia cantando y rezando al Santo, que tan rápidamente había escuchado sus
plegarias.
Yo, otra cosa no, pero el olfato lo tengo muy largo
y para mí que empezaba a oler a tierra mojada. Salí de la iglesia y vi la que
se estaba preparando. El aire estaba muy revuelto y el cielo se estaba
volviendo completamente negro.
En menos un cuarto de hora, llegó el diluvio
universal. Una cortina de agua con gotas como cubos se desató en un momento y
empezó a inundar las calles del pueblo por las que el agua corría como ríos.
Cuando empezó a granizar, bolas como nueces, me tuve que refugiar. Empezaron a
romperse tejas y uralitas. Y a meterse el agua dentro de casas y sotechados.
Para rematar, otra terrible chaparrada nos soltó en
menos de media hora lo que no había hecho en dos años. Lo mismo el Arroyo del
Coto que el de los Frailes, secos los dos desde que yo recuerde, se llenaron de
una escorrentía que arrastró todas las tierras de labranza que se habían puesto
encima y volvió a crear los cauces de nuevo. Las tierras del alto, entre el
agua y el pedrisco, quedaron arrasadas y no sabía uno qué era peor, si verlas
inundadas en los bajos o como un erial en los tesos.
Armado de valor y empapado hasta los huesos, me fui
para la iglesia donde continuaban todos, sólo que ahora rezando a Santa Bárbara
Bendita. Señalando al Santo y a voz en grito les dije: ¡sacarle, sacarle ahora,
para que vea la que ha preparado!
Bueno, pues... ¿querrán creer que después de todo
le han mantenido como Santo Patrón del pueblo?
Y lo que es peor, cuando vuelva a haber rogativas,
estoy seguro que le vuelven a sacar.
Como a Rajoy.
Luego, que el tonto del pueblo soy yo. ¡Vátete de ahí!
Javier Rodríguez, diciembre 2014
Taller Literario
Domus Pucelae. Texto nº 17
Ilustración:
"La familia bien, gracias".
* * * * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario