APOTEOSIS O
TRIUNFO DE LA IGLESIA
Bartolomé
Santos (activo en Valladolid entre 1648 y 1661)
Hacia 1660
Óleo sobre
lienzo
Real Iglesia
de San Miguel y San Julián, Valladolid
Pintura
barroca. Escuela castellana
Esta pintura vallisoletana, de formato monumental y grandilocuente iconografía, no pasa de ser una obra secundaria en relación con
las creaciones de los grandes maestros del barroco español. Sin embargo, es
todo un testimonio de la mentalidad religiosa que marcaba las directrices de la
vida española en el siglo XVII, durante el reinado de los Austrias, y de los
afanes de algunos sectores de la Iglesia católica por mantener una respuesta,
inspirada por los postulados de Trento, a los ataques protestantes al culto a
las imágenes, a las reliquias, a la validez de los sacramentos y a la cátedra de Roma.
Tan elocuente pintura fue encargada en el tercer
cuarto del siglo XVII, junto a otras tres que formaban una serie alegórica
sobre la Apoteosis de la Iglesia, por
los jesuitas de la Casa Profesa de Valladolid, una orden caracterizada por su
defensa ardiente de la fe y su espíritu combativo frente a la herejía, que sin
duda encontraba en este tipo de pinturas alegóricas la plasmación idónea de sus
ideales y creencias, en cuyo trasfondo se puede atisbar un encriptado Triunfo de los Austrias a través de la
exaltación de la Eucaristía, una temática religiosa que antecede a aquella que
alcanzaría su máxima expresión en 1685 en la obra maestra de la Adoración de la Sagrada Forma que
realizara Claudio Coello para el monasterio de El Escorial, una escena de
adoración eucarística en la que aparece retratado el rey Carlos II y toda su
corte.
Detalle de El Triunfo de la Iglesia. Izda: Bartolomé Santos, h. 1660 / Dcha: Rubens, h. 1625 |
La pintura fue realizada por Bartolomé Santos, un
pintor local que pasó la mayor parte de su vida trabajando como ayudante de
Diego Valentín Díaz y que comenzó su andadura independiente a la muerte de su
maestro, ocurrida en 1660. Debió ser en ese momento cuando los jesuitas
vallisoletanos le encargaron tan importante trabajo, que se convertiría en lo
más significativo de su escasa producción personal.
Bartolomé
Santos toma como fuente de inspiración una genial creación del gran maestro
Pedro Pablo Rubens, cuya iconografía copia y reinterpreta cambiando la posición
y el marco de la escena, pero manteniendo la fuerza y el vigor del original,
aunque con una paleta más limitada y convencional.
El Triunfo de la Iglesia. Rubens, h. 1625, Museo del Prado |
LA COMPOSICIÓN ORIGINAL DE RUBENS
Conviene recordar que la composición original de
Rubens fue encargada en 1625 por la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, hija de
Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, que solicitaba al gran maestro el
diseño de diecisiete tapices para ser donados al convento de las Descalzas
Reales de Madrid, donde se encuentran en la actualidad. La serie trataba el
tema de la exaltación de la Eucaristía, dogma principal de la Iglesia católica
del que la soberana de Flandes se había convertido en tenaz defensora en un
momento en que los territorios europeos se habían convertido en escenario de
las luchas entre católicos y protestantes, contribuyendo de esta manera a la
propaganda y al apoyo a la Iglesia católica.
Rubens concibió unas escenas alegóricas que
reproducen desfiles triunfales pintados en simulados tapices colgantes entre
arquitecturas barrocas, de modo que el resultado final sería la ilusión de un
tapiz dentro de un tapiz real. En el Museo del Prado se conservan seis tablas
con los modelos originales pintados por Rubens para preparar los cartones que,
en un tamaño mucho mayor, utilizarían los tapiceros para la confección de los
tapices. En ellos se representan las alegorías de Los defensores de la Eucaristía, La Victoria de la Verdad sobre la Herejía, El Triunfo de la Iglesia, El
Triunfo del Amor Divino y La victoria
de la Eucaristía sobre la Idolatría, escenas que Rubens adapta con gran
erudición al ideal glorioso de los Austrias hasta convertirse en el paradigma
de la propaganda católica a través del arte.
LA COMPOSICIÓN DE BARTOLOMÉ SANTOS
Tres de estas escenas, como la que representa El Triunfo de la Iglesia, fueron tomadas
como modelo por Bartolomé Santos, que reprodujo con suma fidelidad la expresiva
iconografía triunfante del pintor flamenco en una pintura del tamaño monumental
del tapiz original, aunque prescindió del marco arquitectónico, de la decoración de
guirnaldas en la parte superior y de presentar la escena como una pintura en un
tapiz colgante, optando por colocarla en un ámbito real con un fondo
paisajístico e incluyendo en la parte inferior una larga cartela explicativa.
Bajo otra cartela ovalada, situada en el centro de
la parte superior, en la que figura la inscripción aclaratoria "Ecclesia per Eucharistam triumphans"
(La Iglesia triunfante por la Eucaristía), el personaje principal de la
composición es una personificación alegórica de la Iglesia Triunfante,
encarnada por una mujer que montada sobre una suntuosa cuadriga enarbola y
muestra con gesto solemne a su paso por el mundo una custodia con la Eucaristía
como signo de salvación. La matrona luce una anacrónica indumentaria de
pontifical confeccionada en seda, a modo de papisa, con una rica capa pluvial
adornada con bordados florales. Con gran sutileza, la custodia con la Sagrada
Forma como fuente de poder, casi invisible, comparte protagonismo con la figura
femenina que de forma bien visible la sostiene, aludiendo de esta forma al
papel de la Iglesia como receptora del misterio y su beneficios.
Acompañando a la mujer, cuatro ángeles la asisten y
completan su significado. Por detrás un ángel hace el ademán de coronarla con
la tiara papal, símbolo de los tres poderes de la Iglesia, mientras que el
carro es guiado al frente por un pequeño ángel asistido o inspirado por el
Espíritu Santo en forma de paloma. Montado sobre uno de los briosos caballos
blancos otro ángel, con aspecto de efebo, porta el tradicional conopeo o
sombrilla papal, al que van atadas las emblemáticas llaves pontificias que
abren las puertas del cielo y de la tierra. A su lado, en pleno vuelo, se
coloca el ángel de la Victoria (de aspecto pagano e inspirado en las victorias
romanas), que sujeta una palma y levanta una corona de laurel. Otros ángeles, a
modo de heraldos, hacen sonar trompetas festejando el triunfo de la Iglesia,
que mediante el juego de símbolos viene a ser representada por el papa, teniendo
como servidor en la tierra al rey de España.
Al frente del cortejo, el brío de los cuatro
caballos, inspirados en el caos de los cuatro jinetes del Apocalipsis, es
sofocado por cuatro doncellas que personifican las cuatro virtudes cardinales
—la Justicia porta una espada que no figura en el original de Rubens— que
conducen la marcha de la Iglesia.
El carro victorioso y el complejo
acompañamiento de personajes se inspira en las representaciones triunfales
romanas, en la visión celestial de Ezequiel y en los carros de los dioses
recreados por pintores renacentistas, en este caso adornado con guirnaldas como
muestra de la abundancia de la cristiandad.
La combinación de elementos paganos y cristianos
caracterizaron la cultura del humanismo cristiano que se extendió por Europa en
los siglos XVI y XVII. Durante el barroco, este significado triunfal se
trasladó a los carros utilizados en algunas ciudades en la fiesta del Corpus y
en algunas representaciones de dioses paganos, como es el caso de la diosa
Cibeles.
Al paso del carro triunfal caen atropelladas las
figuras alegóricas de paganos y herejes. Entre las ruedas aparecen vencidos el
Odio y la Discordia, esta última representada como una Furia con cabellos de
serpientes y con una tea encendida que ha caído bajo las ruedas. Caminando
junto al carro, a punto de perder el equilibrio, se colocan la Ignorancia
—representada por un anciano con orejas de burro— y la Ceguera, que con los
ojos vendados no ve el camino que ilumina una mujer que simbolizando la
Doctrina sujeta una lámpara encendida al final del cortejo.
De esta manera, a través de un juego maniqueo se
contrapone la exaltación católica sobre las fuerzas del mal, que cuando Rubens
ideó la escena estaban representadas por protestantes y turcos. Es, por tanto,
una pintura de contenido dogmático y de reafirmación muy acorde con las ideas
jesuíticas.
EL PINTOR LOCAL BARTOLOMÉ SANTOS
Tanto de la biografía como de la obra del pintor
las noticias que nos han llegado son escasas. Como ya se ha dicho, desde 1648
aparece en el panorama pictórico vallisoletano como discípulo y ayudante de
Diego Valentín Díaz, junto al que trabajó hasta su muerte, lo que, en opinión
de Enrique Valdivieso, le privó de forjar su propia personalidad.
Sabemos que Bartolomé Santos vivió en Valladolid y que en 1648
contrajo matrimonio con Ana María del Amo1. En 1660 aparece citado como testigo
en el testamento de Diego Valentín Díaz, que en agradecimiento le legaba
algunos de sus bienes, ocupándose en 1661 de tasar y concluir algunas pinturas
inacabadas de su maestro, como las del retablo de Palacios de Campos. Se le
atribuye un retablo de Villagarcía de Campos, aunque su mejor obra conocida son
las copias de los Triunfos de Rubens
para la iglesia jesuítica de San Ignacio de Valladolid (actual iglesia de San
Miguel), serie compuesta por El Triunfo
de la Iglesia que hemos analizado, El
Triunfo de la Eucaristía sobre la Filosofía y El Triunfo de la Eucaristía sobre la Idolatría, las tres firmadas.
A ellas se suma otra que representa al Espíritu
Santo inspirando a evangelistas y santos.
Sin embargo, la denostada crítica que hace
Valdivieso de estas pinturas, achacando el uso de colores desvaídos y con
escasos matices2, si las analizamos en profundidad no merecen una opinión tan
drástica, lo que induce a pensar que esta apreciación estuviera motivada por la contemplación de las obras con la
suciedad acumulada que sufrieron durante mucho tiempo (todavía están pendientes de una limpieza a fondo) y su dificultad de apreciación por estar colgadas en la capilla-sacristía a una altura considerable.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique. La
pintura en Valladolid en el siglo XVII. Valladolid, 1971, pp. 174-176.
2 Ibídem, p. 175.
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Wonderfull, ,greeting from Mons city in Belgium.
ResponderEliminarBuenos días,
ResponderEliminarme encuentro realizando un estudio sobre una obra muy similar a la comentada en el artículo y me gustaría poder contactar con la persona que escribió este artículo.
Un saludo y gracias de antemano.