24 de julio de 2015

Theatrum: LA SAGRADA FAMILIA, prototipo iconográfico para la devoción josefina








LA SAGRADA FAMILIA
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, h. 1576-Valladolid 1636)
1620-1621
Madera policromada
Iglesia de San Lorenzo, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana









Este grupo escultórico, que supone una subjetiva representación de la Sagrada Familia, estuvo destinado al espacio central del retablo de una capilla de la primitiva iglesia de San Lorenzo, de la que ostentaba el patronazgo la Cofradía de San José, Nuestra Señora de Gracia y Niños Expósitos, que lo veneraba como imagen titular de la misma. Todo tiene su origen en 1540, año en que fue fundada esta cofradía para dedicarse a recoger, criar, distribuir y enterrar a los niños abandonados, encontrando su amparo en la iglesia de San Lorenzo.

Desde 1574 la Cofradía de San José, de eficiente actividad y bien documentada, conseguiría del Ayuntamiento el permiso para representar comedias en exclusiva en el patio del Hospital en el que ejercía sus funciones benéficas, situado frente a la iglesia de San Lorenzo (actual plaza de Martí y Monsó) y con la misma advocación que la cofradía, cuya recaudación era destinada a su actividad social con los infantes desfavorecidos. En este proceso de conseguir tal privilegio fue decisiva la iniciativa de los cofrades Cristóbal Pérez y Ambrosio Núñez, que elevaron su petición al rey Felipe II y su Consejo, consiguiendo que el Consejo Real encargara al Consejo de Valladolid hacer efectiva la concesión de representaciones de comedias en exclusiva para convertirse en su principal fuente de ingresos.

     Esto tuvo dos consecuencias inmediatas: la creación en Valladolid de un teatro estable de comedias, abandonándose las esporádicas representaciones teatrales en plazas públicas y puertas de la ciudad, y la recaudación por la cofradía de los ingresos necesarios para atender sus cultos en su propia capilla y a la gran cantidad de niños expósitos en el Hospital.

Ese año la Cofradía de San José y Niños Expósitos conseguía comprar a doña Ana del Portillo un solar frontero para ampliar el espacio del patio del Hospital y en 1575 los cofrades solicitaban al autor de comedias Mateo de Salcedo la traza de un teatro estable en el patio, que con el tiempo se convertiría en el Corral de Comedias de Valladolid. Tras un periodo de ligera decadencia en la obtención de ingresos, producida tras el regreso de la Corte a Madrid en 1605, lo que produjo el encarecimiento de la vida, por iniciativa del acaudalado don Martín Sánchez de Aranzamendi, Comisario de la Cofradía, en 1609 se comenzaba a levantar  un nuevo Corral de Comedias según la traza de Francisco Salvador, siendo el maestro de obras Bartolomé de la Calzada quien lo culminaba en 1611. La renovación de la actividad permitió cubrir el patio y agrandar los aposentos en 1626.

Paralelamente, en 1606 la Cofradía de San José y Niños Expósitos adquiría la capilla de la iglesia de San Lorenzo que pondría bajo la advocación de San José, asumiendo el influjo ejercido por Teresa de Jesús en la exaltación del santo como padre ejemplar, que sin duda extendería su protección a los más necesitados: los niños expósitos1. En aquella capilla tendrían lugar tanto los cultos rutinarios de la cofradía como los bautizos y enterramientos de tan desgraciados niños, a los que intentaban encontrar padrinos en familias de la parroquia y en respetables miembros del Concejo, la Universidad y la Chancillería, incluso entre los comediantes que aportaban los ingresos necesarios para su subsistencia.

Para presidir el retablo de la capilla, la Cofradía de San José y Niños Expósitos encargaba en 1620 a Gregorio Fernández, escultor en plena madurez, la que sería su imagen titular. El artista entregaba un magistral conjunto procesional, a tamaño natural, representando a la Sagrada Familia, grupo escultórico que, siguiendo las indicaciones del escultor, un año después sería policromado por Diego Valentín Díaz2, el mejor pintor del momento en Valladolid y residente junto a la iglesia de San Lorenzo (en terrenos del actual convento de Santa Ana). Este novedoso conjunto, especialmente la figura de San José, se convertiría en el patrón de los cómicos, que lo veneraban en el retablo barroco que presidía la capilla de la desaparecida iglesia de San Lorenzo, sirviendo de modelo para otras dos cofradías vallisoletanas que también eligieron a San José como santo titular.

La autoría del excepcional conjunto, que está pidiendo a gritos una restauración y limpieza que recupere los valores de su bella policromía, oculta bajo barnices ennegrecidos, ya fue adjudicada a Gregorio Fernández por Canesi3, que en la capilla primigenia, ornamentada con rameados pintados, conoció el grupo colocado en un nuevo retablo que fue dorado por Santiago Montes en 1726. Sin embargo, sería García Chico4 quien proporcionaría la documentación del encargo al maestro gallego, por el que sabemos que cobró por el trabajo 40.800 maravedís y que estaba destinado a salir en procesión en la festividad de San José.

Gregorio Fernández consolida en el grupo de la Sagrada Familia una serie de prototipos iconográficos que posteriormente serían muy imitados y difundidos por otros escultores, como ocurriría con muchas de sus obras del ciclo de la Pasión, con el personal modelo de Inmaculada establecido en su taller y con la interpretación que hiciera del aspecto de algunos santos recién canonizados, como Santa Teresa, San Ignacio de Loyola, etc. En este caso el modelo evoluciona sobre la experiencia anterior del magnífico altorrelieve de la Sagrada Familia que realizara alrededor de 1615 para el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero (Valladolid), no sólo ajustando la escena al bulto redondo para su cometido procesional, sino asentando definitivamente, de una forma personalísima, la figuración de San José y del Niño Jesús.

En nuestros días el grupo, que se conserva íntegro, aunque desprovisto del entorno barroco de su desaparecida capilla original, se muestra de forma musealizada en una moderna capilla semicircular revestida de ladrillo y con función de baptisterio, con las figuras colocadas sobre pedestales de piedra por separado.

La Virgen
Aparece colocada a la izquierda del Niño Jesús y se corresponde en escala y ademanes a la figura de San José. Representa a una mujer joven y su cuerpo aparece revestido de abultados ropajes formados por una túnica ceñida a la cintura, un ampuloso manto que se sujeta con un alfiler y se cruza en diagonal al frente, recordando los modelos de Pompeo Leoni, y la cabeza cubierta por una toca blanquecina que se desliza por su izquierda doblándose estratégicamente del cuello al hombro derecho. En todos estos elementos textiles predominan los característicos pliegues angulosos que en ocasiones adquieren un aspecto metálico, formando un claroscuro que contrasta con la tersura del rostro, que al inclinarse para dirigir su mirada a Jesús adquiere un semblante melancólico, efecto reforzado con el gesto de alargar la mano para sujetar la del NIño.

Su policromía ya ha abandonado el gusto por el preciosismo precedente, a base de primaveras o grandes motivos florales sobre los paños, para decantarse por colores lisos más naturalistas, limitando la ornamentación a la cenefa que pintada a punta de pincel recorre los ribetes. La encarnación es mate, con las mejillas sonrosadas, y lleva ojos de cristal como único postizo. Su anatomía sigue una disposición cargada de clasicismo a partir del uso del contrapposto, lo que le permite moverse en el espacio con gran elegancia y expresividad.

San José, retablo del Nacimiento. Gregorio Fernández, 1614
Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
El Niño Jesús       
En los años en que se realizaba este grupo escultórico hacían furor las imágenes exentas del Niño Jesús, especialmente las destinadas al interior de las clausuras. A la elaboración de las mismas se dedicaron, en toda España, desde los más notables maestros escultores, tales como Alonso Cano o Martínez Montañés en Andalucía, a toda una pléyade que repetían sus modelos, generalmente presentando la figura infantil en plena desnudez que después era revestida con un variado repertorio de prendas de confección real y aderezos.

En este sentido, en esta obra Gregorio Fernández define de una forma muy personal su propio modelo de Niño Jesús, presentándole con los brazos abiertos hacia los lados y vestido con una túnica tallada de amplios faldones que va ceñida a la cintura por un cíngulo y se remata con un ancho cuello vuelto, produciendo a la altura de los pies artificiosos plegados de aspecto metálico. También se convertirá en un prototipo el trabajo de la cabeza, que en ocasiones repite en las figuras de algunos ángeles, caracterizada por sus grandes ojos de cristal, sus mejillas voluminosas y el cabello formado por largos mechones serpenteantes que casi cubren las orejas y forman sobre la frente dos bucles simétricos y abultados.

Sagrada Familia. Gregorio Fernández, 1615
Monasterio de Santa María de Valbuena de Duero (Valladolid)
Se completa la figura con delicados motivos florales que recubren la totalidad de la túnica, así como con la inconfundible disposición arqueada de los dedos para sujetar algún atributo postizo, como una sierra de carpintero, una cruz, etc. En el caso de esta Sagrada Familia es precisamente la imagen del Niño la que presenta mutilaciones en los dedos que le restan expresividad.

Respecto a esta iconografía tan definida, por otro lado escasa en la producción fernandina, es destacable la figura del Niño Jesús que acompañando a San José aparece en el grupo que realizara en 1623 para el retablo de la iglesia del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, más conocido como convento de Santa Teresa, posiblemente la imagen más bella del Niño Jesús de cuantas tallara Gregorio Fernández. Conviene recordar que sería precisamente en el ámbito carmelitano teresiano donde eran especialmente solicitadas estas representaciones de San José con el Niño, bien formando grupo o por separado.

San José 
Es en la figura de San José, de especial relevancia para la Cofradía que lo encargó, donde Gregorio Fernández establece uno de sus más bellos arquetipos iconográficos, un tipo de representación josefina que sería copiada repetidamente por discípulos e imitadores en años posteriores. El patriarca adopta el aspecto de un joven y vigoroso labriego castellano, vestido con una amplia túnica corta que le cubre por debajo de las rodillas y va ceñida a la cintura, con una capa por encima rematada con un ancho cuello vuelto y sujeta por un broche —a modo de fíbula— metálico, completando el atuendo con botas de cuero.

San José. Gregorio Fernández, 1610-1620
Convento de San José, Medina del Campo
Si su indumentaria constituye una constante, otro tanto ocurre con el tipo humano representado, especialmente identificable por el trabajo de la cabeza, de discreto tamaño respecto al cuerpo. Gregorio Fernández concibe a San José con el cabello corto, con minuciosos mechones peinados hacia adelante y formando tres características puntas sobre la frente, repitiéndose el delicado trabajo en el generoso bigote y la barba de dos puntas. Los globos oculares aparecen resaltados y los ojos, con aplicaciones de cristal, rasgados, con nariz recta y la boca de labios carnosos y cerrada, lo que le proporciona un severo aspecto.

Este prototipo ya había aparecido en la obra temprana de Fernández, mostrándose perfectamente definido en el altorrelieve del retablo del Nacimiento que realizara en 1614 para el monasterio de las Huelgas Reales, en el altorrelieve de la Sagrada Familia del monasterio de Santa María de Valbuena de Duero y en la escultura de San José, de pequeño formato, elaborada entre 1610 y 1620 para el convento teresiano de San José de Medina del Campo.

A partir de este modelo de la iglesia de San Lorenzo el escultor incorporaría a su repertorio josefino el magnífico grupo de San José y el Niño del retablo de la iglesia del convento de Santa Teresa de Valladolid, elaborado en 1623, así como el San José de un retablo colateral del convento franciscano de Eibar (Guipúzcoa), desaparecido en 1936, y el que presidiera desde 1622 el retablo del convento medinense de San José, que por razones desconocidas, fue sustituido por una versión realizada en 1690 por José de Rozas.             

San José y el Niño. Gregorio Fernández, 1623
Retablo del convento de Santa Teresa, Valladolid
Gregorio Fernández mantuvo en las figuras de San José una esmerada policromía, siendo constantes los tonos verdosos para la túnica y los rojizos para la capa, incluyendo simuladas labores de encaje en el cuello y vistosos motivos florales de gran tamaño cubriendo los paños, siempre con la vara florida como atributo y con una característica corona de tipo resplandor atravesando la cabeza.

Informe: J. M. Travieso.      


NOTAS

1 EGIDO LÓPEZ, Teófanes, La religiosidad de Valladolid en tiempos de Gregorio Fernández. Gregorio Fernández: Antropología, Historia y Estética en el Barroco, Ayuntamiento de Valladolid, 2008, pp. 238-242.

2 MARTÍ Y MONSÓ, José. Estudios Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid. Ayuntamiento de Valladolid, Ámbito Ediciones y Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1992, p. 398.

3 CANESI ACEVEDO, Manuel. Historia de Valladolid 1750, vol. I. Facsímil Ayuntamiento de Valladolid, Grupo Pinciano y Caja España, Valladolid, 1996, p. 322.

4 GARCÍA CHICO, Esteban. Gregorio Fernández (1576-1636). Valladolid, 1952.


San José y el Niño. Luis Fernández de la Vega, 1650
Iglesia del Carmen, Medina del Campo




















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