1 de julio de 2015

Fastiginia: ¿Una imagen del primitivo retablo de la capilla del Colegio de San Gregorio?


Estampas y recuerdos de Valladolid

Cuando en 1490 fue terminada de construir por Juan Guas y Juan de Talavera la capilla del Colegio de San Gregorio, fundación de Fray Alonso de Burgos, confesor de la reina Isabel y obispo de Palencia, diócesis a la que por entonces pertenecía Valladolid, tan influyente prelado, que había impulsado este centro de estudios teológicos de la orden dominica, encargó para dicha capilla, que estaba comunicada a la altura del crucero con las naves de la contigua iglesia de San Pablo, igualmente patrocinada por él, un retablo acorde con la magnificencia del marco arquitectónico. Para ello recurrió de nuevo a los artistas más prestigiosos del ámbito burgalés, el más pujante de Castilla en ese momento, figurando en el libro Becerro de San Gregorio (según publicara Martí y Monsó en 1898-1901 en su obra Estudios Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid) que los artistas que se encargaron de la obra fueron el Maestre Guilles, escultor, y Diego de la Cruz, pintor.

El retablo, realizado en madera dorada y policromada, debió ser deslumbrante a juzgar por las citas recogidas por estudiosos y viajeros que llegaron a conocerlo in situ, pues, para nuestra desgracia, tan apreciada obra fue destruida durante la ocupación francesa, cuando las tropas de Napoleón se asentaron en el convento de San Pablo, siendo dispersadas algunas de sus esculturas integrantes por destinos desconocidos. Ello daría lugar a la mitificación de tan admirada obra artística y a que investigadores de nuestro tiempo sigan haciendo indagaciones esporádicas intentando identificar algunas de las esculturas que pudieron formar parte del legendario retablo, tarea harto difícil por la escasez de datos y por los condicionantes estilísticos fuera de contexto.

El punto de partida, tras los estudios de Martí y Monsó, nos lo proporcionaba en su obra Gil de Siloé under Maestro Guilles el hispanista alemán August Liebmann Mayer al identificar al Maestre Guilles con el escultor Gil de Siloé, el más importante escultor en tiempos de los Reyes Católicos, con un prestigioso taller abierto en Burgos, especialmente activo entre 1486 y 1501, del que salieron obras tan espectaculares para la Cartuja de Miraflores como el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, el sepulcro del infante don Alfonso y el retablo mayor, así como el retablo de la capilla de la Concepción y el retablo de Santa Ana de la Capilla del Condestable, ambos en la catedral burgalesa. De modo que el retablo encargado por Fray Alonso de Burgos hoy es comúnmente aceptado que fuera tallado por Gil de Siloé y policromado por Diego de la Cruz, su habitual colaborador en estas tareas.

Sin embargo, las referencias al retablo a lo largo del tiempo sólo proporcionan datos genéricos que son insuficientes. En 1501, el francés Antonio de Lalaing, que formó parte de la corte que acompañó a Felipe el Hermoso en su primer viaje a España, se limitó a recoger generalidades del retablo, entre ellas sus medidas —treinta pies de alto y dieciocho de ancho—, siendo más explícita la descripción realizada por el jesuita y cronista vizcaíno Pablo José de Arriaga a principios del siglo XVII, que destacaba la calidad y suntuosidad del retablo gótico y la presencia en él de los principales misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, junto a escudos y armas reales sujetos por leones y águilas, describiendo un crucifijo de talla entera. Tampoco son aclaratorias las citas de Tomé Pinheiro da Veiga en su Fastiginia (1605), que se limita a afirmar que era un retablo soberbio, ni las de Antonio Ponz en su Viaje a España (1772).

Cristo del Humilladero, Ciguñuela (Valladolid)
La descripción más detallada la proporcionaría el historiador baezano Isidoro Bosarte en su Viaje artístico a varios pueblos de España (1804), pionero en la noción del patrimonio artístico, que escribe sobre el retablo: «El retablo principal de la capilla es en sus ornatos la quinta esencia de las sutilezas del goticismo, comparable solo al sepulcro del rey Don Juan el II, que está en la cartuja de Burgos,... Por asunto principal del retablo se ve una Piedad ó Señor difunto con el acompañamiento acostumbrado, y son en todas ocho figuras del tamaño natural, encima un calvario, y por remate cinco escudos de armas. En el retablo hay además veinte y una medallas de relieve con la vida y pasión del Señor, y muchas estatuas pequeñas. Hay apariencia de que el retrato primitivo de Don Fr. Alonso de Búrgos sea el que se figura rezando arrodillado, en una de las quatro caxas ó nichos del primer cuerpo de este retablo, acompañado de otras cuatro figuras, de las quales dos parecen también retratos. Conviene mirar este retablo para ver quanto puede hacerse de prolixo quando falta el fundamento del diseño; arte severa, que ni admite trampa ni facilidades, y que decide sobremanera del gusto de las edades y aun de las naciones».

Ya desaparecido de su emplazamiento original, en 1828 el retablo era citado por el dominico fray Domingo Díaz en 1828 en su obra Relación topográfica antigua y moderna del insigne Colegio de San Gregorio (datos publicados por Juan Agapito y Revilla en Para la historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid, Boletín de la Sociedad castellana de Excursiones, Valladolid, 1919), donde, según el criterio de los gustos neoclásicos vigentes, estimaba sus esculturas de poco mérito, afirmando que un crucifijo se conservaba en la vallisoletana iglesia de San Juan.

Desde entonces las referencias al retablo quedaron dormidas, hasta que Julia Ara Gil estudió a fondo su historia en Escultura gótica en Valladolid y su provincia (Valladolid, 1977), proporcionando la mayoría de los datos que de forma sintética aquí se han recogido.

Una verdadera novedad fue aportada en 2001 por Jesús Urrea en su trabajo El Crucifijo del retablo de la capilla de San Gregorio de Valladolid reencontrado, incluido en las "Actas del Congreso Internacional sobre Gil de Siloe y la Escultura de su época", celebrado en Burgos ese año, donde identificaba al conocido como Cristo del Humilladero, conservado en la iglesia de San Ginés de Ciguñuela (Valladolid), como procedente de aquel retablo, basando su tesis en los datos contenidos en los folios del Libro de Fábrica e iglesia de este lugar de Ciguñuela de Valladolid, redactados entre 1850 y 1887. Desde entonces esta atribución ha permanecido irrefutable.

La Ascensión, iglesia de Herrera de Duero (Valladolid)
Cuando en el año 2002 fue presentada la exposición "Del olvido a la memoria IV", con una colección de obras restauradas por la Diputación de Valladolid (en colaboración con la Junta de Castilla y León y el Arzobispado de Valladolid), entre ellas figuraba el altorrelieve anónimo de La Ascensión, conservado en la iglesia de Santa María de Herrera de Duero (Valladolid). Tras la consolidación y la limpieza efectuada, la obra fue documentada por José Ignacio Hernández Redondo, que encontró en ella una indudable relación técnica y estilística con la obra de Gil de Siloé y con el tipo de policromía aplicada en sus retablos por Diego de la Cruz, con evidentes similitudes con el relieve de La Ascensión del tambor giratorio del retablo de la Cartuja de Miraflores. Ello le llevó a proponer, aunque sea imposible demostrarlo, que fuera uno de los veintiún relieves de la vida de Cristo que integraron el retablo de la capilla del Colegio de San Gregorio.

Sin motivos tan convincentes como los esgrimidos por Jesús Urrea y José Ignacio Hernández Redondo, encontramos otra pieza que pudiera haber pertenecido a aquel retablo, aunque todos los razonamientos sean bastante inconsistentes. Se trata de una imagen de La Virgen con el Niño que pertenece a la colección particular de José María Almagro. Intentando identificar la obra, este coleccionista solicitaba en 1992 un diagnóstico de autoría al Instituto Real del Patrimonio Artístico de Bruselas, que se limitó a datar la obra a finales del siglo XV y a señalar su posible procedencia de Malinas o Lovaina. Respondiendo a la misma petición, Hans M. J. Nieuwdoord, director del Museum Mayer Van Den Bergh de Amberes, también apuntaba su filiación a la escuela de Malinas, señalando como posible autor de su policromía a Jan Van Wavere, aunque el escultor fuera desconocido.
   
Santa Catalina, retablo de la Cartuja de Miraflores (Burgos)
Sin embargo, en 1994 Robert Didier, especialista del Instituto Real del Patrimonio Artístico de Bruselas, respondía a la misma petición sobre su posible origen y escuela descartando su elaboración en Bruselas, Malinas, Amberes o Lovaina. Apuntaba, por el contrario, sus características hispano-flamencas y la equiparaba con la Virgen del Tríptico de la Adoración de los Reyes de Covarrubias (Maestro de Covarrubias), indicando también la posibilidad de que pudiera tratarse de una obra de juventud de Gil de Siloé, que la habría realizado entre 1470 y 1490.

Según estos indicios de estilo y cronología, de tratarse de una obra de Gil de Siloé, el único capaz de conseguir tal nivel de calidad, la policromía podría pertenecer a Diego de la Cruz, un pintor de origen incierto y activo en Burgos al menos desde 1482. Justamente es un detalle de su policromía lo que plantea la incógnita de su relación con el retablo de la capilla del Colegio de San Gregorio, pues en los estofados de uno de los pliegues del manto, colocado sobre la rodilla de la Virgen, aparece bien visible una flor de lis, el característico emblema de Fray Alonso de Burgos que se repite hasta la saciedad por todos los elementos decorativos del centro docente dominico.

A pesar de que ninguna de las descripciones del retablo menciona esta figura de la Virgen con el Niño, que estaría colocada en la calle central, como lo estaba el relieve del Llanto sobre Cristo muerto, del que se conoce su existencia y ubicación, presentamos este interrogante como un juego de especulación para investigadores y estudiosos.

Tríptico de los Reyes, colegiata de Covarrubias (Burgos) 
La imagen, tallada en medio bulto (modalidad de chuleta) para ser colocada en un retablo, ofrece las elegantes características de las figuras femeninas de Gil de Siloé, con la Virgen en posición frontal, entronizada, con el torso erguido y sujetando en sus rodillas al Niño, que en posición escorzada se entretiene pasando las hojas de un Libro de Horas. Las idealizadas figuras muestran el distanciamiento solemne que produce su hieratismo y refinada gesticulación, destacando las esbeltas proporciones, los rostros ovalados con frentes despejadas, los ojos rasgados, los mechones filamentosos y dorados de la cabellera femenina, la descripción minuciosa de la indumentaria y la relación de la figura del Niño con los modelos de Malinas.

El debate sigue abierto.




Virgen con el Niño. Gil de Siloé ? / Colección J. Mª. Almagro.











































































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