Estampas y recuerdos de Valladolid
Cuando en 1490 fue terminada de construir por Juan
Guas y Juan de Talavera la capilla del Colegio de San Gregorio, fundación de Fray
Alonso de Burgos, confesor de la reina Isabel y obispo de Palencia, diócesis a
la que por entonces pertenecía Valladolid, tan influyente prelado, que había
impulsado este centro de estudios teológicos de la orden dominica, encargó para
dicha capilla, que estaba comunicada a la altura del crucero con las naves de
la contigua iglesia de San Pablo, igualmente patrocinada por él, un retablo acorde con la magnificencia del
marco arquitectónico. Para ello recurrió de nuevo a los artistas más
prestigiosos del ámbito burgalés, el más pujante de Castilla en ese momento,
figurando en el libro Becerro de San Gregorio (según publicara Martí y Monsó en
1898-1901 en su obra Estudios
Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid) que los
artistas que se encargaron de la obra fueron el Maestre Guilles, escultor, y
Diego de la Cruz, pintor.
El retablo, realizado en madera dorada y
policromada, debió ser deslumbrante a juzgar por las citas recogidas por
estudiosos y viajeros que llegaron a conocerlo in situ, pues, para nuestra
desgracia, tan apreciada obra fue destruida durante la ocupación francesa,
cuando las tropas de Napoleón se asentaron en el convento de San Pablo, siendo
dispersadas algunas de sus esculturas integrantes por destinos desconocidos.
Ello daría lugar a la mitificación de tan admirada obra artística y a que
investigadores de nuestro tiempo sigan haciendo indagaciones esporádicas
intentando identificar algunas de las esculturas que pudieron formar parte del legendario
retablo, tarea harto difícil por la escasez de datos y por los condicionantes
estilísticos fuera de contexto.
El punto de partida, tras los estudios de Martí y
Monsó, nos lo proporcionaba en su obra Gil
de Siloé under Maestro Guilles el hispanista alemán August Liebmann Mayer
al identificar al Maestre Guilles con el escultor Gil de Siloé, el más
importante escultor en tiempos de los Reyes Católicos, con un prestigioso
taller abierto en Burgos, especialmente activo entre 1486 y 1501, del que
salieron obras tan espectaculares para la Cartuja de Miraflores como el
sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, el sepulcro del infante don Alfonso y
el retablo mayor, así como el retablo de la capilla de la Concepción y el
retablo de Santa Ana de la Capilla del Condestable, ambos en la catedral
burgalesa. De modo que el retablo encargado por Fray Alonso de Burgos hoy es
comúnmente aceptado que fuera tallado por Gil de Siloé y policromado por Diego
de la Cruz, su habitual colaborador en estas tareas.
Sin embargo, las referencias al retablo a lo largo
del tiempo sólo proporcionan datos genéricos que son insuficientes. En 1501, el
francés Antonio de Lalaing, que formó parte de la corte que acompañó a Felipe
el Hermoso en su primer viaje a España, se limitó a recoger generalidades del
retablo, entre ellas sus medidas —treinta pies de alto y dieciocho de ancho—, siendo
más explícita la descripción realizada por el jesuita y cronista vizcaíno Pablo
José de Arriaga a principios del siglo XVII, que destacaba la calidad y
suntuosidad del retablo gótico y la presencia en él de los principales
misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, junto a escudos y armas reales
sujetos por leones y águilas, describiendo un crucifijo de talla entera.
Tampoco son aclaratorias las citas
de Tomé Pinheiro da Veiga en su Fastiginia
(1605), que se limita a afirmar que era un retablo soberbio, ni las de Antonio
Ponz en su Viaje a España (1772).
Cristo del Humilladero, Ciguñuela (Valladolid) |
La descripción más detallada la proporcionaría el
historiador baezano Isidoro Bosarte en su Viaje
artístico a varios pueblos de España (1804), pionero en la noción del
patrimonio artístico, que escribe sobre el retablo: «El retablo principal de la capilla es en sus ornatos la quinta esencia
de las sutilezas del goticismo, comparable solo al sepulcro del rey Don Juan el
II, que está en la cartuja de Burgos,... Por asunto principal del retablo se ve
una Piedad ó Señor difunto con el acompañamiento acostumbrado, y son en todas
ocho figuras del tamaño natural, encima un calvario, y por remate cinco escudos
de armas. En el retablo hay además veinte y una medallas de relieve con la vida
y pasión del Señor, y muchas estatuas pequeñas. Hay apariencia de que el
retrato primitivo de Don Fr. Alonso de Búrgos sea el que se figura rezando
arrodillado, en una de las quatro caxas ó nichos del primer cuerpo de este
retablo, acompañado de otras cuatro figuras, de las quales dos parecen también
retratos. Conviene mirar este retablo para ver quanto puede hacerse de prolixo
quando falta el fundamento del diseño; arte severa, que ni admite trampa ni
facilidades, y que decide sobremanera del gusto de las edades y aun de las
naciones».
Ya desaparecido de su emplazamiento original, en
1828 el retablo era citado por el dominico fray Domingo Díaz en 1828 en su obra
Relación topográfica antigua y moderna
del insigne Colegio de San Gregorio (datos publicados por Juan Agapito y
Revilla en Para la historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid, Boletín
de la Sociedad castellana de Excursiones, Valladolid, 1919), donde,
según el criterio de los gustos neoclásicos vigentes, estimaba sus esculturas
de poco mérito, afirmando que un crucifijo se conservaba en la vallisoletana
iglesia de San Juan.
Desde entonces las referencias al retablo quedaron
dormidas, hasta que Julia Ara Gil estudió a fondo su historia en Escultura gótica en Valladolid y su
provincia (Valladolid, 1977), proporcionando la mayoría de los datos que de
forma sintética aquí se han recogido.
Una verdadera novedad fue aportada en 2001 por
Jesús Urrea en su trabajo El Crucifijo
del retablo de la capilla de San Gregorio de Valladolid reencontrado,
incluido en las "Actas del Congreso Internacional sobre Gil de Siloe y la
Escultura de su época", celebrado en Burgos ese año, donde identificaba al
conocido como Cristo del Humilladero,
conservado en la iglesia de San Ginés de Ciguñuela (Valladolid), como procedente
de aquel retablo, basando su tesis en los datos contenidos en los folios del Libro de Fábrica e iglesia de este lugar de
Ciguñuela de Valladolid, redactados entre 1850 y 1887. Desde entonces esta
atribución ha permanecido irrefutable.
La Ascensión, iglesia de Herrera de Duero (Valladolid) |
Cuando en el año 2002 fue presentada la exposición
"Del olvido a la memoria IV", con una colección de obras restauradas
por la Diputación de Valladolid (en colaboración con la Junta de Castilla y
León y el Arzobispado de Valladolid), entre ellas figuraba el altorrelieve anónimo
de La Ascensión, conservado en la
iglesia de Santa María de Herrera de Duero (Valladolid). Tras la consolidación
y la limpieza efectuada, la obra fue documentada por José Ignacio Hernández
Redondo, que encontró en ella una indudable relación técnica y estilística con
la obra de Gil de Siloé y con el tipo de policromía aplicada en sus retablos
por Diego de la Cruz, con evidentes similitudes con el relieve de La Ascensión del
tambor giratorio del retablo de la Cartuja de Miraflores. Ello le llevó a proponer,
aunque sea imposible demostrarlo, que fuera uno de los veintiún relieves de la
vida de Cristo que integraron el retablo de la capilla del Colegio de San
Gregorio.
Sin motivos tan convincentes como los esgrimidos por
Jesús Urrea y José Ignacio Hernández Redondo, encontramos otra pieza que
pudiera haber pertenecido a aquel retablo, aunque todos los razonamientos sean
bastante inconsistentes. Se trata de una imagen de La Virgen con el Niño que pertenece a la colección particular de
José María Almagro. Intentando identificar la obra, este coleccionista
solicitaba en 1992 un diagnóstico de autoría al Instituto Real del Patrimonio
Artístico de Bruselas, que se limitó a datar la obra a finales del siglo XV y a
señalar su posible procedencia de Malinas o Lovaina. Respondiendo a la misma
petición, Hans M. J. Nieuwdoord, director del Museum Mayer Van Den Bergh de
Amberes, también apuntaba su filiación a la escuela de Malinas, señalando como
posible autor de su policromía a Jan Van Wavere, aunque el escultor fuera
desconocido.
Santa Catalina, retablo de la Cartuja de Miraflores (Burgos) |
Sin embargo, en 1994 Robert Didier, especialista del
Instituto Real del Patrimonio Artístico de Bruselas, respondía a la misma
petición sobre su posible origen y escuela descartando su elaboración en
Bruselas, Malinas, Amberes o Lovaina. Apuntaba, por el contrario, sus
características hispano-flamencas y la equiparaba con la Virgen del Tríptico de la Adoración de los Reyes de
Covarrubias (Maestro de Covarrubias), indicando también la posibilidad de que pudiera tratarse de una obra de
juventud de Gil de Siloé, que la habría realizado entre 1470 y 1490.
Según estos indicios de estilo y cronología, de
tratarse de una obra de Gil de Siloé, el único capaz de conseguir tal nivel de
calidad, la policromía podría pertenecer a Diego de la Cruz, un pintor de
origen incierto y activo en Burgos al menos desde 1482. Justamente es un
detalle de su policromía lo que plantea la incógnita de su relación con el
retablo de la capilla del Colegio de San Gregorio, pues en los estofados de uno
de los pliegues del manto, colocado sobre la rodilla de la Virgen, aparece bien
visible una flor de lis, el característico emblema de Fray Alonso de Burgos que
se repite hasta la saciedad por todos los elementos decorativos del centro
docente dominico.
A pesar de que ninguna de las descripciones del
retablo menciona esta figura de la Virgen
con el Niño, que estaría colocada en la calle central, como lo estaba el
relieve del Llanto sobre Cristo muerto,
del que se conoce su existencia y ubicación, presentamos este interrogante como
un juego de especulación para investigadores y estudiosos.
Tríptico de los Reyes, colegiata de Covarrubias (Burgos) |
La imagen, tallada en medio bulto (modalidad de
chuleta) para ser colocada en un retablo, ofrece las elegantes características
de las figuras femeninas de Gil de Siloé, con la Virgen en posición frontal,
entronizada, con el torso erguido y sujetando en sus rodillas al Niño, que en
posición escorzada se entretiene pasando las hojas de un Libro de Horas. Las
idealizadas figuras muestran el distanciamiento solemne que produce su
hieratismo y refinada gesticulación, destacando las esbeltas proporciones, los
rostros ovalados con frentes despejadas, los ojos rasgados, los mechones
filamentosos y dorados de la cabellera femenina, la descripción minuciosa de la
indumentaria y la relación de la figura del Niño con los modelos de Malinas.
El debate sigue abierto.
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¿Y no podría pertenecer a uno de los altares de la sacristía?
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