LLANTO SOBRE
CRISTO MUERTO
Isidro
Villoldo (Toledo? - Sevilla, hacia 1575)
Hacia 1547
Madera
policromada
Museo
Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Escultura
renacentista española. Escuela castellana
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Isidro Villoldo. Detalle del retablo de San Juan Bautista, hacia 1538 Iglesia de San Juan, San Juan de la Encinilla (Ávila) |
ISIDRO VILLOLDO: UN ESCULTOR CASI DESCONOCIDO
Se conocen muy pocos datos de la biografía de este
escultor. Nacido posiblemente en Toledo, realizó su formación en el taller de
Alonso Berruguete, cuya influencia se patentiza en toda su obra en el gusto por
dotar a las figuras de un canon alargado, un dinámico movimiento y la
aplicación de recursos italianizantes. Comenzó su andadura como escultor hacia
1526 y estuvo casado con Francisca Blázquez, con la que tuvo dos hijos: Pablo e
Isidro1.
En 1538 acude a Ávila para trabajar con el
ensamblador Cornelis de Holanda en la realización de la sillería del coro de la
catedral, que venía a sustituir a otra anterior del siglo XIV, un proyecto que imitaba
la que coordinara entre 1525 y 1529 Andrés de Najera en el monasterio de San
Benito el Real de Valladolid, en cuya elaboración colaboraron Guillén de
Holanda, Juan de Valmaseda, Felipe Bigarny, Diego de Siloé y otros. En la
sillería abulense Isidro Villoldo se ocuparía de tallar los tableros de los
respaldos de los estalos superiores con un apostolado y una decoración de
grutescos con genios y figuras monstruosas que acusan la influencia de los
gustos decorativos de Vasco de la Zarza.
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Isidro Villoldo. Milagro de San Cosme y San Damián, hacia 1547 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
De nuevo colabora junto a Cornelis de Holanda en el
retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista de San Juan de la Encinilla
(Ávila), para el que este ensamblador realizó la fastuosa estructura, ocupándose Isidro
Villoldo, según Jesús Parrado del Olmo, de toda la escultura de los cuatro
cuerpos y el ático del retablo plateresco, que se combina con cuatro
calles laterales con escenas pintadas.
Entre 1539 y 1542 Isidro Villoldo permanece en
Toledo trabajando nuevamente en la realización de una sillería de coro
catedralicia, en este caso como colaborador de Alonso Berruguete, que junto al
borgoñón Felipe Bigarny había sido contratado para llevar a cabo un magno
proyecto, alentado por el cardenal Tavera, que incluía relieves en madera y
alabastro en la sillería alta como complemento a la sillería baja ya existente,
elaborada en el siglo XV por Rodrigo Alemán. Para esta tarea Berruguete
requirió la ayuda de Francisco Giralte, Inocencio Berro, Pedro de Frías e
Isidro Villoldo, al que se atribuyen los treinta y cuatro plafones de nogal
bajo el guardapolvo.
Igualmente en Toledo, labraba en piedra las dos
parejas de ninfas sosteniendo el blasón heráldico del cardenal Tavera que
aparecen sobre los extremos de la cornisa de la portada el Palacio Episcopal.
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Atribuido a Isidro Villoldo. Cristo yacente, hacia 1550 Convento de Santa Isabel de Hungría, Valladolid |
En 1547 daba las trazas para el retablo de la
iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de El Barraco (Ávila), contratado por
varios entalladores, realizando algunos de los relieves que lo integran.
Por esos años Isidro Villoldo también realizó relieves y esculturas para distintas
iglesias y conventos de la provincia de Valladolid, como para la capilla
funeraria del doctor Francisco Arias en el convento de San Francisco de
Valladolid, del cual en el proceso desamortizador únicamente fue rescatado el
expresivo relieve del Milagro de San
Cosme y San Damián que actualmente se conserva en el Museo Nacional de
Escultura, elaborado hacia 1547. Otra obra suya es el relieve del Llanto sobre Cristo muerto recogido en
el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, realizado por esos mismos años,
siéndole atribuido también en Valladolid un Cristo
yacente que se conserva dentro de un gran escaparate colocado en la capilla
de San Francisco del convento de Santa Isabel, perteneciente a la comunidad de
clarisas franciscanas.
A mediados
del siglo XVI participaba en el Retablo
mayor de la colegiata de San Antolín de Medina del Campo, una obra patrocinada
por disposición testamentaria dada en 1539 por doña Catalina de Sedeño, años después
concertada con el ensamblador Joaquín de Troya, que delegó la hechura de la
mitad del retablo a Cornelis de Holanda y Juan Rodríguez, con Luis Vélez como
autor de la policromía. No obstante, la elaboración se dilató en el tiempo,
llegando a participar en el conjunto Isidro Villoldo y Pedro de Salamanca,
seguidores de Alonso Berruguete, junto a
Juan Picardo, de influencia juniana, y el romanista Leonardo Carrión, activo en
la villa medinense.
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Isidro Villoldo. Izda: Altar de San Segundo, 1547 / Dcha: Retablo de la capilla de San Bernabé, 1549-1553, ambos en la catedral de Ávila |
De nuevo para la catedral abulense, en 1547 realizaba en alabastro el Retablo de San Segundo, proyectado por Vasco de la Zarza, que murió
antes de iniciarlo. Esta meritoria obra aparece colocada junto a un pilar del
crucero, formando pareja con otro dedicado a Santa Catalina situado en el lado
opuesto. Consta de un frontal de altar con el escudo del Cabildo, un banco
recorrido por relieves de la vida del santo y hornacinas con figuras de santos
y virtudes, con la imagen titular del que fuera primer obispo de Ávila, en
actitud de bendecir, entre dos columnas que flanquean el nicho central. El
conjunto se completa con una profusa decoración italianizante en frisos,
ménsulas, basas, fustes, pilastras y remates superiores, trabajo en el que
contó con la colaboración de Juan Frías.
Entre 1549
y 1553 trabajaba nuevamente con Juan Frías como colaborador en la sacristía de
la catedral de Ávila, que sirvió de Sala Capitular y fue convertida en capilla
de San Bernabé. Para este espacio realizó en alabastro de Cogolludo un bello
retablo2 plateresco, enmarcado entre dos columnas corintias de orden
colosal y profusamente decoradas con motivos a candelieri, que consta de un frontal, banco, un cuerpo único y
ático, dividido verticalmente en tres calles.
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Isidro Villoldo. San Juan Bautista, hacia 1553 Museo Instituto Gómez Moreno, Granada |
En el
frontal, obra de Vasco de la Zarza, aparece el escudo del Cabildo sostenido por
ángeles; en el centro del banco el
relieve de San Bartolomé, flanqueado
por los de San Pedro y San Andrés, los tres separados por
pilastras con hornacinas aveneradas que acogen las alegorías de la Fe, la Esperanza, la Caridad y
la Justicia.
El espacio
central del cuerpo está ocupado por nicho con arco escarzano que alberga el
grupo de la Flagelación, trabajado en
bulto redondo y compuesto por las figuras de Cristo atado a la columna y dos
sayones flagelantes, mientras en las calles laterales aparecen dos relieves con
escenas que representan a Pilatos
lavándose las manos y Rabinos
pidiendo la muerte de Jesús,
sobre los que se colocan dos medallones con bustos masculinos y femeninos.
En el
centro del ático aparece la figura del Ecce
Homo entre dos ángeles que descorren cortinas y en los extremos figuras de putti sujetando pebeteros. Siguiendo la
estela dejada en Ávila por Vasco de la Zarza, se completa con una profusión
decorativa a base de grutescos y motivos lombardos en frisos, pilastras, fustes
de columnas y remates, con abundantes, en las basas de las columnas o sujetando
cartelas y pebeteros.
Para el
mismo espacio, Isidro de Villoldo elaborada en madera hacia 1555, junto
a los escultores Juan Frías y Pedro de Salamanca, cuatro grupos escultóricos
pasionales que con los temas del Camino
del Calvario, la Crucifixión, el Descendimiento y la Resurrección fueron colocados en las ventanas cegadas de los testeros de los cuatro muros, recubiertos
de blanco para ajustar su aspecto a la estética del retablo en alabastro,
complementando a las escenas de la Flagelación y Ecce Homo que aparecen en
aquél.
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Isidro Villoldo. Calvario, hacia 1560 Cartuja de Santa María de las Cuevas, Sevilla |
En 1553 el
escenario de trabajo de Isidro Villoldo cambió por completo, pues tuvo que desplazarse
a Sevilla para trabajar en el retablo mayor de la Cartuja de Santa María de las Cuevas,
monasterio que le cedió una vivienda en el barrio de Triana. Allí su actividad
fue fructífera, divulgando en tierras sureñas la novedosa plástica castellana,
contribuyendo con ello a la creación de la escuela renacentista andaluza. De
aquella estancia, se conserva la magnífica escultura en madera policromada de San Juan Bautista, recientemente
restaurada, que se conserva en el museo del Instituto Gómez Moreno de Granada.
Isidro
Villoldo murió de forma repentina hacia 1575, cuando todavía no había culminado
el retablo de la cartuja de Santa María de las Cuevas, donde aún se conserva el
grupo del Calvario. El trabajo fue
continuado por el salmantino Juan Bautista Vázquez el Viejo, que apoderado de
Francisca Blázquez, viuda de Isidro Villoldo, se desplazó a la ciudad para
trabajar acompañado por sus colaboradores, entre los que encontraban su hijo
Juan Bautista Vázquez el Mozo y Jerónimo Hernández.
El legado de Isidro Villoldo se caracteriza por su
forma elegante de componer, por su estilizadas figuras siguiendo la senda de
Berruguete y por las superficies suaves tratadas a la manera italiana, con un
notable sentido escenográfico preocupado por sugerir profundidad y con figuras
dotadas de un gran dinamismo, expresividad y espiritualidad. Demostró su
dominio para trabajar el mármol, el alabastro y la madera, generalmente policromada
con estofados de gran riqueza.
EL RELIEVE DEL LLANTO SOBRE CRISTO MUERTO
Preservado en el Museo Diocesano y Catedralicio de
Valladolid, este altorrelieve sin duda formó parte de un retablo realizado por
Isidro Villoldo hacia 1547. En él se muestra deudor de la estética de los
modelos difundidos por su maestro Alonso Berruguete, ajustándose a una
iconografía muy extendida durante el siglo XVI de la que en Valladolid se
conservan notables ejemplos, como el grupo realizado por el
Maestro de San Pablo de la Moraleja hacia 1500 (Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid),
el realizado por
Alejo de Vahía hacia 1510 (Museo Diocesano y Catedralicio de
Valladolid) o el realizado por
Esteban Jordán hacia 1570 (Museo Nacional de
Escultura), tallas que durante el siglo XVI encuentran su contrapunto en obras
pintadas con el mismo tema.
En el relieve se acumulan los ocho personajes
preceptivos que son habituales en la narración, todos ellos a gran escala
respecto a las dimensiones del tablero y con una acertada claridad compositiva
en la que predominan los escorzos. El protagonismo de la escena lo adquiere la
figura de Cristo, recién descendido de la cruz visible al fondo, cuya
estilizada anatomía es colocada sobre un sudario que sujeta Nicodemo formando
una diagonal, mientras José de Arimatea le despoja de la corona de espinas y la
Virgen le estrecha en su regazo con gesto compungido.
En un segundo plano se sitúa a la izquierda el
apóstol San Juan, con gesto doliente, ensimismado y con las manos unidas a la
altura del pecho en actitud de plegaria. En el lado contrario se acumulan a
espaldas de la Virgen las Santas Mujeres: María Cleofás, María Salomé y María
Magdalena, identificada por portar el tarro de perfumes semiabierto.
En el ángulo superior derecho el escultor incluye
en relieve la escena consecutiva del Santo Entierro en la que se duplican los
personajes, con Nicodemo colocando el sudario y José de Arimatea colocando la
losa del sepulcro. El resto del espacio se reserva para un paisaje pintado en
tonos azulados con una vista de la ciudad de Jerusalén, en cuyos accesos se
aprecian personajes a pie y a caballo.
Los personajes presentan una volumetría escalonada
para insinuar profundidad, la mayor parte de ellos con el cuerpo en disposición
de tres cuartos y formando dos grupos tipológicos, uno determinado por los
atuendos judaizantes de José de Arimatea y Nicodemo, y otro por la repetida
indumentaria de las mujeres a base de una toca blanca y un amplio manto con
pliegues de gran suavidad. Entre ellas destaca la joven figura de la Magdalena,
la única con largos cabellos al aire, luciendo una diadema y ataviada con un
lujoso vestido cerrado con un broche. Como es habitual, el escultor se esmera
en representar con detalle los objetos anecdóticos, de la misma manera que en
el relieve del Milagro de San Cosme y San
Damián, en este caso en la corona de espinas trenzada, en el tarro de
perfumes de la Magdalena o en los adornos en forma de diminutas perlas añadidas
a la diadema, el broche y los puños de algunas indumentarias.
El grupo presenta un rico acabado, muy habitual en
los retablos platerescos, con una policromía rigurosamente aplicada de forma
selectiva, al modo de Berruguete. En las carnaciones contrastan los tonos
curtidos predominantes en los rostros con la palidez de la Virgen y el cuerpo
macilento de Cristo, acentuando el carácter sufriente de las figuras con los
ojos enrojecidos y regueros de lágrimas discurriendo por sus mejillas.
Efectista es el conjunto de estofados que cubren
por completo las vestiduras y que al dejar aflorar el oro subyacente dotan a la
escena de extraordinaria luminosidad. Unos representan motivos geométricos y
otros florales, destacando las orlas que recorren los gorros y mantos a base de
motivos vegetales seriados, siendo especialmente cuidada la figura de la
Virgen, en cuyo manto, dentro de formas romboidales, se representan ramos de
azucenas de evidente significación simbólica, con una rica orla en el borde a
base de dragones enfrentados —alegoría apocalíptica— dispuestos como grutescos.
Con todos estos recursos compositivos Isidro
Villoldo consigue un efecto escenográfico realmente efectista, pero sobre todo
se muestra como un fiel seguidor de Alonso Berruguete, de quien él mismo se
declaraba alumno en su declaración en el célebre pleito3 disputado
por Juan de Juni y Francisco Giralte con motivo de la realización del retablo
de la iglesia de Santa María de la Antigua de Valladolid.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 GÓMEZ MORENO, María Elena: Isidro
de Villoldo, escultor. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y
Arqueología (BSAA), Tomo 8, Valladolid, 1941-1942, pp. 139-150.
2 Cartillas excursionistas "Tormo" III: Ávila. Hauser y Menet, Madrid, 1917, p. 17.
3 ARIAS DE COSSÍO, Ana María: El
arte del Renacimiento español. Ed. Encuentro, Madrid, 2009, p. 243.
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