Un hecho aparentemente intrascendente, pero decisivo para la historia de España por lo que iba a significar en el futuro, ocurrió en Valladolid el 19 de octubre de 1469 de una forma un tanto insólita: la boda de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos, que contrajeron matrimonio en un palacio de Valladolid de forma clandestina y falsificando las leyes eclesiásticas de la época.
La historia venía precedida de una serie de turbios enfrentamientos ocurridos durante el reinado del vallisoletano Enrique IV (1425-1474), hijo de Juan II de Castilla en sus primeras nupcias con María de Aragón, debido a las disputas de distintos grupos de nobles por ejercer su influencia sobre el poder. Cuando Juan de Pacheco, marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, fueron desplazados del gobierno por Beltrán de la Cueva, acusaron al rey de haber incumplido la tradición de mantener relaciones sexuales con su esposa ante testigos, dudando de la legitimidad de su hija heredera, la princesa Juana. Es más, contando con el apoyo del cronista Alonso de Palencia, enemigo declarado del rey, extendieron el bulo de que el auténtico padre de la joven fuera el propio don Beltrán, pasando a nombrarla como "Juana la Beltraneja" y al rey como "El impotente". Poco después, en 1464, tampoco aceptaron la propuesta de Enrique IV de aceptar como heredero a Alfonso, príncipe de Asturias, hijo de Juan II en segundas nupcias con Isabel de Portugal, lo mismo que la infanta Isabel, su hermana, argumentando los favores del rey a judíos y musulmanes y su desprecio hacia ciertos nobles castellanos, incluidos sus hermanastros Alfonso e Isabel.
Tras una serie de intrigas palaciegas, en 1465 Beltrán de la Cueva sería apartado de la corte y la fracción del marqués de Villena dictó la Sentencia de Medina del Campo, que regulaba la organización de las cortes y el gobierno, la justicia, las ferias, los nombramientos eclesiásticos y el trato a judíos y musulmanes, medidas que no fueron aprobadas por el monarca. Como consecuencia, sus adversarios proclamaron como rey a Alfonso, que tenía 11 años, en la llamada Farsa de Ávila. El hecho produce la organización de dos ejércitos enfrentados y la concesión, por parte de Enrique IV, de que su hermanastra Isabel contrajese matrimonio con Pedro Girón, aunque éste murió antes de poder celebrar la boda.
En medio de un desorden general, partidarios y adversarios del rey se enfrentaron en 1467 en la Batalla de Olmedo, que resultó favorable a Enrique IV, aunque perdió la ciudad de Segovia. La lucha por los derechos dinásticos se recrudeció tras la muerte del joven Alfonso el 5 de julio de 1468, consiguiendo Isabel su primer triunfo en el Tratado de los Toros de Guisando, en el que fue aceptada por Enrique IV como princesa heredera en detrimento de su hija Juana, aunque el rey se reservaba el derecho de acordar su matrimonio. Es entonces cuando Isabel comienza sus maquinaciones, que terminaron con su enlace en Valladolid.
Isabel I de Castilla
La princesa Isabel había nacido en Madrigal (Ávila) en 1451. Era hija de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, casada en segundas nupcias con el rey de Castilla, y hermanastra de Enrique IV, que ocupó el trono tras el fallecimiento de su padre en 1454.
Cuando en 1468 se firma el Tratado de los Toros de Guisando la joven tenía 17 años. Al poco tiempo Enrique IV propone como candidato al enlace con la princesa a Alfonso V, rey de Portugal, al tiempo que algunos nobles señalaban al francés duque de Berri, lo que incitó a Isabel y sus seguidores, para consolidar sus derechos, a planificar con rapidez el enlace con su primo Fernando, por entonces príncipe heredero de la Corona de Aragón, con el que estaba unida por consanguinidad por ser hermanos sus abuelos y por el que, al parecer, sentía cierta atracción, realizándose los trámites con un gran secretismo.
Para ello se desplazó a Valladolid el 1 de agosto de 1469 y se hospedó en el palacio de don Juan de Vivero, levantado fuera del casco urbano en 1442 por su padre, Alonso Pérez de Vivero, Contador Mayor de Juan II que había sido asesinado por orden de don Álvaro de Luna, cuya familia era incondicional a la causa isabelina. Allí esperó la respuesta de los correos y finalmente la llegada de su futuro esposo y de personajes que le mostraron su apoyo, entre los que ejercía una acción destacada el arzobispo de Toledo.
Fernando II de Aragón
Había nacido en Sos (Zaragoza) en 1452 y era hijo de Juan II de Aragón. Cuando acude a Valladolid tiene 17 años y se cuenta que llegó disfrazado de mercader para pasar desapercibido. Posiblemente llegaba atraído por la belleza y la gracia de modales que se contaban de la joven, a lo que seguiría el amor, pues lo cierto es que la pareja permanecería unida toda la vida acometiendo empresas muy arriesgadas.
EL ENLACE EN VALLADOLID
El infante don Fernando se estableció con sigilo en la villa palentina de Dueñas, desde donde se acercó a Valladolid con una escolta el 14 de octubre por la noche para mantener la primera entrevista con su futura esposa, a la que no conocía personalmente. La espera impaciente de Isabel dio lugar a un singular hecho anecdótico. Cuando llegó la comitiva, la infanta preguntó a don Gutiérrez de Cárdenas quién de los caballeros era don Fernando, a lo que éste respondió con ímpetu mientras señalaba con el dedo "ese es, ese es". Isabel no olvidó aquellas palabras y con el tiempo, como privilegio real, concedió a la familia de los Cárdenas que en su blasón familiar figurasen dos "eses", tal como aparecen a gala en la portada de su palacio en la villa de Ocaña (Toledo), hoy día convertido en sede de los Juzgados (Ilustración 7).
El día 18 por la tarde, llegó don Fernando de nuevo a Valladolid acompañado de varios señores y una escolta de treinta caballos y se hospedaron en el palacio de los Vivero (ilustración 4), donde los príncipes estuvieron protegidos por don Alonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo, don Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla, y don Manrique, conde de Treviño.
En la madrugada del 19 de octubre de 1469, sábado, tuvo lugar el deseado enlace en la "Sala Rica" del palacio, por entonces una amplia estancia cubierta con armadura mudéjar de "par y nudillo" y cuyas paredes habían sido decoradas por Juan de Vivero con colgaduras de ricos brocados. En realidad la ceremonia fue sencilla, "pues todo tuvieron que pedirlo prestado". La misa fue celebrada por Pedro López y actuaron como padrinos don Fadrique, Almirante de Castilla y doña María, esposa de Juan de Vivero, siguiendo a la ceremonia el consabido banquete, en el que participaron cerca de dos mil personas que aclamaron a los nuevos esposos, que despertaron grandes simpatías entre los asistentes.
Un nueva misa, que fue oficiada por el arzobispo de Toledo, tuvo lugar en la tarde de aquel día en la iglesia de Santa María la Mayor, predicando en ella fray Alonso de Burgos, el futuro promotor del convento de San Pablo y del Colegio de San Gregorio. El día 20, siguiendo una costumbre de la época, se expusieron las ropas del lecho nupcial, donde jueces, regidores y caballeros confirmaban la consumación del matrimonio y la virginidad de la esposa, mientras los recién casados pasaban su primer día de luna de miel en el castillo de Fuensaldaña (Valladolid).
Pero consumado el enlace, casi de forma clandestina, no se habían acabado los problemas, ya que sobre los contrayentes todavía gravitaba un inconveniente de gran alcance, pues los príncipes estaban obligados a solicitar la dispensa papal para que el enlace tuviera validez, bajo el riesgo de ser excomulgados por la Iglesia. Pero ante la premura de los intereses políticos esto no sólo no se hizo, sino que se organizó aquella boda secreta e improvisada que durante tres años no sería legítima ante el derecho canónico. En todo el asunto actuó como cómplice el arzobispo de Toledo, que había falsificado la preceptiva bula de dispensa afirmando haber sido firmada por Pío II.
LAS CONSECUENCIAS DE AQUELLA BODA
Enterado Enrique IV del enlace, al que era contrario, dio por roto el Tratado de los Toros de Guisando y tomó dos decisiones drásticas: el retiro del título de princesa heredera a Isabel y el juramento de legitimidad de la infanta Juana, su hija. Además consiguió, como represalia, que el ayuntamiento de Valladolid confiscara a Juan de Vivero su palacio.
Tras la muerte de Enrique IV en 1474, Isabel se autoproclamó reina de Castilla en 1475, siendo una de sus primeras medidas la de devolver el palacio en que se casó a Juan de Vivero cuando la regia pareja visitó de nuevo el palacio aquel año. Pero los partidarios de Juana la Beltraneja, con el apoyo de Portugal, iniciaron una guerra por la sucesión que duraría hasta 1479. Después de sus victorias en las batallas de Toro y Albuera, Isabel fue reconocida en 1476 en las Cortes de Madrigal y en 1479 firmó el Tratado de Alcaçovas con Portugal, logrando el definitivo reconocimiento como Isabel I de Castilla. A sus éxitos se sumaron los de don Fernando, que en 1472 con su ejército aragonés venció a las tropas insurrectas de la Generalitat de Cataluña y en 1479 fue proclamado rey de Aragón tras la muerte de su padre.
Tras recortar los privilegios de la nobleza como primera medida, comenzó la crucial andadura de los célebres monarcas, que llevaron a cabo en todo el territorio peninsular, entre otras decisiones trascendentales, la centralización de la administración en torno al Consejo Real, el nombramiento de corregidores para controlar los municipios, la creación de la Santa Hermandad y la Inquisición, la reforma del clero y la expulsión de los judíos.
Finalmente diremos que el incumplimiento eclesiástico que ocultaron en su boda, quedó subsanado con la concesión, por parte del valenciano Rodrigo Borgia, convertido en el papa Alejandro VI, de la dispensa papal al enlace entre primos, llegando a otorgarles asimismo, en 1494, el ostentoso título de Reyes Católicos.
En ese momento su reinado ya estaba avalado por dos hechos decisivos, la conquista de Granada y el primer viaje de Colón, ambos ocurridos en 1492. Con la real pareja se produciría en España el tránsito del mundo medieval a la época moderna, siendo un logro destacado de los monarcas la estabilidad interior conseguida en sus territorios.
USOS POSTERIORES DEL PALACIO
El palacio de los Vivero conocería nuevos avatares años después, cuando Alfonso Pérez de Vivero fue condenado por matar a su esposa, tomando Isabel la Católica hacia 1490 la determinación de incautar el edificio y sus huertas y ponerle al servicio de la corona para convertirle en sede de la Real Audiencia y Chancillería, máximo órgano judicial que hasta entonces había sido ambulante, con competencia en todo el territorio de la Corona de Castilla situado al norte del Tajo y complementado a partir de 1505 con la Real Chancillería de Granada, con jurisdicción en el sur de España. Para cumplir su misión, el palacio fue bastante reformado, tanto en el exterior como en el patio, perdiendo el carácter de fortaleza y gran parte de sus elementos mudéjares. En 1562 el rey Felipe II construyó junto al Palacio de los Vivero un edificio para albergar el archivo del Supremo Tribunal, obra de Francisco de Salamanca, y otro de fachada clasicista destinado a funcionar como Cárcel.
Desparecida la Chancillería el año 1834, el Palacio de los Vivero fue convertido en la Audiencia Territorial, función que desempeñó hasta 1962. Finalmente, sus dependencias fueron restauradas entre 1990 y 1994 y convertidas en Archivo Histórico Provincial (ilustración 8), con un ingente patrimonio documental gestionado por la Junta de Castilla y León. En su fachada, presidida por un escudo real colocado ya en tiempos de Felipe V, dos placas conmemoran la efeméride que hemos tratado.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944408
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