SANTA
EULALIA O SANTA LÍBRADA DE BAIONA
Luis
Salvador Carmona (Nava del Rey, Valladolid 1709 - Madrid 1767)
Hacia 1760
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del convento de Mercedarios Descalzos de Valladolid
Escultura
barroca cortesana. Transición al neoclasicismo
CUESTIÓN DE
ICONOGRAFÍA
Esta notable obra escultórica tradicionalmente ha sido
considerada por el Museo Nacional de Escultura como una representación de Santa
Líbrada y así figura en antiguos catálogos y publicaciones. Sin embargo, desde
que fuera presentada en La Lonja de Zaragoza entre septiembre y octubre de 2005,
formando parte de la exposición "Tesoros del Museo Nacional de
Escultura", tras un proceso de limpieza y una discreta restauración, ya
que su estado de conservación es óptimo, en el catálogo de la exposición Jesús
Urrea, por entonces director del museo vallisoletano, la presentaba por primera
vez como Santa Eulalia, advocación que se ha mantenido en la cartela
explicativa que le acompaña desde la apertura en el año 2009 de las remodeladas
instalaciones del Museo.
Desconocemos el motivo exacto que ha llevado a cambiar
su identidad, aunque podríamos encontrar la causa en su lugar de procedencia,
el desaparecido convento de Nuestra Señora de la Merced de Valladolid, de la
orden de la Merced Descalza, donde consta que en la capilla de Nuestra Señora
de las Mercedes, terminada en 1749 y la más importante de la iglesia,
existieron dos retablos colaterales, uno dedicado a Santa Eulalia de Barcelona
y otro a San Dimas, cuyas imágenes pasaron al Museo tras el proceso
desamortizador, una de ellas la que aquí tratamos.
Sabida es la estrecha relación de los mercedarios
con la santa barcelonesa desde el mismo momento de la fundación de la orden. El
fundador, San Pedro Nolasco, había comenzado practicando la caridad en el
hospital de Santa Eulalia de la ciudad condal, donde residía, y desde allí encaminó
su actividad benéfica a la redención de cautivos cristianos, labor que se
convertiría en su principal objetivo. Con el apoyo del obispo Berenguer de
Palou y del rey Jaime I, la fundación de una orden dedicada a este menester se
oficializó el 10 de agosto de 1218 ante el emblemático sepulcro de Santa
Eulalia venerado en la catedral de Barcelona. Si el rey don Jaime favoreció a
la Orden de la Merced con la donación de parte de su palacio y otorgándola su escudo regio, por lo que inició su andadura como institución bajo protección
real, el obispo Berenguer entregó a los mercedarios el hospital de Santa
Eulalia y sus rentas. Ello explica que los mercedarios compartieran en sus
conventos la devoción a la Virgen de la Merced con la de Santa Eulalia de
Barcelona, como ocurrió en el convento vallisoletano.
Ahora bien, ¿encargaron los mercedarios expresamente
a Salvador Carmona la imagen para su culto como Santa Eulalia o compraron la
talla de la joven crucificada ya realizada por el escultor y después la
veneraron como la mártir barcelonesa? Aunque este es un enigma que nunca
podremos resolver, cabe la posibilidad de que los mercedarios descalzos
hubiesen malinterpretado su identidad, dado que las iconografías de Santa
Eulalia y Santa Líbrada ofrecen diversas analogías por basarse su hagiografía en
antiguas y fantásticas leyendas piadosas que dificultan una interpretación
acertada y convincente, como después veremos.
Esta posibilidad no debe desdeñarse, pues sin salir
de Valladolid tenemos un caso constatado muy a mano: la veneración en el
convento de San Quirce de una imagen de San Dimas que en realidad era el Cristo
crucificado tallado por Francisco de Rincón en 1604 para el paso procesional de
la Exaltación de la Cruz, en su día
realizado para la Cofradía de la Sagrada Pasión. Este error no fue resuelto hasta
1993 gracias a las pesquisas de Luis Luna Moreno, que recompuso un puzle histórico por
el que ahora sabemos que la imagen del crucificado era la que recibía culto a
lo largo del año, desmontada del paso procesional y como Santo Cristo de la
Elevación, en un altar situado el lado del Evangelio de la cabecera de la
iglesia penitencial de la Pasión. Cuando
la iglesia fue cerrada al culto en 1932, al parecer
por su estado ruinoso, la imagen fue trasladada junto a otros bienes de la cofradía
al convento de San Quirce, mientras que el resto del conjunto, los dos ladrones
y cinco sayones, ingresó en el Museo Nacional de Escultura. La comunidad de
monjas cistercienses contribuyó a la confusión venerando en la clausura a un
San Dimas que no era tal.
Por si esto fuera poco, existe una confusa
iconografía, interpretada más con fines catequéticos que con un rigor ajustado
a la tradición hagiográfica, por la que no sólo es Santa Líbrada la
representada como una joven crucificada, sino que de este modo también aparecen
en ocasiones, entre otras, las vírgenes y mártires Santa Julia de Cartago, Santa Blandina de
Lyon, Santa Fermina de Amelia, Santa Febronia, Santa Tarbula, Santa Eulalia de
Mérida y Santa Eulalia de Barcelona.
Sin embargo, también disponemos de indicios para suponer
que la santa representada se trata de Santa Líbrada, como era considerada hasta
tiempos recientes. La explicación la encontramos al ser aceptada sin reservas la
autoría de Luis Salvador Carmona, escultor que junto a Francisco Salzillo
representa la máxima cota del virtuosismo imaginero alcanzado en España por la
escultura religiosa tardobarroca, pues el escultor vallisoletano ya había
realizado una imagen de Santa Líbrada de idénticas características. Por eso
sorprende el cambio de advocación, ya que se puede comprobar que el propio Luis
Salvador Carmona había realizado hacia 1755 tres esculturas para la iglesia
madrileña de San Justo y Pastor (actual basílica de San Miguel), entre ellas
una imagen de Santa Líbrada que guarda una extraordinaria similitud formal con
esta de Valladolid. Si la identidad de la imagen madrileña no ofrece lugar a
dudas, por estar autentificada en la rotulación de un grabado de la imagen, realizado
en 1756 por Manuel Salvador Carmona, sobrino del escultor, ¿por qué la imagen
vallisoletana, prácticamente idéntica, debe considerarse como Santa Eulalia y no
como una segunda versión de Santa Líbrada? ¿Fue capaz el escultor de
representar de la misma manera a dos santas distintas con una diferencia de
cuatro años?
Por otra parte, tradicionalmente el arte catalán
suele utilizar como atributo identificativo de Santa Eulalia de Barcelona,
desde la Edad Media, la cruz aspada o cruz de San Andrés, como ocurre en las
pinturas de Bernat Martorell y en otras tantas representaciones, así como en
los significativos relieves realizados por Bartolomé Ordóñez en 1519, con
episodios de su vida, que conforman el trascoro de la seo barcelonesa. Por
tanto, teniendo en cuenta que Salvador Carmona hizo un modelo precedente de
Santa Líbrada y que su escultura de Valladolid en nada se ajusta a las
referencias iconográficas catalanas, ¿se puede afirmar que realmente representa
a Santa Eulalia?
LUIS SALVADOR CARMONA COMO IMAGINERO DEL SIGLO XVIII
Luis Salvador Carmona nació el 15 de noviembre de
1709 en Nava del Rey (Valladolid), donde creció en contacto con las geniales
creaciones barrocas de los talleres vallisoletanos, tanto de Bernardo Rincón y
Gregorio Fernández, como de sus seguidores Juan y Pedro de Ávila. Inició su
formación en Segovia, donde un canónigo se percató de sus posibilidades y
ejerció como protector, logrando que, con el consentimiento paterno, fuese a
estudiar al taller que el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron tenía
instalado en Madrid, el más prestigioso de la Corte.
Ya convertido en maestro, trabajó asociado al taller
de Villabrille junto al escultor
segoviano José Galván, pero al fallecer su maestro logró abrir su propio taller
en la calle Hortaleza de la capital de España. En 1731 contrajo matrimonio con
la joven madrileña Custodia Fernández de Paredes, trasladando su obrador
primero a la calle Santa Isabel y después a la de Fúcares (Jesús de Medinaceli).
Su imparable actividad comenzó en 1739 con motivo de colaborar en un retablo de
la iglesia de Santa Marina de Vergara, lo que le proporcionó una clientela
vasca que le reclamaría obras de continuo. Después participó en la decoración
del nuevo Palacio Real de Madrid y atendiendo encargos de distintas iglesias
madrileñas, logrando en 1746 una plaza de profesor en la Academia de Bellas
Artes y dos años después el puesto de Teniente de Escultura en la recién creada
Academia de San Fernando, un cargo que le homologaba a la nobleza.
Tras quedar viudo en 1755, cuatro años más tarde
contrajo de nuevo matrimonio con Antonia Ros Zúcaro, pero al volver a enviudar
en 1761, como consecuencia de un sobreparto, su salud se resintió y su carácter
se tornó depresivo, padeciendo otras enfermedades que le apartaron del trabajo
hasta su muerte en Madrid el 3 de enero de 1767, siendo enterrado en la iglesia
de San Sebastián de la capital de España.
Atrás dejaba una la estela de un prolífico trabajo -más
de quinientas obras-, repartido por la
práctica totalidad de órdenes conventuales y el ámbito de la Corte, siempre con
una obra de inigualable calidad por su esmerado diseño y virtuosismo técnico,
tanto en madera como en piedra, dejando una auténtica antología de esculturas
sacras que evolucionaron del barroco más genuino, incluyendo referencias al
naturalismo dramático de Gregorio Fernández y al trabajo en finísimas láminas
de madera de Pedro de Mena, a las tendencias neoclásicas implantadas en su
época, siendo habituales las correctas anatomías, los plegados al viento
movidos por una fina brisa y las elegantes tonalidades de la policromía
influidas por el gusto rococó. Su figura destaca entre los numerosos miembros
de su familia que se dedicaron a distintas facetas de las artes plásticas.
Un buen ejemplo de su buen hacer es esta obra
maestra de Valladolid, de tan complicada iconografía, que presenta a una joven
crucificada con cuatro clavos sobre una cruz que reproduce fielmente el tronco
de un árbol. La imagen de la santa está sumamente idealizada, guarda bellas
proporciones en una anatomía que sugiere la posición de contrapposto, cubierta por una elegante túnica de amplio cuello,
recogida en los puños y ceñida en la cintura por una cinta roja que forma un
lazo al frente, con rostro de tersura adolescente, boca entreabierta, larga
cabellera, la cabeza ligeramente girada a su derecha y la mirada emotivamente
levantada al cielo. Es una imagen que huye de la expresión dolorosa para
centrarse en el arrebato espiritual y la ternura de una adolescente cuyo cuerpo
aparece ingrávido e indoloro, casi en éxtasis, con un marcado sentido
ascensional.
En ella Salvador Carmona hace gala de su pericia,
tanto en la creación de personajes de aspecto real como en la talla de la
madera para reproducir magistrales efectos de fuerte naturalismo, como es el
caso de la cruz y sobre todo de la túnica, tallada en sus bordes con tan
finísimo grosor que asemeja una tela real, así como en la utilización de ojos
de cristal y dientes de marfil en un rostro cuya dulzura evoca las obras de
Pedro de Mena. Se remata con una esmerada policromía a pulimento que incluye
bellos motivos florales en la túnica a punta de pincel, de acuerdo a los gustos
decorativos de mediados del XVIII, con resonancias del Rococó, y ligeros regueros
de sangre en manos y pies. De alguna manera la imagen también incorpora una
suave brisa de viento como agente de movimiento en los pliegues, solución
generalizada en el barroco desde que fuera introducida por Bernini. Una
estética de fuerte barroquismo en la que el escultor ofrece la característica
atenuación del patetismo de su última etapa, abriendo las puertas al movimiento
neoclasicista.
EL PROBLEMA ICONOGRÁFICO: ¿SANTA LÍBRADA O SANTA EULALIA?
Recordando la autentificada imagen madrileña de
Santa Líbrada de Luis Salvador Carmona, citada por Ceán Bermúdez, que representa
a la niña santa crucificada y vestida con una túnica y policromía muy similar
al modelo del Museo Nacional de Escultura, con el mismo dolor atemperado y el
mismo tipo de cruz leñosa, sólo encontramos ligeras variantes respecto a la
obra de Valladolid, básicamente en los drapeados, que son más agitados, y en
que la santa aparece crucificada con tan sólo tres clavos. Si retomamos el
planteamiento de la incógnita acerca de la identidad de la santa que representa
la escultura —Santa Líbrada o Santa Eulalia—, nos encontramos ante un problema en
el que es necesario moverse en el campo de la mera especulación, para lo que
intentamos aportar información ilustrativa.
SANTA LÍBRADA DE BAIONA
Santa Líbrada o Liberada (España), Santa Liberata (Italia), Santa Livrade (Francia), Santa Eutrópia (Grecia) o Santa Wilgefortis (Alemania, Polonia y Países Bajos).
La hagiografía de esta santa se basa en una leyenda
medieval que generó en el mundo del arte una curiosa iconografía. Santa Líbrada
habría nacido el año 119 en Baiona (Pontevedra), hija de Lucio Castelio Severo,
gobernador de Gallaecia. Su madre, Calsia, tuvo en un solo parto nueve niñas
que por temor a ser acusada de infidelidad entregó a su sirviente Sila para que
las ahogara en el Miño, aunque por compasión esta las repartió por casas de familias
conocidas, siendo después bautizadas por el obispo San Ovidio. Con el paso del
tiempo, sería su propio padre quien las juzgara por ser cristianas, siendo las
hermanas Líbrada y Marina condenadas a morir crucificadas, hecho que ocurrió el
18 de enero de 139, cuando Líbrada tenía 20 años.
Su devoción alcanzó una gran difusión en el siglo XV
por tierras de Galicia y Portugal, convirtiéndose en especial punto de
referencia la catedral de Sigüenza, a donde fueron a parar sus reliquias, parte
de las cuales fueron trasladadas a Baiona el 20 de julio de 1515, celebrándose
desde entonces su festividad cada año en esa fecha. Símbolo de la fe y la
fortaleza, su devoción se extendió por toda España y la mayor parte de los
países iberoamericanos, donde aún recibe culto en numerosas iglesias,
difundiéndose en estampas, pinturas y esculturas la figura de la joven
crucificada.
Santa Wilgefortis
Esta leyenda gallega se incrementa con otra paralela
ideada por el imaginario popular, según la cual el padre de Santa Líbrada era
el rey de Portugal, que siendo niña la prometió al rey moro de Sicilia.
Habiendo hecho voto de virginidad, y para evitar un matrimonio no deseado, Líbrada
pidió a Dios que convirtiera su belleza en un ser repulsivo, siendo atendida su
petición con el crecimiento de barba y vello por todo el cuerpo, lo que junto a
su extrema delgadez por dejar voluntariamente de comer, sufriendo una patología que hoy podríamos
considerar como bulimia y anorexia, provocó el rechazo del rey musulmán. En un
rapto de ira, su padre ordenó que fuese crucificada. La leyenda de esta santa
portuguesa, que nunca fue canonizada, tuvo una gran aceptación, especialmente
en Alemania, a través de su veneración como Santa Wilgefortis (Virgen fuerte),
considerada patrona de los casamientos no deseados y generando una peculiar
iconografía de la joven crucificada con túnica y un rostro con barba que
recuerda a Cristo, tal y como aparece en numerosas iglesias germánicas,
italianas, etc.
La historia de Santa Líbrada, a pesar de que hoy podamos
considerarla fruto de la mera fantasía, generó a lo largo de siglos una enorme
devoción en España, Europa y países latinoamericanos, siendo eliminada del
calendario litúrgico junto a otros santos, como San Cristóbal o San Jorge
(santos sin pruebas de existencia), en una revisión tan reciente como la que
hiciera en abril de 1969 el papa Pablo VI.
Santa Eulalia, patrona de Mérida, con el horno y la palma |
Según esta breve exposición, estaría justificada la
representación de Santa Líbrada como una adolescente crucificada, con barba o
sin ella, tal y como aparece en la idealizada escultura de Luis Salvador
Carmona y en otras muchas representaciones plásticas de la santa legendaria
diseminadas por toda España, cuyo epicentro devocional es la iglesia a ella
dedicada en Baiona (Pontevedra), lugar de su supuesto nacimiento.
SANTA EULALIA DE MÉRIDA Y SANTA EULALIA DE BARCELONA
Más complicado es establecer que la joven mártir
crucificada se trate de Santa Eulalia, pues oficialmente en el Martirologio Romano se distinguen dos
santas con el nombre de Eulalia, una originaria de Mérida y otra de Barcelona,
con el agravante de que ninguna de ellas murió en una cruz similar a la de
Cristo y por existir la posibilidad de que la biografía de la santa barcelonesa
sea un desdoblamiento de la emeritense, es decir, dos leyendas solapadas sobre
una misma persona, compartiendo su veneración como vírgenes y mártires de la
Hispania romana.
Santa Eulalia de Mérida
Las fuentes documentales que avalan la existencia
real de San Eulalia de Mérida es el Peristephanon,
con referencia biográficas escritas por el poeta Aurelio Prudencio el año 405,
y una Passio apócrifa del siglo VII
posiblemente escrita por las monjas del convento de San Mario de Mérida.
Restos de la basílica paleocristiana de Santa Eulalia en Mérida |
Santa Eulalia o Santa Olalla de Mérida habría nacido
hacia el año 292. Era hija del senador romano Liberio, recibiendo de niña su
adoctrinamiento cristiano por parte del presbítero Donato. Después de que en el
año 303 se publicaran edictos de persecución contra los cristianos, según
órdenes del emperador Diocleciano, el prefecto Calpurniano, lugarteniente del
gobernador Daciano, ordenó en Mérida la asistencia masiva de la población para
realizar sacrificios a los dioses. Eulalia acudió acompañada de su doncella
Julia y recriminó al prefecto su actitud contra los cristianos y la injusticia
de verse obligados a adorar lo que ella consideraba simples ídolos, tras lo
cual fue apresada y martirizada.
El 10 de diciembre de 304 sus pechos fueron
despedazados con garfios, fue azotada con látigos con puntas de plomo,
derramaron aceite hirviendo sobre sus heridas, colocaron teas junto a su cuerpo
y finalmente murió quemada en un horno, especificando Aurelio Prudencio que su
cuerpo no sufrió quemaduras, que fueron testigos todos los presentes que al
expirar de su boca salió su alma en forma de paloma blanca y que una insólita y
prodigiosa nevada cubrió su desnudez.
Sus reliquias, tanto el templo que contenía sus
restos como su túnica, ya fueron veneradas por los hispanorromanos, que
levantaron en Mérida un martyrium —centro
de peregrinación convertido en basílica desde el siglo XIII—, al parecer el
primer templo cristiano levantado en Hispania tras la Paz del emperador
Constantino, siendo después objeto de veneración por los godos y por el rey
Pelayo, al que la leyenda piadosa cuenta que favoreció en su lucha contra los
musulmanes, incorporándose con el paso del tiempo a su historia póstuma
infinidad de prodigios. Para preservarlos de las incursiones musulmanas, Don
Pelayo trasladó los restos a Pravia (Asturias), pasando en tiempos de Alfonso
II a la catedral de Oviedo, donde obtuvo capilla propia en 1697 para venerar el
arca de sus reliquias. La santa quedaría estrechamente ligada a la ciudad asturiana
por su tradicional devoción.
Detalle del martirio de Santa Eulalia. Maestro de Villamediana, s. XV Museo Diocesano, Palencia |
La figura de Santa Eulalia de Mérida ha generado una
iconografía secular, siendo una de las imágenes más antiguas su representación
en el cortejo de santas que portando ricas coronas en sus manos se dirigen a la
Virgen en el mosaico bizantino de la iglesia de San Apolinar Nuevo de Rávena.
Su representación más extendida es la que la presenta con una palma de martirio
en una mano y un pequeño horno en la otra, a veces portando un libro, una cruz,
una paloma o una parrilla, casi nunca crucificada. La fiesta de la santa
emeritense se celebra cada 10 de diciembre en conmemoración de su martirio.
Santa Eulalia de Barcelona
Por su parte, la existencia real de Santa Eulalia de
Barcelona es un problema que sigue originando un debate no resuelto por los
bolandistas, que lo recogieron en el tomo 77 de su Analecta Bollandistae. La primera referencia conocida de la mártir
barcelonesa es el himno Fulget hic honor
sepulcri, compuesto por el obispo Fulgencio de Barcelona en 656, tres
siglos después del tormento.
Sepulcro de Sata Eulalia. Cripta de la catedral de Barcelona |
Su hagiografía es similar a la de la santa
emeritense, una niña de familia noble, hija de Fileto y educada en el
cristianismo a las afueras de Barcino (actual territorio de Sarriá), que durante
las persecuciones de Diocleciano se presenta sola ante el gobernador Daciano haciendo
profesión de fe y recriminando las represiones, siendo martirizada por no
renunciar a su fe con trece castigos, tantos como años tenía, como latigazos,
desgarres con garfios, quema en la hoguera y finalmente crucificada en una cruz
con forma de aspa (San Andrés), saliendo igualmente al morir una paloma blanca
de su boca y cayendo una nevada que cubrió de blanco su virginal cuerpo desnudo.
Canonizada en 603, los episodios de su vida y martirio fueron plasmados por el
arte catalán medieval y representados con maestría por Bartolomé Ordóñez en
1519 en los relieves del trascoro de la catedral de Barcelona, a cuyo primitivo
templo fueron llevadas las supuestas reliquias después de que fueran
descubiertas en 878 por el obispo Frodoino en la iglesia de Santa María de las
Arenas (actual Santa María del Mar). Santa Eulalia, cuya perseverancia en la fe
fue ensalzada por San Agustín, fue convertida en patrona de Barcelona y El Martirologio Romano estableció la
celebración de su fiesta anual el 12 de febrero.
Realizada esta escueta exposición de las dos Santas
Eulalias se aprecian varias similitudes o coincidencias, como su pertenencia a
nobles familias, su adolescencia, la perseverancia en su fe, su tortura con
hierro y fuego, la salida de una paloma por su boca y la nevada que cubrió su
cuerpo muerto. Pero también son reseñables ciertas diferencias, como su
diferente martirio en Mérida por el gobernador Calpurniano y en Barcelona por
el célebre Daciano, una acompañada por su doncella Julia y la otra sola, la
primera hija de Liberio y la segunda de Fileto, aunque la principal diferencia
es la muerte de la emeritense en un horno y la barcelonesa en la cruz de San
Andrés.
A pesar de todo, ¿se trata de dos santas diferentes
o es un doble relato del martirio de la misma persona? La antigüedad del culto
de Santa Eulalia de Mérida hace presuponer su verdadera existencia, que queda
avalada por los escritos de Prudencio en 405 y después por las citas de San
Agustín, San Martín de Tours, el Martirologio Jeronimiano y el de Cartago. Sin
embargo, la santa barcelonesa aparece citada por primera vez en el siglo VII en
la Passio de Santa Leocadia y en el
mencionado himno del obispo Fulgencio, por tanto bastante posterior. Dada la poca consistencia
de los datos documentales de la biografía de esta santa, a la que la tradición
piadosa incrementó pasajes de su martirio, se puede deducir que puede tratarse
de una reinterpretación o desdoblamiento de la santa emeritense, una duplicidad
ya apuntada por Ángel Fábrega Grau en su trabajo "Santa Eulalia de Barcelona, revisión de un problema histórico",
publicado en 1958, a pesar de que algunos autores catalanes se empeñan en
defender la tesis de la existencia real de la santa local.
Sea como sea, en las primitivas representaciones del
martirio de Santa Eulalia la joven suele aparecer portando como atributos la
palma, común a las mártires y vírgenes, y un horno en el caso de la emeritense,
o la cruz de San Andrés en el caso de la barcelonesa. Entonces, si la original
y elegante escultura de Luis Salvador Carmona no se ajusta en absoluto a la
iconografía tradicional de la dos "Santas Eulalias" y por el
contrario es idéntica a la imagen de Santa Líbrada tallada por el mismo escultor
¿por qué es presentada con esa advocación y no con la que siempre tuvo?
Entiéndase todo esto como un simple y entretenido juego de especulación iconográfica.
Informe: J. M. Travieso.
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