EL SIGNIFICADO DE LAS ALDABAS
Desde la Edad Media era frecuente en las puertas de palacios e iglesias el uso de aldabas, piezas de forja con forma de argolla que colgaban de un soporte. Estas eran fijadas sobre la madera para cumplir una función de sonoro llamador —dar el aldabonazo— por lo que solían colocarse acompañadas de un clavo de gruesa cabeza. A lo largo del tiempo fueron adoptando distintos tamaños, formas y acabados, incorporando en su diseño formas caprichosas. En los soportes, cabezas de animales reales —leones o águilas— o fantásticos, —grifos o quimeras— así como toda una gama de mascarones antropomórficos. A su vez, la argolla fue sustituida por sofisticadas formas geométricas o figurativas, tanto de forja como de fundición, dando origen a los llamadores comunes, que en forma de martillos de los más variados diseños tuvieron un enorme desarrollo hasta bien entrado el siglo XX.
Las aldabas más antiguas conocidas se encuentran en la portada de la catedral francesa de Puy-en-Vélay, que datan del siglo XI, y en las puertas de las catedrales de Noyon y Bayona, ambas del siglo XIII. Aquí es donde las aldabas comienzan a adquirir un nuevo significado que trasciende al de simple llamador, pues siendo el interior de los templos un espacio sagrado, es decir, no supeditado a la jurisdicción civil, sino eclesiástica, se convirtieron en un símbolo de protección, consolidándose como tradición el "derecho de asilo" con el simple hecho de asirse a una aldaba. Por este motivo llegaron a adquirir una gran importancia como objeto pragmático y comenzaron a realizarse con laboriosos adornos artísticos que desbordaban el mero trabajo artesanal.
En toda España se conservan ejemplos de aldabas de notable valor artístico en puertas de iglesias y palacios señoriales, siendo los ejemplares más destacados las que aparecen en el Palacio de Carlos V de la Alhambra de Granada, levantado por Pedro Machuca en 1527, donde toda la fachada está recorrida por aldabas de bronce formadas por cabezas de leones y águilas que sujetan argollas recubiertas por motivos vegetales, máscaras y filacterías. Pero no sólo por eso, sino porque colocadas fuera de las puertas de un edificio civil adquieren un valor simbólico al hacer público el derecho de asilo del propietario ante la justicia, en este caso el monarca, siendo una prerrogativa heredada por el emperador que, a su vez y como privilegio real, sería legada a sus herederos, que también concedían el privilegio a cortesanos, especialmente juristas, a cambio de favores.
En Valladolid se conservan diversos ejemplares de aldabas, como las originales del siglo XV en la puerta del Palacio de los Vivero o las manieristas que figuran en la ventana de la fachada principal del Palacio de los Valverde, pero hubo un palacio del siglo XVI en la calle Teresa Gil que nunca fue conocido por el nombre de su propietario, sino como la Casa de las Aldabas, en virtud a que once de ellas aparecían colocadas a lo largo de la fachada, aldabas que pregonaban el importante privilegio otorgado por la realeza a sus propietarios. No se moleste nadie en buscar el edificio, no queda ni rastro, fue demolido con la autorización del insensible Ayuntamiento en los años sesenta del siglo XX, imaginamos que haciendo funcionar la piqueta al ritmo de The Beatles, por buscar una evocación agradable, ya que otra es imposible.
TESTIGO DE UN NACIMIENTO REGIO Y DE LA AMBICIÓN DE UN AJUSTICIADO
La Casa de las Aldabas estaba situada justamente a la derecha de la fachada de la iglesia del Convento de Porta Coeli, en la calle Teresa Gil, sobre el solar en que se levanta un anodino edificio de viviendas que no respetó el entorno. La primitiva casa fue construida a mediados del siglo XIV por la familia de Fernán Sánchez de Valladolid y Tovar, un activo político que desempeñó cargos de consejero, canciller y jurista con los reyes castellanos Alfonso XI, Pedro I y Fernando IV. Después fue heredada por Diego Sánchez Manuel, nieto del fundador y contador mayor de Enrique III, rey desposado con doña Elvira Sánchez de Torquemada, siendo costumbre de la nobleza ceder la residencia a los monarcas durante sus estancias en Valladolid.
Este fue el motivo por el que el 25 de enero de 1425 tuvo lugar en ella un especial acontecimiento: el nacimiento del rey Enrique IV, hijo de Juan II de Castilla y de María de Aragón, después hermanastro de la futura Isabel la Católica. Como señal de agradecimiento, después de ser coronado Enrique IV como Rey de Castilla, este monarca concedió al palacio en que había nacido el privilegio de "derecho de asilo" el 8 de enero de 1469. En ese momento la casona pertenecía a Alonso de Valladolid, nieto de Diego Sánchez Manuel, que llegaría a ser regidor de la ciudad y contador mayor de los Reyes Católicos. Fue entonces cuando fueron colocadas las aldabas en la fachada por sus propietarios como ostentación de un privilegio que el 29 de julio de 1524 sería confirmado por el emperador Carlos como gratitud por las mercedes recibidas. Según éste, toda persona que se agarrase a las aldabas o fuera huésped de la casa no podía ser desalojada o detenida por la justicia ordinaria por ningún tipo de delito o causa, una distinción poco común.
El 12 de enero de 1605, cuando la casona pertenecía a doña Mariana de Paz Cortés, viuda de don Juan Bautista Gallo, regidor de Valladolid y depositario general de la ciudad y la Chancillería, fue adquirida por don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, caballero de Santiago, capitán de la Guardia Alemana o Tudesca, alguacil mayor y registrador de la Chancillería de Valladolid, privado y hombre de confianza del Duque de Lerma, por cuya influencia fue nombrado conde de la Oliva de Plasencia, comendador de Ocaña y secretario de Felipe III. Un influyente y enriquecido personaje que llegó a tener un desmesurado poder y que, casado con doña Inés de Vargas, a principios del siglo XVII hizo importantes reformas en el edificio, seguramente dirigidas por el arquitecto Diego de Praves, activo en el vecino convento, hasta dotarle del aspecto señorial que tenía cuando fue derribado, enriqueciendo la calidad del patio, dependencias y salones, de algunos de los cuales queda constancia de que estaban dotados de ricos artesonados, chimeneas y marcos de mármol verde en las puertas y zócalos de azulejos cerámicos al estilo talaverano, una costumbre muy arraigada por entonces, con los aposentos decorados con rico mobiliario, como cassoni y escritorios, tapices y reposteros, biombos y escribanías de Japón, así como notables pinturas y una excelente cuadra.
Un dato ilustrativo del nivel de vida principesco alcanzado por don Rodrigo Calderón y de su rapiña, por la que al final acabaría pagando, fue su enorme colección de diamantes, perlas, piezas de oro y piedras preciosas bajo la forma de figuras religiosas y animales, coronas, aderezos y recipientes suntuarios, muchos de los cuales fueron ocultados, tras su detención, por su confidente Fernando de Escobar en la villa de Benavente, aunque el alijo fue hallado y culpado don Rodrigo de la felonía.
La fachada, con dos pisos separados por una imposta y rematada por un alero pronunciado y muy elaborado a la altura del tejado, ofrecía la sobriedad y clasicismo propio de su época, organizada con ritmos marcados por formas cajeadas en cuyo interior se abrían balcones de forja en la planta noble y ventanas en el piso bajo, mientras que una puerta de gran altura daba acceso al zaguán, siempre manteniendo un espacio preferencial en la fachada para las célebres aldabas, de hierro forjado y unos 20 centímetros de diámetro, sujetas por alcayatas en la parte inferior para evitar su movimiento y colocadas a unos 2 metros del suelo a lo largo de la fachada. Un hecho poco comprensible es que en la fachada del palacio no figurara el emblema familiar, posiblemente por figurar en la contigua fachada del templo.
Poco después de adquirir el palacio don Rodrigo Calderón en 1598, cedió parte del mismo para posibilitar la construcción de la iglesia del vecino convento franciscano de Porta Coeli, fundado en 1601 por doña Mariana de Paz Cortés, acaudalada señora y antigua propietaria de la Casa de las Aldabas, cuyas obras fueron dirigidas, como ya se ha dicho, por Diego de Praves, que levantó un sencillo templo de nave única cubierta con bóveda de cañón con lunetos y un crucero ligeramente remarcado y cubierto con cúpula de yeso. La fachada de ladrillo incluye una portada de piedra y el escudo del fundador a la altura del frontón superior.
De igual manera, ese mismo año don Rodrigo adquirió el patronato sobre el convento, siendo una de sus primeras disposiciones que las monjas franciscanas que lo habitaban pasaran a la regla dominica, al tiempo que estableció el espacio reservado para los cenotafios familiares a los lados del crucero, tal como aparecen en la actualidad, en el lado de la Epístola las figuras orantes de don Rodrigo Calderón y su esposa doña Inés de Vargas, y en el del Evangelio las de sus padres, el capitán don Francisco de Calderón, que está enterrado en la Sala Capitular, y su esposa doña María de Aranda y Sandelín. Asimismo, dotó a la iglesia de un retablo mayor italianizante que trazado por Juan de Muniátegui está compuesto de mármoles que el mecenas hizo llegar de Génova y Estremoz, cuatro santos dominicos y un Calvario realizados por un artista genovés y presidido por la pintura de la Asunción, que junto a las del banco realizara el italiano Orazio Borgianni, seguidor de Caravaggio.
El conjunto formado por la custodia, la arquitectura, las esculturas del retablo y las figuras funerarias fue enviado desde Génova como donación del Cardenal Doria, hermano de don Carlos Doria, Duque de Tursi, al que había apoyado don Rodrigo en sus pretensiones matrimoniales. Este lo hizo llegar a través de los puertos de Cartagena y Barcelona junto al milanés Andrea Rapa, experto maestro en mármoles, que finalizó la instalación en 1618.
Curiosamente, mientras que el palacio fue siempre denominado Casa de las Aldabas, el convento y la iglesia fueron y son popularmente conocido como "Las Calderonas". Igualmente curioso es que aquel viejo "derecho de asilo" de la casona, simbolizado por las aldabas, de poco sirviera al poderoso personaje cuando el 20 de febrero de 1619 fue detenido en ella y posteriormente trasladado a Madrid, para ser finalmente juzgado y ajusticiado por corrupción política.
Las circunstancias de la muerte del propietario de la Casa de las Aldabas, don
Rodrigo Calderón, en el cadalso de la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621, es otra de las historias más pintorescas del Valladolid barroco. Un hecho producido durante la caída del poder del
Duque de Lerma y que por sus peculiaridades fue tratado en otro
artículo.
La casona siguió perteneciendo a la familia hasta comienzos del siglo XIX, siempre como una de las casas principales de la calle Teresa Gil. Después conocería la actividad comercial, incluso docente, por el privilegiado entorno en que se encontraba, pero siempre convertida en un punto de referencia urbana por la singularidad de sus aldabas.
El derribo de la Casa de las Aldabas, supuso uno de los primeros casos de protesta ciudadana ante un atentado contra el patrimonio, si bien con mucha timidez por ser imposible en aquellos años del franquismo, aunque el hecho quedó reflejado en la oposición a su demolición manifestada por la Comisión Provincial de Monumentos en la sesión del 18 de marzo de 1963, en la que se propuso su declaración de monumento de interés histórico-artístico para salvar de la piqueta tan emblemático edificio. Pero como era habitual, estas recomendaciones de nada sirvieron ante el afán especulador y los desmanes que caracterizaron aquellos años, permitiendo cínicamente el Consistorio salvar algunos fragmentos de la arquería del patio, que fueron colocados en el jardín del Museo Nacional de Escultura, donde todavía permanecen con aspecto de triste esqueleto, y que el artesonado del salón principal fuera reaprovechado en una de las salas del Alcázar de Segovia, mudos testigos del desprecio de las autoridades por el Arte y la Historia, un cáncer que desgraciadamente todavía reaparece de vez en cuando y que durante el desarrollo industrial de Valladolid tuvo especial incidencia en incontables palacios del casco histórico.
Ilustraciones:
1 Recreación de don Rodrigo Calderón ante las aldabas a partir del retrato de Rubens de 1612 (The Royal Collection, Londres).
2 Aldabas en la Palacio de Carlos V, Alhambra de Granada.
3 Aldaba en la puerta del Palacio de los Vivero de Valladolid.
4 Reconstrucción del aspecto de la fachada de la Casa de las Aldabas.
5 Casa de las Aldabas poco antes de su demolición.
6 Iglesia y convento de Porta Coeli, figurando en primer plano la vivienda moderna que ocupa el lugar de la Casa de las Aldabas.
7 Localización de la Casa de las Aldabas
8 Restos del patio de la Casa de las Aldabas en el jardín del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
9 Tipo de aldabas que figuraban en la célebre casona.
Informe: J. M. Travieso
Registro Propiedad Intelectual -Código: 1204201508108
* * * * *