SAN JOSÉ Y
EL NIÑO JESÚS
Gregorio
Fernández (Sarria, Lugo, h. 1576-Valladolid 1636)
1623
Madera
policromada
Iglesia del
convento de la Concepción del Carmen, Valladolid
Escultura
barroca. Escuela castellana
Retablo mayor de la iglesia de la Concepción del Carmen o convento de Santa Teresa, Valladolid |
LOS ARQUETIPOS ESCULTÓRICOS CREADOS POR GREGORIO FERNÁNDEZ
Una de las principales aportaciones del genial
maestro Gregorio Fernández al arte escultórico de su tiempo fue la creación de toda
una serie de arquetipos que establecieron un invariable modo de representar a
ciertos santos o pasajes pasionales. Estos modelos tuvieron tanta aceptación y
gozaron de tal estima que no sólo fueron repetidos por el propio artista, sino
también por una buena pléyade de discípulos y seguidores a los que los
comitentes exigían que las imágenes encargadas se ajustaran con la mayor
fidelidad posible a los originales fernandinos.
El catálogo es extenso y en parte se debe al talento
del maestro para interpretar o inventar, desde una sentida religiosidad, el
aspecto de algunos santos beatificados o canonizados en los años en que su
taller conocía una imparable actividad, siendo el caso más significativo el
ocurrido el 12 de marzo de 1622, cuando el papa Gregorio XV canonizó a los
santos españoles San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de
Loyola y San Francisco Javier, junto al italiano San Felipe Neri, lo que
estimuló a solicitar sus imágenes a gremios y comunidades de carmelitas y
jesuitas, que deseaban tanto celebrar tan importante acontecimiento como
fomentar desde sus conventos la devoción a sus santos patronos a través de representaciones
plásticas destinadas al culto, a lo que Gregorio Fernández respondió con
magníficas y novedosas creaciones iconográficas, fruto de su capacidad
inventiva, siempre impregnadas de una fuerte carga mística.
Hemos de considerar que estos hechos eran vividos en
la sociedad sacralizada de su tiempo como verdaderos fenómenos de masas, con
los fieles expectantes ante las novedades de las representaciones sacras y participando
de forma masiva en las fiestas que se organizaban con motivo de tales eventos,
como nos recuerda Lourdes Amigo1 que ocurriera en Valladolid en 1614
y 1622 a causa de la beatificación y posterior canonización de Santa Teresa, en
uno y otro caso con geniales creaciones de "La Santa" salidas de la
gubia del gallego.
También se asentaron los arquetipos fernandinos
creados en torno a las representaciones pasionales, siendo los casos más
representativos los modelos iconográficos relativos a Cristo yacente, convertidos en verdadera seña de identidad del
taller, y de Cristo flagelado, donde
el maestro implantó y consolidó el uso de columna baja tras ser reconocida como
reliquia auténtica la columna conservada en la basílica de Santa Práxedes de
Roma, allí trasladada en 1223 desde Jerusalén por el cardenal Giovanni Colonna2.
Igualmente, puede considerarse arquetípica la interpretación, por parte de
Gregorio Fernández, de las figuras de sayones y soldados, muchos de ellos de
una calidad extraordinaria, que lejos de aparecer ataviados a la romana lucen
anacrónicas indumentarias de uso generalizado en el siglo XVII, modelos
repetidos después en buena parte de la geografía española.
Del mismo modo, en el proceso creativo experimentado
por Gregorio Fernández, encontramos dos arquetipos en los que el artista hace
geniales creaciones dando significado a una religiosidad de gran calado
popular. Se trata de la representación de la Inmaculada Concepción, una devoción derivada de los postulados
contrarreformistas que en el siglo XVII se convertiría en un fervoroso
movimiento con reflejo en todas las artes y con epicentro en Sevilla. Gregorio
Fernández se adhería al movimiento "inmaculista" estableciendo un
modelo castellano caracterizado por la figura adolescente de María, de pie y en
posición inmóvil sobre un trono de nubes y cabezas de querubines, en actitud de
oración con las manos juntas ante el pecho, vestida con una túnica a la que se
superpone un manto que se quiebra en la parte inferior en forma de pliegues duros y metálicos, así como largos cabellos que se desparraman simétricamente sobre
el manto, generalmente coronada y rodeada de un resplandor de forma ovalada que
reafirma su composición simétrica.
Este arquetipo tan repetido y copiado, el más
hierático en la producción fernandina por concebir la imagen ante todo como una
visión mística, solemne y cargada de valores simbólicos, encuentra su
contrapunto en el arquetipo del patriarca San
José, en el que prima el naturalismo y el movimiento cadencioso. Su
devoción alcanzaría un especial desarrollo a partir de la reforma carmelitana
llevada a cabo por Santa Teresa, que estimuló su devoción en sus fundaciones
hasta el punto de recibir tal advocación muchos de sus conventos. De esta
manera, el carácter de personaje secundario que San José había ostentado
mayoritariamente en las representaciones pictóricas y escultóricas de tiempos
precedentes, se torna en un desconocido protagonismo josefino para resaltar su
condición de hombre ejemplar y padre modélico, unas veces integrando el grupo
de la Sagrada Familia y otras como imagen independiente.
SAN JOSÉ Y EL NIÑO EN EL ÁMBITO TERESIANO
San José es un personaje que aparece en el
repertorio fernandino desde sus obras más tempranas, siempre tratado con suma
dignidad y prefigurando lo que con el tiempo llegaría a ser su modelo
definitivo, diríase que inspirado en un labriego o artesano castellano. Gregorio
Fernández ya incluía una imagen de San
José con el Niño en el retablo mayor del monasterio de las Huelgas Reales
de Valladolid, realizado en 1613, aunque siguiendo una iconografía convencional
del santo patriarca. Sin embargo, cuando al año siguiente elabora el exquisito Retablo del Nacimiento para el mismo
convento, ya incluye una figura con unas características perfiladas y abocadas
a convertirse en arquetípicas, presentándole como un hombre maduro que aún
conserva cierta juventud y cuya personalidad radica en el tratamiento de su
cabeza, con largo cuello, cráneo de estructura ovoide, frente alta y muy
despejada, cabello corto que permite ver las orejas y peinado hacia adelante para
formar tres voluminosos mechones rizados sobre la frente, ojos rasgados de
cristal, nariz recta, boca cerrada, generoso bigote y una barba larga con dos
puntas simétricas.
Sería en el altorrelieve de la Sagrada Familia, realizado en 1615 para el monasterio de Santa
María de Valbuena de Duero, donde ya aparece de cuerpo entero luciendo una
indumentaria que permanecería invariable en obras posteriores, con una túnica
corta de gran vuelo que le cubre por debajo de las rodillas, ceñida con un
cinturón y con un gran cuello vuelto, así como un amplio manto que produce
anchos pliegues que en ocasiones adquieren un aspecto duro o metálico. Únicamente
los ornamentados borceguíes que cubren los pies se convertirían en austeras
botas de cuero en los modelos posteriores.
Podría decirse que el arquetipo josefino queda
consolidado en la exquisita talla de San
José que, en formato inferior al natural, realiza Gregorio Fernández por
esos mismos años para el Convento de San José de Medina del Campo, segunda
fundación teresiana en activo desde 1567. Con la cabeza y la indumentaria
característica, el cuerpo en posición de contrapposto,
la cabeza girada hacia la izquierda, el brazo derecho flexionado y levantado
para sujetar la vara florida —atributo tradicional— y el izquierdo levantado a
la altura de la cintura produciendo el plegado del manto, la figura ya muestra
un movimiento cadencioso que le permite moverse en el espacio con gran
elegancia, aunque estuviera colocado dentro de una hornacina.
El modelo se repite en el grupo escultórico de la
Sagrada Familia que realizara entre
1620 y 1621 como imagen titular de la Cofradía de San José, Nuestra Señora de
Gracia y Niños Expósitos, con sede en la iglesia de San Lorenzo de Valladolid,
donde el arquetipo josefino creado por Gregorio Fernández alcanza sus máximas
cotas naturalistas y expresivas.
Muy próximo a este modelo, y con todas las
características reseñadas, se presenta la figura de San José del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, que
junto a las imágenes de la Inmaculada
y Santa Teresa, igualmente realizadas
por Gregorio Fernández en 1623, se integra en el retablo mayor de la iglesia de
la que fuera la cuarta fundación teresiana. La imagen, con el manto replegado
para adaptarse a la hornacina, presenta una impecable corrección técnica, signo
de la madurez del artista, y un gran naturalismo en su leve y armónico
movimiento que le proporciona el aspecto de un vigoroso labriego castellano.
Se remata con una bella policromía, con
encarnaciones a pulimento, que también responden a una constante, con la túnica
en tonos verdosos, en este caso ornamentada con grandes motivos vegetales
—primaveras— que dejan aflorar el oro subyacente, y un manto rojizo con los
bordes recorridos por una cenefa dorada. Se completa con una serie de elementos
postizos realizados en plata, como una corona de tipo resplandor inserta en la
mitad de la cabeza y la vara florida que recuerda el milagro producido durante
el episodio evangélico de los pretendientes a esposarse con la Virgen.
Como ocurre en el grupo de la Sagrada Familia de San Lorenzo, en este caso San José se acompaña de la figura exenta del Niño Jesús, una de las más bellas imágenes de Gregorio Fernández,
que, a diferencia de los modelos infantiles de Martínez Montañés, siempre
presentados desnudos, aparece vestido con una túnica tallada similar a la
paterna, ceñida a la cintura por un cíngulo, con un amplio cuello vuelto y
ornamentada con grandes motivos florales, aunque en la figura del infante llega
hasta los pies, repitiendo el modelo del grupo de la Sagrada Familia de la iglesia de San Lorenzo.
Autor de numerosas figuras infantiles que ocupan un
papel secundario en forma de bellos querubines (recuérdese el altorrelieve del Bautismo de Cristo conservado en el
Museo Nacional de Escultura), en la figura de este Niño Jesús el escultor alcanza su grado máximo de delicadeza y
equilibrio, al tiempo que consolida un nuevo arquetipo caracterizado por el minucioso
trabajo de la cabeza, con cabellos desordenados que casi cubren las orejas, mechones
simétricos y abultados sobre la frente y un semblante melancólico, con la boca
ligeramente entreabierta y la mirada dirigida a lo alto, el cuerpo completamente
cubierto por una túnica tallada con bruscos pliegues en la parte inferior, los
brazos levantados a diferentes alturas y aplicación de elementos postizos, como
ojos de cristal. Postizos también son los diferentes atributos sujetos en las
manos, según se deduce de la posición de los dedos, siendo frecuente una sierra
de carpintero que en este caso no se ha conservado, aunque sí una pequeña cruz
que alude a su trágico destino.
Este modelo infantil, tan personal y diferente a los
que hicieron furor en aquel tiempo en el interior de las clausuras femeninas, sería
copiado por otros muchos escultores, en unos casos como acompañante en las
representaciones del Ángel de la Guarda,
en otros repitiendo miméticamente el grupo de San José y el Niño creado por Gregorio Fernández. Más frecuente fue la repetición de la imagen aislada de San José, especialmente presentes,
como ya se ha dicho, en las comunidades de carmelitas, así como en las cofradías y capillas bajo su advocación, como la del gremio de entalladores en la iglesia penitencial de las Angustias de Valladolid, por citar un ejemplo, en la que el entallador Antonio López copia el modelo fernandino en 1675 manteniendo incluso el colorido de la policromía.
San José. Antonio López, h 1675, siguiendo el modelo de Gregorio Fernández Capilla de San José, iglesia de las Angustias, Valladolid |
NOTAS
1 AMIGO VÁZQUEZ, Lourdes. Celebrando
fiestas en Valladolid en honor de Teresa de Ávila (1614 y 1622). En URREA,
Jesús. Teresa de Jesús y Valladolid. La
Santa, la Orden y el Convento. Ayuntamiento de Valladolid, 2015, pp. 37-59.
2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel. Simulacrum.
En torno al Descendimiento de Gregorio Fernández. Domus Pucelae. Valladolid,
2011, p. 158.
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