CRISTO YACENTE DEL PARDO
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo,
1576-Valladolid 1636)
1614-1615
Madera de pino policromada
Convento de Nuestra
Señora de los Ángeles, conocido como Convento del Cristo de El Pardo, El Pardo
(Madrid)
Escultura barroca. Escuela
castellana
El conjunto de imágenes de Cristo muerto y extendido sobre el sudario,
como secuencia previa al Santo Entierro, constituye la producción más genuina y
reconocible del taller de Gregorio Fernández, así como la serie más numerosa de
iconografía pasionista recreada por el escultor, que encontró en el tema, con
el tiempo convertido en un verdadero subgénero de escultura piadosa, una
fórmula apropiada para lograr conmover a los devotos según los postulados de la
Contrarreforma, que potenció la soledad del sepulcro como una de las
manifestaciones plásticas más emotivas y eficaces en aquella sociedad
sacralizada en que todas las facetas de la vida estaban condicionadas al trance
de la muerte.
La figura aislada de Cristo muerto planteada por Gregorio Fernández
—presentada en su época ante los fieles a la luz de las velas— impresionaba y
sigue impresionando a cuantos la contemplan por la sinceridad y crudeza con que
se muestra el despojo del torturado, ya sea con el cuerpo, sudario y almohada
tallados en un mismo bloque, se podría decir que a modo de altorrelieve, o con
la anatomía exenta, pues el escultor trabajó ambas modalidades.
Si como iconografía cristológica el tema no es original de Gregorio
Fernández, sí que puede afirmarse que fue su taller el que impulsó y definió el
arquetipo más popular, estando catalogada hasta cerca de una veintena de obras
que, como ocurriera con los crucifijos, oscilan entre la delicadeza manierista
de su primera etapa, iniciada tras su llegada a Valladolid, y el naturalismo e
intenso realismo dramático de sus últimos años, siempre con una ejecución
técnica impecable que persigue un simulacro convincente de la realidad y
permite la contemplación de la obra a corta distancia para inducir a la meditación
intimista, tanto sobre el sacrificio de Cristo como de la misma fugacidad de la
vida. Símbolo de piedad por excelencia, los yacentes del taller fernandino
tuvieron como comitentes a importantes hombres de estado, entre ellos el Duque
de Lerma y el rey Felipe III.
En el estudio de Gregorio Fernández como escultor especializado en
figuras de la Pasión, como creador de prototipos de imágenes de Cristo, la
Virgen y los sayones de los pasos procesionales, se puede apreciar a lo largo
de su producción una evolución estilística que afecta por igual a los aspectos
formales, técnicos y decorativos.
La imaginería pasionista del escultor —especialmente
las representaciones de Cristo yacente por el gran número de ellas
realizadas— refleja más que en ninguna otra temática los cambios de mentalidad
artística, el ambiente social y religioso en que se desenvolvía el arte y la
propia personalidad del escultor, a todas luces consecuente y convertido en
fiel representante de los ideales contrarreformistas en España. En su proceso
evolutivo, se puede establecer una secuencia cronológica agrupada en seis
lustros en los que la producción escultórica de Gregorio Fernández ofrece
matices reveladores, comenzando en 1605 y terminando en 1635.
En el periodo 1605-1610, las obras fernandinas se caracterizan por
acomodarse a los gustos del último manierismo renacentista, asumiendo a un tiempo
los patrones divulgados en España por el milanés Pompeo Leoni y los modelos
naturalistas de Francisco de Rincón, escultores junto a los que trabajó como
colaborador tras su llegada a Valladolid. Corresponden a este momento el
primero de los conocidos, el Cristo yacente realizado hacia 1609 por
encargo de don Francisco Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, para ser donado a
los dominicos del convento de San Pablo de Valladolid, de cuya iglesia
ostentaba el patronato, así como el Cristo yacente tallado hacia 1610 y destinado
a la capilla relicario del coro bajo del convento de Santa Clara de Lerma
(Burgos), fundación ducal que lo recibió como donación de la reina Margarita de
Austria.
Ambos comparten idénticas características que definen la primera etapa,
como una potente anatomía, elegantes ademanes, paños con pliegues redondeados y
carencia de postizos, así como los ojos cerrados, la cabeza reposando sobre dos
cojines, el paño de pureza sujeto por una cinta y un viril insertado sobre la
herida del costado.
Durante el lustro 1611-1615, que constituye la segunda etapa del
escultor, la actividad del taller fue imparable para atender la demanda de
imágenes y retablos, abandonando paulatinamente las formas manieristas y los
estofados en la policromía, para mostrar una tendencia hacia la pureza clasicista
y el tratamiento naturalista, comenzando a utilizar colores lisos en la
policromía y encarnaciones tratadas como pinturas de caballete. En esos años
comienza a realizar grandes conjuntos procesionales —Crucifixión o Sed
tengo (1612), Camino del Calvario (1614)— en los que se revela como
un creador de tipos originales. Tras realizar hacia 1611, por encargo del duque
de Uceda, hijo y sucesor del Duque de Lerma, el Cristo yacente donado al
convento del Sacramento de Madrid por él fundado, en 1614, a petición del
monarca Felipe III, inicia la realización del Cristo yacente de convento
de Capuchinos del Pardo, que marca una ruptura con los modelos anteriores,
presentando a Jesús reposando sobre un solo cojín sobre el que se extiende el
cabello, con una anatomía más enflaquecida y humanizada, y con los pliegues de los paños duros y con aspecto metálico, siendo el modelo que
marca el prototipo seguido en ejemplares posteriores.
EL CRISTO
YACENTE DEL CONVENTO DE CAPUCHINOS DE EL PARDO
El convento de los capuchinos de El Pardo fue fundado el 12 de noviembre
de 1609 por impulso del rey Felipe III y con el apoyo de la reina Margarita de
Austria. La proximidad al palacio favoreció que los monarcas visitaran muy a menudo
el monasterio, que fue consagrado el 21 de noviembre de 1614 bajo la advocación
de Nuestra Señora de los Ángeles, disponiendo la familia real de una tribuna en
la iglesia. Para tal ocasión, según los cronistas de la época, ese año el rey
Felipe III encargó personalmente a Gregorio Fernández la realización de una
imagen que donaría al monasterio como conmemoración del nacimiento de su hijo y
sucesor, que reinaría como Felipe IV. Como aquel natalicio ocurriera en
Valladolid en el Viernes Santo de 1605, el monarca eligió el tema de Cristo
muerto, siguiendo el modelo de los impactantes yacentes anteriormente
realizados por el escultor gallego.
La imagen, preservada dentro de una urna que no se ha conservado, fue
trasladada en solemne procesión el 14 de junio de 1615, siendo colocada al
culto en un aposento por debajo del altar mayor de la iglesia del convento,
aunque después se construyó una capilla barroca destinada al culto independiente
del Santo Cristo, que recibió la veneración constante de los monarcas, que
hicieron numerosas donaciones al convento, y de los vecinos de El Pardo, como
informa el capuchino Gregorio blanco García en su obra “Historia de El Cristo
de El Pardo” (1987).
El Cristo yacente, realizado cuando Gregorio Fernández ya había
alcanzado su madurez, mide 1,60 metros y representa a Cristo muerto, antes de
ser conducido al sepulcro, con una esbelta anatomía que supone una síntesis de
todo el proceso de la Pasión. La escultura, que está tallada en un único bloque,
con el cuerpo y el sudario formando una unidad, así como el dorso rebajado para
evitar la formación de grietas, está concebida para ser contemplada desde su
lado derecho. La imagen muestra el cuerpo reposando sobre un sudario tallado
que forma abundantes pliegues, simulado una tela real, y la cabeza inclinada
hacia la derecha y apoyada sobre un blando cojín blanco, recorrido en el centro
por una cenefa y bordados negros simulados con motivos vegetales, sobre el que
se despliegan a cada lado mechones de la melena minuciosamente tallados,
incluyendo perforaciones, abandonando el escultor los cabellos gruesos,
compactos y algo apelmazados de sus primeros modelos.
Como es habitual, el centro emocional se concentra en el rostro, que ya presenta
el prototipo cristológico que identificará al escultor, como los ojos semiabiertos
con la mirada perdida, la boca entreabierta permitiendo contemplar la lengua y
los dientes como recuerdo del último suspiro, los característicos mechones
sobre la frente, una barba simétrica de dos puntas y la llaga de la perforación
producida por una espina en su ceja izquierda.
Sutiles detalles recorren su depurada anatomía, que con un movimiento serpenteante
evita el rigor mortis para mostrar una blanda carnosidad en que el material, en
este caso la madera de pino, queda desmaterializa al modo clásico. Su
disposición corporal rememora su posición en la cruz, con el vientre hundido, el
tórax hinchado, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, la pierna derecha
extendida y la izquierda flexionada con la rodilla remontada, mostrando una
desnudez apenas atenuada por el paño de pureza sujeto por una estrecha cinta.
Arquetípica es también la posición de los brazos, que se articulan a los lados
separados del tronco, el derecho extendido y con la palma hacia abajo para
dejar visible la huella del clavo y el izquierdo ligeramente flexionado con la
mano semicerrada apoyada en la cintura, una constante en todos los yacentes
fernandinos.
Estilísticamente supone una obra de ruptura y transición en la serie de
yacentes elaborados por Gregorio Fernández, abandonando las pautas manieristas
de sus primeros años para acentuar el naturalismo, sin llegar al obsesivo
realismo dramático de sus etapas finales. En este afán por simular la realidad,
el escultor aplica por primera vez en este Cristo yacente el uso de
postizos, como ojos de cristal y aplicaciones de corcho en la llaga de la
rodilla, así como resinas para fingir la gota de sangre producida por la espina
que atravesó su ceja izquierda y la mezcla de gotas de sangre y agua que emanan
de la herida del costado certificando la muerte de Cristo.
Realza el verismo y la crudeza del estudio anatómico una magnífica policromía
al óleo aplicada, en opinión de Jesús Urrea1, por el pintor Diego
Valentín Díaz, colaborador del escultor y autor de la policromía de algunas de
sus obras, que en este caso aplica una encarnación de tonos muy pálidos con
partes amoratadas —párpados, rodillas, etc.— y regueros de sangre de distintos
tonos para simular sangre coagulada y fresca.
El Cristo yacente del Pardo aparece al culto en una capilla
lateral construida entre 1830 y 1833 por el arquitecto Isidro González Velázquez.
Desaparecida la urna original en los acontecimientos que después se reseñarán,
actualmente se custodia en una urna de mármol y bronce realizada en 1940 por el
asturiano Félix Granda, sacerdote, escultor, pintor y orfebre español que fundó
el taller de arte litúrgico Talleres de Arte. La lujosa urna fue donada por
Francisco Franco, que por entonces tenía su residencia en el Palacio Real de El
Pardo.
LAS VICISITUDES
DEL CRISTO YACENTE DE EL PARDO
Para el monasterio auspiciado por el rey Felipe III, el arquitecto real
Juan Gómez de Mora proyectó el edificio definitivo, que fue culminado en 1650 e
inaugurado por el rey Felipe IV. El complejo sufrió un importante deterioro
durante la Guerra de Independencia, cuando las tropas napoleónicas destruyeron
por completo la iglesia, cuya planta fue reconstruida entre 1830 y 1833, como
ya se dicho, por el arquitecto Isidro González Velázquez. En aquellos
acontecimientos, al parecer la imagen del Cristo yacente fue puesta a
salvo del saqueo al ser escondida por los vecinos de El Pardo.
El monasterio conoció otro periodo infausto en 1837 durante la
Desamortización de Mendizábal, año en que la imagen del Cristo yacente
fue trasladada a la iglesia del Real Sitio del Buen Retiro, donde permaneció
hasta que en 1850 fue devuelta al convento, que en 1910 fue convertido en
Seminario de Misiones de los padres capuchinos.
No obstante, los peores episodios tendrían lugar durante la Guerra Civil
española, cuando en 1936 las milicias madrileñas invadieron el monasterio y
destruyeron una importante colección de esculturas —Virgen de la Paz, Virgen
del Torneo, un Cristo crucificado del coro, etc.— siendo de nuevo
los vecinos de El Pardo quienes impidieron la destrucción del Cristo yacente,
cuya defensa costó la vida a seis frailes capuchinos.
En ese momento se perdió la urna original que contenía la imagen, que
para preservarla fue trasladada al real sitio del Palacio de El Pardo, donde
permaneció hasta en 7 de febrero de 1937, cuando las autoridades locales
solicitaron ayuda a la Junta de Protección y Salvamento del tesoro artístico
para trasladar la imagen a la iglesia madrileña de San Francisco el Grande,
operación llevada a cabo por el pintor húngaro Thomas de Malonyay para su
resguardo y custodia. Allí permaneció, durante buena parte de la contienda,
oculto bajo una alfombra, según testimonio ocular de don Luis Hernández
González, notario de Madrid. Y gracias a estar escondida, el Cristo yacente
del Pardo se libró de ser comprado por una comisión artística rusa que
había llegado a Madrid buscando obras para el Museo del Hermitage de San Petersburgo.
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Convento del Cristo del Pardo, El Pardo (Madrid) |
Finalizada la guerra, el Cristo yacente fue depositado en la madrileña
iglesia de Jesús de Medinaceli hasta que los encargados del Tesoro Artístico
ordenaron su traslado a la por entonces ermita de los Padres Capuchinos en El Pardo,
hecho que se consumó, según informó gráficamente el diario ABC, con una solemne
procesión celebrada en octubre de 1939, que partiendo de la iglesia de Jesús de
Medinaceli llegó hasta El Pardo, donde recobraría la devoción tradicional que
pervive en nuestros días dentro de la nueva urna elaborada en 1940.
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Cristo del Pardo. Dibujo Mariano Maella Grabado Manuel Salvador Carmona, 1804 Biblioteca Nacional de España, Madrid |
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Cristo yacente, h. 1609. Iglesia de San Pablo, Valladolid |
OTROS IMPORTANTES CRISTOS YACENTES DE GREGORIO FERNÁNDEZ
Lustro 1621-1625
(cuarta etapa del escultor)
Posteriormente a la elaboración del Cristo yacente del Pardo en
1614, con el modelo ya depurado y netamente barroco, Gregorio Fernández
realizaría dos nuevas versiones que siguen la pauta de aquel ejemplar.
● Cristo yacente del
monasterio de la Encarnación de Madrid (1621-1625)
● Cristo yacente del monasterio
de benedictinas de San Plácido de Madrid (1621-1625)
Lustro
1626-1630 (quinta etapa del escultor)
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Cristo yacente, 1621-1625. Convento de la Encarnación, Madrid |
En esta etapa Gregorio Fernández acentúa en las imágenes de Cristo la
teatralidad barroca, adquiriendo un aspecto impactante por la aplicación de
postizos y los bruscos pliegues de los paños. Las imágenes pasionistas
presentan con nitidez las huellas del suplicio hasta bordear el tremendismo con
la intención de impresionar. Las esbeltas anatomías se van depurando y abundan
las encarnaciones con tonos pálidos acompañados de matices hiperrealistas en
las heridas.
● Cristo yacente del desaparecido
templo de San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús en Madrid, actualmente
en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid (hacia 1626).
● Cristo yacente de la
iglesia de San Miguel y San Julián de Valladolid, antigua iglesia de San
Ignacio de la Compañía de Jesús (hacia 1627). Magistral obra de la madurez del
escultor, presenta la peculiaridad de estar tallado en bulto redondo y en plena
desnudez, sin sudario, cojín ni paño de pureza, lo que supone un límite del
arquetipo que María Luisa Caturla denominó “desnudo a lo divino”.
● Cristo yacente del
monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar (Burgos), posiblemente la versión
de mayor calidad escultórica (1629).
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Cristo yacente, h. 1626. Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
● Cristo yacente del convento
franciscano de Nuestra Señora de Aránzazu (Guipúzcoa) (1629). Desaparecido en
la destrucción del viejo monasterio.
Lustro 1631-1635
(última etapa del escultor)
El arquetipo fernandino de Cristo yacente se decanta hacia el
dramatismo más exacerbado. El fuerte patetismo busca la reflexión del
espectador sobre la penitencia y el dolor a través de formas realistas y
convincentes. En ellos aún se ensayan nuevas propuestas sobre el arquetipo ya
definido, utilizando como recursos la talla minuciosa y una esmerada policromía
para obtener imágenes sorprendentes por su realismo.
● Cristo yacente de la
catedral de Segovia (1631). Donado por el obispo don Melchor Moscoso de
Sandoval, presenta una impecable y vigorosa anatomía de proporciones clásicas,
así como una policromía mate de tonos pálidos y uso de postizos que paradójicamente
dotan al cuerpo muerto de una gran vivacidad.
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Cristo yacente, h. 1627. Iglesia de San Miguel, Valladolid |
● Cristo yacente del
Museo del convento de Santa Clara de Monforte de Lemos (1631-1635), cuya
anatomía se encuentra muy próxima al modelo de Segovia, estando tallado
completamente exento, como el modelo de la iglesia de San Miguel de Valladolid,
aunque en este caso se muestre dentro de una urna con sudario, cojín y paño de
pureza de tela encolada.
Informe: J. M.
Travieso.
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Cristo yacente, 1629. Convento de Santa Clara Medina de Pomar (Burgos) |
Notas
1 URREA, Jesús:
El escultor Gregorio Fernández, 1576-1636 (apuntes para un libro),
Ediciones Universidad de Valladolid, 2014, p. 107.
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Cristo yacente, 1631. Catedral de Segovia |
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Cristo yacente, 1631-1635 Convento de Santa Clara, Monforte de Lemos (Lugo) |
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