21 de noviembre de 2024

Exposición: DARSE LA MANO. ESCULTURA Y COLOR EN EL SIGLO DE ORO, del 19 de noviembre 2024 al 2 de marzo 2025





MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Edificio Jerónimos
Salas A y B
Madrid

 




     Hasta el 2 de marzo de 2025 el Museo del Prado y la Fundación AXA presentan, en las salas A y B del edificio Jerónimos, “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro”, una exposición que reflexiona sobre el éxito de la escultura policromada barroca y su complementariedad con la pintura. Lo hace mediante una espectacular escenografía que acoge casi un centenar de esculturas de grandes maestros como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán. Junto a ellas, pinturas y grabados que, como en un juego de espejos, las emulan o reproducen, y piezas clásicas que dan testimonio de la importancia del color en la escultura desde la Antigüedad.

Comisariada por Manuel Arias Martínez, Jefe de Departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, la exposición reivindica la importancia de la escultura policromada para una comprensión integral del arte español y presenta por primera vez al público cinco importantes obras recientemente adquiridas por el museo: Buen y Mal ladrón de Alonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval.



HORARIOS DE APERTURA DEL MUSEO DEL PRADO

Abierto
De lunes a sábado de 10:00 h a 20:00 h
Domingo y festivos de 10:00 h a 19:00 h

Cerrado
1 de enero
1 de mayo
25 de diciembre

Horario reducido
6 de enero
24 y 31 de diciembre
De 10:00 h a 14:00 h

Horario gratuito
De lunes a sábado de 18:00 h a 20:00 h
Domingo y festivos de 17:00 h a 19:00 h




































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11 de noviembre de 2024

Exposición: GREGORIO FERNÁNDEZ - MARTÍNEZ MONTAÑÉS, EL ARTE NUEVO DE HACER IMÁGENES, del 12 de noviembre 2024 al 2 de marzo 2025





CATEDRAL DE VALLADOLID


HORARIO

Martes a viernes: de 10 a 13,30 h. y de 16 a 19,30 h.

Sábados: de 10 a 20 h.

Domingos y festivos: de 11,15 a 20 h.

Cerrado los lunes y los días 25 de diciembre y 1 de enero.


Entrada individual: 5 €

Visita grupos, máximo 20 personas: 120 €
Duración aprox. 50 min.
Necesaria reserva previa:
Tel 644 546 811
Correo: reservas@fernandezymontañes.com

























































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1 de noviembre de 2024

Theatrum: MARTIRIO DE SAN BARTOLOMÉ, la teatralización dieciochesca de un drama




MARTIRIO DE SAN BARTOLOMÉ

Anónimo italiano

Siglo XVIII

Madera policromada y postizos de metal, cuerda, vidrio y marfil

Altura: 97,50 cm; Anchura: 74 cm; Profundidad: 39,50 cm

Museo Nacional de Escultura, Valladolid

Escultura barroca italiana

 

 


     San Bartolomé nació en Caná de Galilea, no lejos de Nazaret, en el seno de una familia pobre israelí. Su nombre deriva del patronímico arameo “bar-Tôlmay”, cuyo significado es “hijo de Ptolomeo” y, como otros apóstoles, debió de ejercer como pescador. Mantuvo una gran amistad con el apóstol Felipe, que fue quien le condujo hasta Jesús, junto al que pasó de un escepticismo inicial a una actitud de entusiasta convicción, hasta llegar a ser uno de los apóstoles más cercanos, según es presentado en los Evangelios (Marcos 3,18; Mateo 10,3; Lucas 6,14), siendo testigo, según la leyenda, del primer milagro de Jesús después de su muerte, pues es considerado como uno de los discípulos a los que Jesús se les apareció en el lago Tiberíades después de la resurrección.

Según la tradición piadosa, habría recorrido con afán evangelizador Persia, Mesopotamia, Egipto y Armenia, destacando sus eficaces predicaciones y las obras milagrosas que se le atribuyen, aunque en su escueta biografía el hecho más impactante es la crudeza de su martirio, pues según los hagiógrafos en Abanópolis, ciudad costera en el occidente del Mar Caspio, por mandato y en presencia de Astiages, rey de Armenia y hermano del rey Polimio —a quien el apóstol había convertido al cristianismo—, habría sido condenado a ser despellejado vivo mientras se negase a renunciar a su Dios y adorar a los ídolos impuestos por el rey, siendo finalmente decapitado.

     La crudeza del martirio de San Bartolomé ha inspirado a grandes artistas a lo largo de los siglos, convirtiéndose en sus atributos habituales un gran cuchillo o su propia piel suspendida de un brazo, siendo su imagen más paradigmática la representación del apóstol realizada por Miguel Ángel Buonarroti en el monumental fresco del Juicio Final de la Capilla Sixtina (1536-1541), donde aparece como una figura hercúlea sujetando en su mano derecha un cuchillo y en la izquierda su propia piel, aplicando en el rostro las facciones del propio pintor.

En otros casos los artistas interpretaron el tema acercándose a la excelencia científica, como hiciera en 1562 el escultor lombardo Marco d’Agrate, alumno de Leonardo, en la impresionante escultura naturalista de San Bartolomé que desde 1664 aparece colocada en el transepto de la catedral de Milán —una de las obras más admiradas del Duomo—, escultura que se enmarca en la corriente del siglo XVI interesada en el estudio de la anatomía humana. El santo aparece de pie, en contraposto y con el cuerpo desollado. Está labrado en mármol con gran precisión anatómica en músculos, huesos, sistema circulatorio, etc., lo que la confiere una calidad especialmente notable. Sostiene en una mano una Biblia y recubre su desnudez con lo que aparentemente parece un paño, duda que se despeja contemplando la parte trasera, donde se descubre que es su propia piel arrancada durante el martirio, reconociéndose su rostro y la piel de los pies y manos. Muy satisfecho debió quedar el escultor con esta obra, pues en la base incluyó la inscripción “NON ME PRAXITELES SED MARCO FINXIT AGRAT” (No me hizo Praxíteles sino Marco d’Agrate).

     Durante el barroco, dentro del movimiento de exaltación de los martirios propulsado por la Contrarreforma, fueron muy abundantes y efectistas las representaciones pictóricas de San Bartolomé en el trance de ser despellejado. Sirvan como ejemplo los óleos de José de Ribera (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Museo de Málaga —depósito del Prado— y Museo Nacional de Arte de Cataluña), la pintura de Juan Carreño Miranda (Museo Meadows, Dallas) o la de Francisco Camilo (Museo del Prado). Durante el siglo XVIII, una obra destacada con esta temática es la escultura marmórea realizada entre 1708 y 1718 por el escultor francés, afincado en Italia, Pierre Le Gros el Joven, como parte del monumental apostolado de la basílica de San Juan de Letrán de Roma, donde el santo reaparece mostrando el cuchillo y su piel. 

En el Museo Nacional de Escultura de Valladolid se expone un grupo escultórico, compuesto por tres figuras, que representa el Martirio de San Bartolomé, obra que fue adquirida por el Estado en el año 1964 en el comercio del arte y adjudicado a esta institución vallisoletana. Fue realizado en madera policromada por un desconocido escultor italiano en el siglo XVIII y su estética se ajusta a los gustos imperantes en el barroco tardío.

     Representa el preciso momento en que San Bartolomé, acompañado por dos verdugos, comienza a ser despellejado. Uno que se ocupa con esfuerzo en amarrarle a las ramas de un árbol y otro que, cuchillo en mano, corta la piel del brazo izquierdo dejando visibles venas y músculos. A pesar del dramatismo de la escena, realzado por los valores realistas de las figuras y el atrezo, la violencia del suplicio queda edulcorada por el carácter teatral de los tres personajes, que permanecen ajenos al sentido trágico del momento representado para narrar, con gran colorido y profusión de detalles anecdóticos, una contraposición artificiosa entre los dos dinámicos y estereotipados verdugos y la resignación gestual del santo, que en ningún momento transmite sensación de dolor.

Técnicamente, su factura es minuciosa, cuidada y virtuosista, reforzando el afán realista con el empleo de postizos, como ojos de vidrio, dientes de marfil, el cuchillo de metal y una cuerda real, elementos que se suman a la escrupulosa talla de las indumentarias, que presentan partes talladas como finísimas láminas, y a la delicada anatomía en contraposto de San Bartolomé, que inevitablemente recuerda las multitudinarias representaciones de San Sebastián.   

     En el conjunto destaca la pormenorizada y proporcionada anatomía del santo mártir, cuyo cuerpo describe una línea sinuosa que discurre de los pies a la cabeza. Está representado en plena desnudez y con un paño de pureza que se sujeta a la cintura mediante una cinta roja, con pliegues menudos y un anudamiento en el costado derecho, una disposición ya utilizada en muchos crucifijos barrocos. Su cuerpo sigue un elegante movimiento cadencial determinado por el pie derecho retrasado y apenas apoyado sobre los dedos, el ligero giro del torso hacia la derecha y la cabeza levantada y vuelta hacia la izquierda, lo que permite su contemplación desde varios ángulos para captar distintos matices. Destaca el trabajo de la cabeza, con cabello canoso de gruesos mechones ondulados y barba corta de dos puntas, ojos grandes de cristal con pestañas postizas y la boca entreabierta dejando asomar dientes de marfil, con un rictus de resignación e incomprensión ante el tormento en el que el dolor queda atemperado. Sus altos valores plásticos se refuerzan con una delicada policromía en la que contrasta la palidez corporal con el brazo en carne viva donde la piel ha sido despellejada.

     Distinta morfología presenta la pareja de sayones, ambos de piel curtida y afanados en el suplicio. El de la parte izquierda termina de amarrar, con gran esfuerzo, la mano derecha del santo a la rama del árbol, sobre el que apoya con fuerza su pie izquierdo, mientras arquea su cuerpo hacia atrás. Su cabeza, un tanto inexpresiva, presenta una pronunciada calvicie, labios apretados por el esfuerzo y ojos de cristal con pestañas postizas incrustadas. Viste una camisa azul, un chaleco amarillo ceñido a la cintura por un cinturón negro, un pantalón verde con aberturas laterales y botas recubiertas por polainas, destacando la maestría del tallado —en finas láminas— para sugerir la ligereza de los paños.

El otro, colocado en el lado opuesto y ocupado en rebanar la piel del brazo izquierdo del santo, ofrece un aspecto de tipo militar, vestido con una túnica color crema que le llega a las rodillas, una especie de loriga azul con ribetes rojos, botas negras cubiertas con polainas y un paño en la cabeza, a modo de turbante, sobre una larga cabellera negra. Su rostro es severo, con la mirada concentrada en su sanguinario cometido a través de ojos de cristal provistos de pestañas naturales. En su tarea utiliza un cuchillo de metal, un elemento postizo que proporciona verosimilitud a la escena.

     Ambos sayones, junto a sus duros semblantes, que contrastan con la serenidad de San Bartolomé, comparten una policromía de encarnaciones tostadas, simulando una piel curtida para sugerir una raza distinta a la del santo, así como paños de colores lisos siguiendo el gusto de la época.

Estilísticamente, el grupo escultórico se ajusta al estilo imperante en la escultura italiana en madera del siglo XVIII, con tendencia a un marcado realismo, composición cargada de una teatralidad común en el barroco, demostración de amplios conocimientos anatómicos, tallas con un gran dinamismo y movimiento centrífugo y carnaduras pálidas que recuerdan el marfil. Un referente escultórico se podría encontrar en el escultor Anton Maria Maragliano (1664-1739), gran renovador de la escultura lígnea en la escuela genovesa y con una apreciable obra conservada en Cádiz y en el sur de España. Otro referente podrían ser los talleres napolitanos, cuyo gusto se fue intensificando en España desde comienzos del siglo XVII. De los talleres napolitanos salieron abundantes imágenes enviadas a España por escultores como Aniello y Michele Perrone, Gaetano y Pietro Patalano, Giacomo Colombo, Nicola Fumo, Vincenzo Ardia y otros muchos cuya influencia alcanzó a artistas hispanos de primera fila como Luisa Roldan, la Roldana, o Luis Salvador Carmona. 

     En España, durante el siglo XVIII fueron elaborados algunos grupos escultóricos con una composición de similares características al grupo del Museo Nacional de Escultura, como el realizado por el escultor Luis Salvador Carmona para el retablo mayor de la iglesia de San Bartolomé de Lekároz (Valle del Baztán, Navarra), donde repite la escena con el apóstol semidesnudo atado a un árbol y martirizado por dos sayones, uno arrancando la piel sangrante del brazo, aunque incorpora en la composición un pequeño ángel sobre el apóstol que declara su glorificación. Además, según informa Ceán Bermúdez, el mismo escultor habría hecho otra versión similar para el desaparecido convento de dominicos de Valverde de Fuencarral (Madrid). 

 

Informe y fotografías: J. M. Travieso. 






































LUIS SALVADOR CARMONA
Martirio de San Bartolomé, s. XVIII
Retablo mayor de la iglesia de San Bartolomé
Lekaroz, Valle del Baztán, Navarra

















Martirio de San Bartolomé
Izda: Anónimo aragonés, 2ª mitad siglo XV, Museo Bellas Artes, Bilbao
Dcha: Jaume Huguet, 1492, MNAC, Barcelona
   ALGUNAS REPRESENTACIONES DE SAN BARTOLOMÉ










Miguel Ángel. San Bartolomé
Juicio Final, 1536-1541, Capilla Sixtina, Vaticano














Marco d'Agrate. San Bartolomé, 1562, Catedral de Milán
Foto Flickr Jorge Láscar










José de Ribera. Martirio de San Bartolomé, 1620-1626
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid











José de Ribera (Atrib.). Martirio de San Bartolomé, h. 1641
Museo de Málaga



















José de Ribera (Atrib.)
Martirio de San Bartolomé, 1644
Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona
























Juan Carreño Miranda. Martirio de San Bartolomé, 1666
Museo Meadows, Dallas


















Francisco Camilo. Martirio de San Bartolomé, s. XVII
Museo Nacional del Prado, Madrid




















Pierre Le Gros, el Joven. San Bartolomé, 1708-1718
Basílica de San Juan de Letrán, Roma































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1 de octubre de 2024

Theatrum: SAN ONOFRE, el eco de los modelos miguelangelescos











SAN ONOFRE

Juan de Anchieta (Azpeitia, Guipúzcoa, h. 1533 – Pamplona, 1588)

Último cuarto del siglo XVI

Alabastro

Museo Nacional de Escultura, Valladolid

Escultura renacentista española

 

 






Fotografías del Museo Nacional de Escultura, Valladolid
     Esta vigorosa escultura en alabastro presenta una iconografía que a primera vista puede sorprender por sugerir un patriarca bíblico despojado de sus vestiduras, algo no demasiado frecuente en el santoral cristiano. En realidad, el personaje representa a San Onofre, un santo anacoreta del siglo V venerado en el devocionario medieval como ejemplo de penitencia —Speculum poenitentia— que viene a ser la contrapartida masculina de la figura de santa María Egipciaca, imágenes que llegaron a ser muy frecuentes desde el siglo XVI, según afirma el padre mercedario y tratadista Juan Interián de Ayala (1657-1730) en su obra Pictor Eruditus.

La singular iconografía de San Onofre, basada en su hagiografía, le representa en plena desnudez, salvando el recato de su aspecto con una larga cabellera que le cubre buena parte del cuerpo y una larga barba que le llega casi hasta las rodillas, en ocasiones con un trenzado vegetal cubriendo sus partes pudendas. Tal aspecto se basa en sus más de sesenta años de privaciones y mortificaciones en soledad durante su retiro en el desierto egipcio de la Tebaida, donde, según la tradición piadosa, vivía en una cueva alimentado de los dátiles de una palmera y del pan que un ángel le proporcionaba junto a la comunión dominical.

Johan y Raphael Sadeler. Serie "Solitudo Sive Vitae Patrum Eremicolarum"
Portada y estampa de San Onofre. Biblioteca Nacional de España

     En el siglo XVI, a consecuencia de la negación por la Reforma protestante del valor del arrepentimiento y la penitencia como medio para conseguir la absolución de los pecados mediante la confesión, se produjo una reacción contrarreformista de exaltación de las virtudes de los santos penitentes1, especialmente de los eremitas como San Jerónimo, San Antonio Abad, San Pablo ermitaño, etc., siendo divulgadas sus imágenes a través de series grabadas de amplia difusión, destacando entre ellas las realizadas entre 1588 y 1600 por los hermanos grabadores flamencos Johan y Raphael Sadeler sobre composiciones de Maerten de Vos —Solitudo Sive Vitae Patrum Eremicolarum—, célebres estampas de eremitas en soledad que inspiraron numerosas pinturas que todavía se conservan en un buen número de colecciones y estancias monásticas de conventos españoles.

     La representación de San Onofre, que ya desde época medieval era invocado como protector contra la muerte repentina y como intercesor por las almas del purgatorio, fue mucho más habitual en pintura, aunque desde principios del siglo XVI destacados escultores interpretaron su peculiar iconografía. Sirvan como ejemplos la realizada hacia 1500 en madera policromada por Alejo de Vahía (act. 1486-1515), que se muestra en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, o la magnífica escultura en alabastro policromado de Damián Forment (h. 1480-1540) del Museo de Zaragoza.

Igualmente, es notable esta representación en bulto redondo de San Onofre que realizara Juan de Anchieta en alabastro durante el último cuarto del siglo XVI, escultura que actualmente se conserva en el Museo Nacional de Escultura, donde fue presentada en público en 2011 tras ser adquirida por el Estado y asignada a esta institución vallisoletana2.

Juan de Anchieta representa al santo eremita de pie y siguiendo un esquema frontal, con una vigorosa anatomía que marca la diferencia con los cuerpos enjutos —más lógicos— aplicados por otros autores, en este caso siguiendo algunos modelos tomados de la estatuaria italiana que eran difundidos a través de grabados, siendo muy elocuente en este sentido el gesto de los dedos introducidos entre los mechones de la barba, un efectista recurso plástico tomado sin duda del célebre Moisés de Miguel Ángel, con el que también comparte su gesto enérgico, su mirada penetrante, sus hercúleos rasgos anatómicos y la contención en su actitud, demostrando una firmeza que está en sintonía con el nuevo lenguaje afín a los postulados de la Contrarreforma tridentina, en este caso con un estilo adscrito a la escuela escultórica que se ha denominado Romanista, generalizada en la mitad norte de España a partir de la influencia ejercida por la obra de Gaspar Becerra.

     Del mismo modo, en esta robusta escultura de San Onofre se pueden atisbar influencias de Juan de Juni, el gran maestro del que debió ser colaborador durante su estancia en Valladolid entre 1565 y 1570, tras realizar seguramente su formación en esta ciudad.

Por otra parte, tanto la corpulenta figura como la vitalidad de San Onofre muestra significativas similitudes con otras obras documentadas de Juan de Anchieta, especialmente con el retablo de la Trinidad de la catedral de Jaca, realizado en 1570 en piedra policromada y presidido por un altorrelieve de la Trinidad en la modalidad de Trono de Gracia o Trinidad vertical como metáfora de la Redención, fórmula en la que las Tres Personas aparecen superpuestas a distintas alturas —Dios Padre sujetando y mostrando en su regazo a Cristo crucificado para exaltar el valor de su sacrificio, mientras la paloma del Espíritu Santo desciende en forma de soplo divino entre ambas cabezas—, destacando en el grupo la potente figura entronizada de Dios Padre, que José Camón Aznar consideraba la réplica más grandiosa del Moisés de Miguel Ángel. Dicha figura comparte con la de San Onofre el estar labrada en piedra y los rasgos fisionómicos, especialmente el tratamiento de los cabellos y la barba.

     Ambas esculturas muestran a Juan de Anchieta como uno de los intérpretes más geniales de las fórmulas miguelangelescas en la escultura española del último tercio del siglo XVI, tras ser introducidas por Gaspar Becerra en el retablo mayor de la catedral de Astorga (1558-1584), dando lugar a un vocabulario plástico —romanismo—, adaptado en cada caso a las necesidades de las obras demandadas, que tuvo numerosos discípulos y seguidores.      

 


Informe y fotografías del MNE: J. M. Travieso.

 



NOTAS 

1 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel: San Onofre. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009. pp. 166-167. 

2 BOLAÑOS ATIENZA, María: San Onofre. En El Museo crece: Últimas adquisiciones 2005-2010. Madrid, 2011, p. 99. 















Izda: JUAN DE ANCHIETA. San Onofre. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Dcha: MIGUEL ÁNGEL. Moisés. San Pietro in Vincoli, Roma








MIGUEL ÁNGEL. Detalles de Moisés, 1513-1536
Basílica de San Pietro in Vincoli, Roma







JUAN DE ANCHIETA
Izda: Retablo de la Trinidad, 1570, catedral de Jaca (Huesca)
Dcha: Detalle del grupo de la Trinidad











Izda: ALEJO DE VAHÍA, San Onofre, h. 1500
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Dcha: DAMIÁN FORMENT, San Onofre, h. 1520
Museo de Zaragoza
   ALGUNAS REPRESENTACIONES DE SAN ONOFRE








Izda: ALEJO DE VAHÍA, detalle de San Onofre, h. 1500
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Dcha: DAMIÁN FORMENT, detalle de San Onofre, h. 1520
Museo de Zaragoza


Izda: EMMANUEL TZANES, San Onofre, 1662, Colección iconos de Rena Andreadis
Centro: FERNANDO YÁÑEZ DE LA ALMEDINA, San Onofre, 1515-1525, Museo del Prado
Dcha: VASCO PEREIRA, Comunión de San Onofre, 1583-Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde














 





Izda: JOSÉ DE RIBERA, San Onofre, 1637, Museo Hermitage, San Petersburgo
Dcha: FRANCISCO COLLANTES, San Onofre,  h.1645, Museo del Prado









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