29 de agosto de 2022

Fastiginia: El incendio de la iglesia de San Pablo de Valladolid en septiembre de 1968

Incendio de la iglesia de San Pablo de Valladolid el 9 de septiembre de 1968

     La ciudad de Valladolid ha conocido a lo largo de su historia una dramática relación con el fuego, causa de la destrucción de algunos de sus bienes más preciados. No por casualidad en el escudo de la ciudad, cuya representación más antigua data de 1454, aparecen una serie de jirones ondulados que sugieren llamas de fuego. No obstante, el incendio más recordado y significativo fue el que se produjo el 21 de septiembre de 1561, cuando buena parte del centro de la ciudad sucumbió ante un fuego incontrolable, lo que obligó a la reconstrucción del casco urbano aplicando avanzados criterios urbanísticos de inspiración renacentista, de lo que son buenos ejemplos la Plaza Mayor y la calle de Platerías.

Remontándonos a nuestro tiempo, serán muchos los que aún recuerden los dramáticos incendios que devastaron la fábrica de Montaje de Fasa Renault (30 de octubre de 1974), la histórica Fábrica de Harinas de La Magdalena (2 de mayo de 1976) o el viejo archivo de la Real Chancillería (24 de julio de 1979), por citar algunos ejemplos.

Incendio de la catedral de Notre Dame de Paris en abril de 2019

     Al hilo de esto, recordaremos como el 15 de abril de 2019 el mundo entero se estremecía al contemplar en directo por televisión como las llamas devoraban la aguja y la techumbre de la catedral de Notre Dame de París, Patrimonio Mundial de la Unesco. En Valladolid inevitablemente se recordaba una situación similar producida en la ciudad el 9 de septiembre de 1968, cuando otro voraz incendio llegó a consumir, ante la desesperación de los vallisoletanos, las viejas techumbres de la cabecera de la iglesia de San Pablo, posiblemente el monumento más emblemático del patrimonio local, hecho que, a diferencia de lo que ocurriera en París, provocó el hundimiento parcial de la bóveda en enero de 1969.

La crítica situación se produjo cuando las viejas techumbres de la iglesia pedían a gritos una reparación integral de las cubiertas que no llegó a tiempo, pues se había iniciado una restauración por etapas que fue insuficiente. El fuego se declaró a la 13:10 horas de aquel fatídico día —a causa de un cortocircuito, según se diagnosticó después—, cuando Valladolid sufría una calurosa jornada, atípica en septiembre, que alcanzó una temperatura máxima de 32 grados. Al poco tiempo, una enorme columna de humo se podía contemplar desde buena parte de la ciudad, provocando la alarma cuando se pudo comprobar su origen en la monumental iglesia, unida arquitectónicamente al Museo Nacional de Escultura.

Retén de bomberos y soldados en el incendio de la iglesia de
San Pablo en 1968. Foto Archivo Municipal

     Enseguida la plaza de San Pablo se llenó de vallisoletanos curiosos e impotentes ante el cariz de la situación, tantos que la Policía Municipal y la Guardia Civil de Tráfico tuvieron que intervenir acordonando la zona y facilitando la circulación y el acceso a los cuerpos de bomberos, llegados no sólo desde Valladolid, sino también de Palencia y de la base aérea de Villanubla, a los que se sumaron fuerzas de la Policía Municipal, de la Policía Armada y soldados de la Capitanía General y de la Sección del Gobierno Militar. De forma espontánea, grupos de ciudadanos voluntarios ayudaron a sacar del templo los bancos y otros enseres para facilitar las tareas y prevenir su destrucción.

Al cabo de dos horas de darse la voz de alarma, los bomberos, que utilizaron por primera vez una escala que les permitió llegar a lo más alto, conseguían apaciguar las llamas a las 15:30 horas, quedando totalmente controlado el incendio media hora después, aunque se mantuvo un retén alerta por si las brasas se pudiesen reanimar. Pero el daño ya estaba ocasionado, temiéndose que las bóvedas situadas sobre la capilla mayor estuviesen afectadas seriamente por el calor del fuego y la cantidad de agua derramada sobre las cubiertas para la extinción de las llamas.

Cubierta quemada y escala de los bomberos en San Pablo

     Así ocurrió. A pesar de que la iglesia se abrió al culto el 14 de septiembre, tras permanecer varios días cerrada y de acotarse la parte afectada (las cubiertas de la mitad de la iglesia a los pies ya habían sido restauradas), el 30 de enero de 1969, al que habían precedido varios días de lluvias abundantes, se hundía una parte de la bóveda central causando destrozos sobre el retablo y un grupo de cuatro magníficas esculturas que lo integraban.

Los trabajos de restauración comenzaron dos semanas después con carácter de urgencia, permitiendo Bellas Artes el uso de cemento en las bóvedas y la reconstrucción de las cubiertas con materiales incombustibles, prometiendo posteriores intervenciones. Los trabajos reparadores finalizaban el 21 de septiembre de 1974, cinco años después, aprovechándose la intervención para recuperar los cinco ventanales del ábside, con lo que el presbiterio recuperaba el aspecto original de la iglesia reconstruida en 1445 —sobre otra anterior más modesta de 1276— bajo el patrocinio del cardenal Torquemada, cuyo mecenazgo fue continuado por Fray Alonso de Burgos hasta la conclusión de las obras. 

Aspecto actual de la iglesia de San Pablo de Valladolid

EL RETABLO DE SAN PABLO Y LAS ESCULTURAS DE CUATRO SANTOS DOMINICOS 

La elaboración del retablo mayor de la iglesia de San Pablo es un asunto todavía no aclarado, a pesar de la información proporcionada por Jesús Urrea. Un dato conocido es que en 1500 Fray Alonso de Burgos, patrono del convento, financió la elaboración de un retablo que fue realizado por Simón de Colonia. En los primeros años del siglo XVII, siendo nuevo patrono el Duque de Lerma, que acometió múltiples mejoras en la iglesia, como la elevación de la fachada y el establecimiento de la capilla mayor como lugar de su enterramiento, emulando los modelos de el Escorial, se decidió construir un monumento para la exposición del Sacramento que en 1613 se pensó sustituir por otro más complejo que, según traza de Juan Gómez de Mora, realizarían los ensambladores Melchor de Beya y Cristóbal y Francisco Velázquez para ser colocado en un retablo igualmente diseñado por Juan Gómez de Mora y cuyas esculturas realizaría Gregorio Fernández.

Interior de la iglesia de San Pablo en la actualidad

     Este retablo no se llegó a materializar, pero desconocemos si se llegó a comenzar. Para el mismo, a los artistas anteriormente citados se les proporcionó el presupuesto total de 2.400 ducados y las instrucciones para que constara de tres cuerpos, en los que se sucederían los órdenes dórico, jónico y corintio, con calles separadas por columnas estriadas con basa y capitel entre las cuales se alojasen nichos para colocar esculturas, con la única excepción de una gran pintura ocupando la calle central del segundo cuerpo. Para dicho retablo Gregorio Fernández se comprometió a realizar nueve esculturas y dos figuras de Virtudes que irían recostadas en la parte superior.   

Sin embargo, cuando en 1617 el convento dominico vendió el retablo gótico de Simón de Colonia a la parroquia de San Andrés, por causas desconocidas se rompieron los contratos estipulados y a consecuencia de la caída en desgracia y posterior muerte del Duque de Lerma en 1625 se abandonó aquel proyecto, posiblemente con algunas de las esculturas de Gregorio Fernández ya realizadas.


Santa Inés de Montepulciano y San Pedro de Verona
Capilla mayor de la iglesia de San Pablo

     El 24 de mayo de 1626 se volvía a proyectar la elaboración de un retablo, formalizándose las escrituras con los ensambladores Melchor de Beya y Francisco Velázquez, posiblemente sobre las trazas de nuevo de Francisco de Praves, aunque este dato se desconoce. Según el contrato, debería estar terminado en septiembre de 1628 y su coste sería de 3.500 ducados, precio que no incluía la escultura. El retablo fue visitado por Ponz en Valladolid, que apuntaba que era tenido por Juan de Herrera, ya que se inspiraba en el modelo realizado por este para El Escorial. El retablo mayor integraba cuatro pinturas de Bartolomé de Cárdenas con los temas del Nacimiento, la Adoración de los Reyes, Cristo llamando a los discípulos y la Conversión de San Pablo (actualmente repartidas en la iglesia a San Pablo y el Museo Nacional de Escultura). En cuanto a la escultura, que debería correr a cargo de Andrés Solanes —discípulo de Gregorio Fernández— según la escritura firmada en Valladolid el 6 de mayo de 1628, debería representar a ocho santos dominicos, repartidos en grupos de cuatro en el primer y segundo cuerpo, así como un relieve central representando un milagro obrado por Santo Domingo y el preceptivo grupo del Calvario. Asimismo, se encargó al ensamblador Melchor de Beya un tabernáculo con pequeñas esculturas y relieves que fueron obra de Andrés Solanes. El conjunto quedaba asentado en la iglesia en abril de 1634.

Santa Inés de Montepulciano y San Pedro de Verona

     Aquel retablo fue reemplazado por otro que, elaborado por el ensamblador Antonio Bahamonde en 1763, fue destruido durante la invasión napoleónica, momento en que el convento fue utilizado como cuartel. Tras el regreso de los frailes al convento, en 1822 fue construido un nuevo retablo en el que se reaprovecharon elementos de los monumentos funerarios de los Duques de Lerma, retablo que se conoce por una fotografía publicada en 1900, después de que la comunidad dominica recuperara la iglesia en 1893. Este sería el que permaneció en la iglesia hasta que en el año 1968 se produjo el incendio y posterior derrumbe de la bóveda de la capilla mayor.

Entre las víctimas de aquella desgracia se encuentran cuatro esculturas de los santos dominicos San Pedro de Verona, San Vicente Ferrer, Santa Inés de Montepulciano y Santa Catalina de Siena, que perdieron parte de sus brazos en el derrumbe de la bóveda. Tras haber sido restauradas en 1984 —aunque permanecen mutiladas— por su alto valor artístico las cuatro fueron recolocadas en la capilla mayor de la iglesia, ocupando los nichos desnudos que en su día estuvieron destinados a albergar los lujosos sepulcros en bronce dorado del Duque de Lerma y su esposa Catalina de la Cerda (actualmente en el Museo Nacional de Escultura). Tradicionalmente han sido atribuidas a Gregorio Fernández, pero desde tiempos recientes se adjudican a su discípulo Andrés Solanes, sin duda sobre la base de la escritura firmada entre este escultor y los ensambladores Melchor de Beya y Francisco Velázquez el 6 de mayo de 1628, escritura que según Jesús Urrea no se ha podido localizar.

Santo Domingo de Guzmán, Santa Catalina de Siena y
San Vicente Ferrer. Capilla mayor de la iglesia de San Pablo

     Es aquí donde comienzan a aparecer una serie de dudas. Si las cuatro pinturas de Bartolomé de Cárdenas para aquel retablo están perfectamente identificadas, ¿qué ha sido de las ocho esculturas de santos dominicos que en teoría debiera realizar Andrés Solanes? ¿Formaron parte de ellas las cuatro conservadas? ¿Llegó a realizar alguna o ya habían sido elaboradas por Gregorio Fernández para el retablo proyectado en 1613, que nunca se llegó a realizar, y reaprovechadas en el proyectado en 1626 y culminado en 1634?

Andrés Solanes fue un destacado escultor que siguió de cerca los modelos creados por Gregorio Fernández. Sirva de ejemplo el magnífico Cristo del paso de la Oración del Huerto (iglesia de la Vera Cruz). Pero en toda su obra no alcanza a expresar la vida interior que el maestro gallego logró infundir a sus creaciones, especialmente a los arquetipos por él ideados. El hecho de que Gregorio Fernández se comprometiera a realizar las ocho esculturas del retablo que le ofrecieran en 1613 y que el proyecto quedara interrumpido y retomado en 1626, ¿no puede suponer que Gregorio Fernández iniciara la serie y que estas cuatro esculturas formaran parte de las ocho previstas y realizadas antes de la interrupción?

Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer

     A todas estas dudas se suma la estimable calidad artística que ofrecen los cuatro santos dominicos, plenos de dinamismo en sus posturas, con marcados contrapostos, escapularios de los hábitos trabajados finamente, plegados aplicados al modo fernandino, vestiduras envolventes y los rostros de las santas ajustados al modelo ideal femenino que tantas veces repitiera el maestro: Santa Teresa, Santa Clara, Santa Escolástica, Santa Isabel de Hungría, Inmaculadas, Piedades…

Si hubiesen sido realizadas por Andrés Solanes, ¿se puede establecer alguna relación entre estas destacadas obras de santos dominicos, realizadas hacia 1626, y otras de sus esculturas, como las figuras del ángel, Judas y los sayones del paso de la Oración del Huerto (Museo Nacional de Escultura), realizado entre 1628 y 1630, el Cristo atado a la columna de Urueña y el Cristo yacente de San Cebrián de Mazote, datados hacia 1635 y procedentes del monasterio de la Santa Espina, por citar algunos ejemplos de un estilo tan definido? La verdad es que es difícil.


Santa Inés de Montepulciano, San Pedro de Verona, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer

     Por razones estilísticas, no sería algo descabellado restituir definitivamente la autoría de las cuatro esculturas, cuya policromía fue adjudicada en 1625 por fray Baltasar Navarrete a los pintores Mateo y Gregorio Guijelmo, al gran Gregorio Fernández, “la gubia del Barroco”, que para la misma iglesia también realizaría hacia 1625 la imagen titular del retablo de Santo Domingo de Guzmán, obra maestra plena de dinamismo barroco que igualmente en nuestros días aparece colocada en la capilla mayor de la iglesia dominica.     

 


Izda y centro: Detalle de San Pedro de Verona y Santa Inés de Montepulciano
Dcha: Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer

















Gregorio Fernández. Santo Domingo de Guzmán, hacia 1625
Capilla mayor de la iglesia de San Pablo de Valladolid

















Escudo de Valladolid con los jirones en forma de llamas
Plaza de España de Sevilla


















Representación del incendio de Valladolid el 21 de septiembre de 1561
Zaguán de la Diputación Provincial de Valladolid















Incendios de Fasa Renault, 1974; Fábrica de Harinas La Magdalena, 1976; Real Chancillería, 1979
Fotos El Norte de Castilla
 






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8 de agosto de 2022

1 de agosto de 2022

Exposición: PINTURA, PABLO RANSA, hasta el 21 de agosto 2022


SALA DE EXPOSICIONES TERESA ORTEGA COCA

PALACIO DE PIMENTEL, VALLADOLID

 

La exposición “Pintura” ofrece 24 obras que oscilan desde el pequeño formato al monumental, realizadas al óleo, acrílicos y técnicas mixtas sobre estructuras de madera, collages y entelados que representan todo un universo plástico creado por el vallisoletano Pablo Ransa a lo largo de las dos últimas décadas.

En composiciones espectaculares, que representan paisajes urbanos de lo que el pintor considera una “Babel”, se refleja el mundo confuso que vive la humanidad en nuestros días, la fascinación por un mundo roto en el que las personas quedan inmersas y atrapadas. Aplastantes trazados urbanísticos o naturales sugieren mundos figurativos compuestos por elementos abstractos y sensoriales que determinan un caos y una incertidumbre que en realidad viene a ser un grito de esperanza.

Una novedosa serie de retratos, en los que el alma se dispara en planos pluridireccionales, miran fijamente al espectador buscando complicidad ante las diversas contradicciones de la vida, convirtiéndose en un espejo en el que se refleja uno mismo en el universo Ransa.

     En pocas ocasiones como esta, las fotografías que ilustran algunas pinturas son incapaces de sugerir su carácter tridimensional y el mundo que se abre cuando estás ante ellas. Esto se soluciona visitando tan atractiva exposición.

 


HORARIO DE VISITAS
De martes a domingo: de 12 a 14 y de 19 a 21 h.





































































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