Es esta una de las leyendas más populares de Valladolid y gira en torno a la presencia de unos barrotes encadenados en una de las ventanas del Palacio Pimentel, situado en uno de los lugares de más recio abolengo de la ciudad: la Plaza de San Pablo.
Doña Constanza de Bazán Osorio heredó de su padre, don Pedro Álvarez de Osorio, Marqués de Astorga, las casas que éste poseía en la Corredera de San Pablo (calle de las Angustias), levantadas desde finales del siglo XV en la esquina con la plaza de San Pablo. Cuando esta dama contrae matrimonio con don Bernardino Pimentel, la familia ocupa este palacio y lo reforma en relación con el rango de su propietario: Regidor de Valladolid. Este personaje fue uno de los nobles que tomaron partido por el emperador Carlos en la Guerra de las Comunidades, hecho que fue recompensado en 1541, junto al agradecimiento por haber facilitado alojamiento al emperador en su residencia, con el Marquesado de Távara.
Y es que durante la estancia de la familia real en Valladolid en 1527, al no disponer de palacio propio, don Bernardino Pimentel, como ya lo hiciera años antes, puso su palacio a disposición del emperador, que debía asistir a las Cortes convocadas en el mes de abril de aquel año, justo en un momento en que la emperatriz Isabel se encontraba en avanzado estado de gestación. Por este motivo, el 21 de mayo los muros del Palacio Pimentel fueron testigos de un gran acontecimiento: el nacimiento del príncipe heredero, el futuro rey Felipe II. La llegada de tan esperado infante fue celebrada por todo lo alto en la ciudad, iniciándose pronto los preparativos para el solemne bautizo, con toda la pompa habitual en aquellos casos.
Aquí es donde comienzan toda una serie de conjeturas nacidas de la imaginación popular, propiciadas por un hecho singular que aparece en la fachada del palacio: una de las ventadas del piso bajo, orientada a la iglesia de San Pablo, aparece con la reja cortada al medio, a modo de puertas batientes, y ambas partes unidas por una cadena entrelazada. Esta peculiaridad, cuyo origen no ha podido ser desvelado hasta ahora, ha dado lugar a la popular leyenda que se expone a continuación.
Siendo costumbre que cada vecino fuese bautizado en su parroquia correspondiente, y teniendo el Palacio Pimentel su puerta principal abierta a la Corredera de San Pablo, la ceremonia del bautizo correspondía ser realizada en la vecina parroquia de San Martín, a la que pertenecía el inmueble. Pero siendo el deseo del emperador que el acto se celebrara con solemnidad en el altar mayor de la iglesia de San Pablo, que había adquirido carácter regio después de celebrarse en aquel recinto las sesiones de Cortes desde 1521, y para no contravenir la ley vigente, se ideó convertir aquella ventana en una puerta con acceso directo a la iglesia de San Pablo y por ella sacar al pequeño príncipe y todo el séquito, que llegarían a la iglesia a través de un pasadizo engalanado, una construcción efímera decorada con gallardetes, pendones, ánforas y guirnaldas de gusto renacentista, siguiendo una costumbre de origen italiano. Tras la ceremonia la reja habría sido clausurada y asegurada definitivamente con una cadena.
El calado de esta leyenda está reflejado en uno de los paneles de azulejos que relatan la vida de la ciudad en tiempos de Felipe II, realizados por el talaverano J. Ruiz de Luna entre 1939 y 1940, que aparecen colocados en el zaguán de este palacio, donde se muestra el pasadizo que, partiendo de la ventana serrada, llega desde el Palacio Pimentel hasta la puerta del templo dominico, cuya fachada en aquel tiempo tampoco era la que presenta actualmente, fruto de la reforma del Duque de Lerma a principios del XVII. Sin duda al ceramista le fue relatada esta historia como cierta y así la dejó reflejada, sin tener en cuenta otras apreciaciones.
Lo cierto es que la leyenda tiene una débil razón de ser, ya que en realidad para el bautizo regio se construyó un pasadizo ornamental que discurría desde la misma puerta del palacio hasta al altar mayor de la iglesia, pasadizo engalanado que, aparte de realzar el desfile, impedía el acceso de las capas populares a los personajes del séquito real, todo ello sin tener que recurrir a la modificación de la célebre ventana, inconcebible operación que carece de un fundamento lógico. Es fácil deducir que fue elegida la iglesia de San Pablo para tal acontecimiento por su abolengo en la ciudad, por su proximidad al palacio, por su gran capacidad y por la dignidad de sus capillas, entre las que destacaba la de Fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia y mecenas del templo, tristemente expoliada de sus fastuosas riquezas durante la francesada.
El palacio, organizado en torno a un patio central, consta de dos pisos unidos por una escalera, un amplio zaguán, portada de piedra y una torre destacada en la esquina en la que se abre una bella ventana plateresca decorada con el emblema de los Pimentel y con grutescos en la línea de los trabajos del burgalés Diego de Siloé. En 1530 pasó a ser propiedad de Juan Hurtado de Mendoza y María Sarmiento, condes de Rivadavia, a los que pertenecen los escudos de la fachada colocados a los lados del balcón. Sus herederos lo vendieron a los marqueses de Camarasa y en 1875 fue adquirido por la Diputación Provincial, que colocó en sus dependencias dos importantes cubiertas mudéjares de madera, una cuadrada procedente del Colegio de San Gregorio, en la Sala de Comisiones, y otra de par y nudillo, con forma de artesa invertida, procedente de la iglesia de Villafuerte de Esgueva, en el Salón de Plenos.
Su interior está muy reformado para adaptarle a las necesidades administrativas de la Diputación, aunque en 1985 el palacio conoció una profunda restauración, según proyecto de Ángel Ríos, en la que se recuperó la pureza del patio. En 1990 parte de la planta baja orientada a la calle de las Angustias fue convertida en sala de exposiciones. A pesar de todo, el edificio constituye una buena muestra de la arquitectura palaciega vallisoletana, librándose de la piqueta por acoger una institución oficial, hecho que no ocurrió en su entorno, uno de los desaguisados más patéticos de Valladolid, con grotescos edificios levantados a partir de los años 70 que no tuvieron ningún respeto al Palacio Pimentel ni al vecino Palacio Real, unos como anodinas viviendas, fruto de la feroz especulación, y otros albergando instituciones con pretendidas modernidades, propias de nuevos ricos, que se delatan por sí solas y que esconden en el patio trágicos restos de las casonas de la populosa Corredera de San Pablo.
Informe y fotografías de J.M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944859
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Su interior está muy reformado para adaptarle a las necesidades administrativas de la Diputación, aunque en 1985 el palacio conoció una profunda restauración, según proyecto de Ángel Ríos, en la que se recuperó la pureza del patio. En 1990 parte de la planta baja orientada a la calle de las Angustias fue convertida en sala de exposiciones. A pesar de todo, el edificio constituye una buena muestra de la arquitectura palaciega vallisoletana, librándose de la piqueta por acoger una institución oficial, hecho que no ocurrió en su entorno, uno de los desaguisados más patéticos de Valladolid, con grotescos edificios levantados a partir de los años 70 que no tuvieron ningún respeto al Palacio Pimentel ni al vecino Palacio Real, unos como anodinas viviendas, fruto de la feroz especulación, y otros albergando instituciones con pretendidas modernidades, propias de nuevos ricos, que se delatan por sí solas y que esconden en el patio trágicos restos de las casonas de la populosa Corredera de San Pablo.
Informe y fotografías de J.M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944859
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