6 y 7 ARCÁNGEL
SAN MIGUEL Y SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
Juan Imberto, 1613.
Iglesia del convento de Santa
Isabel, Valladolid.
Durante el primer tercio del siglo XVII la escultura
vallisoletana se polarizó en torno a la obra creativa del taller de Gregorio
Fernández, algo que no ocurrió de forma tan determinante en la actividad de los
ensambladores, artífices de la arquitectura de los retablos, cuya actividad
estuvo más diversificada, destacando entre ellos los talleres de Juan de
Muniátegui, el de Cristóbal y sus hijos Juan y Francisco Velázquez y el de
Melchor de Beya, padre e hijo, todos ellos relacionados personalmente con el
escultor gallego, tanto por motivos profesionales como por empatía.
El alto nivel alcanzado por Francisco de Rincón y
Juan de Ávila y, sobre todo, por Gregorio Fernández y sus seguidores, algunos
de los cuales asumían los trabajos que el apreciado maestro no podía atender
por exceso de trabajo, hizo que los retablos vallisoletanos se decantaran en su
composición, salvo en contadas excepciones, esencialmente por trabajos
escultóricos en detrimento de la pintura, cuyo máximo representante en
Valladolid era Diego Valentín Díaz.
Retablo de Santa Isabel. Juan Imberto, 1613. Valladolid |
Un buen ejemplo de ello es el retablo mayor de la
iglesia del convento vallisoletano de Santa Isabel, sin duda una obra codiciada
por cualquier artista que fue concertada el 21 de junio de 1613 entre la
abadesa y el ensamblador Francisco Velázquez, según un contrato que
especificaba medidas, materiales y la iconografía a incluir. Velázquez delegaba
el 5 de noviembre de 1613 toda la obra de escultura en Juan Imberto y parte de
la obra del retablo al ensamblador Melchor de Beya, según documentación
aportada en 1941 por Pilar López Barrientos5.
El espacio receptor era un antiguo beaterio de
monjas franciscanas, fundado en 1472, que después pasó a acoger una comunidad
de clarisas franciscanas según licencia papal otorgada por Inocencio VIII en
1484. A principios del siglo XVI tuvo como benefactora a doña Isabel de Solórzano,
viuda de contador de los Reyes Católicos don Diego de la Muela, que llegó a
ocupar el cargo de abadesa. La austera iglesia del convento, obra del
arquitecto palentino Bartolomé de Solórzano, también contaría con otros
patronos, como el doctor Francisco de Espinosa y su esposa doña Juana de
Herrera, que en 1550 adquirieron los derechos de la capilla de San Francisco
para ser utilizada como enterramiento familiar, dotando a la capilla de obras
de Juan de Juni.
Anunciación. Juan Imberto, 1613. Convento de Santa Isabel, Valladolid |
Una vez realizado el retablo, incluyendo los
relieves historiados y figuras de bulto de Juan Imberto, el 26 de agosto de
1621 la comunidad de "Isabeles" encargaba al pintor Marcelo Martínez
la tarea de "dorar, estofar y
encarnar" las esculturas y mazonería del mismo, al tiempo que
establecía que la imagen de la santa titular, realizada en altorrelieve por
Juan Imberto, se cambiaría por otra de bulto redondo solicitada ese mismo año a
Gregorio Fernández6. El relieve de Santa Isabel de Juan Imberto
sería reconvertido en una imagen de Santa Teresa y vendido a los Carmelitas
Descalzos, aunque actualmente se conserva en los muros de la cercana iglesia de
San Benito el Real.
Se trata de un elegante retablo clasicista formado
por banco, dos cuerpos y ático, con una organización vertical en cinco calles, las
interiores con cuatro relieves dedicados a la Virgen que representan la Anunciación, la Visitación, la Aparición de
Cristo resucitado a María y la Asunción,
y las exteriores con un santoral de bulto integrado por San Juan Bautista, San Juan
Evangelista, y los franciscanos San
Antonio y San Bernardino, con
relieves de Virtudes sobre ellos, que
se acompañan de San Luis y San Buenaventura junto al Calvario del ático. Se complementa con
bellos relieves en el banco que representan a la Magdalena, San Jerónimo,
la Adoración de los Pastores y la Epifanía, complementándose con relieves
en los netos que muestran a San Pedro,
San Pablo, San Agustín, San Ambrosio,
San Buenaventura y los santos
franciscanos San Diego de Alcalá, Santa Clara y Santa Rosa de Viterbo, así como un Ecce Homo colocado sobre el tabernáculo.
A los lados del presbiterio aparecen dos figuras de
ángeles colocados sobre peanas que cuando se firmó el contrato estaba previsto
fueran colocadas en las hornacinas del segundo cuerpo del retablo, las situadas
a los lados de la figura de Santa Isabel. Sin embargo, antes de la aplicación
de la policromía el proyecto se modificó y sus lugares fueron ocupados por los
santos franciscanos que aparecen en la actualidad, siendo en principio
relegados al ático y después colocados fuera del retablo, en ambos lados del
presbiterio7. Representan al arcángel San Miguel y al Santo Ángel de
la Guarda y también son obra de Juan Imberto.
El escultor Juan Imberto
El escultor y ensamblador Juan Imberto era hijo del
también ensamblador Mateo Imberto y nació en Segovia en torno a 1580. Culminó
su formación en Valladolid, donde en los primeros años del siglo XVII abrió su
propio taller en la calle Francos (actual Juan Mambrilla), trabajando en la
ciudad en varias ocasiones juntos a los ensambladores Melchor de Beya y la
familia Velázquez, asiduos colaboradores de Gregorio Fernández, como ocurrió en
las obras de Santa Isabel.
Al menos desde 1618 tuvo taller instalado en
Segovia, su ciudad natal, donde vivió casado primero con Úrsula Sustayta y en
segundas nupcias con Juana Gutiérrez8. Allí desarrolló un prolífico trabajo que le
permitió disfrutar de una vida acomodada hasta que murió el 10 de julio de 1626 y fue enterrado en la iglesia segoviana de San Miguel9.
En su estilo perviven resonancias manieristas y
rostros un tanto inexpresivos, a pesar de lo cual consigue impregnar de sello
propio a sus esculturas, desarrollando una iconografía basada en estampas y
grabados llegados de Europa, entre ellos de Hieronymus Wierix, maestro grabador
con taller en Amberes, y sobre todo imitando los modos de Pedro de la Cuadra y
los modelos de Gregorio Fernández, como se patentiza en el retablo y los
ángeles del convento de Santa Isabel.
El arcángel San Miguel
Aparece colocado sobre una peana fijada en la pared
del lado del Evangelio del presbiterio de la iglesia, a pocos metros del
retablo para el que originariamente fue concebido. Tiene un tamaño que ronda el
natural, está tallado en bulto redondo y representa a San Miguel victorioso
sobre la figura de Lucifer vencido a sus pies. El grupo repite en todos sus
detalles el prototipo creado por Gregorio Fernández en 1606 para la iglesia de
San Miguel, aunque Juan Imberto introduce ligeras variantes que denotan su
habilidad para recrear tipos.
La disposición es idéntica, con el brazo derecho
levantado sujetando una lanza y el izquierdo bajado en actitud, a juzgar por la
posición de los dedos, de sujetar un escudo desaparecido. Igualmente flexiona
su pierna izquierda y la coloca sobre el cuerpo del vencido, pero la derecha,
en lugar de estar colocada por detrás de éste, como en el modelo fernandino, se
sitúa al frente proporcionando un efecto más rotundo. Otras alteraciones
contribuyen a marcar la diferencia, como la colocación de Lucifer en sentido
contrario, con la cabeza a la derecha, lo que también obliga a girar hacia ese
lado la cabeza del arcángel, así como las alas desplegadas en lugar de la
posición en reposo del modelo imitado. San Miguel viste el tipo de indumentaria
generalizada en el siglo XVII para representarle como líder de las legiones
celestiales, apareciendo en este caso como un estricto legionario romano que
incluso calza borceguíes. Adolece, sin embargo, de la inexpresividad del rostro
que caracteriza la obra de Juan Imberto, siendo otro rasgo la alta frente y el
largo cuello habitual en sus figuras.
El ángel y el demonio se rematan con una exquisita
policromía aplicada por Marcelo Martínez, hermano del pintor Francisco
Martínez, que policromó numerosas obras de Gregorio Fernández. Prevalece en la
indumentaria un rico colorido en cuyos esgrafiados deja aflorar el brillo del
oro, mientras que las carnaciones están realizadas en mate y tratadas como una
pintura de caballete, con tonos sonrosados aplicados de forma selectiva y contrastando
la piel lechosa del arcángel con la piel curtida del demonio.
El Santo Ángel de la Guarda
Colocado frente a San Miguel, en el lado de la
Epistola, aparece el grupo del Santo Ángel de la Guarda ajustado a la
iconografía tradicional, con el ángel en posición de caminar por la senda de la
vida, con el dedo señalando hacia el Cielo como destino y amparando bajo su
brazo izquierdo la figura de un niño que simboliza el alma humana. Su presencia
corrobora la extensión de su devoción en el siglo XVII, equiparando su
presencia a la de los arcángeles más populares.
La imagen toma como modelo la imagen del arcángel
San Gabriel realizada por Gregorio Fernández para el retablo de San Miguel, al
que se ajusta con enorme fidelidad en su disposición corporal, en la colocación
de los brazos, en el diseño de la cabeza y en el tipo de indumentaria, que
incluso repite idéntico colorido, aunque se modifica la posición de las alas y
en conjunto carece de los sutiles detalles de la obra del gran maestro.
El Ángel Custodio viste un doble juego de túnicas
con las consiguientes aberturas laterales, una interior larga y de tono
blanquecino, que deja visible la pierna izquierda al lanzar el paso, y otra más
corta de mangas anchas y cuello vuelto con el interior forrado en tono verdoso
y el exterior decorado a punta de pincel con grandes motivos florales de color
rojo que simulan brocados. Grandes broches ejecutados con detalle adornan los
extremos de las aberturas y el cuello, así como un cinturón ondulado ceñido a
la cintura. La figura del niño, aunque expresiva, ofrece valores plásticos más
limitados. Aparece pegado al ángel, con la cabeza elevada, brazos levantados a
la altura del pecho en gesto de sumisión y el cuerpo revestido por una túnica
ceñida en la cintura por un cíngulo, siendo protegido por una mano del Custodio
colocada en su espalda.
En la imagen destaca el color sumamente llamativo
aplicado por Marcelo Martínez en base a una gama de suaves tonos en marfil y
verde que contrasta con los motivos decorativos en rojo intenso.
(Continuará)
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
5 LÓPEZ BARRIENTOS, Mª del Pilar. El
retablo mayor del convento de Santa Isabel de Valladolid. Boletín del
Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 8, 1941, p. 243.
6 ANDRÉS GONZÁLEZ, Patricia. Gregorio
Fernández, Imberto y Wierix y el retablo mayor de las "isabeles" de
Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA),
Tomo 65, 1999, p. 266.
7 Ibídem, p. 273.
8 MORENO ALCALDE, Mercedes. Noticias
sobre el escultor Juan Imberto. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y
Arqueología (BSAA), Tomo 47, 1981, p. 457.
9 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Escultores
coetáneos y discípulos de Gregorio Fernández en Valladolid. Boletín del
Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 50, 1984, p. 357.
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