DEMÓCRITO Y
HERÁCLITO
Pedro Pablo
Rubens (Siegen, 1577 - Amberes, 1640)
1603
Óleo sobre
lienzo
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Pintura
barroca. Escuela flamenca
El 22 de abril de 1603 llegaba al puerto de
Alicante, procedente de Italia, un joven de 25 años, con cabello pelirrojo y
ensortijado, que había nacido en el Sacro Imperio Romano Germánico. Se trataba
del pintor Pedro Pablo Rubens, que en su calidad de diplomático, como
representante de Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua, tenía como destino la Corte
española para cumplir una misión que éste le había encomendado con el deseo de estrechar lazos: custodiar y
hacer llegar al rey de España un lote de valiosos regalos, junto a un lote de pinturas de Pietro Faccheti, que copiaban conocidas obras
renacentistas italianas de Rafael, Tiziano y Sofonisba Anguissola, para ser entregadas al Duque de Lerma, conociendo su pasión por la pintura.
Pero tras su llegada al puerto levantino las
circunstancias no pudieron ser más complicadas al encontrarse con dos
inconvenientes inesperados. Por un lado, que la Corte española se había
establecido en Valladolid, lo que suponía un alejamiento del destino al que
conducir tan delicada carga. Por otro, una climatología adversa de intensas
lluvias primaverales que complicaron sobremanera el ya dificultoso traslado de
las delicadas obras en carretas, hasta el punto de resultar dañadas gran parte
de las pinturas y arruinadas completamente dos de temática religiosa durante
los veintiún días que duró el trayecto desde la costa alicantina a la meseta
castellana.
Por este motivo, a su llegada a Valladolid, debido a
la imprevista ausencia del monarca y atendiendo la petición de Annibale Iberti,
embajador de Mantua en España, la primera actividad que emprendió el pintor fue
la restauración de las obras que custodiaba, trabajo que acometió en solitario
tras rechazar la colaboración de los pintores cortesanos españoles, cuyos modos
pictóricos aborrecía. Asimismo, decidió
incorporar al lote una pintura propia para compensar las pérdidas producidas en
el trayecto, según se desprende de las cartas enviadas por el propio Rubens
desde Valladolid en el verano de 1603, donde entre otros de sus cometidos también
figuraba el de realizar una serie de retratos de damas de la corte española
para ser destinados a la Galería de Bellezas del Duque de Mantua1, lo que
justificaba que el pintor portara sus útiles de trabajo en el viaje.
Rubens hizo gala de su maestría en Valladolid
realizando una obra maestra completamente distinta al tipo de pintura realizada
en aquel momento en España. Con el deseo de mostrar su erudición en el ambiente
cortesano, propiciado por los gustos e intereses del todopoderoso Duque de
Lerma, eligió un tema profano representando a dos filósofos griegos presocráticos,
Demócrito y Heráclito, dos figuras de
la antigüedad clásica que habían sido recuperadas por los escritores y pintores
italianos del Renacimiento para encarnar el optimismo y el pesimismo ante la
vida, dos rasgos antagónicos del temperamento humano.
Duque de Lerma. Rubens, 1603. Museo del Prado |
La pintura cautivó a don Francisco de Sandoval y
Rojas, Duque de Lerma, que de inmediato la incorporó a su colección personal,
según se desprende de los inventarios2 realizados en 1603 y 1607.
Pero no sólo eso, sino que en septiembre de ese mismo año solicitó a Rubens su traslado al palacio de la Ventosilla, próximo a Lerma, para que le realizara un retrato ecuestre
emulando al grandilocuente retrato de Carlos V vencedor en Mühlberg que hiciera
Tiziano, un retrato que también fue pintado en Valladolid y que puede
considerarse como una de las mejores pinturas de este género que conserva el
Museo del Prado desde que fuera adquirido en 1969. En él aparece tan ambicioso
personaje como jefe de los ejércitos españoles, a lomos de un caballo blanco,
con armadura de gala, el collar de la Orden de Santiago al cuello y portando un
bastón de mando, figurando en el fondo, bajo un celaje con grandes nubarrones,
una batalla de caballería. Ocho años después, emulando al duque, don Rodrigo
Calderón, su hombre de confianza y secretario del rey, se hacía retratar por
Rubens de la misma manera (Royal Collection, pintura expuesta en el Castillo de
Windsor).
DEMÓCRITO Y HERÁCLITO
En un alarde de expresividad y con una composición
perfectamente estudiada, fruto de un excepcional talento, Rubens representa a
los dos filósofos, de caracteres tan opuestos, de medio cuerpo, mirando
fijamente al espectador y colocados a ambos lados de un globo terráqueo en el
que se aprecian territorios norte y centroeuropeos rodeados de mares, a modo de
un portulano en el que es visible la rosa de los vientos. Sus identidades
quedan aclaradas en inscripciones con caracteres griegos que recorren los
bordes de sus mantos.
A la derecha del espectador aparece Heráclito de
Éfeso, al que para reforzar su carácter melancólico y retraído —pesimista en
suma— el pintor viste con una indumentaria negra que incluye un manto que le
cubre la cabeza, un recurso cromático-psicológico que está reforzado por la
colocación de las manos cruzadas ante el pecho, en gesto de desconsuelo,
mostrando una anatomía muy castigada, con un rostro ceñudo y ojeroso, propio de
un desventurado que padece en silencio su convencimiento de la fragilidad
humana y su vulnerabilidad ante el destino. Es la imagen de la desventura, con
una anatomía en parte degradada y próxima a la fealdad, propia del hombre
alicaído e incapaz de superar el drama humano.
Estableciendo un juego evidente de contrapuntos, a
modo de declaración de principios, Demócrito de Abdera, que está colocado en el
lado opuesto, se presenta como adalid del buen ánimo (euthymia), del optimismo
y de la vitalidad. Su figura, hábilmente iluminada, destaca sobre el tronco de
un roble frondoso colocado al fondo, especie de árbol que refuerza el
significado de la fortaleza humana. Demócrito
se cubre con un simbólico manto rojo que deja asomar una saya blanca, al tiempo
que su rostro esboza una sonrisa mientras gesticula con las vigorosas manos
como si iniciara una conversación con el espectador exponiendo sus ideas. Junto
a los llamativos colores de su figura, curiosamente en un personaje que afirmó
que el color como tal no existe en las cosas, anticipándose a teorías actuales,
destaca el virtuoso sombreado de la cabeza, con larga melena de mechones
ensortijados, poblada barba con abundantes rizos de tonos caoba y un rostro
jovial de tez tersa y curtida de calculada belleza nórdica.
El personaje, junto a su simbólica actitud positiva
ante la vida, ofrece connotaciones de contenido social encriptado, pues
conviene recordar que fue el filósofo Demócrito quien declaró preferir un
régimen democrático, con todos sus defectos, a cualquier tipo de dictadura —Es preferible la pobreza en una democracia a
la llamada felicidad que otorga un gobernante autoritario, como lo es la
libertad a la esclavitud—, aunque estos significados posiblemente no fueran
interpretados en aquel tiempo. Demócrito también rechazó todo tipo de
nacionalismo o etnicismo —Toda tierra es
accesible para el hombre sabio, pues la patria del alma buena es todo el
universo—, resumiendo algunas de sus ideas en su "Tritogenia" —Tres son las consecuencias de ser sabio:
deliberar bien, hablar sin error y obrar como se debe— y en sus
disquisiciones éticas, en las que recomienda “No hagas ni digas nada feo aunque estés solo; aprende a avergonzarte
más ante ti mismo que frente a los demás” y “Mejor es advertir los propios errores que censurar los ajenos”,
ideas básicas para la concepción optimista de la vida.
Heráclito y Demócrito. Bramante, 1491. Pinacoteca Brera, Milán |
Se han querido encontrar los antecedentes de esta
pintura en un cuadro propiedad del humanista toscano Marsilio Ficino que, con
algunas variantes, reprodujo Donato Bramante en 1491 para la Casa Prinetti de
Milán (Pinacoteca Brera, Milán). En ella aparecen los filósofos llorando y
riendo ante el estado del mundo. No obstante, el tema era conocido en los círculos
literarios españoles gracias a la traducción realizada en 1549 por Bernardino
Daza Pinciano de la obra Emblematum liber
(Libro de los Emblemas) del milanés Andrea Alciato, así como por ser recogido
en un poema titulado Rissa y planto de
Demócrito y Heráclito que publicara Filiremo Fregoso en 1554, al que
acompañaba un grabado ilustrativo.
El cuadro fue pintado con premura por Rubens en
Valladolid debido a las circunstancias antes expuestas y muestra las
reminiscencias manieristas recogidas en la obra temprana del pintor, en su
denominada "etapa italiana", a pesar de que ya afloran en él los
rasgos que caracterizarán toda su obra, como el brillante colorido de
inspiración veneciana, la grandilocuencia y monumentalidad compositiva, las
formas ampulosas, la teatralidad de las figuras y el contenido simbólico como
fruto de una elevada erudición, factores que le convertirían en el gran maestro
de la pintura barroca europea. Pero además la excelente pintura supone la
primera representación alegórica de este tema en España, lo que explica el éxito
que obtuvo, volviendo a pintar hacia 1636 a los filósofos por separado, a
petición de Felipe IV, para la decoración de la llamada Torre de la Parada,
pabellón de caza situado en el monte de El Pardo, próximo a Madrid.
Demócrito y Heráclito. Rubens, 1636. Museo del Prado |
Tras estar desaparecida durante mucho tiempo,
posiblemente en poder de los herederos del duque de Lerma hasta principios del
XIX, la pintura pasó a ser propiedad de Arthur Wellesley, duque de Wellington,
cuyos herederos lo vendieron posteriormente a distintos coleccionistas ingleses
y americanos. En 1999 fue presentado y subastado en el mercado del arte por la
casa inglesa Christie's, donde fue adquirido por el Estado español, que
finalmente lo destinó al Museo Nacional de Escultura, en una brillante
operación que supuso el retorno de la pintura a la ciudad donde fue realizada.
De aquella estancia del gran pintor junto al
Pisuerga tenemos pocas noticias, prácticamente limitadas a la citada
correspondencia personal de Rubens en que refiere la reparación de las obras dañadas, pero sin
duda debió ser fructífera. A pesar de que desconocemos dónde tenía instalado el taller, aunque es posible que en alguna dependencia del Palacio Real, desde 2009 también se considera que pintara en el ambiente cortesano vallisoletano, en aquellos días, según la opinión de algunos expertos, una pintura que representa el retrato de una desconocida y elegante mujer, un
cuadro que quedó sin terminar y que seguramente fue tomado del natural, pudiendo tratarse de una de las pinturas relacionadas con el encargo de recoger bellezas españolas para destinarlas al palacio del Duque de
Mantua.
Marieke de Winker identifica la dama retratada como
española por el estilo del vestido, especialmente por la manga y el tipo de
gorguera, comparables a los que lucen otras damas pintadas por El Greco, aunque
este tipo de indumentaria femenina también se utilizara en cortes foráneas de
influencia española, como Génova y Nápoles. La obra fue subastada en diciembre
de ese mismo año por la casa Sotheby's como original de Rubens, después de
pertenecer a la Real Academia de Bellas Artes de Venecia, ser vendido en el
siglo XIX al coleccionista británico Sir John Hanmer y ser comprado por un
coleccionista anónimo hacia 1975.
Detalle de Heráclito. Rubens, 1636. Museo del Prado |
De todo ello se deduce que Rubens no perdió el
tiempo en la Corte de Valladolid tras haber permanecido casi un año activo en la ciudad, de donde retornó a Mantua en abril de 1604.
Informe: J. M. Travieso.
NOTAS
1 VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique. La pintura en Valladolid en el siglo XVII. Valladolid, 1971, p. 82.
2 POLO HERRADOR, María de los Ángeles. Demócrito y Heráclito. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009. pp. 176-177.
2 POLO HERRADOR, María de los Ángeles. Demócrito y Heráclito. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009. pp. 176-177.
Detalle de Demócrito. Rubens, 1636. Museo del Prado |