ALTORRELIEVE
DE SANTA ANA, LA VIRGEN Y EL NIÑO
Esteban de
Rueda (Toro, Zamora, 1585-1626)
Hacia 1621-1622
Madera
policromada
Basílica
Nacional de la Gran Promesa, Valladolid
Procedente
del convento del Carmen Calzado de Medina del Campo
Escultura barroca.
Escuela castellana de Toro
En los albores del siglo XVII la escultura
castellana estuvo polarizada en dos principales focos creativos. Uno de ellos
se localizaba en Valladolid, donde destacaban los obradores de Francisco de
Rincón y Gregorio Fernández, que por un tiempo trabajaron asociados. A la
muerte prematura del primero, en 1608, la arrolladora personalidad artística de
Gregorio Fernández marcaría el rumbo de la escultura castellana desde las
secuelas manieristas al más genuino barroco. Otro foco se encontraba en la
ciudad zamorana de Toro, donde ejercían su actividad, igualmente asociados, los
escultores Sebastián Ducete y su discípulo Esteban de Rueda, autores de una destacada
obra en el panorama de la escultura castellana de transición del Manierismo al
Barroco.
Aunque estos maestros de Toro no pudieron sustraerse
a la influencia del potente foco vallisoletano, siguiendo pautas estéticas manieristas
heredadas de los modelos junianos y acusando la influencia de los modelos recién
creados por su contemporáneo Gregorio Fernández, supieron infundir a su obra su
propia personalidad, siendo en la obra de Esteban de Rueda donde se aprecia una
mayor evolución, ajena al movimiento romanista, hacia los novedosos
planteamientos estéticos que caracterizarían lo que consideramos naturalismo
barroco, especialmente desde que empezara a trabajar en solitario tras la
muerte en 1620 de su maestro y compañero Sebastián Ducete y desarrollara con
libertad su propio estilo en los últimos seis años de su vida.
Si hay algo en la obra de Esteban de Rueda que marca
la diferencia con los modelos vallisoletanos, paradigma del sentimiento trágico
alentado por la Contrarreforma, es la tendencia a presentar una escultura
elegante en las formas y amable en su plástica, con novedosos tipos humanos y
escenificaciones intimistas, buscando en la belleza y en los tipos populares, al igual que los grandes
maestros andaluces, un modo de atenuar el dolor y la tragedia exigida para las
representaciones sacras.
EL ESCULTOR ESTEBAN DE RUEDA
Esteban Conejo de Rueda1 nació en Toro
(Zamora) en 1585 en el seno de una familia ajena al mundo del arte. Demostrada
su habilidad, con 13 años comenzó su formación como aprendiz en el taller de
Sebastián Ducete (1568-1620), en ese momento el más destacado escultor de Toro
que, perteneciente a una prestigiosa familia de entalladores, realizaba una
obra deudora en gran parte del estilo de Juan de Juni, que llegó a conocer bien
durante su estancia en Valladolid entre 1588 y 1593, con esculturas de formas
agitadas, emotividad desbordada y personajes dolientes con rostros populares,
reservando los modelos idealizados para las imágenes de vírgenes, virtudes y
ángeles, en las que mostró una gran creatividad.
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Virgen de Belén, h. 1610. Sebastián Ducete y Esteban de Rueda Museo Catedralicio de Zamora |
Junto a Sebastián Ducete permaneció como aprendiz
durante seis años realizando los trabajos mecánicos del taller, aprendiendo
dibujo y el preceptivo modelado en barro y cera para la presentación de bocetos
para proyectos. En ese periodo surgirían entre el discípulo y el maestro, que
no tenía hijos, unos fuertes lazos de amistad próximos a la relación familiar.
Aunque Esteban de Rueda conseguía el título de
oficial escultor en 1604, la falta de medios económicos para instalarse por su
cuenta le obligó a permanecer como oficial a sueldo en el taller de Sebastián
Ducete, junto al que entre 1604 y 1609 elaboró esculturas para retablos de
Toro, Benafarces y Villalpando. En 1610 Esteban de Rueda contraía matrimonio
con Inés del Moral, prima de Ducete, lo que produjo que se estrecharan los lazos
entre ambos y ascendiera a la categoría de maestro, con facultad para firmar
todos los contratos del taller. Juntos y en igualdad de condiciones trabajaron
en los retablos mayores de los Carmelitas Descalzos de Toro y Salamanca, así
como en el de los Agustinos de Carbajales de Alba (Zamora).
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Inmaculada, 1612. Sebastián Ducete y Esteban de Rueda Capilla del Seminario de Valladolid |
Durante la segunda década del siglo XVII la
actividad del taller fue imparable debido a los encargos llegados desde Burgos,
Medina del Campo, Valladolid, Segovia y, sobre todo, de Salamanca, para los que
Esteban de Rueda se ajustaba a los modelos y arquetipos diseñados por Sebastián
Ducete, haciendo difícil distinguir la mano de cada uno de ellos. Una buena
muestra es la bellísima imagen de la Virgen
de Belén, con el arquetipo femenino bien definido, realizada por ambos
alrededor de 1610 para una capilla de la desaparecida iglesia toresana de San
Marcos, desde donde pasó al convento de Santa Clara, siendo finalmente donada en
1946 por el arcipreste Bartolomé Chillón a la catedral, en cuyo Museo Catedralicio
se expone actualmente.
Sus clientes fueron miembros de la nobleza y las
órdenes religiosas más pujantes del momento, como los Carmelitas Descalzos de
Salamanca y Toro, los Carmelitas Calzados de Medina del Campo y la Compañía de
Jesús, que les encargaba seis bustos de santas para el Relicario de la iglesia del noviciado jesuita de Medina del Campo (actual iglesia de Santiago el Real). En
ese tiempo fecundo de trabajo nacían los cinco hijos de Esteban de Rueda:
Antonia, Isabel, Cristóbal, Tomasa y Antonio.
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Ángel de la Guarda, h. 1615. Sebastián Ducete y Esteban de Rueda Colegiata de Toro |
En 1612 el ensamblador vallisoletano Diego Basoco
encargaba a los maestros toresanos, que compartían el mismo taller, cuatro
relieves destinados al retablo mayor de la iglesia de Santiago de Tordehumos
(Valladolid), donde estos escultores, por iniciativa de Ducete, incorporaron
formas novedosas en los pliegues de los paños, abundantes y con aspecto
metálico y duro para producir fuertes contrastes de luces y sombras,
anticipándose en ello a Gregorio Fernández.
Esta novedad ya se aprecia en obras en las
que trabajaron conjuntamente, como en el retablo de la Imposición de la casulla a San Ildefonso de Villalpando (1607), en
el perizoma del Cristo atado a la columna
de la iglesia de San Gil de Burgos (1611), encargado por la cofradía de la Vera
Cruz de esa ciudad, y en los agitados paños de la Inmaculada realizada para la iglesia de Santa María de Villalar de
los Comuneros (1612), desde 1956 en la capilla del Seminario de Valladolid.
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Ángel de la Guarda, h. 1615. Sebastián Ducete y Esteban de Rueda Colegiata de Toro |
Este dinamismo de los paños también lo aplicaron en
los trabajos conjuntos que hicieron representando una serie de esculturas
devocionales del Santo Ángel de la Guarda —devoción en auge en
ese momento— según un estilizado e idealizado modelo creado por Sebastián
Ducete, en el que, inspirándose en la historia bíblica de Tobías, el Ángel
Custodio aparece enarbolando el estandarte de la cruz y como protector mientras
conduce la figura de un niño que simboliza el alma humana. Esta es una de sus
más personales creaciones, como se aprecia en dos bellos ejemplos realizados en
torno a 1615 que se conservan en la Colegiata de Toro, uno procedente de la
iglesia de la Santísima Trinidad y otro de la ermita de la Virgen de la Vega,
ambas de Toro.
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Ángel de la Guarda, h. 1620. Esteban de Rueda Iglesia de Santo Tomás Cantuariense, Toro |
Otro Ángel de
la Guarda, conservado en la también iglesia toresana de Santo Tomás
Cantuariense, sería realizado en exclusiva por Esteban de Rueda, que apartándose
de los modelos de su maestro emprende una clara decantación por el naturalismo.
Asimismo, en 1618 Esteban de Rueda conseguía su más notable modelo de crucifijo
en el Cristo de la Agonía del
convento de San José de Toro, representado vivo, con una esbelta y depurada
anatomía, la cabeza elevada y un perizoma naturalista.
La última obra contratada conjuntamente por Ducete y
Rueda fue la petición en 1619, por el ensamblador medinense Francisco de
Palenzuela, de la escultura para un retablo destinado al monasterio del Carmen
Calzado de Medina del Campo, obra que en 1870 fue trasladada a Valladolid y
recompuesta en la iglesia de San Esteban, hoy Basílica Nacional de la Gran
Promesa2.
En ese año de 1619 Esteban de Rueda y su esposa fueron
beneficiarios, por documento testamentario, de todos los bienes de Sebastián
Ducete, que murió en 1620 dejando inconclusos retablos de las poblaciones
zamoranas de Villardondiego y Morales del Vino, así como el de los Carmelitas
Calzados de Medina del Campo y el de la iglesia de San Miguel de Peñaranda de
Bracamonte (Salamanca) —completamente destruido en un incendio en 1971—, en los
que habían trabajado conjuntamente manteniendo la unidad estilística.
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Retablos del Bautismo de Cristo y Martirio del Bautista. Esteban de Rueda Museo Nacional de Escultura, Valladolid Centro: San Juan Bautista. Esteban de Rueda. Museo de San Antolín, Tordesillas |
Esteban de Rueda, que a partir de ese momento continuó
trabajando como maestro independiente, llegando a contratar aprendices y
oficiales, en 1622 realizaba la imagen de Santa
Teresa, solicitada por los Carmelitas Descalzos de Toro con motivo de la
canonización de su fundadora. Ese mismo año finalizaba el retablo de Peñaranda
iniciado por Ducete y los relieves del convento de Santa Ana de Medina del
Campo, cuyo tablero principal era la escena de Santa Ana, la Virgen y el Niño que actualmente se conserva en la
Basílica Nacional de la Gran Promesa de Valladolid, obra que nos sirve de
pretexto para recordar a este gran artista y cuya temática tuvo su correlación
en el fantástico grupo escultórico de Santa Ana con
la Virgen y el Niño realizado para la iglesia de Santa María de Villavellid (Valladolid).
Para la iglesia de San Martín de la Mota del Marqués
(Valladolid) Esteban de Rueda realizó un Cristo
crucificado que supuso el final de su proceso evolutivo hacia anatomías
cada vez más estilizadas, mientras que para el retablo mayor del Real Convento
de San Juan Bautista de Tordesillas, de monjas pertenecientes a la Orden Hospitalaria
de San Juan de Malta, entregó en 1622 un formidable San Juan Bautista. Al antiguo oratorio del mismo convento estuvieron
destinados dos pequeños retablos3 que
formaban pareja: uno con el relieve del Bautismo de Cristo y otro con la Decapitación del Bautista, que fueron realizados
por las mismas fechas. Hace pocos años fueron adquiridos por el Museo Nacional
de Escultura, a cuyos fondos pertenecen.
Animado por su amigo Antonio González Ramiro,
ensamblador del retablo de Peñaranda de Bracamonte, Esteban de Rueda se
trasladó a Salamanca, donde en 1624 realizaba la mayor parte de la escultura
del retablo de la iglesia de San Martín, perdido en el siglo XIX a causa de un
incendio, aunque en el convento de Carmelitas Descalzas de la población
salmantina de Cabrerizos del Monte se conservan las imágenes de San José y San Juan Bautista que pertenecieran al mismo. Finalmente, en 1626 realizada
la imagen de la Asunción destinada al
presbiterio de la Catedral Nueva, aunque no pudo cumplir otros encargos
pendientes al morir en Toro ese mismo año, siendo enterrado en la iglesia de
Santa Marina junto a su amigo y maestro Sebastián Ducete.
Hoy día Esteban de Rueda está considerado como el
verdadero renovador4 e impulsor del cambio estético en el taller de
Toro, evolucionando, como ocurriera con Gregorio Fernández en Valladolid, desde
planteamientos manieristas hacia el naturalismo barroco.
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Sagrada Familia, xilografía. Durero, 1511
Biblioteca Nacional, Madrid |
EL RELIEVE DE SANTA ANA, LA VIRGEN Y EL NIÑO DE VALLADOLID
Como ya se ha dicho, este relieve, que aparece
colgado en la primera capilla de la derecha de la Basílica Nacional de la Gran
Promesa de Valladolid, al igual que los relieves de la predela del retablo mayor del mismo templo pertenece a un desmembrado retablo, en el que ocupaba el espacio principal, procedente del desamortizado convento de Santa Ana del Carmen Calzado de
Medina del Campo, que fue iniciado por Esteban de Rueda hacia 1621, cuando
trabajaba de forma independiente en su última etapa profesional. El relieve fue desechado durante las modificaciones realizadas en la nueva ubicación del retablo por el padre Granda en 1941, en cuyo centro colocó una imagen colosal del Sagrado Corazón de Jesús.
El altorrelieve, de formato considerable, representa
una escena intimista y resuelta con una naturalidad y una amabilidad poco
frecuente en la escultura castellana. En ella adquiere un especial protagonismo
Santa Ana, caracterizada como una viuda anciana que muestra su alegría y su
deseo de estrechar entre sus brazos al Niño Jesús, su nieto, que sonriente da un
paso en el aire ante la complacencia de la Virgen. De tan original manera las
tres figuras reinventan la iconografía tradicional de la "Santa Parentela"
al presentar al Niño y Santa Ana sonriendo frente a frente, mientras la Virgen
adopta un gesto ensimismado, como si meditara sobre el trágico destino del pequeño infante.
El escultor, con un marcado sentido pictórico,
divide la composición en dos partes, una inferior en la que se desarrolla una
escena terrenal de fácil comprensión por su fuerte naturalismo y estudiada
caracterización de los personajes, y otra superior de contenido más abstracto y
mistérico, con un conjunto de formas vaporosas iluminadas con tonalidades
doradas por los rayos que emanan del Espíritu Santo, que con forma de paloma es
el único elemento naturalista de este efecto sobrenatural resplandeciente que se antepone a dos
columnas sobre basamentos, que sugieren un pórtico y dan acceso a un profundo fondo paisajístico
pintado.
Esta escena doméstica muestra los modos de trabajo de este
sensible escultor, caracterizados por la colocación de los personajes
protagonistas en primer plano con apariencia de estar tallados en bulto
redondo, abatidos hacia el exterior como si quisieran despegarse del tablero,
en el que suele ambientar las escenas mediante la colocación de elementos
arquitectónicos de escasa profundidad, produciéndose un fuerte contraste entre
el claroscuro de las figuras del primer plano, de abultados paños y anatomías, y la
simplificación en la ambientación de los fondos.
Igualmente, este relieve patentiza el uso como
fuente de inspiración, ya utilizado cuando trabajaba con Sebastián Ducete, de
grabados y estampas de distinta procedencia —algo común en todos los talleres—,
en este caso la xilografía de la Sagrada
Familia realizada por Alberto Durero en 1511, de la que prescinde de las
figuras de San José y San Joaquín. Sin embargo, reinterpreta con fidelidad el
movimiento impulsivo del Niño, tallado completamente exento y a punto de perder
el equilibrio, para convertirle en la figura más dinámica de la escena.
A pesar del afán naturalista del escultor, como
avance propio del momento en que trabaja, el relieve todavía refleja cierta
pervivencia de los modelos de Ducete, bien apreciable en la figura de Santa
Ana, cuya morbidez y decrepitud —arrugas y boca desdentada— aún recuerda
algunos trabajos de Juan de Juni, así como en la airosa figura del Niño, trabajada
en la línea de las bellas figuras infantiles que caracterizaron al taller
toresano. Otro tanto ocurre con la forma de trabajar los pliegues, profundos y
duros, según los modos establecidos por Ducete.
Ya se ha citado que esta escena amable e intimista del Niño Jesús con su Madre y su abuela
sería de nuevo retomada por Esteban de Rueda en un tiempo próximo en un precioso grupo
escultórico de bulto redondo realizado para la iglesia de Santa María de Villavellid
(Valladolid), posiblemente la obra más conocida del escultor. En ella de nuevo
Santa Ana y la Virgen aparecen sedentes y enfrentadas, mientras el Niño presenta
un movimiento más comedido, limitándose a extender los brazos hacia su abuela, cuya
cabeza, especialmente su rostro sonriente, es uno de los trabajos más
originales de Esteban de Rueda.
Tanto este singular grupo escultórico como el relieve conservado en Valladolid,
ambos con una rica policromía en las figuras, demuestran la sutileza del
escultor toresano para establecer una composición humanizada en la que el cruce de miradas, el expresivo lenguaje de las manos, desplegadas y con elegantes
ademanes, junto a la caracterización de las tres edades humanas, transmiten al
espectador una escenificación de gran ternura femenina, aunque no está ausente
un vago presentimiento sobre la tragedia futura que prevalece sobre lo meramente anecdótico.
Igualmente, conviene recordar el relieve de Santa Ana, San Juanito y la Sagrada Familia que se
conserva en el Museo de Arte Español Enrique Larreta de Buenos Aires,
presentado como obra perteneciente al taller de Sebastián Ducete, donde la
escena también ofrece un carácter intimista, incluyendo la figura de San
José, con el espacio teatralizado mediante tres querubines
que descorren las cortinas de una alcoba. Aunque las figuras infantiles —cinco
en total— presentan la misma gracilidad que las de los maestros toresanos, el
trabajo de los paños es menudo y artificioso, por tanto anterior a 1612. Esta obra de Sebastián Ducete sería un evidente precedente iconográfico del relieve que, con mayor vivacidad y expresividad, fue realizado por su discípulo Esteban de Rueda para el retablo medinense y que
finalmente acabó en la Basílica de la Gran Promesa de Valladolid.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 VASALLO TORANZO, Luis. Sebastián
Ducete y Esteban de Rueda: escultores entre el Manierismo y el Barroco. Instituto
de Estudios Zamoranos "Florián de Ocampo", Zamora, 2004. Todos los
datos biográficos que aquí se presentan están extraídos de esta publicación.
2 AGAPITO Y REVILLA, Juan. Los retablos de Medina del Campo. Boletín
de la Sociedad Castellana de Excursiones, 1916, p. 393.
3 MARCOS
VILLÁN, Miguel Ángel. El Museo crece:
Últimas adquisiciones 2005-2010. Madrid, 2011, pp. 50-53.
4 VASALLO TORANZO, Luis. Esteban
de Rueda tras la muerte de Sebastián Ducete. Boletín del Seminario de
Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 64, Universidad de Valladolid, 1998,
p. 337.
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Grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño, h. 1622. Esteban de Rueda Iglesia de Santa María, Villavelliz (Valladolid) |
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Santa Ana, San Juanito y la Sagrada Familia, h. 1610. Sebastián Ducete Museo de Arte Español Enrique Larreta, Buenos Aires |
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