En un espacio público tan importante como es el
arranque del Paseo de Zorrilla, justamente delante de la entrada principal de
la Academia de Caballería, desde 1931 Valladolid dispone de una de las
esculturas más bellas de cuantas fueron concebidas por el talento del
valenciano Mariano Benlliure, un grupo escultórico en el que supo interpretar
como nadie el sentido patriótico y heroico del legendario Regimiento de
Cazadores de Alcántara, para orgullo del Arma de Caballería y, por
consiguiente, de la ciudad de Valladolid.
Aunque a estas alturas es innecesario dar a conocer
las excelencias de tan genial y reconocido artista, siempre es conveniente recordar
que Mariano Benlliure fue una de las figuras más importantes del arte español
de finales del siglo XIX y principios del XX, un escultor que junto al pintor
Joaquín Sorolla, su amigo incondicional, escribieron con letras de oro el nombre y el genio de Valencia en la
creación artística, aunque los dos
acabarían recalando en Madrid. Hoy podría afirmarse, sin lugar a dudas, que si
Sorolla representa la cota más alta de la pintura española de su tiempo,
Benlliure alcanzó el mismo nivel en el campo de la escultura, gozando los dos artistas de fama internacional.
Justo es que la ciudad que recibió tan importante
obra escultórica muestre su reconocimiento al escultor que, cuando estaba
trabajando en ella, manifestó sentirse halagado por estar destinada a
Valladolid, al identificar la ciudad con el epicentro de la mejor escultura
española. En efecto, en una entrevista concedida al diario El Norte de Castilla
en septiembre de 1930, Mariano Benlliure declaraba: «Ahora estoy terminando un grupo representativo del Arma de Caballería
para la Academia Militar, y será para mí el mayor honor tener una obra en esa
ciudad, que es, sin duda, la sede de nuestra escultura». Hoy tenemos la
suerte de gozar de un "Benlliure" firmado y fechado como en otros lugares gozan de un "Sorolla".
M. Benlliure. Paso El Descendido, Museo de Semana Santa, Zamora
CONOCER AL ESCULTOR PARA VALORAR LA OBRA
Durante mucho tiempo la historiografía ha venido
simplificando la figura de Benlliure calificándole de escultor realista y
detallista, en ocasiones encasillándole como especialista taurino e incluso
como escultor animalista. Sin embargo, esto produce una imagen distorsionada,
porque Benlliure fue mucho más que todo eso.
Mariano Benlliure Gil nació en Valencia, el 8 de
septiembre de 1862, en el seno de una familia dedicada a la producción artística,
pues su padre era el pintor y decorador Juan Antonio Benlliure Tomás, que llegó
a ser profesor de pintura decorativa en la Academia de Bellas Artes de Valencia1.
A excepción de su hermana María, sus hermanos mayores, Blas, José y Juan
Antonio, seguirían la senda artística paterna hasta convertirse en pintores de
reconocido prestigio. Sin embargo, aunque formado en la pintura, desde muy
pequeño Mariano Benlliure mostró su preferencia por la escultura, que comenzó a
practicar de forma autodidacta y sin formación académica trabajando en talleres
en los que perfeccionó el dibujo y las labores de talla y cincelado. Sorprende
el paso procesional de El Descendido de
la Cofradía del Santo Entierro de la Semana Santa de Zamora, que talló cuando
apenas superaba los 15 años. En 1881, cuando contaba 17 años, se desplazó a
Roma, donde tendría establecido un estudio durante dos décadas.
Mariano Benlliure. Busto de Goya. Academia de San Fernando, Madrid
En 1884 conseguía su primer éxito al ganar la
segunda medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con una
original obra enviada desde Roma: la escultura Accidente (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid),
que representa a un monaguillo quemado por un incensario. A partir de entonces
se sucederían los reconocimientos, como la Primera Medalla en la Exposición
Nacional de 1887 por la representación del pintor José Ribera para un monumento en Valencia y la Medalla de Honor en
1895 por la escultura de Antonio Trueba
para su monumento en Bilbao.
En 1896 regresaba a Madrid, llegando a ganar en 1900
la Medalla de Honor de la Exposición Universal de París por un conjunto de
obras entre las que figuraban el Mausoleo
de Gayarre, la estatua de Velázquez,
el retrato del pintor Francisco Domingo
y un relieve con los retratos de la Familia
Real. En 1910 instalaba su estudio en la calle Abascal, que se convertiría
en centro de tertulias y lugar visitado por personajes ilustres de la época. En
1924 obtenía la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid por la
escultura La lección, busto que
representa a una de sus sobrinas.
Paralelamente a su trabajo como escultor, Mariano
Benlliure ocupó altos cargos relacionados con las Bellas Artes. Entre 1901 y
1903 fue Director de la Academia de España en Roma, entre 1917 y 1919 ejerció
como Director General de Bellas Artes, y de 1917 a 1931 fue Director del Museo
de Arte Moderno de Madrid (actualmente integrado en el Museo del Prado). Fue
miembro de las Academias de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, de San
Carlos de Valencia, de San Telmo de Málaga, de San Lucas de Roma, de la Brera
de Milán, de Carrara y París, llegando a recibir condecoraciones tan
importantes como la Legión de Honor de Francia, Comendador de la Orden de la
Corona de Italia y la Gran Cruz de Alfonso X de España.
M. Benlliure. Mausoleo de Joselito, 1926. Cementerio San Fernando, Sevilla
Mariano Benlliure realizó a lo largo de su vida una
extensísima y polifacética obra en la que abordó todos los géneros, materiales, técnicas y
formatos de la escultura, impregnando a sus obras de un impresionismo
espontáneo mediante el modelando de las figuras con un realismo casi pictórico,
lleno de vivacidad, haciendo gala de un portentoso sentido de la composición.
Por todo ello es considerado como el último gran maestro del realismo
decimonónico.
Son admirables sus escenas taurinas, con animales llenos
de viveza; sus expresivos retratos de hombres célebres, militares, pintores y
artistas —contando entre sus clientes al rey Alfonso XIII—; sus detallistas recreaciones
de personajes históricos (Isabel la Católica, Colón, Velázquez, Agustina de
Aragón, Goya, etc.); sus escenas costumbristas llenas de encanto; sus alegorías
grandilocuentes; sus pasos procesionales, plenos de sentimiento; sus
composiciones funerarias, que alcanzaron el culmen en 1926 en el Mausoleo del torero Joselito (Cementerio
de San Fernando de Sevilla), convertido en todo un acontecimiento artístico, y
las insuperables figuras ecuestres de algunos monumentos, superando el centenar
las obras destinadas a espacios públicos de ciudades españolas e
hispanoamericanas.
Mariano Benlliure falleció en su domicilio de Madrid
el 9 de noviembre de 1947, siendo sus restos trasladados al panteón familiar
del cementerio del Cabañal de Valencia.
EL MONUMENTO AL REGIMIENTO CAZADORES DE ALCÁNTARA
El monumento rinde honores al Regimiento "Cazadores de Alcántara", cuyo origen se remonta a una antigua Orden de
Caballería fundada en el Reino de León a mediados del siglo XII. A lo largo de
los siglos, el Regimiento de Alcántara protagonizaría importantes hazañas
militares de la historia de España, siendo la última la ocurrida en la región
del Rif, fronteriza de las posesiones españolas con Marruecos, donde el 22 de
julio de 1921 se produjo la batalla de Annual, en la que el ejército español
sufrió una derrota ante las tropas rifeñas lideradas por Abd el-Krim, hecho que
socavó la monarquía liberal de Alfonso XIII y devino en el golpe de estado y la
dictadura de Primo de Rivera.
Durante la retirada de las tropas españolas —5.000
soldados— de la población marroquí de Annual, los rebeldes rifeños las
hostigaron causando continuas bajas, quedando atascadas varias ambulancias,
cargadas de heridos españoles, cuando cruzaban el río Igam, siendo acosadas por
un ejército de 18.000 rifeños que no
cesaba en sus tiroteos.
Fue entonces cuando en su ayuda entró en acción el
Regimiento Alcántara nº 14 de Caballería, comandado por Fernando Primo de
Rivera y compuesto por 691 jinetes que se jugaron la vida para proteger a sus
compatriotas, consiguiendo poner en fuga al enemigo y facilitar la marcha del
ejército español, a pesar de que al final de la batalla el panorama no pudo ser
más desolador: 541 jinetes caídos con la mayoría de sus extenuados caballos, 7
heridos y 67 hechos prisioneros.
Para perpetuar esta heroica gesta, en mayo de 1923
se comenzó a plantear un monumento conmemorativo, por lo que el director
militar de la Academia y el Ayuntamiento de Valladolid se pusieron de acuerdo
para que fuese levantado en el patio de la recién terminada Academia de
Caballería. Con tal efecto se abrió una suscripción entre los diferentes
cuerpos del Ejército y se nombró una Comisión formada por altos cargos
militares y algunos aristócratas, especialmente alentada por el comandante
Segundo Díaz Herrera, que se encargó de recabar el bronce cedido por el
Ministerio de la Guerra —algo común para todos los monumentos públicos— y de
ponerse en contacto con Mariano Benlliure tras ser elegido como escultor, hecho
que entusiasmó al artista por la inclusión de caballos, en los que era
especialista.
El escultor presentó en 1928 un boceto a pequeña
escala y modelado en yeso (actualmente en el Museo del Ejército de Madrid), que
fue difundido por la prensa, y comenzó el proceso de modelado y fundición,
aunque por el bronce disponible tuvo que rebajar el proyectado tamaño
monumental de las figuras a otro inferior que ligeramente supera el natural. A
la vista del grupo escultórico ya terminado, en agosto de 1930 la dirección
militar propuso su emplazamiento ante la puerta principal del edificio, para lo
que solicitaron los preceptivos permisos municipales. En diciembre de aquel año
se realizaba la cimentación y en abril de 1931 comenzaron a llegar las
sillerías de granito pulido del pedestal, cuyo diseño adopta una forma
troncopiramidal truncada que fue supervisada por el propio Benlliure.
Prevista la inauguración para el mes de mayo, a la
que Alfonso XIII pensaba asistir por considerarlo un medio propagandístico en
medio de un agitado panorama político nacional, la proclamación de la Segunda
República el 14 de abril de 1931 hizo posponer la inauguración, que fue llevada
a cabo el 25 de junio de aquel año contando con la asistencia del escultor,
orgulloso de haber dado forma, a través de formas fundidas y perfectamente
ensambladas, a un complejo grupo broncíneo en el que abundan los minuciosos
detalles.
En el monumento se establece una relación directa
entre el grupo escultórico y el pedestal, en cuyas caras se incluyen en letras
de bronce las leyendas "Por la Patria", "Por el Honor" y
"Por la Gloria", figurando al frente "El Arma de Caballería al
Regimiento Cazadores de Alcántara" y debajo las fechas
"1657-1702-1773-1808-1921", correspondiendo a cada uno de estos cinco
años los cinco jinetes que integran la composición y que representan diferentes
gestas del Regimiento de Caballería en esos años, sintetizando la historia
gloriosa de los Cazadores de Alcántara, cuyo espíritu, fuerza y valor
permanecieron inalterables a través del tiempo.
Mariano Benlliure hace gala de su maestría en las
figuras de los realistas caballos, todos con diferentes actitudes basadas en
apuntes tomados del natural, y de su pericia como escultor al plasmarles al
galope con las patas delanteras levantadas y las traseras sin llegar a tocar el
suelo, elevándose el conjunto sobre la insinuada polvareda que a su paso
producen, toda una innovación en la estatuaria ecuestre. También personalizadas aparecen las figuras de los jinetes, a las que
Benlliure otorga un aire de grandeza acorde con cada hecho histórico, que viene
definido por la indumentaria de cada jinete, sus armas y las monturas de sus
caballos.
Al frente, altivo y victorioso, aparece un
portaestandarte con el uniforme de la Caballería de Flandes, creada en tiempos
de Felipe IV, cuya fecha de 1657 se relaciona con el triunfo español conseguido
por el Regimiento de Alcántara un año antes en la guerra franco-española, donde
encuadrado en el ejército de Juan José de Austria consiguió la victoria en la
batalla de Valenciennes, ciudad sitiada por los franceses. Los jinetes colocados a los lados y en la parte
trasera sobre briosos caballos, están vinculados a cada una de las fechas,
siendo la última de ellas 1921, representada por el jinete situado en la parte
delantera derecha, abalanzado con su espada sobre el caballo, que muestra el
ímpetu de los soldados en el Desastre de Annual. A pesar de su compleja
composición, en el momento de la inauguración del monumento los ciudadanos
interpretaban y reconocían a la perfección aquel hecho memorable, algo
perteneciente a la memoria histórica que se ha ido desvaneciendo a lo largo del
tiempo.
Sin embargo, lo que no se ha perdido es la
admiración por el virtuosismo de Mariano Benlliure y su capacidad para plasmar
con inusitada precisión los pequeños detalles: los caballos con los músculos en
tensión y las venas resaltadas, las bridas y riendas reproduciendo cuero con
hebillas, los uniformes de los jinetes con diferentes texturas, la fidelidad de
las armas y los estandartes, las colas de los caballos ondeando al viento en su
carrera o la vehemencia del combatiente en tierras africanas, con el cuerpo
despegado de la montura, todo un prodigio de escultura realista decimonónica
que expresa la firmeza estética que mantuvo su autor cuando ya se imponían
nuevos cauces de expresión.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 MONTOLIU SOLER, Violeta: Mariano
Benlliure Gil (1862-1947). Escultor valenciano. Valencia, 2011, p. 2.
Alonso
Berruguete (Paredes de Nava, Palencia, 1489-Toledo, 1561)
Hacia 1530
Óleo sobre
tabla
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
de la iglesia de San Benito el Real de Valladolid
Pintura
renacentista española. Escuela castellana
Recreación del aspecto del retablo que contenía la pintura en la iglesia de San Benito el Real de Valladolid
Esta pintura, en la que se representa la Crucifixión, integraba un retablo
colateral que, dedicado a San Antonio Abad, ocupaba el ábside del lado de la epístola de
la iglesia de San Benito el Real de Valladolid. La arquitectura fue realizada
por Gaspar de Tordesillas en 1546 para colocar una serie de pinturas preexistentes y disponía de una hornacina central en la que se ubicaba la
escultura de San Antonio Abad, tallada en el taller de Juan de Juni hacia 1547, sobre
la que aparecía este gran panel vertical de madera, de 2,78 x 1,47 m., que con
el tema del Calvario había sido
pintado por Alonso Berruguete entre 1530 y 1535, poco después de haber
terminado el retablo mayor de la iglesia, para presidir el enterramiento de Juan
Paulo de Oliveiro. El retablo se completaba en las calles laterales, según
Bosarte, con otras cuatro pinturas sobre tabla de autor desconocido y estilo
goticista1.
El retablo fue desmantelado a consecuencia de la
Desamortización y sus componentes recogidos, como otras muchas obras de la
misma iglesia, incluyendo el retablo mayor y la sillería del coro, en el Museo
Provincial de Bellas Artes de Valladolid, desde 1933 Museo Nacional de
Escultura.
La tabla es especialmente interesante por un
doble motivo. Por un lado, por ser una de las escasas pinturas realizadas por
Alonso Berruguete en España a su vuelta de Italia, reducidas a las cuatro integrantes
del retablo mayor de la iglesia de San Benito el Real de Valladolid (Museo Nacional de Escultura), a otras
cuatro que forman parte del retablo mayor de la iglesia del Colegio Fonseca de
Salamanca y algunas tablas aisladas, como la de la iglesia de San Pedro de
Fuentes de Nava (Palencia).
Por otro lado, porque Alonso Berruguete,
decisivamente decantado por la escultura, en ellas pone en práctica un
planteamiento manierista que en esta pintura de la Crucifixión, como ocurre en muchas de sus esculturas, llega a ser
exacerbado hasta rozar lo irracional, convirtiéndose en un elocuente testimonio
de como un arte subjetivo puede llegar a sus últimas consecuencias, apartándose
de los cánones y la búsqueda de la belleza clásica, para crear imágenes
irreales de extraordinaria expresividad.
El cúmulo de "imperfecciones" pictóricas,
el "non finito" de algunas de sus partes y el nerviosismo de las
figuras integrantes de la composición explica que algunos autores hayan
considerado la pintura como obra del taller o incluso de su seguidor Juan de
Villoldo, en cuyas obras prevalece un canon más corto y menor dinamismo.
Sin
embargo, en pocas ocasiones como en esta, en la pintura renacentista española
se puede encontrar un caso de mayor libertad interpretativa en cuanto a la
conjunción de las actitudes de los personajes, recursos lumínicos cambiantes y
elección de fríos colores bajo una óptica estrictamente manierista,
ofreciéndose al espectador como una escena onírica en la que el pintor no sólo
penetra intencionadamente en el campo de la irrealidad, sino que convierte la
escena en un concepto de fuerte carga espiritual, rompiendo decisivamente tanto
con la tradición medieval castellana —decantada hacia las pautas flamencas—,
como con los afanes naturalistas de sus predecesores.
En este decidido alejamiento de las formas
naturalistas, reforzado por el uso de escorzos, revuelo de paños, anatomías
descoyuntadas y luces irreales, se puede encontrar un referente en la obra
manierista de Rosso Fiorentino o del sienés Domenico Beccafumi, cuya obra pudo
conocer durante sus estancia en Italia, procesando el palentino los recursos
para la creación, a través de un estudiado proceso mental, de una audaz
iconografía de fuerte carga emocional.
La escena, que genéricamente se ajusta a la
tradicional iconografía del Calvario,
está dividida en dos partes superpuestas —siguiendo los modelos implantados por
algunos maestros italianos—, con el crucificado en el centro marcando el eje de
la composición. En la parte superior aparece la estilizada figura de Cristo
muerto en la cruz, ligeramente escorzado hacia la derecha y siguiendo un diseño
que no sólo recuerda a los crucifijos que tallara en madera para el ático de
algunos retablos, sino también el estilo de algunos dibujos preparatorios de
Alonso Berruguete, como los conservados en el Museo del Louvre.
A los lados aparecen Dimas y Gestas crucificados, en
posición de escorzo y amarrados a cruces inclinadas formadas por troncos cilíndricos.
Las figuras de los crucificados se recortan sobre un fondo que recibe un
tratamiento especial con tendencia a la abstracción, con un escueto paisaje sugerido
por un sombrío bosque y dominado por un impreciso celaje de color azul intenso,
al que se aproximan negros nubarrones.
En un segundo plano se incluye una de las partes más
originales del cuadro: un agitado ejército informe, con un conglomerado de personajes
a pie y a caballo, que apenas están esbozados. Entre ellos se aprecia a
Longinos portando su lanza, sobre un brioso caballo que levanta una gran
polvareda en su frenética carrera. A su lado, un soldado se esfuerza en sujetar
un estandarte rojo curvado por la fuerza del viento. Estos detalles hacen
situar la escena en el momento inmediato a la muerte de Cristo, momento en que,
según se describe en el Evangelio, se produjo una alteración atmosférica,
siendo también la fuerza del viento la que origina el vuelo del paño de pureza
de Cristo, que adquiere un aspecto tan caprichoso como irreal.
Como nexo de unión entre la parte superior y la
inferior, en un segundo plano y junto a la cruz de Dimas, aparecen las singulares
figuras de José de Arimatea y Nicodemo, caracterizados como judíos y haciendo
una indescifrable gesticulación. El primero lleva un turbante y porta una banda
de lienzo con la que proceder al descendimiento de Cristo, que serpentea de
forma extraña entre sus manos, mientras que el segundo permanece inmóvil
uniendo sus dedos con las manos hacia abajo, posiblemente como gesto de desconsuelo o espera.
En la parte inferior se concentra la emotividad de
la escena, con los personajes plasmados como en una instantánea suspendida en
el tiempo. En primer plano aparecen en la parte izquierda las figuras demacradas y entrelazadas de la
Virgen y María Salomé, derrumbadas y consolándose mutuamente, bajo
la protección de un joven San Juan que situado de perfil sujeta el brazo de la
Virgen, mientras que en la derecha María Magdalena, con una corporeidad casi
suspendida en el aire, acerca sus manos a los pies de Cristo acompañada de
María Cleofás, que coloca la mano sobre su hombro.
Nada en estos personajes se ajusta a la iconografía
tradicional y sus volúmenes en nada sugieren un tratamiento escultórico, pues
las figuras apenas tienen corporeidad por estar envueltas en una luminosidad
que las priva de profundidad espacial. Personalísima es también la gama
cromática empleada, de colores fríos y estridentes en las indumentarias, con
predominio de verdes, amarillos y azules, y tonos nacarados, un tanto demacrados,
en las carnaciones, con rostros femeninos que siguen sus modelos habituales.
Toda la escena está compuesta con elementos
radicalmente manieristas, tanto en su composición como en el tratamiento de los
personajes, predominando en todos ellos un canon muy alargado y las actitudes
inverosímiles. A ello se suma la sutileza con que Alonso Berruguete potencia el
momento dramático, empleando para ello una luz irreal y fría que, en opinión de
Camón Aznar, dota a la escena de un carácter espectral2. El
tratamiento de la luz, basado en fuertes contrastes en los primeros planos,
adquiere una especial significación para infundir en el espectador la idea de
un ambiente trágico, a lo que se viene a sumar la presencia de la tradicional
calavera colocada en primer plano y a los pies de la cruz, remembranza de una
antigua leyenda medieval.
A esta agitación formal, que sugiere un momento de
caos en la naturaleza y dota a la escena de valores irreales y oníricos, acentuando
su carga de espiritualidad atemporal, se suman algunos detalles verdaderamente
incomprensibles, como la rotulación del letrero de la cruz con las iniciales
desordenadas: "IRNI", algo verdaderamente insólito cuya justificación
se nos escapa.
Por todo lo expuesto, y tras la última restauración
de la tabla, en la que se han eliminado sucesivos repintes devolviéndola su
aspecto originario, podemos afirmar que la Crucifixión
se trata de una de las obras más personales de la faceta pictórica de Alonso
Berruguete, que demuestra su audacia a través de un lenguaje plástico,
radicalmente manierista, como medio para plasmar una visión subjetiva de la
realidad, consiguiendo crear un mundo irreal, dominado por la emotividad, que
es fruto de un elaborado proceso mental.
Para ello no vacila en el empleo de recursos
realmente sorprendentes en su época, como
el acentuado movimiento, el alargamiento del canon y el uso de una singular
paleta en la que predominan los colores extremadamente fríos y las pinceladas
rápidas, consiguiendo una carga emocional y conceptual que se traduce en una
exaltación de la espiritualidad que no consiguieron sus seguidores u otros
pintores de su tiempo.
Esta pintura, realizada con la mayor libertad
interpretativa, marca un punto de inflexión en la producción pictórica de
Alonso Berruguete, encontrando más concomitancias con algunas esculturas
experimentales de sus retablos —nerviosas, agitadas, inestables y anticlásicas—
que con las pinturas del retablo de San Benito el Real (1526-1532) de
Valladolid y del Colegio Fonseca (1529-1531) de Salamanca, repitiendo la misma
audacia en la tabla del Entierro de
Cristo que pintara entre 1534 y 1537 y que se conserva en el retablo de la
iglesia de San Pedro de Fuentes de Nava (Palencia), donde de nuevo utiliza los
mismos recursos de canon alargado, escorzos, fondo impreciso, gesticulación
dinámica, agitación de paños, contrastes lumínicos y una paleta de tonos muy
fríos y efectos tornasolados, elementos que actúan como agentes psicológicos para potenciar la emotividad
del drama.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: J. M. Travieso, Museo Nacional de Escultura, Las Edades del Hombre, Museo
del Louvre.
NOTAS
1 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio: Crucifixión.
En: URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Pintura del
Museo Nacional de Escultura. Siglos XV al XVIII (I). Madrid, 2001, pp. 69-70.
2 CAMÓN AZNAR, José: Alonso
Berruguete. Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1980, pp. 45-46.
Alonso Berruguete. Entierro de Cristo, 1534-1537 Iglesia de San Pedro, Fuentes de Nava (Palencia)
Salimos a las 8,30 horas de la plaza de Colón y
nuestra llegada al hotel en Javier se realizó sobre las 13,30 horas. Dejamos el
equipaje en la habitación y pasamos al restaurante para almorzar. A las 15,15
horas iniciamos nuestro recorrido con la visita al Castillo de Javier, situado
al lado del hotel, que data del siglo X y en el que nació y vivió San Francisco
Javier, hijo de los señores de Javier, siendo un lugar de peregrinación
principalmente a principios de marzo. A las 17,30 horas emprendimos camino al
Monasterio de Leyre, próximo a la localidad de Yesa. Visitamos la Cripta, el Patio
de la Hospedería, la Iglesia y la Puerta Speciosa, pudiendo constatar que es
uno de los conjuntos monásticos más importantes de España por su relevancia
histórica y arquitectónica. Después de asistir al oficio de vísperas,
regresamos al hotel para la cena y al finalizar nos retiramos a descansar.
4 de septiembre
Desayunamos y salimos del hotel con dirección a la
localidad de Jaca. Nuestra primera parada fue en San Juan de la Peña, donde
visitamos el Monasterio Viejo, joya de época medieval. Las edificaciones
conservadas, tan sólo una parte de las que existieron, son excelentes testimonios
de las sucesivas formas artísticas.
Nuestra segunda parada fue para conocer el
pueblo Santa Cruz de la Seròs y desde aquí continuamos a Jaca, donde realizamos
la visita panorámica de la villa. Situada en el pórtico de los Pirineos, recoge
entre sus antiguas calles monumentos del primer románico, como su Catedral, que
visitamos junto a su Museo. Pasamos por el Ayuntamiento, la Torre del Reloj, la
Ciudadela y el centro urbano.
Después de almorzar, nos dirigimos al Parque
Nacional de Ordesa y Monte Perdido, declarado Parque Nacional en 1918, que es
uno de los valles más espectaculares de toda Europa. Pasamos por los bellos
pueblos del entorno y visitamos el centro de interpretación ubicado en Torla,
donde paseamos por las calles de esta espectacular villa.
Sobre las 19,30 horas
regresamos al hotel para cenar y a continuación realizamos una visita nocturna
a la Ciudadela y otros monumentos que estaban magníficamente iluminados. Sobre
las 23,30 horas regresamos al hotel para descansar.
5 de septiembre
Tras el desayuno emprendimos viaje hacia Andorra. A
nuestra llegada al hotel nos entregaron las llaves y, una vez aseados, nos
dirigimos al restaurante para almorzar. Por la tarde iniciamos la panorámica por
la capital y les Escaldes en bus, continuando con un recorrido a pie por el
barrio antiguo (callejuelas, casas del siglo XVI al XX, plaza del pueblo, plaza
Benlloch, Iglesia Sant Esteve, sedes institucionales, etc.). Sobre las 18,00
horas nos dirigimos al Centro de Arte donde vimos las exposiciones “El Legado Románico
y los Grabados de Picasso”, regresando al hotel a las 21,00 horas para cenar y
retirarnos posteriormente a descansar.
6 de septiembre
Desayunamos e iniciamos el día con la subida a la
estación de ski de Pal 2000 m + Coll de la Botella. En el Pueblo de Pal
visitamos el centro de interpretación del románico y su iglesia de Sant Climent,
del siglo XII. Almorzamos en un restaurante de la zona y por la tarde nos
dirigimos al Santuario de Meritxel, que está formado por un conjunto de
edificaciones patrimoniales: una antigua iglesia románica, reformada en el
siglo XVII, destruida por un incendio en el año 1972 y restaurada en 1994; un
santuario nuevo y un camino real con crucero y oratorios, obra del arquitecto
español Ricardo Bofill. Continuamos con la visita al mirador Roc del Canillo y a
la Iglesia de Santa Coloma.
Sobre las 18,00 horas regresamos al hotel para
disfrutar de otro de los grandes atractivos del Principado: las compras. Fijamos
la cena para las 20,45 horas y a su finalización nos retiramos a descansar.
7 de septiembre
Después de desayunar nos dirigimos a la ciudad
francesa de Toulouse, donde nada más llegar realizamos una visita panorámica en
autocar con un recorrido por el centro histórico. Atravesamos los grandes
bulevares, los canales (Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), el barrio de
los jardines y las orillas del río Garona. Paramos para almorzar en un
restaurante cercano y a continuación iniciamos un recorrido a pie por la ciudad.
Visitamos la basílica San Sernin, vimos el Capitole (ayuntamiento) y los
Jacobinos, casa madre de los Dominicos con su arquitectura extraordinaria,
finalizando el recorrido con la visita al Museo de los Agustinos. Regresamos a
las 21,00 horas al hotel para cenar y descansar.
8 de septiembre
Desayunamos y salimos con dirección al País vasco
francés, siendo nuestro primer destino Biarritz, donde al llegar realizamos una
visita panorámica de la ciudad que nos permitió entender su historia. Una gran diversidad
arquitectural está presente a lo largo del paseo hacia la playa grande.
Al
pasar por el Viejo Puerto nos hablaron de la pesca de hoy y de la caza de la
ballena de antaño, finalizando la visita en la Roca de la Virgen, con una
magnifica vista panorámica sobre toda la costa y las montañas vascas. A las 13,30
horas continuamos hacia San Juan de Luz y al llegar nos dirigimos al
restaurante para almorzar. Posteriormente iniciamos una visita panorámica por
la ciudad, contemplando el puerto pesquero y las magníficas casas del siglo
XVII construidas por famosos piratas. Paseamos por la plaza del Ayuntamiento,
recorrimos la calle Gambetta, que esta bordeada de casas con una arquitectura
vasco-urbana, para llegar a la iglesia San Juan Bautista. Después la visita nos
llevaron a la bahía de San Juan de Luz para comprender mejor la construcción de
diques y la topografía de la costa en este lugar. Acabamos nuestro itinerario
por las calles estrechas, todavía ricas en belleza, que parecen seguir
perpetuando el ambiente estival de los siglos pasados. A las 16,30 horas salimos
con dirección a Valladolid, donde llegamos a las 21,30 horas.
Dionís Vidal
(Valencia, h. 1670-Tortosa, Tarragona, h. 1719), sobre diseño de
Antonio
Palomino (Bujalance, Córdoba, 1655-Madrid, 1726)
Entre 1690 y
1700
Pinturas al
fresco
Iglesia
parroquial de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, Valencia
Pintura
barroca española
Uno de los principales atractivos artísticos que
conserva la ciudad de Valencia, en pleno corazón de la "Ciutat Vella",
es la conocida popularmente como iglesia de San Nicolás, declarada Monumento
Histórico Artístico Nacional en 1981. Su exterior, extremadamente sencillo, tan
sólo animado por una torre con función de campanario colocada a los pies de la
iglesia, que fue rematada en 1755 para celebrar el tercer centenario de la canonización
de San Vicente Ferrer, contrasta con la riqueza de su interior, donde a finales
del siglo XVII el pintor Dionís Vidal, siguiendo un plan iconográfico trazado
por su maestro Antonio Palomino, cubrió por completo las bóvedas con un
deslumbrante ciclo de pinturas al fresco que constituyen uno de los conjuntos
más interesantes del barroco español, puesto en valor tras ser terminada su
limpieza y restauración en febrero de 2016, que ha liberado a las pinturas
murales de los efectos del humo y la suciedad acumulada durante tres siglos.
LA IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI Y SAN PEDRO MÁRTIR
Los orígenes del templo se encuentran en una
construcción, levantada hacia 1242 sobre una antigua mezquita, que sería una de
las doce primeras parroquias valencianas tras la conquista cristiana de la
ciudad por el rey Jaime I. De aquel primitivo templo no queda rastro, pues
entre 1419 y 1455 fue completamente reconstruido y ampliado en estilo gótico
por iniciativa de Alfonso de Borja, párroco de la iglesia, futuro obispo de
Valencia y papa de la Iglesia católica, entre 1455 y 1458, con el nombre de
Calixto III.
La iglesia consta de una sola nave, organizada en
seis tramos con bóvedas de crucería simple que en los laterales se corresponden
con capillas poco profundas entre contrafuertes, dos de ellas convertidas en
puertas laterales, con ventanales apuntados en el arranque de los arcos de la
bóveda. Se completa con un presbiterio de traza poligonal tripartito, precedido
de un tramo recto, que está orientado al este. En el muro de los pies se abre
una tercera puerta y un gran rosetón calado con la forma de la estrella de
David y cubierto por una vidriera.
El recinto conocería modificaciones en época barroca,
siendo levantada en 1664 junto a la cabecera, por detrás de la capilla mayor,
una capilla-sagrario financiada por Jacinto Sanz. Asimismo, las capillas
colocadas en el tramo recto del presbiterio fueron reconvertidas en puertas de
acceso a la sacristía (lado del evangelio) y de bajada a la cripta (lado de la
epístola). Sobre una de ellas se colocó un órgano barroco y los retablos que
presidían dichas capillas, con importantes tablas de Juan de Juanes, fueron remodelados
y colocados a los lados del retablo mayor.
La iglesia guarda destacadas obras de orfebrería y
de pintura, pues junto a los retablos citados con pinturas de Juan de Juanes,
máximo representante del renacimiento valenciano, se encuentran otros con obras
de Rodrigo de Osona y Yáñez de la Almedina.
Preside la iglesia un retablo barroco del siglo
XVIII, con un sólo cuerpo y ático, ornamentado con tres columnas salomónicas a
cada lado, que fue dorado en 1867. En la hornacina central se alojan las
esculturas de los santos titulares, San
Nicolás de Bari y San Pedro Mártir,
obras realizadas en 1940 por Francisco Teruel y Enrique Tamarit, mientras que
en el ático se coloca una pintura dieciochesca, del valenciano José de Vergara
(1726-1799), que representa la Glorificación
de laVirgen con el Niño.
A los lados del retablo mayor se hallan los dos
retablos ya citados, costeados por el gremio de pelaires o laneros —cuyos
emblemas figuran sobre los mismos— en los que se reaprovechan pinturas
renacentistas de retablos anteriores. En el lado del evangelio se encuentra el Retablo de la Trinidad, que, presidido
por un icono de la Virgen, contiene una notable colección de pinturas de Juan
de Juanes en las que aparecen representados los Apóstoles, los Doctores de la
Iglesia, vírgenes y santos mártires, escenas de la Creación y la Coronación de
la Virgen en el remate.
En el lado opuesto presenta una idéntica estructura
el Retablo de San Miguel, presidido
por un ostensorio con el busto del Salvador y cuatro tablas de Juan de Juanes a
los lados con historias del arcángel San Miguel. Se completa con las escenas de
la Anunciación, el Nacimiento y la Adoración de los Reyes en la predela y la
Presentación en el Templo en el remate superior. El púlpito volado fue
realizado en el siglo XVIII por el escultor Tomás Artigues.
EL CONJUNTO DE FRESCOS BARROCOS
A pesar de todo, lo realmente impactante son las
pinturas barrocas que cubren completamente las bóvedas, arcos, pilares y muros
del recinto, desde los pies a la cabecera, con casi 2.000 metros cuadrados de
pinturas murales, lo que inevitablemente ha suscitado la calificación de "Capilla
Sixtina" valenciana.
Esta transformación al gusto de la sociedad barroca
fue realizada entre 1690 y 1693, siendo atribuida a Juan Bautista Pérez Castiel
la construcción de las bóvedas encamonadas que enmascaran las originales
góticas y sobre las que, en la década final del siglo XVII, el valenciano
Dionís Vidal desarrollaría un vasto conjunto de pinturas al fresco siguiendo un
fascinante programa iconográfico diseñado por Antonio Palomino de Castro y
Velasco, pintor real de Carlos II desde 1688 y prolífico escritor, que permaneció
en Valencia entre 1697 y 1701 para realizar personalmente los frescos de la
cúpula de la iglesia de la Virgen de los Desamparados, los frescos de la
iglesia de los Santos Juanes (en proceso de restauración cuando esto se
escribe) y los deteriorados frescos de la que fuera parroquia de San Pedro
Apóstol en la catedral.
El cordobés Antonio Palomino, diseñador del programa
pictórico de la iglesia de San Nicolás, ejerció un férreo control sobre la
actuación de Dionís Vidal, su discípulo y autor material de los frescos, para
que siguieran los planteamientos recogidos en su obra Museo Pintórico y escala óptica, publicada por primera vez entre
1715 y 1724, conservándose algunos de los dibujos originales de Palomino para
las bóvedas de San Nicolás en el Museo Nacional de Cerámica "González
Martí" de Valencia. Como dato anecdótico, tanto Antonio Palomino como
Dionís Vidal aparecen retratados con las trazas de la mano en uno de los
frescos próximos al rosetón del muro de los pies de la iglesia.
El complejo diseño fue ajustado por Palomino a la
superficie de una bóveda formada por seis tramos separados por arcos perpiaños,
doce lunetos condicionados a los ventanales, múltiples compartimentos que
mantienen la estructura de crucería y una cornisa practicable que recorre el
perímetro interior, con un tratamiento especial en la bóveda y muros del
presbiterio.
Para articular las composiciones recurrió a las
arquitecturas fingidas, tratadas como verdaderos trampantojos, colocando sobre
los lunetos escenas con los pasajes más destacados de la vida de San Nicolás de
Bari (lado de la epístola) y San Pedro Mártir (lado del evangelio), junto a las
que aparecen grandes figuras de los apóstoles y alegorías de virtudes y figuras
de ángeles, en atrevidos escorzos, que aluden al carácter ejemplarizante de la
escena principal, con profusión de cartelas con frases o citas bíblicas que
también guardan relación con la escena narrada. Asimismo, dos claraboyas
simuladas por cada tramo establecen una sucesión rítmica en el eje de la bóveda,
permitiendo contemplar un fingido celaje azul con nubes.
A la altura de la cornisa y coincidiendo con cada
uno de los soportes, también se adosaron en época barroca, sobre un fondo de
hojas de acanto, las figuras de grandes ángeles en estuco, que simulan mármol,
cuyas dinámicas actitudes tenantes, junto a los motivos heráldicos intercalados
entre ellos, proporcionan un gran movimiento rítmico al ciclo pictórico. Por
debajo de ellos, todos los soportes también fueron recubiertos con vegetales y
cintas en relieve y roleos pintados.
La hagiografía de San Nicolás de Bari queda plasmada
en los lunetos del lado de la epístola con los siguientes elementos iconográficos:
San Nicolás curando a una lisiada,
apóstol San Pedro, alegorías de la Piedad y la Limosna y dos ángeles del
coro de los custodios; San Nicolás
dotando a tres doncellas para contraer matrimonio, apóstol San Mateo, alegorías de la Largueza y el Recato y dos arcángeles; San Nicolás resucitando a un infante
cocinado por su madre, apóstol San
Pablo, alegorías de la Caridad y
la Gratitud y dos ángeles del coro de los principados; San Nicolás resucitando a tres niños
descuartizados en un mesón para ser cocinados, apóstol San Felipe, alegorías de la Justicia
y la Verdad y dos ángeles del coro de las virtudes, con
una frase del Eclesiastés en la cartela; San
Nicolás enfrentándose a Arrio en el Concilio de Nicea, apóstol San Bartolomé, alegorías de la Religión y el Celo y dos ángeles del coro
de las potestades, figurando en la cartela una frase del Libro de los
Salmos; Liberación por San Nicolás de un
niño cautivo de los moros, apóstol Santiago
el Mayor, alegorías de la Devoción
y la Correspondencia y dos ángeles del coro de las potestades.
El esquema se repite en el lado del evangelio,
dedicado a San Pedro Mártir o San Pedro de Verona, cuyo esquema es el
siguiente: San Pedro con siete años se
mantiene en su fe ante su tío hereje, apóstol San Juan, alegorías de la Sinceridad
y la Doctrina y dos ángeles del coro de los tronos; San Pedro tomando el hábito como dominico,
apóstol San Andrés, alegorías de la Castidad y la Vigilancia y dos ángeles del
coro de los querubines; San Pedro
curando a un niño mudo, apóstol San
Judas Tadeo, alegorías de la Clemencia
y la Gracia y dos ángeles del coro de los serafines; San Pedro mueve las nubes para convertir a
un hereje, apóstol San Simón,
alegorías del Ingenio y la Protección y dos ángeles del coro de los santos confesores; Martirio de San Pedro en una emboscada, con una frase del Levítico
en la cartela, apóstol Santiago el Menor,
alegorías de la Fe y la Constancia y dos figuras de ángeles del coro de los mártires; Curación de enfermos ante el sepulcro de San
Pedro, apóstol Santo Tomás,
alegorías de la Buenaventuranza
sobrenatural y la Inmortalidad y
dos figuras del coro de las vírgenes.
Manteniendo una unidad estilística, tanto el
presbiterio como el muro de la entrada situada a los pies reciben un
tratamiento diferente. En el presbiterio, donde confluyen los relatos de ambos santos,
una bóveda espaciosa corona el recinto. En ella Dionís Vidal ha plasmado una
gloria abierta, sobre una base de arquitecturas fingidas, en la que se muestra
la Glorificación de San Nicolás y San Pedro
Mártir, con los dos santos elevados al cielo por ángeles entre nubes. A su
alrededor se distribuyen los Doctores de la Iglesia, con las figuras sedentes de Santo Tomás de Aquino, San Agustín,
San Gregorio Magno, San Ambrosio, San Jerónimo y San Buenaventura, que se
alternan con figuras de ángeles y virtudes, situándose a los pies de cada
uno de ellos cartelas con cortas sílabas que en su conjunto proclaman "Vos estis sal terrae. Vos estis lux mundi"
(Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo). Siguiendo
un horror vacui propio del barroco, la
decoración, con un despliegue se variados elementos ornamentales, ocupa la
totalidad de los lunetos, en los que se abren ventanales apuntados con
vidrieras. Este conjunto del presbiterio fue restaurado en 1917 por el profesor
de dibujo José Renau Montoro.
Muy original es el muro de la contrafachada situado
a los pies de la iglesia, en el que por encima de la cornisa se abre un rosetón
central y donde, mediante arquitecturas fingidas, se alarga la profundidad de
la iglesia en sus dos niveles. Sobre un pretil de cerramiento que corre por
encima de la cornisa, a modo de trampantojo, a los lados del rosetón se colocan
sobre pedestales, simulando esculturas en bronce dorado, las grandes figuras de
los evangelistas San Lucas,
acompañado del toro, y San Marcos con
el león. Junto a ellos, en los huecos de ambos lados, aparecen parejas de
personajes relacionados con la obra decorativa barroca, identificándose en la
parte derecha los retratos de Antonio Palomino
dando instrucciones a Dionís Vidal sobre el programa decorativo, firmando
de esta manera la obra con una imagen visual.
Sobre la puerta, entre la arquitectura fingida de un
arco de medio punto, aparece una apoteósica alegoría de la Iglesia triunfante, representada por una mujer coronada con la
tiara papal de triple corona y sujetando la maqueta de un templo y una gran
cruz de madera, situándose a sus pies dos figuras vencidas que representan el
Pecado y la Herejía. Se acompaña con cartelas en las que se lee "Domus mea domus orationis vocabitur"
(Mi casa será llamada casa de oración).
Más abajo, en la contrapuerta, dentro de un medallón aparece un retrato
de Alfonso de Borja, el que fuera párroco de esta iglesia y después papa
Calixto III, circunstancia aclarada por la inscripción que recorre el círculo:
"Callistvs III. Pont. Max. Alph.
Borgia. Hvi. Eccl. rector".
Retratos de los pintores Antonio Palomino (de negro) y Dionís Vidal
Este impresionante conjunto pictórico al fresco pone
de manifiesto el efervescente y refinado ambiente artístico que vivió Valencia
durante la última década del siglo XVII y la primera del XVIII, siendo buena
muestra de ello el concurso convocado en 1700 para realizar la fachada
principal de la catedral, que fue ganado por el austriaco Conrad Rudolph, que
dejó el primer modelo en España de fachada cóncavo-convexa siguiendo los
modelos de Francesco Borromini.
UNA RESTAURACIÓN CULMINADA EN 2016
La recuperación de las pinturas murales de la
iglesia de San Nicolás y la consolidación de la estructura que las soporta, ha
sido llevado a cabo entre 2011 y 2016 por el equipo del Instituto Universitario de Restauración
del Patrimonio de la Universidad Politécnica de Valencia, con un centenar de
profesionales multidisciplinares que, dirigidos por la catedrática Pilar Roig Picazo (pintura
mural) y el arquitecto Carlos Campos (consolidación de la bóveda y eliminación
de humedades), han aplicado las técnicas más avanzadas en restauración. El
magno proyecto ha contado con la colaboración de Gianluigi Colalucci,
restaurador de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, así como con
la financiación de tan costosa tarea por la Fundación Hortensia Herrero.
HORARIO DE VISITAS:
De martes a viernes: Julio: De 11 a 20 h. Agosto: De 10 a 20 h. Sábado: Julio y agosto: De 10,30 a 18,30 h. Domingo: Del 17/7 al 4/9: De 11,15 a 20 h. Lunes cerrado.
Alegoría de la Iglesia triunfante sobre el Pecado y la Herejía
Visitas guiadas previa reserva en telf. 963 913 317 o correo visita@sannicolasvalencia.com
Durante los horarios de culto no están permitidas las visitas
turísticas, ni realizar fotografías o grabar imágenes.