ANUNCIO DEL ÁNGEL A LOS PASTORES
Pintor anónimo
Principios siglo XII (hacia 1100)
Pintura al fresco
Panteón de los Reyes de León. Colegiata-Basílica de San Isidoro, León
Pintura románica
EL PANTEÓN REAL DE SAN ISIDORO
La escena del Anuncio a los Pastores es una obra antológica de la pintura europea que se encuadra en el espectacular conjunto de frescos que decoran los muros y bóvedas del Panteón Real situado a los pies de la basílica y colegiata de San Isidoro de León. Por tanto, es necesario abstraer la escena del conjunto del que forma parte para interpretar lo que representa, las técnicas utilizadas, las influencias, etc., aunque en realidad adquiere su verdadera significación como parte integrante de un ingente programa iconográfico perfectamente definido.
Corría el año 1063 cuando el renovado templo, con orígenes en otro anterior erigido por Alfonso V en honor de San Pelayo, era consagrado gracias al mecenazgo de su hija doña Sancha y Fernando I el Grande, reyes de León, que lo pusieron bajo la advocación de San Isidoro de Sevilla después de conseguir tan preciadas reliquias, convirtiendo sus dependencias en un complejo palatino que con el tiempo destacaría como importante centro de producción artística y cultural y como marco de relevantes acontecimientos históricos. Allí mismo, adosado a los pies del templo, se erigió un pórtico abierto que, con función de Panteón Real, había de recoger parte de la secular historia del Reino leonés, llegando a cobijar los sepulcros de veintitrés reyes y reinas, doce infantes y nueve condes.
El espacio, antaño denominado Capilla de los Reyes, tiene una planta cuadrangular y está organizado en tres naves, que suponen la prolongación de las naves del templo, y dos tramos separados por dos columnas exentas, de fuste bajo y grandes capiteles, sobre las que se apean cuatro grandes arcos de medio punto, articulación que junto a los pilares cruciformes y las columnas adosadas del perímetro dotan al espacio del aspecto hermético de una cripta por la anchura de los soportes y su escasa altura, con capiteles que alternan la decoración vegetal con otros que ofrecen pasajes evangélicos figurativos, siendo este tipo de escenas historiadas pioneras en el románico español. Entre las arquerías quedan definidas seis bóvedas que, junto a los arcos y la parte alta de los muros, fueron pintadas al fresco por un genial y desconocido maestro en tiempos de doña Urraca, es decir, en torno al año 1100.
No vamos a sustraernos de calificar el recinto como Capilla Sixtina de la pintura románica, como aparece en todos los manuales, aunque conviene recordar que tan impresionantes pinturas apenas fueron reconocidas hasta que fueron puestas en valor por Gómez Moreno a mediados del siglo XX. Desde entonces han sido constantes los elogios, llegando a ser calificadas, después de ser objeto de numerosos estudios, como las de mayor calidad en su tiempo, no sólo en la pintura hispánica, sino en toda Europa, con el acicate añadido de un espléndido estado de conservación, marcando con su exquisita calidad un hito en el Camino de Santiago, del que forma parte.
El carácter funerario del pórtico sin duda condicionó la distribución iconográfica, abandonando la tradición de reservar la cabecera para las figuras de Cristo y la Virgen y los muros laterales para escenas bíblicas y santos, pues en el programa prevalecen los criterios de la misa mozárabe o rito isidoriano que suprimiera en 1080 el rey Alfonso VI ente la reticencia del pueblo leonés. De modo que sobre el complejo sepulcral y con el Pantocrátor como escena central se distribuye en la parte derecha un ciclo dedicado a la infancia de Jesús, que incluye la Anunciación y Visitación, la Natividad, el Anuncio a los Pastores, la Matanza de los Inocentes, la Huída a Egipto, la Adoración de los Magos y la Presentación en el Templo, estas tres últimas muy deterioradas, y en el centro e izquierda otro referido a la Pasión, con la Santa Cena, las escenas simultáneas del Prendimiento, Sentencia, la Negación de Pedro y la Crucifixión, así como una representación del Cristo Apocalíptico en alusión a la Resurrección. Se acompañan de símbolos divinos, ángeles y santos, aunque lo que aparece como verdaderamente original es un espléndido Calendario en el intradós de uno de los grandes arcos.
EL ANUNCIO A LOS PASTORES
De todo este repertorio, fiel exponente de las creencias religiosas en los albores del siglo XII, seleccionamos la escena dedicada al Anuncio a los Pastores, en la que el autor demuestra especialmente sus dotes creativas y expresivas, llegando a ser considerada como obra cumbre de la pintura románica española y europea, sin parangón en la plástica románica que aborda temas relativos a la Natividad.
Si algunos autores han querido encontrar la impronta de la atmósfera bucólica que envuelve la escena como hereditaria de la pintura romana, posiblemente conocida a través de algunos códices, otros señalan influencias llegadas desde Francia a través de la ruta jacobea, sin que falten quienes afirman que estas obras, que marcan el abandono del repertorio bizantino, la desaparición del simbolismo excesivo y el comienzo de los grandes ciclos historiados, son creaciones originales de pintores nativos que recogen a gran escala la tradición pictórica mozárabe, a la que incorporan costumbres de la tierra.
Hay que matizar que fue Gómez Moreno quien desveló que como pintura mural no responde estrictamente a la técnica del fresco, sino que se trata de pintura al temple aplicada sobre un fondo estucado. Sobre el encalado blanco primeramente se marcaban los contornos con trazos en negro, recubriéndose después los interiores con una paleta limitada a colores ocres, rojos, amarillos y una variedad de grises, acotando las escenas con ribetes que se adaptan a la superficie irregular entre los arcos.
La escena del Anuncio a los Pastores está integrada por un ángel, tres pastores, un perro, tres vacas, cuatro carneros, tres cabras, seis ovejas, tres cerdos, cinco árboles, seis arbustos, siete matas de hierba y líneas que acotan terrenos elevados y depresiones por las que pululan los animales, todos ellos recortados sobre un fondo blanco y con la escena identificada en una inscripción central: "ANGELUS PASTORES".
El pintor aprovecha las líneas estructurales de los arcos para hacer descansar en ellos las figuras que se distribuyen alrededor de la bóveda conformando la escena, que se coloca junto a la del Nacimiento, con una composición muy atrevida que recuerda la disposición de las figuras junto a los márgenes de una página miniada, aplicando un gran movimiento a las figuras, las humanas dispuestas en escorzo, con predominio de las formas onduladas y nítidos valores expresivos y narrativos al caracterizar a los pastores como aquellos de la montaña leonesa, tanto en su atuendo como en los instrumentos utilizados, los objetos del ajuar, el perro mastín y hasta el cencerro que cuelga del cuello de una de las cabras.
En uno de los ángulos, un ángel encaramado sobre una roca realiza el anuncio con las alas desplegadas y señalando con sus dedos el pesebre de la escena contigua del
Nacimiento. Está identificado con nimbo y viste una túnica roja recubierta por un manto azul que sugiere profusión de pliegues a través de líneas paralelas colocadas caprichosamente en todas las direcciones, aplicando el color blanco para sugerir volumen. A su lado cabras y ovejas mordisquean las hierbas.
En el centro de la escena, que simula el campo abierto, un pastor reposa sobre su capotillo y hace sonar un pito de cañas mientras sujeta el cayado y eleva su mirada hacia el ángel. A sus pies, en un promontorio insinuado, se enfrentan con fiereza dos carneros o machos cabríos, erguidos sobre las patas traseras y chocando los cuernos. Estas figuras, dispuestas simétricamente, están emparentadas con las rotundas figuras que pueblan los bestiarios medievales, tal vez con un valor simbólico que se nos escapa o como simple observación de las peleas de la especie en la naturaleza en época de apareamiento, como lo hacen los cerdos que husmean las bellotas que caen de una encina próxima.
También adquiere especial protagonismo un cabrero que mirando al ángel no interrumpe su acción de compartir la leche contenida en un cuenco de madera con un mastín leonés de gran tamaño. Junto a él y entre dos árboles tres vacas pastan tranquilamente. En otro de los ángulos, junto a tres ovejas elevadas sobre un promontorio, otro pastor hace sonar un cuerno que resuena por los valles. Todos estos elementos descriptivos confieren a la escena un acercamiento al naturalismo poco frecuente en la pintura románica, eminentemente simbólica, a pesar de la dificultad para componer los espacios, el uso de colores planos, la delineación de las figuras y los trazos esquemáticos para sugerir volúmenes, similares a las incisiones en la escultura.
A pesar de su ingenuidad y de su composición artificiosa, esta escena del Anuncio a los Pastores se aleja del uso de los elementos simbólicos que prevalecen en el resto de escenas del Panteón Real, siendo seguramente la realizada con mayor libertad y por tanto la más creativa, sin dejar de ajustarse al programa doctrinal del conjunto, consiguiendo fascinar al espectador al unir el atractivo de lo esquemático y lo imperfecto con una representación de la naturaleza que roza la abstracción, con elementales recursos plásticos y narrativos, tomados de la realidad circundante, que convierten la rigidez y la solemnidad distanciante de la pintura románica en una escena dinámica y cotidiana, en una perfecta síntesis de lo divino y de lo humano lograda por el genio autóctono leonés.
Informe: J. M. Travieso.
Planta del Panteón Real de San Isidoro de León, a los pies de la colegiata.
Vista general del Panteón de los Reyes de León
Aspecto de la llamada Capilla Sixtina de la pintura románica
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