PÓRTICO DE SANTA MARÍA DE LOS REYES
Autor desconocido
Finales siglo XIV. Policromía del siglo XVII
Piedra policromada
Iglesia de Santa María de los Reyes, Laguardia (Álava)
Escultura gótica
A lo largo de toda la geografía española se conservan numerosos portales góticos de magnífica calidad, especialmente aquellos de origen francés que aparecen colocados en las puertas de acceso de algunas catedrales, como ocurre en Burgos, León, Toledo, Tarragona, Palma de Mallorca, etc. Pero es más extraño encontrar que estos conjuntos escultóricos muestren todo su color, con la totalidad de sus piezas policromadas, como ocurre en el
Pórtico de la Majestad de la zamorana Colegiata de Toro y en la iglesia de Santa María de los Reyes de la población alavesa de Laguardia. Si la primera es más antigua en el tiempo, finales del 2º tercio del siglo XIII, la segunda ofrece un mayor número de escenas iconográficas, aunque ambas comparten la misma intencionalidad de glorificar la figura de la Virgen.
La iglesia de Santa María de los Reyes de Laguardia tiene un origen incierto, seguramente a finales del siglo XII a juzgar por algunos restos románicos. La construcción del templo se llevó a cabo desde aquella época hasta el siglo XVI, por lo que en su interior, de estructura netamente gótica, se aprecian hasta cuatro fases constructivas que acusan los estilos de cada momento, con la peculiaridad de evolucionar desde los pies a la cabecera, cuando lo habitual es lo contrario. Por este motivo a los pies aparecen elementos románicos de transición, en sus tres naves soportes y bóvedas góticas, y en el falso crucero, cabecera y sacristía soluciones renacentistas, incluyendo el púlpito y el retablo mayor.
Pero sin duda el elemento más atractivo del templo es su portada, que se abre lateralmente en el primer tramo del lado de la Epístola y que está precedida de un pórtico cubierto con nervaduras góticas estrelladas, todo ello levantado a finales del XIV, que ha preservado de la intemperie el extraordinario programa escultórico tallado en piedra, aunque se perdiera su visión desde el exterior cuando en el siglo XVI se levantaron dos paredes laterales y otra frontal que prácticamente convirtieron el pórtico en una capilla en la que la portada adquiere el valor de un retablo.
EL FASTUOSO PÓRTICO DE LAGUARDIA
Si hay algo evidente en una mirada general al conjunto es su acumulación descriptiva, a pesar de la sobriedad arquitectónica del marco y la racionalidad con que están colocadas escenas y figuras. La portada adopta una forma típicamente abocinada que converge en la parte central en una doble puerta, con arcos trilobulados escarzanos, calados y separados por un parteluz, y un tímpano organizado en tres bandas superpuestas. En las jambas se coloca un apostolado, seis a cada lado, que se corresponden con el trazado de cinco arquivoltas apuntadas en las que se alternan motivos figurados y vegetales, complementándose con la colocación en la parte derecha de dos figuras no religiosas: los retratos del rey Sancho Abarca y su esposa.
LA VIRGEN DE LOS REYES
Colocada en el parteluz, su figura aparece convertida en el epicentro de toda la composición. Se coloca sobre un alto pedestal decorado en su parte inferior con figuras que rememoran los pecados capitales y en la parte superior la historia del pecado original, estando protegida por un dosel calado como remate que le ennoblece.
La imagen sigue la iconografía tradicional de la Virgen con el Niño dispuesta de pie, frontalmente y coronada, en este caso dotada de una grácil flexibilidad a través de la carencia de manto y del movimiento cimbreante de la túnica, ceñida e inclinada a la altura de la cintura, lo que proporciona una sensación de ligereza. Los plegados de la túnica y la toca son suaves, menudos y muy estudiados, acordes con la huída de la abstracción imperante tiempo atrás y la búsqueda de naturalismo en la época en que se hizo, prevaleciendo una curvatura y elegancia que le emparenta con el arte francés.
El rostro presente una talla delicada, con facciones muy finas, ligeramente vuelto hacia el Niño que sujeta en su brazo izquierdo y esbozando una ligera sonrisa en el deseo de plasmar una escena maternal. Otro tanto puede decirse de la figura del Niño, colocado de perfil y entretenido con un pájaro que sujeta en sus manos y muestra a su Madre. A los pies aparece pisoteado por la Virgen un pequeño dragón con aspecto de lagarto que simboliza el pecado, por lo que la imagen, junto a las escenas del pedestal, viene a prefigurar el dogma de la Inmaculada Concepción.
EL TÍMPANO
Dividido a la francesa en tres franjas superpuestas, desarrolla un programa mariano que complementa y ensalza a la Virgen de los Reyes. Las escenas ilustran episodios de santificación de la Virgen, comenzando la narración en la parte izquierda de la franja inferior. Este espacio está dedicado a la vida terrenal de la Virgen, apareciendo primero la Anunciación, con la figura del arcángel san Gabriel como mensajero y la Virgen con aspecto de embarazada, después la Visitación, con una composición muy bien complementada de la Virgen y su prima santa Isabel, unidas por las manos, y finalmente la Adoración de los Reyes, con la Virgen sedente, sin san José, y múltiples detalles narrativos en las figuras de los Reyes y su cortejo.
La segunda franja presenta el Tránsito y la Asunción de la Virgen. A la izquierda los apóstoles son arrebatados por una nube para asistir a la muerte de la Virgen, escena representada en la parte derecha en la que, como detalle anecdótico, aparece el propio Cristo recogiendo en sus brazos el alma con forma de niña. La parte central está reservada a la Asunción, con la imagen de la Virgen transportada por ángeles dentro de una mandorla, símbolo medieval de inmortalidad, que entrega su cinturón como testimonio al apóstol santo Tomás.
La franja superior representa la Gloria, con la escena única de la Coronación de la Virgen por Cristo, asistido por un ángel que sujeta la corona y flanqueado por dos ángeles músicos. A lo largo del tímpano se manifiesta el interés del desconocido escultor por proporcionar movimiento a las figuras, a través de la expresividad de los brazos, a pesar de que todavía mantienen en su mayoría una posición de frontalidad, así como por manifestar un ideal de belleza plenamente logrado. Pero lo más destacable es la integración de las escenas en un conjunto grandioso, sin estructuras arquitectónicas que las separen, un logro extensible a cada una de las partes que integran la portada.
EL APOSTOLADO
Las figuras de los Apóstoles aparecen distribuidas en grupos de seis y se apoyan sobre pedestales que alternan una decoración de trazado arquitectónico con otra de trazado vegetal y representaciones de monstruos, animales, cabezas humanas y escudos. Cada uno de ellos, aparte de portar sus correspondientes atributos, están identificados con su nombre en la peana, lo que permite comprender que el puesto de Judas es ocupado por san Pablo, que como pilar doctrinal de la Iglesia aparece flanqueando la puerta en simetría con san Pedro, colocado en el lado opuesto.
Aunque reciben idéntico tratamiento de espacio bajo doseletes calados, la gran mayoría de ellos son fácilmente reconocibles por ofrecer una iconografía consolidada, como san Pedro portando grandes llaves, san Pablo sujetando una espada, Santiago por el bordón y su gorro de peregrino, san Juan por el águila del Tetramorfos, san Bartolomé por arrastrar encadenado al diablo, etc. Todas estas imágenes presentan la estilización propia del gótico y el trabajo individualizado de sus cabezas con la intención de ofrecer una variada tipología humana, lo mismo que la disposición de las manos y la indumentaria, siempre diferentes, consiguiendo un dinamismo poco frecuente en este tipo de figuras supeditadas a un estrecho y rígido marco. Todos los Apóstoles son figuras de gran tamaño y presentan un acabado técnico perfecto, estableciendo en su variedad y proporciones una armonía poco común, propia de un gran maestro.
En la parte superior derecha aparecen las figuras del rey don Sancho y su esposa colocadas dentro de hornacinas rematadas por una venera, con un canon menos estilizado que el de los Apóstoles. La posición de la figura de la reina fue modificada cuando en el siglo XVI se levantó el muro y en la del rey aparece una imagen curiosa en la ménsula sobre la que se apoya: una abarca que hace referencia al apellido de la familia.
LAS ARQUIVOLTAS
Ya hemos mencionado que en las cinco arquivoltas se alternan motivos figurados y vegetales separados por finas molduras. La arquivolta exterior, colocada en la embocadura, está decorada con catorce figuras de reyes, patriarcas y profetas, todos ellos con su correspondiente doselete. Son figuras de canon rebajado, muy diversas entre sí y dotadas de numerosos detalles narrativos que las identifican, como en el caso del sacrificio de Isaac. Junto a ella discurre una arquivolta con decoración vegetal en la que aparecen diferentes productos hortícolas, inspirados en las cosechas colindantes pertenecientes a la Rioja alavesa.
La tercera arquivolta, que ocupa la posición central, está recorrida por una docena de vírgenes y santas mártires, todas ellas coronadas y portando la palma y el atributo identificativo. La cuarta arquivolta se decora con formas vegetales entre las que aparecen hojas de parra y racimos de uvas, en referencia directa a la tradición vinícola de la zona.
Finalmente, la arquivolta que delimita el tímpano está decorada por ocho ángeles que tañen diferentes instrumentos musicales. Con ellos se cierra el estudiado programa iconográfico en torno a María, pues si en la arquivolta exterior se aludía a los personajes del Antiguo Testamento que vaticinaron el nacimiento de Cristo o formaron parte de la genealogía de la Virgen, en la arquivolta central aparecen mujeres que defendieron su virginidad y en la interior ángeles que participan directamente de la glorificación de la Virgen en el tímpano.
LA POLICROMÍA
La primera obra de la portada a la que se aplicó color fue la Virgen de los Reyes, que en 1613 fue tratada por el pintor Lázaro de Urquiaga. Pero cuando fue aplicada la policromía a toda portada entre 1696 y 1700, primero con un dorado general y después con un tratamiento pictórico, fue de nuevo retocada.
Esta aplicación del color fue llevada a cabo por Juan Francisco de Ribero, que siguió criterios propios de la estética barroca, realzando con el color algunos aspectos del relieve a través de sombreados intencionados.
Con el paso de los años los colores se oscurecieron, especialmente los dorados, siendo recuperado su atractivo aspecto durante una limpieza integral realizada en 1983 por los restauradores José Eguía y Carlos Ruiz de Ocenda.
Informe: J. M. Travieso. Fotografías: Concha Moretón.
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