LA ICONOGRAFÍA DEL NIÑO JESÚS COMO GÉNERO ESCULTÓRICO
Las imágenes exentas del Niño Jesús, en sus variedades de recién nacido o infante, constituyen todo un género en el repertorio iconográfico del arte español, aunque su origen sea foráneo. A pesar de que algunas se datan en los siglos XIII y XIV, fue a partir del siglo XV cuando comenzó la producción de estas figuras y se generalizó desde el siglo XVII hasta nuestros días, siendo elaboradas preferentemente como tallas en madera, de bulto redondo y acabado policromado, aunque en su elaboración también se utilizaron muy variados materiales, tales como plata, plomo, mármol, alabastro, terracota, marfil, papelón, cera, pastas vegetales y, más recientemente, escayola, siempre adaptándose a los cánones estéticos y estilísticos de cada época y región.
Los precedentes más directos les encontramos en el Renacimiento italiano, más concretamente durante el Quattrocento, a partir de las figuras infantiles de Andrea del Verrocchio (1435-1488), que recreó distintos tipos clásicos de amorcillos romanos (putti) para presidir algunas fuentes. A partir de estos modelos, aunque ya cristianizados, fue Desiderio da Setignano (1430-1464), formado en el círculo de Donatello, el pionero en elaborar una serie de imágenes del Niño Jesús en madera y mármol. Poco después, influenciado por estos dos maestros, Francesco di Simone Ferrucci (1437-1493) también trabajaría en mármol algunas figuras de Jesús Infante con los atributos de la Pasión, siempre en un formato que apenas sobrepasa el medio metro de altura. La producción italiana de figuras infantiles durante el siglo XV tuvo su contrapunto en la ciudad flamenca de Malinas, en cuyos talleres se comenzaron a elaborar unos modelos inconfundibles en madera, caracterizados por un menor tamaño, en torno a los 30 cm., una anatomía esquemática de anchas caderas, brazos en actitud de bendecir, rostros sonrientes, ojos rasgados y cabellos rubios rizados, figuras que tuvieron difusión en su área de influencia.
Estas experiencias iconográficas se canalizaron durante el Renacimiento a través de las corrientes humanistas, cuando la religiosidad, abandonadas las antiguas formas de piedad, se centró en la realidad humana de Dios desde una nueva visión del mundo. En ello coincidieron mentes tan dispares como las de Erasmo, Lutero y Teresa de Jesús, que para valorar la obra de Cristo consideraban conveniente ante todo tener en cuenta su humanidad. Esto fue traducido en el lenguaje artístico, a partir del siglo XVI, en manifestaciones plásticas que representaban a Jesús infante en las que se resaltaba su fragilidad y ternura.
La propagación de las imágenes exentas del Niño Jesús, a partir de la Contrarreforma, está estrechamente vinculada al impulso ejercido por Santa Teresa en la orden carmelitana, tanto por sus visiones místicas como por sus escritos, lo que se tradujo en la generalización del uso de estas imágenes, que primero llenaron los conventos de carmelitas y después los de otras órdenes, como medio de exaltación de la humanidad de Cristo, hecho paralelo a la rehabilitación de San José como padre ejemplar, que hasta entonces siempre había ocupado un segundo plano en las manifestaciones plásticas. De modo que puede decirse que si San Francisco fue el iniciador y propulsor de la tradición del belén, Santa Teresa fue la principal impulsora de las figuras exentas del Niño Jesús en España, dando lugar durante el siglo XVII a todo un fenómeno iconográfico, de marcado sello español, que derivó en una producción masiva de tallas destinadas a iglesias y conventos, primero en Castilla y Andalucía y después propagando estas tallas devocionales por toda España, los reinos italianos vinculados a la corona española, Hispanoamérica y Filipinas, donde surgió una importante escuela de marfiles. A la talla de estas imágenes se dedicaron infinidad de escultores anónimos, pero también los grandes maestros de cada momento y escuela geográfica, que establecieron unos prototipos que serían copiados repetidamente, alcanzando la categoría de obras maestras los modelos de Gregorio Fernández en Castilla y los de Martínez Montañés, Juan de Mesa, Pedro de Mena o La Roldana en Andalucía, por citar algunos de los más notables.
Por otra parte, en el transcurso del siglo XVII, durante la apoteosis del Barroco, se fueron consolidando distintas modalidades iconográficas del Niño Jesús a partir de un desnudo infantil, configurándose una serie de modelos que permitían adaptar su aspecto a las necesidades del calendario litúrgico, fundamentalmente en las clausuras, de tal manera que a través de su indumentaria y de los múltiples accesorios que se incorporaban a las imágenes, cada figura del Niño Jesús adquiría un significado determinado.
Un tipo muy generalizado es el que le presenta como Rey de Reyes, siempre en actitud de bendecir y recibiendo atributos propios de un rey o emperador, con corona, rica indumentaria bordada en forma de túnica y manto, a veces portando un cetro y casi siempre sujetando el globo terráqueo en la mano, en forma de bola, que declara su universalidad. Estos modelos, tanto de pie como sedentes, alcanzaron su máxima expresividad y riqueza durante el siglo XVIII, cuando los accesorios se ajustaban a la moda cortesana de estilo rococó.
Otras veces adopta una forma más humanizada, recibiendo el tratamiento de un niño recién nacido o el de un infante en formación. Aparece entonces la modalidad del Niño del Pesebre, en principio recostado sobre paja o una humilde cuna y otras veces enfajado según la tradición, siempre aludiendo a una estricta pobreza. Otros modelos le convierten en un escolar aprendiendo a leer, como Divino Maestro e incluso como un niño juguetón de semblante sonriente, siendo frecuente el acompañamiento de un cordero, cargado de significación mística, o de la figura de San Juanito, siguiendo una iconografía tomada de la pintura. Con el tiempo estos modelos fueron incorporando nuevos matices; las cunas se cambiaron por lujosas camas dando lugar a la figura del Niño Durmiente, donde la imagen relajada del Niño Jesús muchas veces queda casi oculta bajo ricas telas bordadas y guirnaldas de flores. Recogiendo de una parte la influencia de modelos clásicos romanos y de otra los postulados contrarreformistas, también aparecen modelos durmientes que reposan sobre una calavera, una cruz o un corazón, en alusión a la fugacidad de la vida y al futuro redentor del Niño.
Una tipología muy bien definida es la del
Niño Pasionario, figura con el rostro entristecido, casi siempre lloroso y melancólico, que porta los atributos de la Pasión. Es una iconografía que a los ojos de nuestro tiempo puede resultar un tanto despiadada por hacer referencia a la tortura de la cruz desde la niñez, pero hay que tener en cuenta que cuando se hicieron estas imágenes el principal objetivo era conmover e inducir a la meditación en el retiro. Ligadas a este tipo también aparecen modelos que presentan al Niño como
Resucitado Triunfante, con los mismos atributos que presentan las escenas tradicionales de la Resurrección, y como
Niño Eucarístico, que portando un cáliz y una hostia está concebido para presidir las celebraciones del Corpus.
Finalmente hemos de referirnos a una gran variedad de adaptaciones que las figuras recibían en el interior de las clausuras, donde la indumentaria y los accesorios elaborados por las monjas les conferían diferentes caracterizaciones, dando lugar a un extenso catálogo en el que el Niño Jesús puede aparecer como pastorcillo, peregrino, abogado, hortelano, cocinero, fraile, sacerdote, obispo, papa, etc. A partir del siglo XVIII estas imágenes acentuaron el uso de postizos, incorporando pelucas reales junto a los ojos de cristal, destacando los ejemplares llegados desde los prestigiosos talleres napolitanos. Los valiosos ajuares de estas imágenes reportan grandes valores etnográficos y antropológicos, reflejando, como ningún otro tipo de imágenes, la relación sincera de la religiosidad de cada época con el arte.
Muchos modelos alcanzarían una gran popularidad devocional, entre otros la versión filipina del Santo Niño del Cebú, el célebre Niño Jesús de Praga, figura de origen español modelada en cera, el Santo Niño del Remedio de Madrid y el Niño Jesús del Sagrario de Sevilla, obra de Martínez Montañés, con especial protagonismo en los desfiles del Corpus. Incluso algunas imágenes son el origen de célebres fiestas, como es el caso del Bautizo del Niño Jesús en Palencia, que celebra cada 1 de enero la Cofradía del Dulce Nombre del Niño, fundada en el siglo XVI y con sede en la iglesia de San Miguel.
Pero donde este género de imágenes mostraban su auténtica significación era en el interior de las clausuras femeninas, donde algunas eran aportadas a la comunidad, durante el ingreso de las religiosas, como dote simbólico de su "matrimonio" con Cristo, dependiendo de las posibilidades económicas de las familias la calidad del escultor encargado de la talla y la riqueza de sus accesorios. Su presencia se implantó en todas las dependencias del convento: cocina, costura, lavandería, coro y en las propias celdas, teniendo asignadas algunas imágenes el servicio de una camarera que se encargaba de su aderezo y conservación durante todo el año.
Tanto es así, que en torno a las imágenes del Niño Jesús se fueron configurando toda una serie de rituales piadosos en los conventos de buena parte de España, especialmente ligados a la celebraciones de la Navidad y del Corpus Christi. Los más significativos constituyen lo que se ha denominado "Navidad oculta", por celebrarse en los espacios restringidos de las clausuras, abarcando una serie de funciones religiosas que se extendían desde el Adviento hasta la fiesta de la Candelaria (2 de febrero), con dos períodos especialmente activos: el de la Expectación, durante el tiempo de Adviento, y el de la Celebración o Pascua, que comprendía la Natividad y la Epifanía.
Entre las actividades del Adviento figuraba en primer lugar la "Canastilla mística", incitación a las religiosas a practicar la virtud mediante la realización de un pequeño sacrificio elaborando una prenda u ornato para una figura del Niño Jesús. El 16 de diciembre comenzaban las "Jornaditas", procesión de las figuras engalanadas de la Virgen y San José por las celdas evocando el rechazo en la búsqueda de posada. El 18 de diciembre se celebraba la "Expectación del Parto" o día de la O, la fiesta mariana más antigua de España, donde se entonaban los primeros villancicos.
También durante el Adviento se practicaba un retiro para el que se utilizaba el "Niño de las celdas", una imagen del Niño Jesús que la superiora depositaba durante una procesión diaria en cada una de las celdas. La imagen era recogida sucesivamente por cada una de las monjas, que realizaban un retiro, terminando la ceremonia el 23 de diciembre con el retiro de la priora.
La Navidad terminaba con el Adviento, cuando el 24 de diciembre estaba colocado el belén y junto a los Niños lucían sus canastillas, siendo el momento de los cánticos y de algún plato especial de la cocina. El día de Navidad se sacaban los mejores paños y objetos de orfebrería para la misa y una imagen del Niño Jesús presidía el refectorio, pasando después por todas las celdas para recibir de cada monja un verso que relataba los principales acontecimientos del año. En algunos conventos se celebraba el día 28 los Santos Inocentes y el día 30 la Sagrada Familia, practicándose el "Juego del Niño Perdido", en alusión a la pérdida de Jesús en el Templo, consistente en esconder una imagen del Niño Jesús que la afortunada en encontrarla podía conservar un tiempo en su celda.
El ciclo terminaba el 1 de enero con la celebración del Nombre de Jesús. Para ello se entronizaba una imagen del Niño Jesús y se le rendía culto con el apelativo de "Manolito", nombre cariñoso derivado de Emmanuel. Tras la fiestas de los Reyes Magos y de la Purificación de María, conocida como la Candelaria, las imágenes del Niño Jesús, que recibían cariñosos apodos de las monjas, volvían a ocupar los arcones junto a sus ajuares. De todos estos ritos algunas comunidades todavía siguen practicando algunos, aunque hemos de considerar que todo esto ya es historia, pasando a convertirse las mejores imágenes en piezas codiciadas de museo.
(Este artículo de José Miguel Travieso ha sido publicado en "Aleluya", Revista de la Asociación Belenista de Valladolid, en diciembre 2009).
NIÑO JESÚS DEL SAGRARIO Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real, Jaén 1568 – Sevilla 1649)
1606-1607, taller de Sevilla
Iglesia Sacramental del Sagrario, Sevilla
Arte Barroco. Escuela Andaluza
Una obra que responde a las características citadas, aunque nunca estuvo destinado a una clausura, es el célebre Niño Jesús que realizara en madera Juan Martínez Montañés en 1606 para la Hermandad Sacramental del Sagrario de Sevilla, la imagen barroca infantil más bella de cuantas se hicieron en Andalucía y la más airosa de España, una auténtica joya de la imaginería a pesar de su aparente simplicidad.
La imagen muestra al Niño desnudo y erguido, con los pies descalzos reposando sobre un cojín y los brazos levantados en actitud naturalista de bendecir. Su rostro es complaciente y melancólico, con una expresión algo triste pero completamente alejada del patetismo expresionista de los modelos castellanos, con grandes ojos, nariz respingona, boca cerrada y labios finos, cejas largas y perfiladas, mejillas carnosas y un voluminoso cabello ensortijado que deja caer tres mechones sobre la frente.
La anatomía es exquisita, realista y vigorosa, dotada de un fuerte clasicismo mediante el recurso de su disposición a contrapposto, lo que le proporciona una incomparable elegancia y gravedad, apareciendo, a pesar de su obligado aspecto aniñado, con una rotundidad clásica y una majestuosidad y delicadeza que no se repite en otras imágenes de este mismo tema, evocando a un tiempo las sutiles anatomías del mismísimo Praxíteles y la gracia juvenil de las obras de Donatello. A sus minuciosos detalles de talla, característicos en la obra del escultor conocido en Sevilla como “Dios de la madera”, se añade la policromía aplicada en 1607 por el pintor Gaspar de Ragis, representando la cara más amable de la escultura auspiciada por la Contrarreforma en España.
El Niño Jesús del Sagrario, sin ser estrictamente una imagen de “candelero” o de vestir, está concebido en plena desnudez para poder ser vestido de arriba abajo, facilitando su adecuación a los distintos ciclos del año. Esto viene ocurriendo desde su consagración, cambiando de aspecto periódicamente para presentarse como resucitado victorioso en la Dominica in albis de Pascua, como símbolo eucarístico en la procesión del Corpus, etc., ajustándose a la perfección a las necesidades de la hermandad hispalense, que actualmente le saca en procesión bajo un templete neoclásico de plata realizado en el siglo XIX y concebido como una custodia. Y como todas las imágenes de devoción popular en el sur, la figura dispone de un rico ajuar de indumentaria ricamente bordada, objetos y joyas que forman parte de su cambiante ornamento, siendo habitualmente coronado con un juego de potencias muy habituales en Andalucía.
El enorme atractivo de esta airosa figura hizo que fuese copiado repetidamente por escultores contemporáneos a Martínez Montañés y seguidores, aunque aquellos modelos “montañesinos” nunca alcanzaron su perfección formal. Ni siquiera lo consiguió el propio escultor, que ante la enorme demanda se vio obligado a fabricar un vaciado de plomo para facilitar nuevos encargos. La imagen recibe culto en la iglesia del Sagrario de Sevilla, templo barroco anexo a la catedral hispalense, sede de la Hermandad Sacramental, formando parte del rico patrimonio artístico que atesora el edificio.
Ilustraciones: 1 Niño del Sagrario de Martínez Montañés. Iglesia del Sagrario, Sevilla. 2 Niño de la Escuela de Malinas, s. XVI. Convento de Santa Isabel, Toledo. 3 Niño Emperador, s. XVIII. Convento Corpus Christi, Valladolid. 4 Niño Pasionario, s. XVIII. Convento de San José, Toledo. 5 Niño Durmiente, s. XVII. Convento de Santa Catalina, Valladolid. 6 y 7 Detalles del Niño Jesús de la Cofradía Sacramental del Sagrario, obra de Martínez Montañés. 8 Desfile en la fiesta del Corpus en Sevilla.
Más imágenes:
http://www.rafaes.com/html-2004/corpus-sevilla-2005-i.htm
Informe y tratamiento de fotografías: J. M. Travieso.
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