SEPULCROS DE
DON
FRANCISCO CALDERÓN Y DOÑA MARÍA DE ARANDA Y SANDELÍN
Y DON RODRIGO
CALDERÓN Y DOÑA INÉS DE VARGAS
Taddeo Carlone
(Rovio, Suiza, 1543-Génova 1615)
Hacia 1610
Mármol
Iglesia del
convento de Portacoeli, Valladolid
Escultura barroca.
Escuela genovesa
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Sepulcro de don Rodrigo Calderón y doña Inés de Vargas, 1610 |
El céntrico convento de Portacoeli en Valladolid se
conoce popularmente como convento de las "calderonas", puesto que el
linaje de los Calderón fue el que adquirió el patronato del mismo para
establecer en su iglesia el panteón familiar. Ese es el motivo por el que a los
lados del crucero aparecen los flamantes sepulcros de don Francisco Calderón,
acompañado de su esposa doña María de Aranda, y de don Rodrigo Calderón junto a
doña Inés de Vargas, protagonistas de una larga historia de la que es necesario
recordar algunos acontecimientos.
Don Francisco Calderón, de origen vallisoletano y
capitán de los Tercios de Flandes en tiempos de Felipe II, contrajo matrimonio
con doña María de Aranda y Sandelín, fruto del cual nacía en 1578 en Amberes
don Rodrigo Calderón. Tras la muerte de su esposa, don Francisco regresó a
Valladolid acompañado de su hijo, que en 1591 cursaba estudios de Gramática en
la Universidad. Merced a las influencias paternas, el joven Rodrigo se traslada
a Madrid para trabajar como paje al servicio de don Francisco Gómez de Sandoval
y Rojas, marqués de Denia, donde debido a su inteligencia y formación consigue su
afecto y confianza, llegando a obtener el título de ayuda de cámara del Rey
tras ejercer como espía en lo que era la pequeña corte del de Lerma.
Tras el fallecimiento de Felipe II en 1598 y la
subida al trono de Felipe III, don Francisco Gómez de Sandoval pasó a ocupar el
puesto de primer ministro, siendo nombrado en 1599 duque de Lerma, momento en
que, debido a la abúlica personalidad del monarca y a la extraordinaria
ambición del duque, se convirtió en el personaje más poderoso e influyente del reino.
Es entonces cuando, gozando de toda la confianza del duque de Lerma, don
Rodrigo Calderón emprende una carrera meteórica, participando como ministro en
la política llena de desaciertos y excesos llevada a cabo por el duque de
Lerma. Don Rodrigo, hombre activo y petulante, llega a ocupar el cargo de
privado y a ser ascendido a Secretario de Cámara del Rey, recibiendo los
títulos de Caballero de Santiago, Grande de España y marqués de Siete Iglesias,
a los que añade los nombramientos de comendador de Ocaña, capitán de la Guardia
Alemana —Guardia Tudesca—, contino de la Casa de Aragón, embajador
extraordinario en los Países Bajos y registrador de la Chancillería, junto a
los de archivero mayor, correo mayor y alcaide de la cárcel real de Valladolid.
En 1601, destaca como organizador de festejos cuando
la Corte se instala en Valladolid debido a los intereses personales del duque
de Lerma, que junto a don Rodrigo compartían una ambición y falta de escrúpulos
que les permitió reunir una inmensa fortuna, no siempre conseguida por métodos
lícitos, desplegando ambos en la ciudad su actividad de mecenas para convertir
sus residencias y fundaciones en representativos centros cortesanos y reflejo
de su inmenso poder.
En ese momento don Rodrigo Calderón ya había
conseguido una privilegiada situación económica y estaba casado con la
acaudalada doña Inés de Vargas, poseedora de su hacienda en la Oliva, cerca de
Plasencia1. Su privilegiada economía le permitió comprar en 1605 la
desaparecida Casa de las Aldabas de Valladolid —palacio situado en la actual
calle de Teresa Gil en el que en 1425 había nacido el rey Enrique IV— a doña
Mariana de Paz Cortés, viuda de don Juan Bautista Gallo, regidor de Valladolid
y depositario de la Chancillería, en ese momento agobiada por las deudas. Don
Rodrigo no sólo acometió la reforma del palacio, llevada a cabo por el
arquitecto Diego de Praves, sino que también dotó al edificio de un elegante
patio, suntuosos salones y numerosos objetos suntuarios, manteniendo el
"derecho de asilo" que proclamaban las aldabas en la fachada. Paralelamente,
don Rodrigo Calderón compraba otro palacio en la calle del Reloj (hoy de San
Bernardo) de Madrid2, al que igualmente dotó de pinturas, alfombras,
tapices, bufetes, vajillas, adornos de plata y todo tipo de objetos de lujo.
Pero no sólo eso, pues con el deseo de establecer
el panteón familiar, don Rodrigo Calderón adquirió en Valladolid el patronato
de la iglesia situada junto a su palacio, perteneciente al convento de monjas
franciscanas de Nuestra Señora de Portacoeli, recién fundado en 1601 por la ya
citada doña Mariana de Paz Cortes, al que cedió parte de su residencia para
levantar dicha iglesia, obra igualmente realizada por Diego de Praves —algunos
autores la consideran obra de Francisco de Mora—, disponiendo de los testeros
del crucero para colocar los proyectados enterramientos familiares, como
titular de un patronato perpetuo, y cambiando la fundación franciscana por otra
de monjas dominicas, tras obtener del papa Paulo V dos breves pontificios en
1608 y 1609, homologándose de esta manera —patronazgo y orden dominica— con lo
establecido por el duque de Lerma en la vallisoletana iglesia de San Pablo.
Y al igual que ocurriera con su residencia, don
Rodrigo Calderón comenzó a gestionar con grandes pretensiones la dotación de la
iglesia, en cuya capilla mayor mandó abrir dos balcones o tribunas para su uso personal
y el de su familia. Admirador del arte italiano, en 1611 encomendaba una serie
de pinturas al pintor romano Orazio Borgiani (1575-1616), sirviéndose como
intermediario de don Francisco de Castro, duque de Taurisano, que en ese
momento ejercía como embajador español en Roma y que posiblemente recomendó a
don Rodrigo este pintor, al que admiraba. Al mismo tiempo, hacía llegar desde
Génova —vía Cartagena— y desde las canteras portuguesas de Estremoz ricos mármoles
para el revestimiento del retablo mayor, obra que corrió a cargo milanés Andrea
Rapa, enviado desde Génova por el duque de Tursi para realizar la labra (es
autor de la magnífica custodia del retablo), y del ensamblador vallisoletano
Juan de Muniátegui, que intervino realizando la traza entre 1611 y 1612.
Para la suntuosa iglesia, de estética netamente
italiana, que cuenta con una cripta que nunca llegaría a cumplir el cometido de
albergar el cuerpo de don Rodrigo, don Carlos Doria, duque de Tursi, Capitán
General de la Escuadra de las Galeras de Génova, enviaba como regalo las
estatuas orantes de don Francisco Calderón y de su hijo don Rodrigo Calderón,
acompañadas de las de sus esposas. El gesto de realizar un agasajo a un
destacado gobernante español de don Carlos Doria (1576-1650), nieto Andrea
Doria, célebre almirante genovés y hombre de estado en tiempos del emperador
Carlos, responde a la alianza de esta familia genovesa con la corona española
para la defensa de los intereses en el Mediterráneo y frente a otras monarquías
europeas desde el reinado de Carlos V al de Felipe IV.
A finales de 1594, don Carlos Doria llegaba a
Madrid para tratar sobre el asiento de las galeras y confirmar los privilegios
concedidos a la familia. Para ello, se puso bajo el consejo de Juan de
Idiáquez, embajador en Génova y consejero de Felipe II, que desde 1575 mantenía
una sólida amistad con su padre, Giovanni Andrea Doria. Muestra del peso de
esta familia en la corte española es la concesión de Felipe II a Carlos Doria del
título de duque de Tursi y el de poner bajo su mando a dos mil españoles en
Cerdeña3.
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Sepulcro de don Francisco Calderón y doña María de Aranda, 1610 |
Además, la familia de los Doria fortaleció la
relación genovesa-española con el matrimonio del heredero de los duques de
Gandía, Francisco Diego Pascual, con su prima Artemisa María Doria, hija del
príncipe de Melfi. Por otra parte, Carlos Doria tendría un papel destacado
durante el proceso de expulsión de España de los moriscos, decretado por Felipe
III en 1609, especialmente, por decisión del duque de Lerma, en el embarque de
los moriscos valencianos en el puerto de Denia4, los primeros en
abandonar el país.
El gusto refinado de don Carlos Doria en Génova,
compartido por don Rodrigo Calderón en España, se refleja en la serie de
suntuosos regalos intercambiados mutuamente. Están documentados los que
llegaban a las casas de Valladolid y Madrid a través de los puertos de
Barcelona y Cartagena, entre ellos marcos de puertas y chimeneas de mármol para
la Casa de las Aldabas y los sepulcros de la iglesia de Portacoeli.
LOS SEPULCROS DE LOS CALDERÓN EN PORTACOELI
A través del puerto de Cartagena, llegaron a
Valladolid desde Génova, en uno de cuyos talleres los bultos funerarios fueron
elaborados en 1610, once años antes de la muerte de don Rodrigo Calderón. En este
sentido, hay que considerar que entre la nobleza era frecuente el realizar las
estatuas sepulcrales antes de la muerte de los personajes, a los que los
escultores solían representar con aspecto idealizado y luciendo sus mejores
galas, ya que el objetivo era transmitir una imagen de inmortalidad.
Por su elaboración se pagaron 38.500 reales y por
los portes desde Cartagena a Valladolid otros 5.559, llegando acompañados del
maestro milanés Andrea Rapa, maestro especialista en mármoles que permaneció en
Valladolid asentando el retablo mayor de la iglesia y los sepulcros durante
siete años.
Los sepulcros se disponen en nichos abiertos en los
testeros de los brazos del crucero, apareciendo los de don Francisco Calderón y
doña María de Aranda y Sandelín, su segunda esposa (madre de don Rodrigo), en
el lado del evangelio y los de su hijo don Rodrigo Calderón y su esposa doña Inés de
Vargas en el lado de la epístola.
Dispuestos enfrentados, ambos se cobijan bajo
una embocadura pintada, de corte clasicista, que simula un templete en forma de
arco de triunfo, con el nicho rematado con un arco de medio punto, pilastras a
los lados, un friso de remate y un coronamiento en forma de frontón
entrecortado que alberga en su interior el emblema familiar, así como bolas a
los lados, todo ello mediante el fingimiento pintado de elementos
arquitectónicos labrados en jaspe y fondos con los característicos veteados del
mármol blanco de Estremoz.
Ambos cenotafios de disponen de igual manera, con
las efigies de rodillas en actitud orante —habitual desde el siglo XVI— y la
mirada dirigida al altar mayor, ocupando las mujeres el lugar más avanzado y,
entre las dos figuras, un yelmo reposando en el suelo que las separa. Cada uno
de los volúmenes aparecen trabajados en mármol con una finura excepcional y labrados
en un solo bloque. Tanto las figuras masculinas como las femeninas se apoyan
sobre altos cojines con borlones y repiten una indumentaria que corresponde a
la moda cortesana del momento.
Don Francisco y don Rodrigo Calderón lucen un coselete de gala (media armadura que se
comenzó a utilizar en los tercios de Flandes), compuesto por un peto (decorado con la Cruz de Santiago
en el caso de don Rodrigo), guardabrazos
(hombreras), brazales (antebrazo) y escarcelas (faldar sujeto por correas
del peto), partes a las que se suman las celadas
con penachos colocadas junto a ellos. Todos estos elementos aparecen trabajados
minuciosamente y decorados con franjas en relieve en las que se alternan formas
vegetales que le proporcionan un aspecto de trabajo en filigrana. Se completa
su indumentaria con virtuosas gorgueras
y puños de lechuguilla (de uso común
en la época), abultados gregüescos
(dos grandes bullones acuchillados), calzas
y capa sobre los hombros, quedando
resaltada su dignidad de mando con la espada que portan a la cintura.
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Sala Capitular del convento de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid Tras la celosía se conserva el cuerpo de don Rodrigo Calderón |
El mismo tipo de indumentaria también es compartido
por las efigies femeninas de doña María de Aranda y Sandelín y doña Inés de
Vargas, madre y esposa de don Rodrigo Calderón respectivamente. Los atuendos
responden a la moda femenina del momento que distinguía a la mujer noble como
referencia social, caracterizados por una protección extrema del cuerpo. Ambas
lucen una saya entera —típicamente
española— con aspecto rígido y acampanado, símbolo de nobleza, que ocultan un
corpiño y verdugado interior. Esta se decora con cintas que caen desde los hombros formando un pico por delante (en
forma de "V") rematado por lazos, con hileras de botonaduras en el
frente y los antebrazos, y manguillas
que cubren los brazos labradas en el mármol en forma de finas láminas, al igual
que la gorguera y los puños de lechuguilla, que repiten el
modelo de sus esposos, aunque en las mujeres esto obligaba a peinados recogidos
y dirigidos hacia atrás, completando su atuendo con sofisticados tocados.
Respecto al tratamiento de los rostros, como
pretendidos retratos, los cuatro aparecen sumamente idealizados y con rasgos
muy similares, aunque el semblante de don Rodrigo se ajusta con fidelidad al
retrato ecuestre que se hiciera pintar por Rubens en 1612 (The Royal
Collection, Londres).
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Taddeo Carlone. Sepulcro de Álvaro de Idiáquez y Gracia de Olaozábal Museo de San Telmo, San Sebastián |
La autoría de estos sepulcros, que se encuentran
entre lo más destacado de la escultura funeraria en la España del siglo XVII,
se atribuye Taddeo Carlone, arquitecto, escultor y pintor que trabajó al
servicio del príncipe Giovanni Andrea Doria, muy conocido en Génova por la
decoración del palacio Doria-Tursi, el más suntuoso de la ciudad, sede de la
Comune y declarado en 2006 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De Taddeo
Carlone también se conserva en España el sepulcro
de don Álvaro de Idiáquez y doña Gracia de Olazábal, fundadores en 1516 del
convento de dominicos de San Telmo de San Sebastián (Museo de San Telmo, San
Sebastián).
TADDEO CARLONE (1543-1615)
Taddeo Carlone pertenece a una saga de artistas
escultores5. Era hijo de Giovanni Carlone y hermano del escultor
Giusseppe Carlone. Casado con Geronima Serra, fue padre de los pintores
Giovanni Andrea y Giovanni Battista di Tadeo y del escultor Bernardo Carlone.
Nació en 1543 en Rovio (Mendrisio), cerca del lago
de Lugano, realizando su primer aprendizaje junto a su padre. A mediados del
siglo XVI, se trasladó a Roma para completar su formación, estableciéndose
hacia 1570 en Génova. Allí aparece trabajando en 1571, junto a su padre, en la
decoración escultórica de puertas y balaustradas. Ese año también realizaba
esculturas para Pasquale Spinola.
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Taddeo Carlone. Moisés haciendo brotar agua de una roca, 1600 Museo Diocesano, Génova |
Entre 1574 y su muerte, producida en Génova el 25
de marzo de 1615, realizaría una prolífica producción en el ámbito genovés que
revela la asimilación del manierismo romano, con una especial habilidad para
realizar mascarones y relieves ornamentales aplicados a la arquitectura, crear
galerías de personajes, conjuntos funerarios, un amplio santoral y
recubrimientos murales en mármol.
Taddeo Carlone fue autor de una pródiga serie de
escultura religiosa de santos en mármol. En 1583 realizaba cuatro estatuas para
la iglesia de San Pedro en Banchi y otras encargadas por Lorenzo Invrea para la
iglesia de San Siro de Génova. Obras suyas aparecen en la capilla de San
Sebastián de la catedral de San Lorenzo (1594) de Génova, en la capilla Odone
de la iglesia de Santa María del Castillo (1603) de Génova, en el santuario de
Santa Lucía de Toirano (1603), en las iglesias de San Esteban (1605) y San
Nicolás de Tolentino (1608) de Génova, y en la fachada del santuario de Nuestra
Señora de la Merced (1609-1610) de Savona.
Como especialista en decoración y recubrimientos de
mármol, en Génova destacan sus trabajos en la capilla de la Inmaculada de la
iglesia de San Pedro in Banchi (1581), en la capilla del Crucifijo de la
iglesia de Santa María de las Viñas (1587), en distintas capillas de la iglesia
de Santa María del Castillo (1592-1593), en la iglesia de Santa María de las
Gracias (1592) de Génova-Voltri, donde se conserva el tabernáculo de mármol, y
en la capilla de la Piedad de la iglesia de San Siro (1595) de Génova. En 1606
comenzaba a levantar la fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced de
Savona.
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Taddeo Carlone. Fuente de Neptuno, 1599-1601 Villa del Príncipe, Fassolo |
Obras de decoración arquitectónica realizada por
Taddeo Carlone en Génova son los bajorrelieves en mármol (1580) de la Loggia de
la Borsa de la plaza Banchi (Sottoripa), la portada (1580) del Palacio Antonio
Doria, la portada con dos telamones del Palacio Lercari-Parodi (1581), las arcadas,
balaustradas y mascarones (1596-1598) del Palacio Doria-Tursi y las máscaras del Palacio Sinibaldo Fieschi.
Asimismo, realizó en mármol diversas fuentes, como
la Fuente con sirena (1578) de la
plaza Soziglia de Génova y algunas fuentes realizadas en 1585 para el Palacio
Doria de Loano y para la Villa del Príncipe o Palacio de Andrea Doria de
Fassolo, en cuyos jardines se encuentra una de sus obras más conocidas: la Fuente de Neptuno (1599-1601).
Taddeo Carlone también fue autor de retratos en
mármol, como los bustos de Francesco
Lercari y su esposa (1581) del Palacio Lercari-Parodi, la estatua de Vincenzo Odone (1590) del Ospedale degli
Incurabili, las estatuas de Giuliano di
Negro y Manfredo Centurione
(1600-1602) del Palacio San Giorgio y la estatua de Giovanni Andrea Doria (1600) para la escalera del Palacio Ducal de
Génova, donde se conservan algunos fragmentos.
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Taddeo Carlone. Restos de la estatua de Giovanni Andrea Doria, 1600 Palacio Ducal, Génova |
A estos se suman los trabajos funerarios, entre los
que se encuentran los sepulcros de Ceva
Doria (1574) y Giovanni Battista Doria (1577), ambos en la iglesia de Santa María
della Cella, en el barrio genovés de Sampierdarena; el sepulcro de don Alonso de Idiáquez, Secretario de Estado
de Carlos V, y de su esposa doña Gracia
de Olazábal (1577), conservados en el Museo de San Telmo de San Sebastián;
y los sepulcros de Francisco Calderón y María de Aranda y Rodrigo Calderón e
Inés de Vargas (1610) de la iglesia del convento de Portacoeli de Valladolid.
ADENDA
Respecto al destino de don Rodrigo Calderón, a
partir de la fundación del convento de Portacoeli su rumbo discurrió por
derroteros bien distintos, pues acabaría pagando sus desmanes y los del duque
de Lerma que, mucho más hábil, consiguió salvarse de la quema.
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Taddeo Carlone. Traslado del cuerpo de Santa Catalina al monte Sinaí Iglesia de San Bartolomeo degli Armeni, Génova |
Todo comenzó con la desconfianza de la reina
Margarita de Austria ante la usurpación de funciones del duque de Lerma y los
tejemanejes de don Rodrigo Calderón. La reina, influenciada por sus más
allegados consejeros, como el fraile franciscano Juan de Santa María, el
dominico aragonés padre Aliaga, confesor del rey, y Mariana de San José, priora
de la Encarnación, favoreció una investigación sobre el entramado de
corrupción, con casos de cohecho, con la figura de don Rodrigo en el ojo del
huracán. Todo se precipitó tras la muerte de la reina Margarita en octubre de
1611 a consecuencia de un parto, suceso en el que los adversarios de don
Rodrigo Calderón difundieron el rumor de haberse producido a consecuencia de un
envenenamiento urdido por éste.
En este ambiente enrarecido, aunque conservó la
confianza del duque de Lerma, don Rodrigo fue cesado en 1612 como secretario
real y, como retiro honorable, enviado a una misión especial como embajador en
Flandes, por la que fue premiado a su regreso en 1614 con el título de marqués
de Siete Iglesias. Pero el 1618, una conspiración cortesana alentada por Gaspar
de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, el padre Aliaga y el Duque de Uceda, hijo
del Duque de Lerma, que deseaba y conseguiría sustituir a su padre en el poder,
consiguió apartar del pode al duque de Lerma, que abandonó la Corte y la política,
consiguiendo del papa Paulo V en marzo de aquel año, como medio de inmunidad
jurídica, el capelo cardenalicio. A partir de ese momento, el objetivo de los
nobles conspiradores fue don Rodrigo Calderón, que acusado de asesinato,
brujería, fraude, cohecho y malversación de finanzas públicas fue detenido en
Valladolid y conducido a Madrid.
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Retablo mayor de la iglesia de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid |
En la Corte madrileña, tras un turbulento proceso,
fue condenado a muerte y a ser confiscados todos sus bienes, sentencia que fue
cumplida el 21 de octubre de 1621 en el patíbulo levantado en la Plaza Mayor de
Madrid, donde a las doce del mediodía fue degollado por el verdugo. Pasados más
de dos años, su esposa doña Inés de Vargas, que había logrado recuperar el
título para sus hijos, el palacio de la Casa de las Aldabas y el patronato del
convento de Portacoeli de Valladolid, consiguió trasladar sus restos a la
iglesia del convento vallisoletano, donde todavía se conservan momificados, en
el mismo ataúd que llegó desde Madrid, en un nicho abierto en la Sala Capitular
del convento.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
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Andrea Rapa. Custodia del retablo de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid |
NOTAS
1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Bienes
artísticos de Don Rodrigo Calderón. Boletín del Seminario de Arte y
Arqueología (BSAA) nº 54, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1988, p. 269.
2 Ibídem. p. 269.
3 PIZARRO LLORENTE, Henar: Bisnieto
de un santo. Carlos Francisco de Borja, VII duque de Gandía, mayordomo mayor de
la reina Isabel de Borbón (1630-1632). Librosdelacorte.es. Monográfico 1,
año 6, 2014.
4 LOMAS CORTÉS, Manuel: El puerto
de Denia y el destierro morisco (1609-1610). Universidad de Valencia,
Valencia, 2011.
5 COSTA CALCAGNO, Paola: Diccionario
biográfico de italianos, vol. 20, 1977.
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