Aunque fueron unos acontecimientos muy intensos, el hecho es poco conocido en profundidad por los propios vallisoletanos, posiblemente porque quisieron borrar para siempre aquellos amargos momentos, pero lo cierto es que Valladolid se convirtió, durante once días del mes de enero de 1809, hace ya más de doscientos años, en la capital oficiosa del imperio de Napoleón, que llegó personalmente a la ciudad el 6 de enero de aquel año y se estableció en el Palacio Real, donde permaneció durante once días.
Y con el emperador llegaron cerca de doce mil soldados franceses que convirtieron en acuartelamientos distintos edificios de la ciudad, especialmente los grandes palacios y conventos, dejando a su paso un rastro de destrucción que popularmente se conocería como la “francesada”, con especial repercusión en el patrimonio histórico-artístico de la ciudad, que como en buena parte de la geografía española conoció detestables episodios de saqueos y expolios durante el desarrollo de la Guerra de Independencia.
ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
Pero esto fue el final de un proceso que había comenzado ocho años antes, cuando en 1801 un destacamento dirigido por el general Lecrec, que se dirigía a Ciudad Rodrigo, se asentó en Valladolid, dando lugar a insurrecciones populares en la Plaza Mayor en mayo y noviembre de aquel año. De nuevo, entre octubre de 1807 y febrero de 1808, llegaron a la ciudad nuevos expedicionarios, el primer cuerpo al mando del general Junot y el segundo dirigido por el general Dupont, que durante tres meses controló la línea del Duero. Este asentamiento supuso un enorme gasto a las arcas del Ayuntamiento, ya que por el Tratado de Fontainebleau los gastos del mantenimiento de las tropas correspondía a las autoridades españolas, que debieron acatar los Reglamentos franceses de alojamiento. En enero y febrero de 1808 la Plaza Mayor fue escenario de nuevas insurrecciones, que se repitieron cuando el 24 de marzo llegaron las noticias del cese de Godoy en el gobierno, que los vallisoletanos celebraron quemando su retrato en la Plaza Mayor, así como la abdicación de Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII.
En el mes de mayo, independientemente a los hechos de Madrid, se produce un levantamiento en Valladolid, donde en ese momento sólo había un acuartelamiento francés en San Benito y el Ayuntamiento estaba integrado por fernandinos recelosos de las ideas de Gregorio Cuesta, Capitán General de Castilla La Vieja, ferviente fernandista pero desconfiado de las manifestaciones populares, de las que no estaba convencido que sirvieran para restaurar en el trono a Fernando VII, aunque la envergadura de la agitación en Valladolid le obligó el 2 de junio, día en que el Ayuntamiento proclamaba rey a Fernando VII por petición popular, a ponerse al frente de la rebelión, distribuyendo armas entre los civiles, hechos que acabaron con el apresamiento de las tropas francesas y la confiscación de sus armas.
Ante estos sucesos, el mariscal Murat envió al general Bessières al frente de una importante fuerza de caballería que contó con el apoyo de los generales Merle y Lasalle, que llegaron del norte de España. El organizado ejército francés venció a las tropas de Cuesta en los enfrentamientos de Cigales, Cabezón, Santovenia y la Overuela, tras lo cual las tropas entraron en Valladolid al mando del general Merle. El 6 de junio de 1808 era nombrado José Bonaparte rey de España.
Aquella sublevación fue causa de la llegada de Napoleón Bonaparte a Valladolid, ya que la ciudad tenía un importante interés estratégico para la ocupación francesa, dada su situación a mitad de camino en el eje París-Lisboa, amenazando los sublevados de la ciudad el abastecimiento de las tropas y el flujo de órdenes para el ejército francés que trataba de mantenerse en Lisboa. Tras los sucesos del motín de Aranjuez y del levantamiento de Madrid el 2 de mayo, pero sobre todo después de la derrota sufrida por el ejército francés en Bailén (Jaén) en julio de 1808 y en agosto en Vimeiro (Portugal), junto a la resistencia mostrada aquel verano por Zaragoza y las continuas rebeliones en el norte de la península, y a pesar de salir victorioso en las batallas de Cabezón (12 junio 1808) y Medina de Rioseco-El Moclín (14 julio 1808), ambas en la provincia de Valladolid, el emperador quiso tomar personalmente las riendas de una guerra que se le escapaba de las manos. Para ello, cruzó la frontera por Bayona el 6 de noviembre de 1808, con dirección a Madrid.
Primero recorrió con su ejército la provincia de Burgos, donde consiguió la victoria en la batalla de Espinosa de los Monteros el 10 de noviembre de 1808 y en la de Gamonal al día siguiente, penetrando en Burgos el 22 de noviembre. Tras un nuevo triunfo en Somosierra, llegó a su objetivo de Madrid, rindiéndose la ciudad de forma oficial el 3 de diciembre de aquel año.
Al poco tiempo de llegar a Madrid, fue informado erróneamente de que las tropas aliadas inglesas, al mando de Moore, estaban asentadas en Valladolid, aunque en realidad se encontraban en Zamora. Con la intención de dirigir este frente, llegó en la Navidad de 1808 a Tordesillas, desde donde persiguió a las tropas inglesas por enclaves de Valladolid, Benavente y Astorga. Al recibir en esta ciudad leonesa la noticia de la formación en Austria de un potente ejército, Napoleón se alarmó, dejando al mariscal Soult persiguiendo a los británicos y, en espera de acontecimientos, decidió establecerse por un tiempo en Valladolid, convirtiendo el Palacio Real en su cuartel general, hecho que se consumó a partir del 6 de enero de 1809.
NAPOLEÓN EN VALLADOLID
La notificación de la llegada de Napoleón a Valladolid, formulada en un pliego, fue entregada por un correo francés llegado desde Benavente el 5 de enero de 1809, víspera de la fiesta de Reyes. A las cuatro de la tarde del día siguiente Napoleón cruzaba el Puente Mayor a caballo seguido por más de diez mil soldados. No hubo ningún tipo de protocolo oficial a su llegada, limitándose un grupo de ministros de la Chancillería, entre los que se encontraban Manuel María Cambronero, Manuel de León Santos, Miguel Otáñez, Diego Cossío y Santiago Pardo, a indicar al emperador su eventual residencia. Pero Valladolid no era una ciudad militarizada y no disponía de una infraestructura capaz de albergar a un gran ejército, por lo que hubo que realizar la repartición de la tropa por los lugares más espaciosos de la ciudad, entre ellos distintos monasterios, palacios y algunos cuarteles del ejército español.
La recepción oficial se produjo el día 7, intentando en ese momento conseguir un boato apropiado con la asistencia de representantes de la Universidad, Cabildo catedralicio y otras corporaciones locales. El día 9 de enero la ciudad de Valladolid capituló pública y oficialmente a través de una Junta General que además juró fidelidad y obediencia a
José I Bonaparte como “rey de España y de las Indias”.
Después de realizar las tropas francesas un desfile intimidatorio al día siguiente a lo largo del Campo Grande, con cerca de nueve mil soldados de infantería, el emperador esperó en el Palacio Real de Valladolid los correos de París. Durante su estancia llegó a redactar hasta 165 cartas con órdenes de actuación militar no sólo en Valladolid, sino también en Zamora y Madrid, así como de la organización de sus ejércitos en Italia, Turquía y en la actual Croacia (documentación recogida por Jesús García Sánchez en su publicación "L'Espagne est grande", Ed. Ámbito).
LAS CONSECUENCIAS DE LA FRANCESADA
Desde un primer momento la estancia de Napoleón en Valladolid durante once días estuvo marcada por el terror que padeció la ciudad ante su implacable reacción a la resistencia que mostraron algunos ciudadanos, muchos de los cuales huyeron a Madrid. Uno de los casos más sonados ocurrió en el convento dominico de San Pablo, situado enfrente del Palacio Real, donde se estableció una guarnición francesa. En una refriega, un hortelano del convento, que también se encargaba de mantener su cementerio, dio muerte a un soldado francés.
Enterado Napoleón de la noticia, y con el ánimo de escarmentar y atemorizar a la población partidaria de la resistencia, que era buena parte de la ciudad, solicitó a las autoridades la entrega de diez cabecillas alborotadores bajo la amenaza de ahorcar a cinco ciudadanos. Al ser incapaz el Ayuntamiento, presidido por Gregorio Chamocín, de denunciar a alguien más que al rebelde detenido en San Pablo, Napoleón ordenó la ejecución del hortelano en la horca junto a otros cuatro ciudadanos detenidos como alborotadores, así como la detención de varios nobles vallisoletanos y zamoranos acusados de significarse en la resistencia.
Como represalia, ordenó también la incautación de los bienes del convento de San Pablo, con indicaciones de que la plata requisada se utilizara para acuñar las primeras monedas con la efigie de su hermano José I Bonaparte. La soldadesca causó verdaderos estragos en el convento e iglesia destruyendo obras de arte de primera calidad, entre ellas el fabuloso retablo realizado por Gil de Siloé que presidía la capilla de Fray Alonso de Burgos, fundador y mecenas del templo. Aunque posiblemente el castigo más llamativo fue la profanación de las tumbas del cementerio del convento y la colocación de sus lápidas como mesas en el Campo Grande.
Otros conventos de la ciudad también fueron convertidos en acuartelamientos franceses, entre ellos Santa Clara, San Agustín, San Benito, San Francisco, San Ambrosio, la Trinidad Calzada y el Monasterio de Prado, este último también utilizado como hospital. Prácticamente todos ellos fueron ultrajados, pues en aquel frío invierno vallisoletano y en distintas ocasiones de la ocupación, los napoleónicos no tuvieron reparos en destrozar puertas, ventanas, mobiliario y retablos para hacer fuego con que calentarse, siendo los actos de pillaje y el vandalismo algo generalizado entre la tropa, lo que obligó a poner a buen recaudo los objetos sagrados de oro y plata y a que el Ayuntamiento publicara un bando prohibiendo el escandaloso mercado de aquel expolio.
Supuestamente pacificada la ciudad tras aquellos sucesos, el intendente Urbina fue encargado por José I Bonaparte de remodelar el Ayuntamiento, siendo nombrado alcalde Fermín María Villa.
Napoleón abandonó en secreto Valladolid el 17 de enero de 1809 con dirección a Burgos, desde donde llegó directamente a la frontera sobre veloces caballos de posta. La ciudad quedaría bajo el gobierno francés, con el general Dufresse al mando, hasta junio de 1813, siendo incluida en el 6º gobierno a cuyo cargo estaba el despótico y corrupto general Kellermann.
Cuando el emperador ya estaba fuera de España, los aliados contraatacaron obligando al rey José I a huir de España. Al frente de ellos llegó el mismísimo lord Wellington, que entró en Alaejos (Valladolid) el 1 de julio de 1812. No sabía por entonces que el destino le tenía reservada la gloria en la célebre victoria de Waterloo. Cuando merced a la ayuda británica las tropas francesas junto a los afrancesados tuvieron que abandonar Valladolid, el último reducto se ocupó de volar el 29 de julio de 1812 uno de los ojos del Puente Mayor. La crónica de estos acontecimientos ocurridos a la vera del Pisuerga durante la ocupación francesa aparece detallada en la publicación de Hilarión Sancho titulada "Valladolid: Diarios Curiosos (1807-1841)", donde se describen noticias de casos particulares ocurridos en la ciudad de Valladolid. En ella también se informa que el 29 de octubre de aquel año corrieron la misma suerte los puentes de Cabezón y Simancas y que todas las poblaciones por las que pasaban las tropas eran saqueadas.
La ayuda inglesa hizo que el ejército francés se fuera retirando paulatinamente y tras las derrotas de Arapiles (22 julio 1812), Vitoria (21 junio 1813) y San Marcial (31 agosto 1813), los aliados cruzaron los Pirineos hasta llegar a Burdeos, mientras Napoleón ya se encontraba en el frente de Rusia. La guerra prosiguió en Francia y culminó con la batalla de Toulouse (10 abril 1814), que provocó la abdicación y el posterior exilio del déspota emperador.
El recuerdo de la estancia de Napoleón en Valladolid no puede ser más desolador, pues los actos de vandalismo y destrucción del patrimonio durante aquellas jornadas dieron lugar a los primeros síntomas de ruina de numerosos edificios, especialmente los religiosos que, después de las leyes desamortizadoras promulgadas por el gobierno liberal veinte años después, supusieron la estocada final para pasar a engrosar el inmenso catálogo del "Valladolid desaparecido".
Ilustraciones:
1 Recreación de Napoleón en el Palacio Real de Valladolid con la imagen del pintor Jacques Louis David.
2 Iglesia de San Pablo y Palacio Real, grabado acuarelado de Alexandre de Laborde, 1806.
3 y 4 Fachada y patio del Palacio Real de Valladolid.
5 Dependencias de San Pablo que fueron convertidas en cuartel.
6 Aguafuerte de Goya: Los Desastres de la Guerra.
7 Grabado con escena de la invasión napoleónica.
8 Voladura del Puente Mayor de Valladolid, recreación virtual de Juan Carlos Urueña.
9 Lápida en el Ayuntamiento de Valladolid dedicada a los mártires de la Independencia en el Primer Centenario (1808-1908).
Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1111170545686
(Nuestro agradecimiento a Juan Carlos Urueña Paredes por la cesión de la ilustración que recrea virtualmente la voladura del Puente Mayor, perteneciente a su trabajo "Paisajes con Alma", publicado en el blog Rincones y Paisajes).
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