CRISTO VARÓN
DE DOLORES
Pedro Millán
(activo en Sevilla desde 1470 a 1507)
1485
Terracota
policromada
Museo de
Bellas Artes, Sevilla
Escultura tardogótica
En las décadas finales del siglo XV aparece
trabajando en Sevilla un escultor que realiza obras en madera policromada y,
sobre todo, especializado en trabajos en terracota policromada, siguiendo
la senda establecida previamente por Lorenzo Mercadante de Bretaña, activo en
la ciudad hispalense de 1454 a 1467, donde introdujo las formas
franco-flamencas. Se trata de Pedro Millán, que siguiendo esta tendencia la
adapta de una forma muy personal al gusto hispánico, aunque mantiene las pautas
de la escultura del gótico internacional de raíz flamenca. En su obra
conservada, no muy abundante para los casi cuarenta años de actividad en
Sevilla, muestra una magnífica plasticidad en el modelado, al que infunde el
humanismo analítico iniciado por Jan van Eyck, al tiempo que en sus rostros
plasma una emoción contenida en la línea de Rogier van der Weyden, no siéndole
ajenos los motivos inspirados en grabados alemanes.
Una obra que condensa la actividad y los modos estilísticos
de Pedro Millán, es el grupo de Cristo
Varón de Dolores que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla en
un estado excelente, cuya iconografía ya constituye por sí misma una original
aportación a la escultura de su tiempo por ser una de las representaciones más
antiguas de este tema en el arte español.
LA ICONOGRAFÍA DEL "VIR DOLORUM"
Este tipo de representación de Cristo como Vir dolorum, una de los más sugestivas
del arte cristiano, no está referida a un pasaje evangélico concreto, sino que
adquiere un valor simbólico al sintetizar los tormentos de la Pasión ofrecidos
para la Redención de los hombres, incitando a la reflexión sobre sus
sufrimientos y su triunfo sobre la muerte, pues Cristo se muestra vivo y
mostrando las llagas que produjeron el derramamiento de su sangre, con un
especial énfasis en la herida del costado que certificó su muerte, unificando
de este modo una imagen dolorosa y gloriosa. El tema está inspirado en los
versículos del Canto del Siervo del profeta Isaías (Is 53, 3), en los que
aporta una precisa imaginería mental: "Despreciado
por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el
sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba
para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las
que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios,
castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido con nuestros
pecados, por los que era aplastado. Él soportó el castigo que nos trae la paz y
por sus llagas hemos sido sanados".
Aunque se puede considerar como la primera
representación de Cristo Varón de Dolores
la realizada en el año 1300 en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén de
Roma, esta iconografía fue escasa antes de 1400, siendo en los siglos XV y XVI
cuando alcanza un desarrollo especial bajo numerosas variantes —incluyendo las Arma Christi o asistido por ángeles—,
aunque siempre manteniendo un rico y complejo simbolismo respecto al triunfo
sobre la muerte y el pecado, con lo que el tema adquiere un valor catequético y
eucarístico. Por este motivo, y ajustado a los postulados de la Contrarreforma,
el Varón de Dolores alcanzaría una
especial significación en tiempos del Barroco, dando lugar incluso a la
creación de capillas, hospitales y cofradías bajo la advocación de la
Preciosísima Sangre o de las Cinco Llagas.
EL VARÓN DE DOLORES SEGÚN PEDRO MILLÁN
Bajo estas premisas, que fusionan las ideas de Pasión
y Resurrección, en 1485 Pedro Millán elaboró en barro cocido y policromado este
admirable grupo escultórico a petición de Antonio Imperial, racionero de la
catedral de Sevilla, que lo destinaba, junto a los grupos del Lamento sobre Cristo muerto (Museo del Hermitage,
San Petersburgo) y del Santo Entierro (Museo
de Bellas Artes, Sevilla) realizados igualmente por Pedro Millán, a integrar el
retablo que presidiera su enterramiento en la capilla catedralicia de San Laureano. Como
singularidad en las representaciones del Varón
de Dolores, el comitente aparece retratado como figura orante a los pies de
Cristo, retrato a menor escala que sigue el convencionalismo medieval de la
jerarquización de tamaños según la importancia de los personajes representados,
en este caso también aplicado a las figuras de los ángeles.
Siguiendo una composición basada en la simetría,
Cristo se coloca en el centro en posición de tres cuartos y girando el torso
hacia el espectador para mostrarle la herida de su costado derecho —abierta y
tintada en rojo—, hacia la que dirige su mirada inclinando ligeramente la
cabeza, al tiempo que muestra las huellas de los clavos en las manos. La
anatomía, esbelta y estilizada, pretende un tímido movimiento, aunque adolece
de cierto hieratismo que caracteriza toda la obra de este escultor y que en este
caso aporta solemnidad a la figura.
La ductilidad del barro permite al escultor definir
detalles minuciosos muy efectistas, especialmente en el trabajo de la cabeza,
donde su larga cabellera, que se extiende por la espalda y los hombros en forma
de mechones ondulados, lleva incorporada una corona de espinas compuesta con
pequeños tallos perfilados con precisión naturalista, con el original detalle
de algunas espinas perforando la piel de la frente. Su rostro es enjuto, con
ojos rasgados y entreabiertos y párpados abultados, nariz afilada, boca cerrada
y una barba corta de dos puntas modelada con pequeños rizos.
Cubre su desnudez un paño de pureza ceñido a la
cintura que forma numerosos y angulosos pliegues, con uno de los cabos
deslizándose entre las piernas, y un manto apoyado sobre los hombros y cerrado
al pecho con un broche de gran tamaño, lo que le proporciona el aspecto de una
capa pluvial de carácter litúrgico, con la parte inferior formando quebradizos pliegues al modo flamenco. La figura se coloca ante un terreno con forma de
talud y definido por estratos sobre el que Cristo apoya los pies, junto a los
que crecen cardos y otras plantas. Bajo sus pies aparece una filactería en la
que figura la firma del escultor en caracteres góticos en relieve.
Cristo es asistido a los lados por dos ángeles que
mantienen la misma postura y actitud, sujetando el manto que le cubre y con los
cuerpos inclinados mientras flexionan una pierna. Con gesto ensimismado, visten
una indumentaria de aspecto litúrgico, con una túnica blanca ceñida a la
cintura por un cíngulo que produce numerosos pliegues y una capa roja,
ribeteada por anchas orlas doradas, que se cierra con broches que simulan
grandes perlas. Sobre sus cabezas lucen diademas igualmente adornadas con
joyeles. El ángel de la izquierda sujeta un pequeño recipiente en el que ha
recogido la sangre de Cristo, siguiendo una iconografía muy frecuente, mientras
que el otro sujeta un fragmento de palma.
Este tipo de composiciones en terracota exigían un
complejo y delicado proceso, desde su trabajo de modelado a su posterior
cocción en hornos especiales. El resultado son unas esculturas que han
permanecido invariables con el paso del tiempo, no así la policromía aplicada,
que a diferencia de las piezas vidriadas ha perdido intensidad cromática.
El retablo catedralicio al que perteneció fue
desmontado en el siglo XIX, pasando a la iglesia de la Purísima Concepción de
El Garrobo (Sevilla), desde donde ingresó en el Museo de Bellas Artes.
EN TORNO AL ESCULTOR PEDRO MILLÁN
Pedro Millán, autor de una escultura de raíz
autóctona a finales del gótico, con una evidente influencia flamenca, a caballo
entre los años finales del siglo XV y principios del XVI, nació entre los años
1450 y 1455 posiblemente en Sevilla, donde pudo formarse junto a alguno de los
seguidores del maestro Lorenzo Mercadante de Bretaña. Como era común en los
talleres de pintura y escultura, la llegada de colecciones de estampas que
reproducían las novedades compositivas europeas, junto a los contactos
comerciales y políticos con Flandes e Italia, explican la implantación de un
lenguaje tardogótico que Pedro Millán asumió plenamente.
Su primer encargo de importancia conocido, realizado
en terracota entre 1470 y 1485, fue la pareja de Profetas que aparece colocada en el extremo del dintel de la
portada del Bautismo de la catedral de Sevilla, donde figuras de ancianos,
sentados al modo oriental, señalan la firma de Pedro Millán en las filacterías
que portan, mostrando ya unos rasgos estilísticos que el escultor mantendría
invariables.
En 1485 los canónigos aprobaban la dotación de un
retablo para la capilla catedralicia de San Laureano, solicitado a Pedro Millán
por el racionero Antonio Imperial, fallecido en 1503. Del mismo se conservan
los conjuntos en terracota policromada del Llanto
sobre Cristo Muerto, hoy en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, el Santo Entierro y Cristo Varón de Dolores, estos dos últimos en el Museo de Bellas
Artes de Sevilla. Estas obras conformaban un conjunto doctrinal y místico de
espiritualidad tardomedieval, con la peculiaridad de aparecer firmada en lugar
visible la última obra citada, lo que denota la consideración del escultor de
su prestigio y capacidad creativa, alejándose del artesano medieval para asumir
su condición de artista según las nuevas ideas del Renacimiento.
Hacia 1485 Pedro Millán tallaba en madera la
escultura de Cristo atado a la columna,
que perteneciente a la Diputación Provincial se expone en el Museo de Segovia,
una obra seguramente encargada por fray Pedro de Mesa, prior del monasterio jerónimo
de El Parral, para la capilla familiar de Santa María de dicho monasterio. En
ella aparece la estilizada figura de Cristo amarrada a una columna de fuste
alto que también lleva tallados el capitel y la basa con motivos vegetales a
base de cardinas, pámpanos y racimos de uva, con la peculiaridad de aparecer en
la basa el escudo de los Mesa y de aparecer coronado de espinas, detalle que se
asocia a la mentalidad contemplativa de la época, que asociaba el pasaje con el
arrepentimiento de San Pedro para estimular prácticas penitenciales.
Con esta escultura Pedro Millán asentaba un modelo
iconográfico personal que volvería a repetir en Sevilla, donde a petición del
canónigo Luis de Soria realizó poco después para la capilla de Santiago un Cristo atado a la columna acompañado por
la Virgen y San Pedro, obra que no se ha conservado.
Si que se ha conservado, se diría que
milagrosamente, el fantástico Cristo
atado a la columna en terracota, realizado entre 1485 y 1490 para la
iglesia sevillana de Santa Ana de Triana, donde en 1971 fue encontrado
destrozado en fragmentos bajo una mesa de altar. Tras ser restaurado,
actualmente se expone en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. De acuerdo con su
arquetipo, Pedro Millán repite la anatomía estilizada, la disposición corporal,
el rictus melancólico, la columna con el mismo motivo de decoración vegetal en
el capitel, la disposición de la soga al cuello y la personal tipología de la
corona de espinas.
Profetas, terracota, 1470-1485, Puerta del Bautismo, catedral de Sevilla |
En ese momento, como fruto de su trabajo, su
consideración social quedaba reflejada en la compra de una casa en 1487 en la
collación de San Esteban, que ocupó junto a su esposa Catalina de Ormaza, con
la que tuvo a su hijo Rodrigo Millán, aunque el escultor quedaba viudo en 1488.
Hacia 1489 realizaba la escultura en terracota de San Jorge para el convento de Santa
Florentina de Écija, actualmente perteneciente al Victoria & Albert Museum
de Londres, una estilizada figura, de rasgos gotizantes, que durante mucho
tiempo fue considerada una representación de San Miguel. De nuevo esta
escultura aparece firmada en el escudo, ornamentado con sarmientos de vid y una
cruz triunfal.
Santo Entierro, terracota, 1485, Museo de Bellas Artes de Sevilla |
El rastro de Pedro Millán se desvanece hasta 1496,
año en que compra otras casas en el mismo barrio, donde ya vivía con Teresa
Vázquez de Melgarejo, su segunda esposa, con la que tuvo como descendientes a
Cristóbal y Diego. A pesar de desconocerse sus creaciones en este tiempo,
tuvieron que ser continuas para mantener el estatus social y el prestigio, lo
que en 1502 le facilitó ostentar el cargo de mayordomo de la corporación del
Hospital de los Santos Ángeles.
Hacia 1500 realizó en terracota policromada, para un
retablo de la catedral, la imagen de Santa
María del Pilar, admirable obra que suscitó la devoción de la familia
Pinelo, que convirtió la capilla en panteón familiar. Firmada en la peana,
presenta la figura tradicional de la Virgen con el Niño en brazos, destacando
su canon estilizado, el modelado sereno del rostro, la gracilidad del Niño, los
pliegues quebradizos y la rica policromía, sin olvidar el gesto con que María
acaricia los pies de Jesús.
Izda: Cristo atado a la columna, madera, h. 1485, Museo de Segovia Dcha: Cristo ata do a la columna, 1485-1490, Museo de Bellas Artes, Sevilla |
Esta obra estimuló la demanda de otras esculturas
marianas, motivo por el que se atribuyen al escultor un buen número de
imágenes. Entre las atribuciones la más justificada es la Virgen de la Rosa de la iglesia de Chipiona (Cádiz), con la que
comparte rasgos estilísticos.
Hacia 1500 asentaba otro modelo iconográfico
personal: la imagen de Cristo crucificado. Por algunos estilemas, podría
deducirse que los crucifijos millanescos se basan en el arquetipo establecido
por Rogier van der Weyden, destacando entre todos ellos el Cristo del Buen Fin de la iglesia de la Consolación de El Pedroso
(Sevilla), de depurada y estilizada anatomía. Dentro de la serie, toda realizada
en madera, son destacables el Crucificado
del convento de Madre de Dios y el Cristo
de los Corales del monasterio de Santa Paula, ambos en Sevilla; el Crucifijo de la iglesia de la Inmaculada
de Gerena (Sevilla); el Crucificado
de la iglesia del Carmen Calzado de Écija (Sevilla) y el Cristo de la Reja de
la iglesia de Segura de León (Badajoz).
En los últimos años de su vida, Pedro Millán se
acerca al renacimiento italiano a través del ceramista Niculoso Francisco
Pisano, documentado en Sevilla en 1498. Ambos colaboran en 1504 en la portada
del convento de Santa Paula de la ciudad hispalense a petición de Isabel
Enríquez, marquesa de Montemayor. Pedro Millán modeló en barro seis relieves
con santos —su firma aparece en el que representa a los santos San Cosme y San
Damián— en tondos bordeados por guirnaldas frutales que siguen los modelos
italianos de los Della Robbia, cuyo vidriado corrió a cargo de Niculoso Pisano.
Detalles de Cristo atado a la columna, terracota, 1485-1490 Museo de Bellas Artes, Sevilla |
En 1506 el canónigo Pedro Pinelo, mayordomo de la
fábrica de la catedral, solicita a Pedro Millán y Niculoso Pisano veintiocho
figuras de santos que habrían de ornamentar el exterior del desaparecido
cimborrio de la catedral de Sevilla, del que se conserva como testimonio la
figura de Santiago el Menor.
En 1507 Pedro Millán figuraba en la nómina de
entalladores de la catedral, perteneciendo a ese momento la Virgen del Rosario de la iglesia de
Santo Domingo de Écija, una talla en el que el estilo del maestro evoluciona
asumiendo la estética renacentista. Pedro Millán fallecía en Sevilla ese mismo
año o a principios de 1508.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
San Jorge, terracota,, h. 1489, Victoria & Albert Museum, Londres |
Bibliografía
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Salvador: La
escultura en madera del Gótico final en Sevilla. La sillería de coro de la
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PÉREZ EMBID, Florentino: Pedro
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Santa María del Pilar, terracota, h. 1500, Catedral de Sevilla |
PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ, Alfonso: Crucificados
sevillanos del círculo de Pedro Millán, Archivo Hispalense, nº 196, 1981, pp.
75-83.
Cristo del Buen Fin, madera, h. 1500, iglesia de la Consolación, El Pedroso (Fotos Daniel Salvador) |
Portada del Monasterio de Santa Paula, Sevilla |
Pedro Millán y Niculoso Francisco Pisano Medallones de la portada del Monasterio de Santa Paula, Sevilla |
Virgen del Rosario, 1507, iglesia de Santo Domingo, Écija (Fotos Yolanda Pérez Cruz / Blog Don de Piedad) |
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