DAMA DE BAZA
Anónimo
Primera
mitad del siglo IV a.C.
Piedra
arenisca policromada con pigmentos naturales
Museo
Arqueológico Nacional, Madrid
Procedente
del Cerro del Santuario de Baza (Granada)
Escultura ibérica
El día 20 de julio de 1971 causó una enorme
expectación el hallazgo de una cámara sepulcral durante la tercera de las
campañas arqueológicas correspondientes a las excavaciones sistemáticas iniciadas
en 1968 en torno a la antigua ciudad íbera de Basti, en el Cerro del Santuario
del término de Baza (Granada). Pronto corrió la noticia entre los vecinos del
pueblo, que de forma masiva quisieron contemplar con sus propios ojos cómo era
la imagen de la dama que allí se había encontrado. Tanto es así, que algunas
ancianas enseguida la consideraron como una representación de la Virgen y
comenzaron a venerarla, dando lugar a una disposición del Ayuntamiento para que
la escultura fuese trasladada a la iglesia del pueblo y colocada junto a la
patrona.
Pero el hallazgo no sólo fue todo un acontecimiento para la historia local
de Baza, sino también para todo el ámbito de la arqueología hispana, que había
encontrado, a base de tesón y fundada paciencia, la escultura mejor documentada
de la civilización íbera y además con un apreciable estado de conservación
después de haber permanecido enterrada en aquel paraje más de 2.500 años.
De este modo vio la luz la Dama de Baza, que, tras su traslado al Museo Arqueológico Nacional
de Madrid, pasó a convertirse en uno de los grandes enigmas de la arqueología
española, junto a la célebre Dama de
Elche y la Dama oferente del
Santuario del Cerro de los Santos de Montealegre del Castillo (Albacete), tres
damas íberas que se prestan a toda serie de conjeturas sobre si se trata de la
figura de una reina, una diosa o una virgen, tema aún por resolver, pertenecientes
al que fuera el principal pueblo peninsular anterior a la llegada de los
romanos.
De ellas, la Dama
de Baza, por las condiciones de su hallazgo, es la que proporciona mayor
información sobre dicha cultura. Hoy sabemos, por las más de 170 tumbas
encontradas en la necrópolis de Baza, que los íberos incineraban a sus muertos
y después depositaban sus cenizas tanto en recipientes cerámicos, lo más
comunes, como en el interior de esculturas expresamente labradas con ese fin y
con acabado policromado.
Asimismo, están registrados cuatro tipos de
enterramientos. Los más sencillos eran una simple fosa en la tierra para
enterrar la urna cineraria. En otros, la urna era depositada dentro de una
pequeña estructura construida con adobe. Algo más sofisticado era el tipo en
que a la urna era acompañada de ajuares. Finalmente, el cuarto tipo eran
grandes tumbas organizadas en forma de cámara, de aproximadamente dos metros de
profundidad y otros dos de longitud, en los que se incluían lujosas urnas,
ricos ajuares domésticos e incluso armas, elementos que los vinculan a las
élites íberas. A este último tipo pertenecía la tumba 155, donde apareció la Dama de Baza pegada contra uno de los
muros y rodeada de un ajuar de piezas de cerámica y diferentes armas metálicas como ofrendas.
Las cenizas de la enigmática dama se depositaron en
el interior de la solemne escultura tallada en piedra arenisca, por tanto de
gran peso, que debió ser bajada al foso con dificultad. Después tendría lugar
un complejo ritual en el que sería ofrecido el suntuoso ajuar de recipientes
cerámicos, para ser finalmente sellada la cámara, que, por fortuna, nunca llegó
a ser profanada. Sin embargo, la datación del enterramiento no fue realizada de
forma científica, por lo que es imposible conocer este dato, ya que la tumba
fue prácticamente destruida tras el hallazgo. Hoy se considera que el
enterramiento de la Dama de Baza se
produjo en la primera mitad del siglo IV a.C., teoría avalada por el tipo de
vasos encontrados junto a la escultura.
El Cerro del Santuario se halla frente al actual
caserío de Baza, entre la antigua ciudad de Basti y el denominado Cerro Largo,
un territorio vinculado a los asentamientos íberos donde, de forma común a
otras ciudades, algunos señores ocupaban los más altos escalafones sociales.
Basti sería después ocupada por los romanos, sujeta al pago de tributos y
regida por una clase dominante aristocrática.
La Dama de
Baza representa a una mujer joven, sedente y ricamente engalanada, lo que
induce a pensar su pertenencia a la alta aristocracia de la ciudad de Basti. Sin
embargo, el hecho de que sostenga una pequeña paloma en su mano izquierda, ha
hecho pensar a algunos investigadores que pueda tratarse de una divinidad, todo
un enigma que posiblemente nunca se resolverá.
La escultura tiene un tamaño próximo al natural, con
1,33 m. de altura, 0,58 m. de anchura en la figura, 1,08 m. en las alas del
asiento y 0,42 m. de fondo. Toda ella está esculpida en un bloque pétreo que
después fue estucado y policromado con pigmentos naturales en tonos rojos,
azules, blancos y negros, hoy atenuados por el paso del tiempo, pero de gran
viveza en su origen.
La figura de la dama aparece sedente, entronizada
sobre un elegante asiento pintado de color ocre para simular madera, con las
patas delanteras rematadas abajo en forma de garras de león y gruesos
apoyacodos a la altura de los brazos, mientras que el respaldo es de tipo
alado, símbolo muy airoso de divinidad, decorado con bandas horizontales y acabado
con detalle incluso en la parte trasera. Es bajo el apoyacodos derecho, y no en
la espalda, donde se abre una gran oquedad para facilitar el depósito de las
cenizas tras el rito de incineración, verdadera finalidad de la escultura.
La mujer adopta una posición frontal y su actitud es
hierática, con una rigidez que le proporciona solemnidad, como si presidiese un
desconocido ritual. Con la cabeza y la mirada dirigida al frente, apoya sus
manos sobre las rodillas, abierta la derecha y con la izquierda aprisionando
una pequeña paloma, pintada en azul. Se cubre con un amplio manto que llega de
la cabeza a los pies y que forma, en sus caídas laterales, pliegues muy rígidos
de trazado geométrico que, sin embargo, le proporcionan cierto movimiento por
tener los bordes ribeteados con decoración geométrica ajedrezada en color rojo.
Por debajo se aprecia una túnica y bajo ella, visible por encima de los pies,
dos sayas que simulan lino fino. Calza unas babuchas rojas que descansan sobre
un cojín.
Especialmente llamativo es el tipo de tocado que
cubre su cabeza y las grandes piezas de orfebrería, convertidas en joyas, que
muestra en el cuello y el pecho. El tocado adopta forma de tiara tubular, muy
ceñida y organizada en varias capas superpuestas, la central ornamentada con
flecos con aspecto de diadema y la inferior con plegados muy finos, a modo de
toca, para dejar asomar pequeños rizos del cabello pintados y dos rodetes característicos
colocados delante de las orejas. Por la espalda asoma parte del cabello en forma de gruesos tirabuzones.
Entre los adornos metálicos destacan los grandes
pendientes, de forma troncopiramidal, decorados con pequeñas incisiones y
rematados por flecos. En el cuello luce cuatro gargantillas formadas por
minúsculas cuentas y sobre el pecho dos grandes collares superpuestos, el
superior con forma de lengüetas metálicas y decoración repujada y el inferior con
forma de pequeñas ánforas enlazadas de discreto grosor, un modelo repetido en
la Dama de Elche. Asimismo, en las
muñecas lleva una serie de ajorcas, que serían de oro, y cinco anillos en los
dedos de la mano izquierda. Tanto las manos como el rostro aparecen pintados
con tonos rosáceos, destacando la intensidad del rojo de los labios, el
sonrosado de las mejillas y los trazos oscuros de las cejas y los ojos, con las
pestañas marcadas.
Su figura, aderezada con tantos elementos trabajados
con detalle, ilustra sobre el aspecto suntuario de las mujeres de la
aristocracia en el pueblo íbero, así como de los ritos funerarios y de la
concepción del arte en la antigua cultura hispánica, adquiriendo su figura el
valor de nexo de unión entre la mujer mortal y la divinidad, que actuaría de
modo protector sobre los huesos calcinados de la dama del mismo modo que ella
protege el ave en sus manos.
En sus aspectos formales, su estética se emparenta
con la difundida por el Mediterráneo antes del periodo clásico griego,
caracterizada por la composición cerrada (brazos replegados contra el cuerpo),
la supeditación a un rígido orden de simetría que condiciona su frontalidad, el
hieratismo arcaico heredado de la estética egipcia, inexpresividad por buscar
lo trascendente y lejano, los convencionalismos anatómicos marcados por la
geometría, la influencia orientalizante en los adornos llegada a través del mar,
etc.
La influencia orientalizante queda confirmada con el
tipo de recipientes que componían el ajuar depositado en la propia cámara de enterramiento, al tiempo que ponen de manifiesto el linaje de la difunta. Otro
tanto ocurre con las cuatro panoplias metálicas de tipo guerrero, con falcatas y escudos, que
aparecieron depositadas a sus pies a modo de ofrendas. Todo ello induce a
pensar en un afán por convertir a la dama en una divinidad, hecho que ya se
conocía en la célebre Dama de Elche.
Hacia el año 1973, poco tiempo después de su
descubrimiento y catalogación, el desaparecido Museo de Reproducciones Artísticas
de Madrid realizó una copia fidedigna en escayola de la Dama de Baza, incluyendo una reproducción exacta de su policromía. Este
ejemplar actualmente forma parte de los fondos de la sección de Reproducciones
Artísticas del Museo Nacional de Escultura, instalada en la Casa del Sol de
Valladolid, donde ha sido dada a conocer al público. Asimismo, el original de
la bastetana Dama de Baza es una de
las piezas estelares del remodelado Museo Arqueológico de Madrid, que reabrió
sus puertas en abril de 2014 dando mayor realce a estas piezas emblemáticas de
la cultura íbera.
Informe: J. M. Travieso.
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