2 de mayo de 2014

Visita virtual: LA DAMA DE BAZA, el enigma de una joven mortal o una diosa












DAMA DE BAZA
Anónimo
Primera mitad del siglo IV a.C.
Piedra arenisca policromada con pigmentos naturales
Museo Arqueológico Nacional, Madrid
Procedente del Cerro del Santuario de Baza (Granada)
Escultura ibérica













El día 20 de julio de 1971 causó una enorme expectación el hallazgo de una cámara sepulcral durante la tercera de las campañas arqueológicas correspondientes a las excavaciones sistemáticas iniciadas en 1968 en torno a la antigua ciudad íbera de Basti, en el Cerro del Santuario del término de Baza (Granada). Pronto corrió la noticia entre los vecinos del pueblo, que de forma masiva quisieron contemplar con sus propios ojos cómo era la imagen de la dama que allí se había encontrado. Tanto es así, que algunas ancianas enseguida la consideraron como una representación de la Virgen y comenzaron a venerarla, dando lugar a una disposición del Ayuntamiento para que la escultura fuese trasladada a la iglesia del pueblo y colocada junto a la patrona. 
Pero el hallazgo no sólo fue todo un acontecimiento para la historia local de Baza, sino también para todo el ámbito de la arqueología hispana, que había encontrado, a base de tesón y fundada paciencia, la escultura mejor documentada de la civilización íbera y además con un apreciable estado de conservación después de haber permanecido enterrada en aquel paraje más de 2.500 años.

De este modo vio la luz la Dama de Baza, que, tras su traslado al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, pasó a convertirse en uno de los grandes enigmas de la arqueología española, junto a la célebre Dama de Elche y la Dama oferente del Santuario del Cerro de los Santos de Montealegre del Castillo (Albacete), tres damas íberas que se prestan a toda serie de conjeturas sobre si se trata de la figura de una reina, una diosa o una virgen, tema aún por resolver, pertenecientes al que fuera el principal pueblo peninsular anterior a la llegada de los romanos.

De ellas, la Dama de Baza, por las condiciones de su hallazgo, es la que proporciona mayor información sobre dicha cultura. Hoy sabemos, por las más de 170 tumbas encontradas en la necrópolis de Baza, que los íberos incineraban a sus muertos y después depositaban sus cenizas tanto en recipientes cerámicos, lo más comunes, como en el interior de esculturas expresamente labradas con ese fin y con acabado policromado.

Asimismo, están registrados cuatro tipos de enterramientos. Los más sencillos eran una simple fosa en la tierra para enterrar la urna cineraria. En otros, la urna era depositada dentro de una pequeña estructura construida con adobe. Algo más sofisticado era el tipo en que a la urna era acompañada de ajuares. Finalmente, el cuarto tipo eran grandes tumbas organizadas en forma de cámara, de aproximadamente dos metros de profundidad y otros dos de longitud, en los que se incluían lujosas urnas, ricos ajuares domésticos e incluso armas, elementos que los vinculan a las élites íberas. A este último tipo pertenecía la tumba 155, donde apareció la Dama de Baza pegada contra uno de los muros y rodeada de un ajuar de piezas de cerámica y diferentes armas metálicas como ofrendas.

Las cenizas de la enigmática dama se depositaron en el interior de la solemne escultura tallada en piedra arenisca, por tanto de gran peso, que debió ser bajada al foso con dificultad. Después tendría lugar un complejo ritual en el que sería ofrecido el suntuoso ajuar de recipientes cerámicos, para ser finalmente sellada la cámara, que, por fortuna, nunca llegó a ser profanada. Sin embargo, la datación del enterramiento no fue realizada de forma científica, por lo que es imposible conocer este dato, ya que la tumba fue prácticamente destruida tras el hallazgo. Hoy se considera que el enterramiento de la Dama de Baza se produjo en la primera mitad del siglo IV a.C., teoría avalada por el tipo de vasos encontrados junto a la escultura.   

El Cerro del Santuario se halla frente al actual caserío de Baza, entre la antigua ciudad de Basti y el denominado Cerro Largo, un territorio vinculado a los asentamientos íberos donde, de forma común a otras ciudades, algunos señores ocupaban los más altos escalafones sociales. Basti sería después ocupada por los romanos, sujeta al pago de tributos y regida por una clase dominante aristocrática.

La Dama de Baza representa a una mujer joven, sedente y ricamente engalanada, lo que induce a pensar su pertenencia a la alta aristocracia de la ciudad de Basti. Sin embargo, el hecho de que sostenga una pequeña paloma en su mano izquierda, ha hecho pensar a algunos investigadores que pueda tratarse de una divinidad, todo un enigma que posiblemente nunca se resolverá.

La escultura tiene un tamaño próximo al natural, con 1,33 m. de altura, 0,58 m. de anchura en la figura, 1,08 m. en las alas del asiento y 0,42 m. de fondo. Toda ella está esculpida en un bloque pétreo que después fue estucado y policromado con pigmentos naturales en tonos rojos, azules, blancos y negros, hoy atenuados por el paso del tiempo, pero de gran viveza en su origen.

La figura de la dama aparece sedente, entronizada sobre un elegante asiento pintado de color ocre para simular madera, con las patas delanteras rematadas abajo en forma de garras de león y gruesos apoyacodos a la altura de los brazos, mientras que el respaldo es de tipo alado, símbolo muy airoso de divinidad, decorado con bandas horizontales y acabado con detalle incluso en la parte trasera. Es bajo el apoyacodos derecho, y no en la espalda, donde se abre una gran oquedad para facilitar el depósito de las cenizas tras el rito de incineración, verdadera finalidad de la escultura.

La mujer adopta una posición frontal y su actitud es hierática, con una rigidez que le proporciona solemnidad, como si presidiese un desconocido ritual. Con la cabeza y la mirada dirigida al frente, apoya sus manos sobre las rodillas, abierta la derecha y con la izquierda aprisionando una pequeña paloma, pintada en azul. Se cubre con un amplio manto que llega de la cabeza a los pies y que forma, en sus caídas laterales, pliegues muy rígidos de trazado geométrico que, sin embargo, le proporcionan cierto movimiento por tener los bordes ribeteados con decoración geométrica ajedrezada en color rojo. Por debajo se aprecia una túnica y bajo ella, visible por encima de los pies, dos sayas que simulan lino fino. Calza unas babuchas rojas que descansan sobre un cojín.


Especialmente llamativo es el tipo de tocado que cubre su cabeza y las grandes piezas de orfebrería, convertidas en joyas, que muestra en el cuello y el pecho. El tocado adopta forma de tiara tubular, muy ceñida y organizada en varias capas superpuestas, la central ornamentada con flecos con aspecto de diadema y la inferior con plegados muy finos, a modo de toca, para dejar asomar pequeños rizos del cabello pintados y dos rodetes característicos colocados delante de las orejas. Por la espalda asoma parte del cabello en forma de gruesos tirabuzones.


Entre los adornos metálicos destacan los grandes pendientes, de forma troncopiramidal, decorados con pequeñas incisiones y rematados por flecos. En el cuello luce cuatro gargantillas formadas por minúsculas cuentas y sobre el pecho dos grandes collares superpuestos, el superior con forma de lengüetas metálicas y decoración repujada y el inferior con forma de pequeñas ánforas enlazadas de discreto grosor, un modelo repetido en la Dama de Elche. Asimismo, en las muñecas lleva una serie de ajorcas, que serían de oro, y cinco anillos en los dedos de la mano izquierda. Tanto las manos como el rostro aparecen pintados con tonos rosáceos, destacando la intensidad del rojo de los labios, el sonrosado de las mejillas y los trazos oscuros de las cejas y los ojos, con las pestañas marcadas.   

Su figura, aderezada con tantos elementos trabajados con detalle, ilustra sobre el aspecto suntuario de las mujeres de la aristocracia en el pueblo íbero, así como de los ritos funerarios y de la concepción del arte en la antigua cultura hispánica, adquiriendo su figura el valor de nexo de unión entre la mujer mortal y la divinidad, que actuaría de modo protector sobre los huesos calcinados de la dama del mismo modo que ella protege el ave en sus manos.

En sus aspectos formales, su estética se emparenta con la difundida por el Mediterráneo antes del periodo clásico griego, caracterizada por la composición cerrada (brazos replegados contra el cuerpo), la supeditación a un rígido orden de simetría que condiciona su frontalidad, el hieratismo arcaico heredado de la estética egipcia, inexpresividad por buscar lo trascendente y lejano, los convencionalismos anatómicos marcados por la geometría, la influencia orientalizante en los adornos llegada a través del mar, etc.

La influencia orientalizante queda confirmada con el tipo de recipientes que componían el ajuar depositado en la propia cámara de enterramiento, al tiempo que ponen de manifiesto el linaje de la difunta. Otro tanto ocurre con las cuatro panoplias metálicas de tipo guerrero, con falcatas y escudos, que aparecieron depositadas a sus pies a modo de ofrendas. Todo ello induce a pensar en un afán por convertir a la dama en una divinidad, hecho que ya se conocía en la célebre Dama de Elche.

Hacia el año 1973, poco tiempo después de su descubrimiento y catalogación, el desaparecido Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid realizó una copia fidedigna en escayola de la Dama de Baza, incluyendo una reproducción exacta de su policromía. Este ejemplar actualmente forma parte de los fondos de la sección de Reproducciones Artísticas del Museo Nacional de Escultura, instalada en la Casa del Sol de Valladolid, donde ha sido dada a conocer al público. Asimismo, el original de la bastetana Dama de Baza es una de las piezas estelares del remodelado Museo Arqueológico de Madrid, que reabrió sus puertas en abril de 2014 dando mayor realce a estas piezas emblemáticas de la cultura íbera.   


Informe: J. M. Travieso.
Fotos del Museo Arqueológico Nacional, Madrid




















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